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Antxon AGUIRRE SORONDO
Sin ninguna duda el tema de la inquisición ha sido uno de los más estudiados.1 Nuestro propósito con el presente trabajo ha sido doble: por una parte analizar el proceso de la brujería y la inquisición desde una visión amplia, esto es a lo largo de toda la historia y también con la mayor amplitud geográfica que nos ha sido posible. Por otra el resumirlo todo en poco texto, de forma que el lector pueda en unos minutos tener una visión amplia, de conjunto de dicho tema. Para ello lo primero que hemos hecho es documentarnos con las fuentes que nos parecían de mayor rigor, desechando todo lo que no tuviera un mínimo de rigor histórico y de seriedad científica.
Estudiaremos también los portentos brujeriles. Defino como portentos brujeriles a lo que según brujos, brujas y testigos decían que eran capaces de hacer, esto es la sarta de tonterías, que aunque a nosotros ahora así nos lo parece, fueron creídos por las sociedades de aquellas épocas como ciertas, o más concretamente por algunas personas, para desgracia de todos los inocentes, porque a todos los defino yo como inocentes, que fueron condenados a muerte, cárcel, tormento, destierro o confiscación de bienes.
En el éxodo, escrito hacia el 1440-1400 a.C. (Cap.XXII. Versículo 17) se dice: A la hechicera no dejarás que viva. Para ellos la hechicería era causa de pena de lapidación.
En un papiro egipcio consta una conspiración del harén contra el faraón Ramsés III, en el 1.100 a.C. en el que varias de sus esposas hicieron una figura de cera del faraón con el fin de causarle la muerte, ritual que se repetirá posteriormente en tiempos griegos y romanos (Donovan 1988: 56).
Ya Platón (497-347 a.C.) decía que había que condenar a muerte a los que a sabiendas hacían el mal con la magia (Caro 1997: 58).
Proceso contra las brujas pintadas en fachadas del pueblo de Stein am Rhein, Suiza.
Foto: Antxon Aguirre Sorondo
En época griega se creía que algunas brujas eran capaces de convertir a sus enemigos en ranas, castores o carneros, durante un tiempo, e incluso de orinarse en la cara de sus enemigos, contando para ello de sustancias extrañas, que llamaban poculum. Las llamadas dipsas hacían vuelos nocturnos en forma de aves y se dedicaban a la necromancia. Los escritores clásicos griegos Luciano y Apuleyo describieron que para convertirse las hechiceras de aves se desnudaban totalmente, y se frotaban con un líquido aceitoso todo el cuerpo. Había otros hechizos para hacerse invisibles, hacerse amar, o para conseguir que se aborreciera a otra persona, provocar enfermedades o tempestades. Para todo ello estas mujeres tenían conciliábulos nocturnos y para lograr sus propósitos pedían la ayuda de las divinidades de Hécate, Diana, y Noche (Caro 1997: 70-88).
Igual que el mundo griego en Roma, las leyes condenaban todo uso de la magia realizada con fines malignos (Caro 1997: 89). Horacio, Virgilio, Tíbulo y Luciano creían que las brujas podían volar por los aires por las noches (trasvección), fabricaban pociones amorosas y venenos, sacrificaban niños y hablaban con los muertos (Donovan 1988: 31).
Posteriormente en el cristianismo se condena todo tipo de magia, así como su idolatría. Por ejemplo en el siglo IV las leyes condenan a la pena capital a los que celebraran sacrificios nocturnos en honor de los demonios o invocaran a estos. El mismo San Agustín (354-430) en su obra De civitate Dei habla de unas mesoneras de Italia que daban de comer a los viajeros queso para convertirlos en jumentos que servían para el transporte, si bien San Agustín no cree que esto fuera algo real. Para él era el demonio el que hacía que ello fuera creído como cierto (Caro 1997: 94-95).
Se cuenta la discusión entre el papa León IX y Pedro Damián acerca del caso de un joven juglar que pidió posada en casa de dos brujas, cerca de Roma. Mientras dormía estas le transformaron en asno, aunque mantuvo la inteligencia humana. Las brujas ganaron mucho dinero exhibiendo dicho animal hasta que lo vendieron a un rico vecino advirtiéndole no le dejara bañarse. Pero en un descuido de este, el asno escapó y se zambulló en un estaque retomando la forma humana. El Papa convencido por Pedro Damián castigó a las hechiceras (Caro 1997: 98).
También los pueblos germánicos tenían gran miedo a los hechiceros. Se contaba por ejemplo, como una mujer bruja con ayuda de su hijo robaron al rey danés Frothon III (que se dice vivió antes de Cristo) y huyeron. Este fue a buscarlos en persona y al encontrarles la bruja convirtió a su hijo en un toro que mato al rey (Caro 1997: 103).
El rey Carlomagno (742-814) decretó varios edictos con pena de muerte contra los hechiceros, los que invocaban al diablo, usaban filtros amorosos, creaban tempestades, hacían maleficios, arruinaban cosechas, envenenaban a la gente, etc. Carlos el Calvo, en 873 decretó que a los sospechosos se les aplicase el juicio de Dios, lo cual determinaría su perdón o condenación (Caro 1997: 111) y siguiendo en Francia Luis IX en 1270 decretó muerte en hoguera a los herejes, misma pena que se estableció en 1401 en Inglaterra (Stanley 1981: 9).
El artículo 35 del título primero, del libro segundo del Fuero de Cuenca dice textualmente: Otrosí, la muger que fuese eruolera o fechicera, quémenla o sálvese con fierro. Esto es, que el Juicio de Dios sea la prueba que indique si era culpable o inocente (Caro 1997: 151).
Según el autor Jean de Maung, en su obra el Roman de la Rose, escrita en 1277 las lamías o mascae que tenían el poder de volar por la noche, lo constituían ¡la tercera parte de la población de Francia! (Caro 1997: 163). Lo que sí es cierto que ninguna parte del suelo francés se libró de los procesos de brujería (Caro 1997: 196).
Para el investigador Julio Caro Baroja la pena de hoguera adquirió la máxima popularidad en la segunda mitad de la Edad Media y añade como entre 1308 y 1318 se registraron en Francia diversos procesos acusando de hechicería a obispos, soldados, e incluso damas de la alta alcurnia y nos da el ejemplo de Guichard, obispo de Troyes, al que se le acusó de haber dado muerte a Juana de Navarra, reina de Francia e hija de Blanca de Artois (reina de Navarra). Para ello y por consejo del demonio, había hecho una figura de cera, que incluso bautizo solemnemente con el nombre de la reina y luego atravesó con un punzón la cabeza y otras partes de la figura, logrando así la muerte de la reina (Caro 1997: 152).
Este autor diferencia entre la bruja típica, personaje de los medios rurales, y la hechicera de corte clásico que es más propia de los medios urbanos y de tierras en las que la cultura urbana tiene gran fuerza (Caro 1997: 177).
Proceso contra las brujas pintadas en fachadas del pueblo de Stein am Rhein, Suiza.
Foto: Antxon Aguirre Sorondo
Podemos decir que existieron persecuciones contra la brujería en prácticamente toda Europa, desde Austria, Suiza, Alemania, Polonia, hasta Gran Bretaña, Irlanda, o Escocia por ejemplo. Fueron famosas las quemas de 1446 en Heidelberg, y 1456 en Colonia, entre otras (Caro 1997: 168). En 1519 es quemada viva en Montpezar, Cathalina Peyretonne, viuda, convicta de asistir a la reunión nocturna de brujos o sabbat (Caro 1997: 199).
En Italia, en el ducado de Spoletto, en 1525, un noble apresó a tres brujas. Una de ellas, a la que se le prometió la libertad si confesaba, declaró que efectivamente desde que tenía 15 años, acudía a las reuniones de brujas con el diablo. Pese a las promesas murió en la hoguera. Otro juicio semejante y con igual final se dio en 1526, cerca de la ciudad de Roma contra una mujer que fue acusada por su propio marido de bruja. En 1535 una vieja fue acusada por una niña de 13 años de ser bruja y de llevarle a los sabbat, acabando también en la hoguera (Caro 1997: 184).
Entre los casos más sobresalientes tenemos el dato citado por Pierre Grégoire, de que en 1577, el parlamento de Languedoc quemó a cuatrocientos brujos acusados de crímenes y pactos con el diablo, represión semejante a la que se llevó a cabo en Lorena, en donde el juez Nicolás Rémy, entre 1576 y 1591 (15 años), mandó a la hoguera a unas novecientas personas, tras lo que con orgullo lo describió en un libro (Caro 1997: 202).
Entre 1587 y 1594 en la sede episcopal de Tréveris (Alemania) son quemados en la hoguera 368 personas de 22 poblaciones (Henningsen 1984).
Otro sonoro proceso ocurrió en 1590 en Escocia donde un magistrado de nombre Geillis Duncan acusó hasta a treinta personas de brujería, entre ellas a un doctor, de apellido Cunninghaam, que tras cruentísimos tormentos al final confesó su trato con el demonio, siendo quemados la mayoría de los acusados (Caro 1997: 219).
En 1600 la familia de vagabundos de apellido Papenheimer (Alemania) acabo en la hoguera. Se les acuso de haber asesinado a 401 niños y 85 adultos (Henningsen 1984).
Según el investigador Henningsen en Europa se ejecutaron unas 50.000 personas, de las cuales 20.000 lo fueron en Alemania, país de máxima crudeza en la represión, unas 7.500 en Francia y lo mismo en Suiza, y el resto entre los demás países del continente, siendo de escasa importancia las de los Estados Bálticos, Polonia, Austria, Hungría y Europa del Este (Henningsen 1984).
Con todos estos datos hemos querido demostrar que el tema de la brujería y las condenas radicales a las brujas no nacieron en el famoso y tan mentado Proceso de la Inquisición de Logroño, del que luego hablaremos, sino que ha sido una constante histórica, y universal.
La Inquisición fue una herramienta usada tanto por el poder civil como el eclesiástico para la eliminación de sus supuestos enemigos ya fueran moriscos, judíos, herejes, protestantes, brujos, inmorales e incluso místicos (recordemos en caso de Fray Luís de León y Santa Teresa, ambos procesados por la Inquisición).
Sello de la Inquisión de Logroño de 1573.
En el siglo XII se usó la Inquisición como arma en la lucha contra la herejía que estaba siendo una enorme amenaza para la Iglesia Católica. Formalmente la Inquisición nace en 1184 de la mano del papa Lucio III con la bula Ad abolendam contra la herejía de los cátaros o albigenses. El nombre de cátaros se utiliza por primera vez en el Concilio de Tours (1163). Algunos suponían que venía del griego katharos, que significa puro, pero ello está hoy descartado ya que entre ellos nunca se llamaron así y por otra parte dicho nombre fue creado como insulto por sus enemigos, derivándolo de catus, gato, ya que se decía que adoraban y besaban en su culo al diablo en forma de gato. El nombre de albigenses se debe a que la primera diócesis cátara se constituyó en la ciudad de Albi, al sur de Francia.
La pena de muerte en la hoguera contra los herejes se empieza a aplicar en 1184 y en 1199 el papa Inocencio III, decreta la pena de muerte como castigo máximo para los herejes, además de autorizar la confiscación de bienes, y la tortura. La misma pena se aplicaba en 1401 en el derecho inglés (Stanley 1981: 9). En Aragón actuó en 1249. En 1252 el papa Inocencio IV dicta la bula Ad extirpanda, por la que autoriza de nuevo el uso de la tortura para obtener las confesiones de los reos.
Para reprimir el catarismo se crean en Francia en 1230 los tribunales de la Inquisición, también llamados del Santo Oficio, que posteriormente se extenderán por toda la cristiandad, incluso en América. Sabemos que en 1273 y solamente en un día en la ciudad italiana de Viterbo se ejecutaron más de 200 herejes (García 1990: 8).
En Castilla moros y judíos fueron también objeto de la Inquisición. Se trataba de discriminar positivamente a los cristianos viejos contra los moros y judíos. Así los concilios eclesiásticos de Zamora (1313) y Valladolid (1322) denunciaron las preferencias que se tenían con judíos en contra de los cristianos para los cargos públicos, e igual que en los servicios médicos. Posteriormente se les obligó a vivir en barrios separados, en morerías o juderías, incluso separados con murallas. Hubo matanzas de judíos en Andalucía, Castilla, Aragón y Navarra. Ello obligó a muchos judíos a hacerse cristianos con el fin de salvar vidas y haciendas. Eran los llamados conversos, marranos o cristianos nuevos. A estas conversiones forzadas siguieron la de los musulmanes, que se llamaron moriscos. Luego vendrán las expulsiones de ambas colectividades.
Fue en Sevilla, el 6 de febrero de 1481 cuando se efectúa la primera ceremonia pública o auto de fe de la Inquisición en donde fueron quemadas varias personas. Unos días después siguieron otras ejecuciones (Stanley 1981: 31).
Los Reyes Católicos piden al papa Sixto IV el establecimiento de tribunales permanentes de la Inquisición y así se hace en Castilla, Barcelona, Aragón y Valencia.
El 5 de diciembre de 1484 Giovanni Batista Cibo (1432-1492), papa Inocencio VIII exhorta a la persecución contra brujas y herejes por medio de su bula Summis desiderantes (Es nuestro deseo...) (Henningsen 1984).
En España entre mayo y junio de 1484 se efectúan diversos autos de fe en la que se queman a varios cristianos nuevos por judeizantes (Stanley 1981: 32) y en 1492 por medio de un edicto real se concede a los judíos 4 meses para convertirse o exiliarse. El historiador Mariana cita en unos 200.000 los judíos expulsados y unos 50.000 los bautizados (Stanley 1981: 26).
Estas persecuciones hacia los judíos no ocurrieron solamente en España. En 1506, en Lisboa, una muchedumbre enloquecida perpetró una matanza de unos 2.000 judíos (Stanley 1981: 78). Esto se repetirá en fechas posteriores. En Mallorca por ejemplo, vivía con toda normalidad la comunidad judía, cuando en 1678 un Inquisidor descubre una reunión de judíos en un jardín, lo que provoca una persecución sistemática y una serie de juicios, aunque terminan sin ejecución. Posteriormente en 1691 se repite el brote y en esta ocasión a 36 de ellos se les acusa de reincidentes, por lo que tres acaban siendo quemados vivos en la hoguera y los restantes ahorcados y luego quemados sus cuerpos (Stanley 1981: 79). Es el último auto de fe público de la Inquisición en España (García 1990: 91).
Tribunal de la Inquisición según Francisco de Goya.
Según el historiador Donovan (Donovan 1988: 146) en Europa:
Las actas existentes (contra la brujería) registran unas 100.000 ejecuciones, suicidios y demás muertes; la cifra de 200.000 hace suponer que el total verdadero puede haber sido el doble, pero esto no es, en definitiva, más que una conjetura.
Y da algunos ejemplos:
Para tener datos sobre nuestra zona de estudio (Navarra), acudiremos al historiador Florencio Idoate, quien en una de sus obras sobre brujería (Idoate 1972: 8), nos aporta varios documentos en los que se demuestra como fueron condenadas a la hoguera diversas personas por el poder civil, incluso muchas veces sin licencia real ni eclesiástica, por lo cual luego eran condenados a multas muy cuantiosas por su exceso de celo judicial (no anotamos los simplemente multados o desterrados):
A una de las acusadas de Navarra se le llama sorguina, erbolera et faytillera.
La epidemia brujeril iba en aumento, sobre todo en la montaña de Navarra.
1 Emil van der Vekene en 1963 encontró 1950 títulos en los que se trataba de la Inquisición Española. Según datos del ISBN de España hay publicados en época contemporánea sobre brujas/brujos 556 títulos y sobre la inquisición 403. Y si pedimos a Google bruja/brujas/brujo/brujos nos da más de 17 millones de entradas y 3,8 millones con la palabra inquisición.
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