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Andoni SÁENZ DE BURUAGA, Universidad del País Vasco y Asociación Vasco-Saharaui de la Evolución Cultural
Desde hace 8 años trabajamos ininterrumpidamente en el Sahara y sobre el Sahara. Lo hacemos en torno al proyecto general de investigación y cooperación cultural vasco-saharaui «Recuperación, conservación y estudio científico del patrimonio cultural del Sahara Occidental» que, hasta el momento, venimos desarrollando en la región “liberada” del Tiris.
Una necesaria delimitación geográfica de la iniciativa que, asumiendo los intereses y prioridades del Ministerio de Cultura de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), hemos individualizado bajo el enunciado de «El proceso de evolución sociocultural y medioambiental de la región del Tiris, en el Sahara Occidental».
Con la inminente campaña de otoño de 2012, serán ya 16 las veces que hayamos recorrido, rastreado e indagado las tierras libres del Sahara Occidental. En consecuencia, 16 vienen a ser los meses que habremos convivido con los componentes del desierto.
Precipitaciones salinas blanquecinas caracterizan el fondo de la sebja de Lemelha, en el interior del erg de Azefal (Agüenit).
Y, en este tiempo, mucho, muchísimo, es lo aprendido, pero acaso bastante más sea posiblemente lo soñado; no digo con ello, lo fantaseado, sino las expectativas que en muchos órdenes han generado esas enseñanzas adquiridas... Y es que la experiencia sahariana alimenta el sueño, la pasión, la excitación por cultivarse más.
En sendos artículos publicados aquí, en Euskonews, en 2007, 2010 y 2011 —y recogidos en los números 377-379, 544-545 y 592-593, respectivamente—, hemos intentado mostrar algunas actuaciones particulares y ofrecer un balance de los resultados científicos que derivan de nuestra actividad investigadora en el Tiris saharaui. En esta ocasión, y como prolongación de esas informaciones, queremos exponer algunas reflexiones en torno a la proyección —acaso pudiera ser válido, como símil, el de transcripción— social que debe emanar asimismo de la praxis científica: es decir, valorar su contribución al progreso intelectual de la sociedad conforme a unos mecanismos pertinentes de transmisión y aproximación del conocimiento. Y ello, dentro de un ambiente humano y político tan singular como del que participa nuestro proyecto.
Armonizar conjuntamente control patrimonial, investigación científica y difusión del conocimiento han constituido los 3 pilares esenciales en los que se ha fundamentado nuestra actuación en el Occidente sahariano. Tres propósitos que entendíamos indisociables y de obligado cumplimiento en un proyecto que siempre hemos definido como de investigación y cooperación cultural. Un compromiso, pues, con el avance científico y con el progreso intelectual de la sociedad saharaui.
Nuestro objetivo inmediato de estudio lo constituye el pasado cultural, la cultura del pasado: es decir, las producciones, manifestaciones, procesos sociales que han hecho que hoy seamos lo que somos.
Contamos con dos vías de aproximación a ese sujeto teórico. O bien, podemos quedarnos en lo aparente, en lo que, bajo un primer impacto, se nos presentan ilusoriamente como los gestos más expresivos o ilustrativos del pasado histórico. O, podemos indagar más, bucear en las profundidades, e intentar una aproximación al fondo, a la causa de los fenómenos: una causalidad —o mejor dicho, “conflicto de causalidades”— del que han participado y participan, bajo la lógica de la naturaleza, la plenitud de los sucesos históricos. Hablamos, en este caso, de causalidades, es decir, de pluralidades: no de unicidades o individualidades. Y es que los continentes no se entienden sin contenidos, y viceversa... Dicho de otra manera: el superar la percepción de una materialidad segmentada y estática, por el de un real dinámico de fenómenos interrelacionados.
Como en la naturaleza, en las producciones sociales del pasado acaece lo mismo. Las sociedades no son entes físicos abstractos e invariables, que viven al margen del espacio y del tiempo; son, frente a ello, agentes dinámicos complejos indisociablemente ligados a unos marcos geográficos, a unas oscilaciones climáticas, a unas tradiciones culturales, a unos flujos técnicos innovadores, etc. Por ello, abordar cognitivamente la cultura del pasado conlleva rastrear, analizar y estudiar un haz multidimensional de sujetos interdependientes, que interactúan reflexivamente los unos sobre los otros.
Una «dhâya», generada por la retención temporal del agua de las lluvias, se ha formado en las cercanías del llamativo inselberge de Ajabel Be Esfaf (Duguech, Tiris)
Esta es la razón por la que nuestra tarea no se ha focalizado especializadamente en las expresiones sociales que denuncia la Arqueología, sino que de cara a comprenderlas, requiere que conozcamos cómo ha fluctuado la geografía física de ese espacio que gestionaron los colectivos humanos del pasado, que precisemos las oscilaciones y cambios climáticos que hicieron que el relieve, sus contenidos y las sociedades implicadas se vieran abocados a ensayar determinadas estrategias de subsistencia.
Y, ya que hablamos de estrategias de subsistencia, cómo no aprovechar el potencial intelectual de la cultura nómada para el desde el hoy intentar aproximarnos, en alguna medida, al ayer: cómo, además de apercibir a un Otro en el presente, no vamos a ensayar acercarnos a ese Otro del pasado, a través de la observación y valoración de las actitudes, comportamientos y hábitos de subsistencia que exige la adaptación a un medio extremo, y del análisis de la cultura material e intelectual que ello conlleva. Ignorar esta posibilidad sería algo más que negligente. Como estudiosos de la Antigüedad, nuestro objetivo no se limita a comprender las sociedades no-modernas de nuestro tiempo, o aún presentes hasta no hace excesivamente mucho —una tarea, por otra parte, que fue competencia inicial de etnólogos y posteriormente de antropólogos—, sino que implica rastrear una posible cercanía con los modos de vida del pasado, a través, precisamente, de esos vestigios sociales tradicionales.
En consecuencia, Arqueología (desde la prospección superficial del terreno), Paleoclimatología y Medioambiente (a través del reconocimiento espacial y la práctica de eventuales sondeos sedimentológicos) y Etno-Antropología (mediante dos vías de aproximación: la realización de entrevistas, y la práctica de la observación participante o cohabitación con familias beduinas) han venido conjuntamente conformando los campos de investigación prioritaria, simultánea y compartida estos años en el Sahara. Y, junto a estos, no deben ignorarse otros sujetos de alto interés que asimismo desarrollamos: como las investigaciones en Toponimia, en Cartografía, o en Teledetección aplicada a la Arqueología y a la Geografía del paisaje y humana.
Muy probablemente una de las facetas que dote de originalidad a este proyecto sea el hecho de no estar especializado en una rama particular del saber cultural, en un área de investigación precisa. Frente a ello, se trata de una propuesta en la que se imbrican reflexivamente plurales dominios de conocimiento científico con el propósito de procurar, de forma inter e intra-relacionada, una información y perspectiva integradora y multidimensional de la cultura del pasado.
Desde el punto de vista científico, patrimonial, social e intelectual resulta apremiante controlar, inventariar y proteger las fuentes de conocimiento e información del pasado cultural. Puede de ello adelantarse que documentación, investigación y conservación deben de caminar conjuntamente por la misma senda y formar parte preceptivamente de los requerimientos internacionales del patrimonio de la humanidad. ¿Y ello por qué? Sencillamente, porque, más allá del hecho formal en sí mismo, esas referencias constituyen testimonios de primera magnitud de nuestra historia cultural e intelectual. Y, es deber nuestro el legarlo —antes de que perezcan— a las generaciones del futuro...
Trabajando de forma directa sobre el patrimonio del Sahara Occidental uno tiene la oportunidad inmejorable de poder establecer un diagnóstico objetivo y riguroso sobre el estado de conservación en que se encuentran los bienes culturales. Y aquí, y en estos momentos, las alarmas se disparan y comienzan a clamar inexorablemente. La preocupación que surge es muy profunda y, por contagio, una sensación de impotencia invade la atmósfera del investigador. Una preocupación que, de forma progresiva, se va impregnando de tristeza y dolor. Y es que uno parece encontrarse ante la contemplación de una dramática escena: la de la acelerada e irremediable —¿verdaderamente lo será?— degradación de las obras, monumentos y plurales expresiones del pasado saharaui. Ese rico legado —insustituible, irremplazable por su originalidad- trágicamente languidece, se quiebra, se desmorona. Una parte de lo que llamamos Cultura de la Humanidad muere y, con ello —quiérase o no—, algo asimismo de nosotros.
La conciencia del patrimonio cultural no es, por consiguiente, una cualidad inherente, en exclusivo, a los estudiosos de la cultura. Más bien, se trata de un sujeto colectivo que a todos nos implica, que transciende de una aparente sensibilidad para constituir francamente una necesidad social. Adquirir una conciencia social del patrimonio del pasado conlleva, de forma inherente, un apercibir su significación y prestación social en el presente: entendiendo su papel determinativo y su capacidad inferencial y formativa en nuestra actual sociedad.
La acentuada degradación de las pinturas rupestres prehistóricas es un hecho harto frecuente en el repertorio artístico del Tiris. Resulta muy urgente la adopción de medidas de restauración, cuidado y protección de esta singular parcela del patrimonio cultural.
Valorar el pasado, desde este prisma, supone, pues, no limitarlo solo a su análisis y explicación en su oportuno contexto histórico, sino en saber comprenderlo conforme a las exigencias, circunstancias y factores de nuestro presente. Brevemente, en reconocer sus enseñanzas, individuales y colectivas, en el hoy. En esto radica la valía de una pertinente lectura dinámica y social del patrimonio cultural, sino ¿cómo puede entenderse una sociedad en el hoy sin comprender lo que ha sido en el ayer?
Conforme a este enfoque del patrimonio desde y en el presente, la Cultura, por extensión, consolida su necesaria y activa plaza en las estrategias de la cooperación con las sociedades más marginadas y desfavorecidas. Y no precisamente como un simple divertimento del espíritu (como hay quien —con tintes ignorantes, ligeros u oportunistas— pretende justificar). Pues, no olvidemos que cultivar el intelecto es justamente dotar de potencial capacidad transformadora a una sociedad. Una apuesta de cooperación socio-humanitaria ésta cuyos efectos, en buena lógica, no deberán ser valorados desde una respuesta de inmediatez en resultados (tan habitual, por ejemplo, en agentes prioritarios de la cooperación: como el sanitario o el alimentario). Aquí, habrá que pensar, más serenamente, que toda inversión humanista, como la que impregna a la Cultura, deberá racionalmente medirse por otros particulares parámetros asociados al progreso y desarrollo intelectuales de los colectivos sociales. Una reflexión ésta que, lógicamente, ni condiciona, ni ralentiza la que subrayábamos como apremiante necesidad de medidas de control y tratamiento de que precisan inexcusablemente los bienes culturales.
Despertar, pues, la conciencia social sobre el patrimonio cultural supone, convergentemente, un beneficio intelectual para la propia comprensión de la sociedad, un estímulo crítico de autoconfirmación en sus rasgos, y un medio de canalizar la sensibilidad hacia su propio tratamiento, es decir, de ensalzar la justa significación, valía, protección y respeto que requieren los bienes y expresiones culturales. Resulta, por consiguiente, una labor (y una conciencia) más que conveniente de y en las dinámicas de la cooperación internacional.
Según lo que venimos de defender, el registro de los gestos patrimoniales no obedece, pues, a ningún acto contemplativo o de impulso mecánico: encierra, en sí, la necesidad de conocer, de progresar intelectualmente. Así, por consiguiente, testimoniar las expresiones sociales de las comunidades prehistóricas, la configuración de los medios físicos, las manifestaciones de la vida nómada, los topónimos que denuncian el contenido lingüístico del espacio, etc. lo entendemos como la base, el cimiento de partida, para la comprensión rigurosa del pasado cultural. Este ha venido siendo nuestro quehacer a lo largo de estos años de investigación.
Ahora bien, tengamos presente que continuamente interpretamos, que de la observación, de la descripción o del análisis generamos un conocimiento científico, y que éste, a ciencia cierta, debe ser difundido.
La cuestión que se plantea es, pues, ¿cómo gestionamos y difundimos la producción cultural que resulta de nuestras actuaciones en el Sáhara Occidental?
La afirmación que venimos de realizar requiere, no obstante, de una conveniente aclaración y precisión. Y es que, desde un planteamiento ético, junto al investigar y publicar artículos y textos varios en revistas científicas y especializadas —algo consustancial a la praxis investigadora, mas, siempre, de circulación restringida—, no ignoremos que debemos cuidar exquisitamente el transmitir a la sociedad —de aquí y de allá, y con el rigor que requiere— nuestros progresos, avances y logros a través de monografías, obras de síntesis u otros formatos divulgativos que faciliten didácticamente ese propósito de aproximación más amplia, abordable y generalizada.
Grandes tafonis, de formato hemisférico, junto con otras más pequeñas oquedades alveolares, se suceden en la pared granítica de Gleb Tuama Budarga (Duguech).
Ello supone una oportuna manera de conciliar la labor científica y social de una tarea como la que impulsamos: radicada en el registro y evaluación del patrimonio cultural... Una y, a la vez, otra forma más de acercarnos al Pueblo Saharaui, en este caso, a través del rico y atractivo legado cultural del Sahara Occidental... Y en ello se encierra asimismo el inculcar el germen de esa necesaria conciencia social del patrimonio antes aludida.
Como venimos de señalarlo, la difusión del conocimiento resulta para nosotros un sujeto de atención imperativa, se trata de un deber ineludible en nuestro quehacer… Pero es que, dejando ya de lado complicidades, simpatías y factores solidarios anejos, incluso, desde la propia lógica del mercado, se tiende a asociar ese ejercicio con un buen ejemplo de “externalidad positiva”, en tanto en cuanto aporta un “beneficio a otro agente” al margen de buscar un “beneficio económico” por quien lo hace y por quien lo recibe. Así pues, además de científica y socialmente necesaria, la “difusión del conocimiento” resulta beneficiosa para el Otro.
El hecho, por consiguiente, de escribir y difundir, en nuestro caso, el pasado del Tiris, del Sahara Occidental, no sólo supone un capítulo de avance científico en el conocimiento, de progreso intelectual en el saber. Representa, en sí, un reconocimiento del sujeto agente de la historia y de su contexto físico de asiento. Conlleva, pues, inherentemente, un gesto de complicidad (y compromiso) con el Otro: reconstruyéndolo, legitimándolo. En otros términos: se trata de un acto de conocimiento y reconocimiento del Pueblo Saharaui y del Sahara Occidental... Del grupo humano y de su territorio: una unión, una alianza mitológica ésta, indivisible en la construcción identitaria de los Pueblos de la Tierra. Por ello, que nadie se sorprenda porque, incluso, de cara a indagar el significado del antiquísimo arte paleolítico, hay quien ha planteado la hipótesis de entenderlo como símbolo de representación de un colectivo y, a la vez, expresión de la posesión y control de un territorio.
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