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Antton Valverde (Donostia, 1943)

Músico vasco. Antton Valverde terminó la carrera de ESTE en Donostia y comenzó a trabajar en la empresa familiar, Gráficas Valverde.

De joven estudió música y en la década de los 60 comenzó su carrera musical. Se ha movido a la vez entre el mundo de la música y el de la empresa. Tras publicar varios discos pequeños, fue uno de los miembros del grupo Oskarbi y participó en el disco “Eskutari” (Herri Gogoa, 1972). A continuación, comenzó una estrecha colaboración con Xabier Lete y Julen Lekuona. Con ellos publicó “Bertso zaharrak” (Herri Gogoa, 1974), trabajo que recuperaba bertsos de una época pasada. A los dos años publica junto con Xabier Lete un disco que tenía como base el bertsolarismo “Txirritaren bertsoak” (Herri Gogoa, 1976). Para entonces ya había sacado a la luz su primer disco largo en solitario “Antton Valverde” (Herri Gogoa, 1975). El siguiente disco estuvo dedicado a uno de sus poetas favoritos: “Lauaxeta” (Herri Gogoa, 1978). Este poeta ha ha sido una de las fuentes principales de Valverde. A la hora de componer Valverde ha utilizado poemas escritos por Lete, Bitoriano Gandiaga o Joxean Artze.

En 1983 participó, junto a Xabier Late, en el homenaje que se le hizo a Xabier Lizardi. De ahí nació un disco muy especial, “Urte giroak ene begian” (Elkar, 1986).

Tuvieron que pasar 11 años para el siguiente disco: “Larogeitamazazpi” (Elkar, 1997). En este disco se incluye una canción compuesta por el mismo Valverde, “Barberian”. En 2007 publicó un nuevo trabajo, “Hamabi amodio kanta” (Elkar, 2007).

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Antton Valverde / Músico

"Xabier Lete y yo éramos complementarios"

Josemari VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA

El canto y la música son artes por sí mismas. Cuando ambos se juntan, el resultado puede ser más profundo, más emocionante, más hermoso. El ingrediente necesario para que eso ocurra es el transmisor del canto y de la música.

Y si unimos a las virtudes intrínsecas del transmisor del canto y de la música su sensibilidad humana, se consigue un resultado mucho más cercano. El oyente llega casi casi a tocar al intérprete. Y el puente que se crea entre el público y el músico se vuelve más íntimo.

Nació en una familia muy dada a la empresa y al arte. Es hijo de un personaje que brilló de manera muy especial en el mundo de la cultura vasca. ¿Por qué no nos su infancia en torno a ese ambiente artístico?...

Tendría que empezar diciendo que mi padre tuvo una enorme influencia en mí y en todos mis hermanos. Mi padre, Antonio Valverde “Ayalde”, era pintor, hombre de arte, escritor y dueño de una empresa. Yo nací en el mismo edificio de la empresa; por lo tanto, se puede decir que vine al mundo debajo de una imprenta. Vivíamos allí y eso me marcó para siempre. Y, claro, la afición de mi padre por el arte me permitió desde bien pequeño tener contacto directo con mucha gente perteneciente a diversas disciplinas artísticas.

Hice los mismos estudios básicos que podía hacer cualquiera y, al terminar, empecé la carrera en la ESTE de Donostia. Y la terminé. Y como estaba prácticamente predestinado a la empresa familiar, me puse a trabajar en ella. El trabajo ha sido lo más importante de mi vida. Nunca me hubiera atrevido a hacer de la música y el canto mi profesión. He trabajado hasta la jubilación y, mientras tanto, también he cultivado el arte, aprovechando las oportunidades que me permitían mis responsabilidades empresariales.

Ese doble perfil de mi padre como dueño de una industria gráfica y amante del arte hizo que por la empresa pasaran muchos artistas de entonces. Todavía tengo clavado en la retina a Nestor Basterretxea sobre una plancha de imprimir y con un lápiz litográfico en la mano diseñando un cartel; Jorge Oteiza también pasó por el taller mil veces; y lo mismo los pintores de la escuela del Bidasoa, a los que les preparábamos los catálogos... Todo eso marcó vivamente mi afición por el arte.

Pero no fue esa la única manifestación artística de mi familia. Una tía mía, Maria Josefa Valverde, era organista, y según dicen fue la alumna preferida de Jesus Guridi. De hecho, la cátedra de órgano de Guridi la ganó mi tía, cuando este la dejó. Tenía una estrecha relación con nosotros y en verano solía venir a nuestra casa de Donostia, por lo que ésta rebosaba de ambiente musical y, gracias a eso, pude conocer a muchos músicos, como Guridi, Aita Donostia y Urteaga. Eso también tuvo una honda repercusión en mí.

Está claro que fue cautivado por el encanto del mundo artístico de su padre. Pero, ¿cuándo se dio cuenta de que usted también podía valer para él?

Desde pequeño supe que tenía talento para la música, pero nunca pensé que me fuera a dedicar a ella. Mi instrumento fue el piano pero, entre amigos, también me atrevía a tocar la guitarra. Sucedió que desde Zeruko Argia le pidieron a mi padre que preparara unas fotos para un calendario y, entre otros, escogió a Lurdes Iriondo y a Xabier Lete. Los retratamos en nuestra casa de Oiartzun y mi padre les comentó que a mí también me gustaba tocar la guitarra, y entonces ellos me animaron a cantar. Mi padre hizo lo mismo y así fue como empecé. Eso sucedió después de terminar en la ESTE, con veinticinco años.

Tuve la oportunidad de escuchar su primer disco nada más ser publicado. Su “Hutsa” sobre Oteiza me llegó hasta lo más profundo. ¿Tan clara tenía esa idea?

En aquella época, Jorge Oteiza solía venir en verano casi todos los días a nuestra casa de Oiartzun, con su mujer. Hacían el viaje en una Lanbretta. De vez en cuando solían tener largas discusiones él y mi padre. El elemento central de aquellos debates consistía en defender qué era lo más importante en el seno de nuestro pueblo: la prehistoria —los cromlech y todo eso— o el idioma. Y mi padre reflejó todo aquello, los desacuerdos que había entre ellos, en una poesía, defendiendo, por supuesto, el idioma.

¿Cómo dio el salto hacia la publicación del disco?

Para entonces ya había actuado en público unas dos veces, en solitario. Y tenía relación con Iñaki Beobide, que venía muchas veces por la empresa. Y fue él quien me dijo que iba a venir el técnico Jaume Gratacós, de la casa discográfica Edigsa, de Barcelona, al colegio La Salle de Urnieta, para grabar unos discos de Mikel Laboa, Benito Lertxundi y Xabier Lete. Y me planteó que, si quería, me haría un hueco, para que yo también grabara el mío. Yo ya tenía preparadas algunas canciones y al día siguiente me presenté... y tras una grabación de diez minutos, ¡ya tenía mi primer disco!

Antton Valverde

Portada del disco de 1969.

En solitario, con Ez dok amairu, con Oskarbi... Su aportación desde los escenarios durante tantos años ha sido muy significativa. ¡Cuántos amigos en el camino, cuántos recuerdos, cuántas ilusiones y ¿por qué no? cuántas frustraciones...! Hermosa experiencia ¿verdad?

No fui miembro de “Ez dok amairu” pero sí anduve cantando con ellos aquí y allá. Todo lo que me ha ocurrido ha sido una bonita experiencia. Yo de naturaleza soy bastante tímido y muchas veces me pregunto a mi mismo cómo demonios me atreví a salir a cantar en público. Me ponía nervioso... pero quería hacer algo y había que superar todo aquello. Mi primera actuación cantando fue en Lasarte, en un Club de montaña, a donde me llevó un amigo. Interpreté cinco o seis canciones, entre ellas Hutsa, pero intercalando también alguna canción en francés, de George Brassens.

El euskara es para usted la base de la personalidad vasca...

Yo nunca he tenido ninguna duda al respecto. Yo creo que el idioma nos une y que es el euskara lo que nos hace euskaldunes. Los que nos quieren españolizar aciertan de pleno al ir en contra del euskara. Saben muy bien qué es lo que están haciendo. Si perdemos el euskara, perderemos un porcentaje muy grande de nuestra personalidad.

Son palabras de Antonio Valverde en el poema Hutsa: Euskal sustraia, herri honen mamia non dago... Ez cromlech, ez dolmenetan... baizik bainan huts sakon ilunpetan estaltzera dihoakigun hizkuntza gurean... (Dónde está la raíz vasca, la esencia de este pueblo… No está en los cromlech, ni en los dólmenes... sino que está en esa lengua nuestra, que se nos va a ocultar en un profundo y oscuro vacío...).

Hay que tener en cuenta qué tiempos eran aquellos para el euskara: verdaderamente, la nuestra era una lengua que iba a perderse en la oscuridad. Está claro que actualmente la situación no es la misma. Pero, entonces parecía que se iba a perder.

El euskara, como un hermoso patrimonio del pasado —los viejos bertsolaris— pero también como imprescindible legado para el futuro —Lizardi, Lauaxeta...— ¿Por qué cree que son necesarios esos poetas para que perdure Euskal Herria?

Son situaciones muy personales. La verdad es que todos ellos han tenido alguna relación con mi padre o con la empresa. Por ejemplo, Lizardi. Mi padre, aunque parezca mentira, no fue capaz de hablar en euskara hasta cumplir casi los cincuenta años. Si bien había nacido en Rentería, no sabía ni palabra de euskara. Luego decidió aprenderlo y llegó a ser miembro de Euskaltzaindia. Para dominar bien el euskara, ponía música de Brahms en el magnetófono y con ella recitaba poesías, sobre todo de Lizardi. Yo entonces era un muchacho de 11 años y desde entonces conozco a Lizardi. Cuanto más he profundizado en la poesía de Lizardi, más me ha apasionado. En mi opinión, es nuestro mayor poeta lírico.

Con Lauaxeta me ocurrió que estaba siendo bastante complicado preparar la portada del libro “Isturitzetik Tolosan barru”, de Joxean Artze, y por eso tuvo que venir él por nuestra empresa, a explicarnos qué es lo que quería. Una de las fotos que trajo para el montaje era de Lauaxeta, que en aquella época era un personaje maldito, secreto, que casi nadie conocía. Sabíamos que había sido fusilado y poco más. Fue entonces cuando conocí mejor a Lauaxeta y me entraron ganas de profundizar en su obra. Poco después, la editorial Etor publicó un libro con sus poesías. Lo cogí y lo leí mil veces. Y empecé a musicar algún poema, acompañado del piano. Así fue como en 1978 saqué el disco al que puse el nombre de Lauaxeta.

Antton Valverde

“Desde pequeño supe que tenía talento para la música, pero nunca pensé que me fuera a dedicar a ella”.

Anteriormente también ha salido a colación Xabier Lete. ¿Cuándo lo conoció?

Yo diría que lo nuestro fue un amor a primera vista. Ya nos conocíamos de antes, ya que, como Xabier era de Oiartzun y nosotros teníamos una casa allí, lo veía a menudo, sentado en el pretil entre Ollarriarre y Goiaran, ensimismado en sus meditaciones. Por aquel entonces no teníamos ninguna relación. Nos hicimos amigos gracias a la anécdota de las fotos que he comentado antes, y en cierta ocasión fuimos a cantar juntos. Xabier interpretó unos versos de Xenpelar y a la gente le encantó. Yo interpreté unos de Txirrita y me salió muy bien. Nada más terminar ese recital pensamos que teníamos que hacer algo entre los dos. Y se nos ocurrió montar un festival con viejas coplas. Fue así como empezó nuestra colaboración. Y Xabier me planteó que, en vez de cantar nosotros dos solos, invitando a un tercero podríamos conseguir un mejor resultado, y pensamos en Juan Mari Lekuona. Él podría hacer mejor que nadie la selección de versos. Y, para cantar, invitamos a su hermano, Julen Lekuona. Y en 1974 sacamos el disco “Bertso zaharrak”.

¡Vaya trío! Valverde-Lekuona-Lete: ¿La trinidad de Oiartzun?

Fue bonito, sí.

¿No es verdad que Xabier Lete, en sus inicios, transmitía en su mensaje una especie de amargura épica, para ir luego, poco a poco, acercándose al lirismo hasta llegar a un estilo más popular con un matiz melancólico? Al menos, la imagen que daba Lete en el escenario en los tiempos de Ez dok amairu no se correspondía con la que nos ofreció posteriormente...

Al principio, tal vez fuera así. Era muy crítico en aquella época con muchos temas que estaban entonces al rojo vivo. La épica tenía un lugar en su mensaje, sí. Pero la obra de Xabier respondía en cada momento a su estado espiritual. La trayectoria de Xabier está marcada por algunos sucesos de su vida. Sin embargo, hay un tema que siempre ha estado presente desde su primer libro hasta el último: la muerte. Entre “Egunetik egunera orduen gurpilean” (1968) y “Egunsentiaren esku izoztuak” (2008), toda su obra está salpicada de alusiones a la muerte. Hay que tener en cuenta que Xabier en 1985 estaba enfermo. Y la muerte de Lurdes fue un duro golpe para él.

Ustedes dos formaron un potente dúo. La relación anímica entre ambos también era profunda...

Por un lado nos queríamos mucho, pero también existía un interés recíproco. A él le interesaba la ayuda musical que yo podía ofrecerle y yo, para actuar en público, necesitaba el hombre desenvuelto en escena que era el. Éramos bastante complementarios. Durante muchos años fue así. Luego empezaron a surgir más músicos. Y, cuando yo ya estaba medio retirado de los escenarios, se encontró con Carlos Jimenez, y le empezamos a encargar a él las piezas que yo no podía componer. Carlos respondió con total profesionalidad.

Antton Valverde

“Hacer canciones de poemas no siempre es una tarea sencilla, sobre todo si el poeta no ha tenido una tendencia a la rima al escribirlos”.

¿No ha sido demasiado humilde Antton Valverde en su carrera artística? Al menos, con la calidad que atesora, no ha sido, digamos, una estrella mediática. Tal vez motivado porque, siguiendo le estela de su padre, también ha sido hombre de empresa... ¿No le parece?

Creo que está en lo cierto, ya que en el escenario mi cuerpo me pide quedarme en un segundo plano. Desde ese punto de vista, tener al lado a Xabier con su imagen gigante también ha sido algo perjudicial para mí. Pero yo estaba conforme con esa posición exenta de protagonismo. Nunca he querido convertirme en un hombre público, al contrario: cuanto más oculto, mejor.

Ciertamente, el hecho de ser hombre de empresa no le ha obligado a ganar protagonismo en escena...

Sí, así es. Eso me hacía inhibirme muchas veces.

Últimamente ha participado en distintos festivales tipo “revival”. ¿Tiene intención de continuar por ese camino?

Sí. Por otra parte, desde que murió Xabier, se han organizado actuaciones de homenaje en muchos sitios y me han llamado para cantar en ellas. La Quincena Musical de este año también está preparando algo y ahí también saldré a cantar.

Usted es además investigador de la música y el folklore, aunque sea un aspecto suyo desconocido...

Como había realizado estudios de música, tenía una facilidad de la que carecen muchos cantantes: la capacidad de leer y aprender de libros antiguos. Conozco en profundidad los cancioneros de Aita Donostia, Azkue, Bordes y otros, y eso me ha venido bien para realizar mis investigaciones sobre esos cancioneros.

De entre sus discos, ¿cuál escogería?

No es nada sencillo responder a eso. Ya sé que a mucha gente el disco que más le gusta es el de Lauaxeta. Joxean Artze, por ejemplo, me ha dicho muchas veces que debería volver a grabarlo en mejores condiciones. Yo no he querido hacerlo. Mi primer LP en solitario, Antton Valverde, grabado en 1975, me gusta mucho. En él aparece el poema de mi padre “Hutsa”, así como poemas de Lete, Lizardi, Gandiaga y Artze. Hacer canciones de poemas no siempre es una tarea sencilla, sobre todo si el poeta no ha tenido una tendencia a la rima al escribirlos. Y creo que con el “Hitzez hitz” de Xabier me salió una canción impecable. Puede que sea ese el disco que más me gusta.

Antton Valverde

“Nunca me hubiera atrevido a hacer de la música y el canto mi profesión”.

¿Qué le ha resultado más complicado, escoger una poesía o musicarla?

Lo uno va con lo otro. Si te adaptas a una poesía, algo te saldrá. A veces suele ser suficiente tener un par de notas en la cabeza. Lo más difícil es buscar el texto correcto.

¿Con qué melodía se quedaría?

Tal vez, con la que hice para la poesía sobre el entierro de la abuela de Lizardi, “Bihotzean min dut”. Tenía un viejo magnetófono y estaba intentando grabar la melodía. Vino Xabier Lete a casa, se la puse y nada más oírla me dio su veredicto: “¡Está muy bien!”.

¿Podría tocarnos al piano un fragmento de melodía de alguna de sus canciones? Tiene las partituras aquí mismo...

No... Estas partituras están aquí porque estoy trabajando. Tengo tres hijas y la segunda está casada con Francisco Herrero, un violinista muy bueno. Por iniciativa suya, solemos preparar un concierto para interpretarlo a final de año, aquí mismo, en casa. Se trata de un concierto de ambiente familiar. Este año tocaremos música de Dvorak al piano y al violín, y eso es lo que estoy ensayado. Van a ser cuatro o cinco piezas cortas. El último concierto incluyó dos romanzas de Beethoven y el segundo movimiento del concierto de violín de Brahms.

Al igual que Maria Josefa Valverde influyó en usted en su momento... ¿Va a haber más artistas de la saga Valverde?

Sobre el escenario… no creo.

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