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Pedro OYANGUREN
A propósito de la celebración de los “Cuatrocientos años de la Cofradía de Arantzazu” —el próximo noviembre en Lima, Perú— se ha realizado una exhaustiva investigación en varios países para plasmar en un libro la historia de esta sociedad que agrupó a los vascos llegados a América, siendo así la primera asociación corporativa vasca que conocemos en estas tierras.
En el caso particular de Chile, había muy pocos antecedentes. Sin embargo, los historiadores, Julen Salazar y Roberto Hernández, se encargaron de abrir el camino en la búsqueda de datos entre los siglos siglo XVII al XIX.
Templo y convento de San Francisco en Santiago, donde funcionó la Cofradía de Arantzazu.
En el siglo XVII se crea la Cofradía de Arantzazu de Santiago, la capital que en 1630 tenía aproximadamente 3.000 habitantes. Por aquellos años, la ciudad vive una época muy convulsionada. Terremotos, inundaciones, pestes, el conflicto con los mapuches en el sur y la amenaza de los corsarios ingleses en la costa, forman un agitado panorama. Podemos agregar a esto, el aislamiento que sufren las tierras chilenas, con un árido desierto al norte, una inmensa cordillera a un costado y al otro, un mal llamado océano Pacífico.
En este contexto, los vascos tuvieron una notable importancia. Prueba de ello es una carta escrita por el obispo de Santiago, Monseñor Francisco de Salcedo, castellano, en 1634, al rey de España, que si bien pone bastante mal a los vascos, nos indica su presencia en todos los ámbitos de la sociedad:
La causa de tan perniciosos efectos es ser todos los mercaderes, o los más, de este reino vizcaínos. El contador, aunque buena persona, y el escribano de registro a cuyo cargo está la visita de los navíos y el aguacil de esta Audiencia que tiene dos en este mar y costa, en que contrata que también lo son. Y como el doctor Jacobo de Adaro y San Martín, oidor de esta Audiencia es también vizcaíno, no hayan las reales órdenes y mandatos de Vuestra Majestad ejecución en ella porque amparando estas logias y bodegas tienen todos los vizcaínos seguras en ellas sus mercaderías, en que se interesan grandes cantidades, pues ninguna pagan a V.M. lo que deben de derechos y cada día va de mal en peor.
Ese mismo año muere el obispo Salcedo. Pasados unos años, en 1662 su cargo es asumido por Fray Diego de Umanzoro, guipuzcoano y que si a ello le sumamos su condición de franciscano, hace suponer que fue en aquella época en que se funda la Cofradía.
Rafael Maroto Iserns.
Si bien el foco de la investigación era el tema asociativo, de ayuda mutua y de caridad, desde su fundación en el siglo XVII hasta su fin en 1818, el tema religioso aparece constantemente, es así como “se unen fortuitamente los nombres de vascos que aspiran a ser nombrados santos: Dorotea Chopitea de Serra (Santiago 1816- Barcelona 1891) y Pedro de Bardeci y Aguinaco (Orduña 1641- Santiago 1700). Misteriosa asociación entre personas vinculadas a Orduña, Lequeitio y Santiago”.
Estos personajes históricos se entrelazan entre Chile y Euzkadi. Pedro de Chopitea, padre de Dorotea y connotado miembro de la Cofradía de Arantzazu de Santiago, lucha por las fuerzas realistas en la Batalla de Chacabuco (1817), que dio término al período de la Reconquista, junto a su comandante, Rafael Maroto Iserns, el mismo que años más tarde comanda las fuerzas Carlista de la primera guerra y es uno de los firmantes junto a Espartero del Convenio (o Abrazo) de Vergara, que significó la primera pérdida de los fueros vascos. Regresa Maroto a Chile y muere en la ciudad de Valparaíso en 1853. A pesar de haber sido el gran perdedor tanto en Chile como en el País Vasco y de haber sido el “enemigo”, en 1918 sus restos fueron trasladados al Mausoleo del Ejército chileno, como último homenaje. Cosa, creo, totalmente atípica, pero significativa.
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