Hacía
dos años que se habían celebrado las bodas de plata
del -todavía no llamado Zinemaldia- Festival Internacional
de Cine de San Sebastián. Corría el año 1979,
una gestora se había encargado de asumir las funciones
de dirección en medio de un ambiente de cambio y adaptación
a la dificil coyuntura que se vivía entonces. Eran épocas
de cambios políticos, radicalismos sociales que transformaban
la sociedad a los que un prestigioso escaparate de ámbito
mundial como un Festival Internacional no podía ser ajeno.
Dentro de la gestora que puso en marcha la edición 27 como
miembro del comité de selección propuse y finalmente
fui designado responsable de una nueva sección denominada:
"Cine de las Nacionalidades".
Creíamos en
aquellos momentos de libertad recobrada y seguimos aún
hoy creyendo, que el Festival tenía que convertirse en
el perfecto escaparate para que las producciones minoritarias,
inclusive en lenguas minorizadas, pudieran traspasar las barreras
regionales para integrarse en la grandiosa corriente del cine
universal. Que una producción catalana, vasca, gallega,
andaluza, occitana, bretona, del Friuli, de los indios aimará
o de cualquier pueblo del planeta que pudiera acceder al 7º Arte
pudiera coexistir con la "locomotora" de las Mayor de
ese año o convivir, aunque sólo fuera por unos instantes,
con la estrella de turno era considerado un triunfo que aseguraba
que el Festival, al mismo tiempo que cumplía con su necesaria
tarea de servir de pedestal a las estrellas, se ocupara de los
aspectos más humildes pero culturalmente más interesantes
del 7º Arte en relación con la personalidad de los pueblos.
Esta
relación del Festival con el Cine Vasco no era nueva ya
que algunos casos puntuales habían asegurado una feliz
colaboración. El caso más llamativo fue el de la
película "Ama Lur" de Néstor
Basterretxea y Fernando Larruquert que fue proyectada
en 1968 en el marco del 16. Festival. Todos recordamos las dificultades
que la película vasca más emblemática tuvo
que sortear para ver la luz. Cuando, con habilidad, aprovechando
las contradicciones del sistema, consiguieron rodarla quedaba
el escollo no desdeñable de su estreno y distribución.
Gracias a su inclusión en el Festival logró que,
tanto crítica internacional como espectadores habituales,
tuvieran acceso a ella consiguiendo de esta manera un espaldarazo
internacional que bloqueó cualquier represalia que el régimen
franquista hubiera podido ejercer sobre su difusión. El
historiador de Cine José Luis Tuduri, autor de la
única y excelente, aunque limitada
en el tiempo, historia del Festival en dos volúmenes:
"San Sebastián: Un Festival, una Historia" (1953-1966)
y (1967-1977) recuerda el ambiente casi mágico
que se vivió en aquella proyección: "...la
proyección en el Astoria una hora después, resultó
muy tensa, en un clima de contenida crispación, porque
efectivos de la Guardia Civil observaban al público para
conocer las reacciones de los que podían promover "gritos
o acciones subversivas". No ocurrió ningún
incidente, la proyección fue seguida con aplausos y una
gran ovación final con el público puesto en pie,
rubricó la admiración que había despertado
el contenido y significado de la película."
Una situación
similar se vivió años más tarde, en 1979,
en el 27. Festival, con "El proceso de Burgos" de
Imanol Uribe. La coyuntura política había cambiado
radicalmente pero sin embargo la temática de ETA, la lucha
armada y el famoso juicio de reciente recuerdo, era todavía
tema delicado que los políticos en el poder contemplaban
con gran recelo. Imanol Uribe logró presentar el film al
comité de selección – recuerdo que la vimos en moviola
de montaje- logrando la aprobación de todos, conscientes,
sin embargo, de las dificultades políticas que tal proyección
iba a producir. Supusimos que funcionaría el efecto "Ama
Lur" como así fue. El film logró el premio
Perla del Cantábrico en el Festival y de esta manera aseguró
una distribución comercial que hubiera sido impensable
de no haber mediado el espaldarazo internacional.
Aunque los cortometrajes
no tienen una consideración prioritaria en un Festival
de largos, el Festival colaboró activamente con la serie
documental en euskara "Ikuska" promovida por
Antxon Ezeiza programando durante varios años consecutivos,
antes de las películas a concurso, las cintas de la serie.
Sin la repercusión
de las cintas precedentes notemos sin embargo que obras decididamente
minoritarias cuando no rabiosamente vanguardistas, a priori impropias
de un Festival de las características del de Donostia,
recibieron acogida en su marco. Así la obra de cine experimental
de José Mari Zabala: "Axut" (1976), 24.
Festival,o la retrospectiva de Cine vasco que tuvo lugar
un año más tarde, en el 25. Festival (1977)con
obras a veces de un experimentalismo radical como las actuaciones
sobre celuloide pintado de José Antonio Sistiaga: "...ere
erera baleibu icik subua aruaren..."
Alejándonos
de la temática política o de vanguardia, el Festival
supuso el descubrimiento de nuevos valores vascos, cineastas que
con su primera obra descubrieron en el marco del Festival una
posibilidad de dar a conocer una personalidad propia que se desarrollaría
con fuerza en años posteriores. Así Víctor
Erice, que ya había pasado por Donostia en el 17. Festival,
(1969) con un episodio de la película: "Los desafíos",
asombró al mundo cinéfilo con "El espíritu
de la colmena" gran triunfadora de la edición
21. en 1973. Elías Querejeta, desde siempre ligado
estrechamente a nuestra fiesta del cine, volvería
en 1984 (32. Festival) a presentar un nuevo valor: Montxo Armendáriz
que realizó "Tasio", anunciando el triunfo,
Concha de oro, por "Las cartas de Alou" en el
año 1990 (38. Festival).
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"Tasio" |
Juanma Bajo Ulloa
dejaba constancia de su talento con "Alas de mariposa",
cinta que ganó la Concha de Oro del 39. Festival en
1991 y colocó a su joven realizador en el umbral de una
carrera que sólo el caracter incomformista del realizador
no ha permitido desarrollar.
Sistemáticamente
el Festival ha recogido, en secciones complementarias, las primeras
obras de cineastas vascos noveles: Así, y sin ánimo
de ser exhaustivo citaría "Pecata minuta"
de Ramón Barea; "Rigor mortis" de Koldo
Azkarreta; "Urte ilunak" de Arantza Lazkano;
Koldo Izagirre: "Amor en off", por no citar más
que unos pocos y recientes ejemplos.
Los cineastas vascos
consagrados han tenido una desigual relación con el Festival,
algunos han sido asiduos del mismo, dependiendo en igual medida
de los deseos de los propios creadores como de las conveniencias
del comité de selección, como es el caso de Imanol
Uribe: "Días contados" y "Bwana";
ambas Concha de Oro en 1994 (42. Festival) y 1996 (44.Festival)
o Pedro Olea que presentó cintas tan estimables
como "Un hombre llamado Flor de Otoño", "Tormento",
"El maestro de esgrima", "Pim, pam, pum, fuego!"
o Antón Ezeiza: "Mina, viento de libertad";
"Días de Humo" o Alex de la Iglesia: "La
comunidad", película que abrió el 48. Festival
(2000), mientras que, por el contrario, otros cineastas vascos
de prestigio como Julio Médem, Enrique Urbizu o
Daniel Calparsoro han preferido o han sido preferidos por
otros Festivales.
Desde hace ya varios
años en colaboración con la Filmoteca vasca-Euskadiko
Filmategia y la Asociación de Productores vascos cada edición
del Festival tiene un día dedicado a la exhibición
de la cosecha en cortometrajes y largometrajes vascos del año,
acompañándose en la última edición
por un premio especial a una personalidad relevante del cine vasco.
El primer y, por ahora único, premiado con este galardón
ha sido Montxo Armendáriz.
Quedan
atrás en el recuerdo algunas acciones puntuales dedicadas
explícitamente a promover y premiar al Cine Vasco. Así
en la edición 31. correspondiente al año 1983 sendos
premios galardonaron a Juan Miguel Gutiérrez con
el premio Mauro Azkona por su película "Itxoiten",
rodada en euskara en formato substandard y execuo a Imanol
Uribe, Xabier Agirresarobe y Calo Berridi con
el premio Manuel Villegas López por su película:
"Guipuzkoa-Donostia, Costa guipuzcoana" y a
Francisco Bernabé y Rafael Treku por su documental
sobre el atún amarillo: "Hegats-horia".
Estos galardones no tuvieron continuidad en años posteriores.
El Festival, receptáculo
del varios ingredientes aparentemente contradictorios, ha de ser
capaz de combinar en atractivo cocktail: el cine de autor, la
recuperación de los clásicos olvidados, el glamour
de las estrellas como ingredientes internacionalistas y el respeto,
reconocimiento y potenciación de las cinematografías
minoritarias. Dentro de éstas, sin caer en provincianismos
trasnochados, pero efectuando una discriminación positiva,
la cinematografía vasca. No me cabe la menor duda de que
los actuales responsables del acontecimiento son conscientes de
ello y trabajan en la buena y esperanzadora dirección.
Juan Miguel
Gutiérrez, miembro de la sección de cinematografía
de Eusko Ikaskuntza |