Hugo Ricardo AEDO VIVAR, Quilpué, región de Valparaíso, CHILE
En mi libro “Presencia Vasca en la formación de la nacionalidad chilena”, escrito en el otoño de 2010 en Valparaíso, me permití destacar numerosos hechos, aspectos de tipo social, familiar, religioso, político y otros, que contribuían así, a que especialmente los chilenos pudieran apreciar de qué manera sus hábitos, reacciones, gustos, rechazos, tenían un origen muchas veces ancestral y tal vez hasta inexplicables.
Del mismo modo, individuos que no tenían vínculos de ningún tipo, sin embargo destacaban en actividades como la política, acciones de gobierno, dones de liderazgo, sentido de creatividad, etc., que sorprendían a quienes compartían actividades con ellos.
Sin duda que el origen de estas similitudes, coincidencias o casualidades, llegaron desde muy lejos, en los genes de personas que, como lo son los vascos, no sólo llevan una forma de vida, de suyo muy particular, latamente descrita por muchos estudiosos en el mundo entero.
Además, la raza instalada en el vértice de la cornisa cántabra –los vascos o éuskaros– contiene en sí, uno de los enigmas genéticos aún no suficientemente aclarados, pues, del pueblo errante que se instaló en el sitio mencionado de la Península Ibérica, aún no se puede definir con certeza de qué región de Europa, de Asia o de África proviene.
Documentos fiables emitidos por estudiosos hablan de arribos de grupos emigrantes vascos a Chile, la colonia española más austral del planeta, en tres o cuatro ocasiones, como soldados primero, como colonos mas tarde o en “maridaje” con otros grupos hispanos, como es el caso de las alianzas castellano-vascas que se hicieron poderosas con la apropiación de grandes extensiones territoriales y productivas “encomiendas de aborígenes” que convirtieron territorios salvajes en grandes campos cultivados y explotados con mucho éxito económico.
Uno de los hechos simpáticos, dentro de lo propiamente humano, es que en el caso de las encomiendas, al liberarse los encomendados o ser liberados, era no poco usual, que al no tener identificación propia como ciudadanos de Chile, se les diera el uso del o de los apellidos de sus “encomenderos” (o dueños), de manera que no pocos aborígenes, salían al mundo libre con nombres familiares “vascos”, no teniendo en absoluto nada de esta raza.
Hay un hecho que pocos conocen y que por ser poco edificante para algunos no se registra en ninguna historia (como no pocas veces ha sucedido con las “verdades históricas”), que es interesante dar a conocer en esto del uso legal o ilegal, de apellidos de otros, o de apellidos escondidos por muchos años.
Después de la Declaración de la Independencia de Chile en el año de 1810, el Gobierno provisional dispuso que “todo el territorio chileno debía quedar libre de la presencia del entonces enemigo Ejército de España”, del cual quedaba aún un importante contingente de tropas en el Archipiélago de Chiloé.
Para tal efecto, Don Manuel Blanco Encalada, al mando de la Escuadra Naval de Chile, debía acosar a las tropas españolas, acantonadas en las islas del Sur.
En enero de 1826, después de más de 15 años, en los que las tropas realistas resistieron una y otra vez los intentos chilenos por recuperar el archipiélago, capitularon honrosamente. Tan solo 125 infantes, 60 dragones y 30 artilleros, que lucharon por las fuerzas vencidas, se entregaron al Ejército Chileno.
La Historia no pregunta cómo fue que durante más de 16 años no quedaron más que 205 combatientes luchando hasta el final.
Foto: CC BY - borman818.
En el año 1954 visité Achao en el Archipiélago de Chiloé, lugar donde nació mi madrecita amada, Rosa Vivar Cárdenas, hija de Benito Vivar Miranda y de Carmen Cárdenas Aguilar, ambos hijos de familias con segundos apellidos vascos: Miranda y Aguilar.
Nos contaban los mayores de los Vivar, que después de la batalla de Pudeto, cuando se rindió el Ejército español, cientos de soldados vencidos huyeron hacia las islas, para quedarse unos con sus mujeres e hijos que tenían desde hacía muchos años ya y otros que habían nacido de parejas formadas al llegar los españoles a Chiloé y eran jovencitos de 16 y 17 años nacidos en tales uniones de hecho y que engrosaban las filas del ejército peninsular.
Es una de las realidades, que si bien no constan en registros válidos, pudieran tener algunos aspectos dignos de considerarse y si se han transmitido de generación en generación, pueden tener algunos visos de realidad.
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