Luis Gasca Burges (San Sebastián, 1933)
Editor y estudioso del cómic y el cine. Licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza, escribió libros como Tebeo y cultura de masas (1966) y lanzó la primera revista sobre historietas del país, Cuto (1967), convirtiéndose en uno de los primeros estudiosos del medio. Llegó a ser Secretario General Adjunto de la Asociación Internacional de Críticos del Cómic y de la Federación Internacional de Centros de Investigación del Cómic.
Durante la década de los setenta, colaboró con la revista Bang! y dirigió las editoriales Buru Lan y Pala, convirtiéndose así en el responsable de la reedición de clásicos del cómic estadounidense y de revistas como Drácula. Al mismo tiempo, dirigió el Festival Internacional de Cine de San Sebastián y estuvo vinculado a él durante muchos años.
En 1983 presentó El erotismo en el cine, una enciclopedia sobre el cine erótico.
Con Román Gubern publicó las monografías El discurso del cómic (1988) y Diccionario de onomatopeyas del cómic (2008).
Luis Gasca lleva casi 70 años recopilando documentos relacionados con el cómic. La Diputación Foral de Gipuzkoa es quien alberga el fondo, considerado uno de los mejores de Europa.
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Maider SILLERO ALFARO
Quedamos con Luis Gasca en el local que alberga su colección sobre cómic, considerada una de las mejores de Europa. Pero el personaje en sí mismo es tan interesante, que la colección pasa a un segundo lugar y nos adentramos en su vida, una vida llena de pasión, de trabajo y de ganas de aprender. Casi octogenario se confiesa un “crio abierto a cosa nuevas”.
Luis, tiene un curriculum extensísimo, da vértigo leerlo. ¿Cómo podríamos resumirlo en unas pocas líneas?
Soy un donostiarra que ama mucho su ciudad y su gente y que ha tenido el gran honor y orgullo de haber podido ayudar, en diferentes etapas y con toda la fuerza del mundo, al Festival de Cine porque he creído en él desde el principio. He pasado casi medio siglo trabajando en el Festival de alguna forma u otra. Aunque soy abogado no ejerzo y me dedico a investigar y a publicar libros, muchos libros.
Se reconoce un gran entusiasta de la cultura popular, ¿es así?
Me preocupa mucho la memoria oral, el que la gente vaya desapareciendo y que con ellos se pierda lo que nos podrían haber dicho, por ejemplo, el creador de El Ángel Azul, Boticcelli o Stravinsky. Esos detalles de la génesis de las obras me preocupan, me apasionan. En realidad es una preocupación apasionante, divertida, pero que en cierto sentido se vuelve un poco trágica cuando veo que se está perdiendo. En el futuro se podrán transmitir todos los conocimientos que atesora el ser humano y que se van perdiendo con el paso del tiempo, que se olvidan porque no hay tiempo material de escribir todas las anécdotas. Y eso es una obsesión, aunque placentera.
Junto al pintor Jose Antonio Sistiaga. Donostia-San Sebastián, 2002.
¿Y esa preocupación u obsesión viene a raíz de que usted empieza a escribir libros y se da cuenta de que es necesario conservar ese material que envuelve la obra?
No, al contrario. Primero viene la búsqueda, la investigación. Todo lo que es efímero, en término latinos vanitas, vanitatis, eso que se pierde, que se tira a la papelera... siempre me ha preocupado. El intentar recuperarlo, y que el día de mañana alguien pueda leer, oír y disfrutar con algo que parecía estar condenado a ir a la basura. En mi trabajo profesional como editor intenté sacar tiempo para plasmar esto en libros, pero más que nada porque así me lo pedían. Me estoy refiriendo a una época en la que ni se hablaba del cómic, ni del cine fantástico, y en la que no se sabía ni lo que era el cine de ciencia ficción. Yo intentaba aportar herramientas para que el día de mañana se pudiera investigar con mayor conocimiento de causa partiendo de los datos y de la información proporcionada.
Es autor de centenares de libros, pero, como dice, empezó a escribir sobre el cómic cuando apenas existía documentación sobre el tema. ¿Qué es lo que le atrajo del mundo del cómic?
Lo que me atrajo es que era un arte, pero un arte menospreciado. Te pongo un ejemplo, Agustí Villaronga, el autor de Pa Negre, la película que ha arrasado en los Goya, era un realizador muy poco conocido, muy poco amado, pero su primera obra era soberbia... si no conoces algo no lo puedes amar; si no existe una cultura popular que sea auténticamente popular, que se pueda acceder a ella y conocer su valor, entonces muere, es efímero como una alcachofa que se pierde en el campo.
A mi el cómic me parecía un arte completo tanto visualmente como semánticamente; las imágenes, los textos, la fusión de todo ello, la parla popular, el slang... todo lo que se descubría al leer un cómic me apasionaba. Me daba un tipo de lectura que no me ofrecían el cine o la novela, como era el poder volver atrás en la lectura en la época en la cual no había ni ordenadores, ni vídeos, ni televisión. Entonces las películas la veías en un cine y no podías volver a contemplar aquella imagen que te gustaba a no ser que asistieras a otra sesión y, rápidamente, en un segundo, veías aquel flash que te parecía soberbio. El cómic te permite no solamente atrasar o adelantar en la lectura, sino además entrar dentro de la viñeta al igual que Alicia en el País de las Maravillas cuando consigue pasar el espejo. Recrearte, ver detalles, analizar una imagen despacio, una lectura reposada, si es que merece la pena, claro... La viñeta ofrece alimento espiritual.
¿Recuerda cuál fue el primer cómic que leyó?
Sí. Mi madre tenía encuadernado un volumen de una revista francesa, La Semaine de Suzette. Como niño que era en aquel momento, la protagonista, Becassine, me parecía muy divertida; era una criada bretona que, mucho antes de que se escribiera Mary Poppins, ella ya tenía un paraguas que utilizaba para todo. Tenía también un novio gendarme, andaba en bicicleta, estaba en el campo y servía en la casa de la marques de Grand’Air, que era una doma mandona y divertida, un poco como la madrastra de Cenicienta. Entonces no entendía el francés, pero ver las imágenes me parecía apasionante.
¿Y el último?
Pues ayer mismo estuve releyendo Rocketeer que es un personaje americano cuyo autor, Dave Stevens, he tenido la suerte de conocer. He tenido la gran oportunidad de poder conocer a casi todos los grandes y a los medianos, y a los que acabaron siendo grandes y a los que nunca fueron grandes porque no tuvieron la oportunidad. El verles dibujar es apasionante; imagina que pudiésemos ver a Miguel Ángel pintando, pues sería algo increíble. En el caso del cómic se puede ver muy poco porque no hay cursos para enseñar a dibujar cómic en los que se pueda observar a los grandes autores dibujando cada uno con su estilo.
¿Hay mucha diferencia entre un cómic alemán y uno japonés, por poner un ejemplo?
Sí. Lo que hay es un doll cómic con unas características que con el paso del tiempo han ido unificándose; y por otro lado el manga, o cómic japonés. El europeo, en general y el americano, han tenido unas raíces diferentes. Es decir, el alemán era de una línea muy fina, tenía didascalias (textos debajo de la viñeta) y no tenía casi globo; en el inglés los globos eran como una nube que no se acababa de cerrar, la integración total del texto y del personaje aparecieron más tarde; en Estados Unidos las onomatopeyas son diferentes; el cómic latino, en general, busca las raíces populistas, la familia como núcleo, los problemas del hambre en clave de humor e intentando recuperar el habla popular que se utilizaba en un momento determinado y que ahora sólo figura en los diccionarios.
Ejemplares del fondo.
Foto: Ricardo Iriarte.
No hace tantos años los padres veían mal que su hijo leyera tebeos. Sin embargo, leer una novela estaba muy bien visto. Ahora leer un cómic es algo habitual, pero ¿a qué se debe esa buena fama?
A los medios de comunicación. Hace muy pocos años no se concebía que Le Monde de Francia o El País publicasen información referida al cómic. En este momento si uno analiza un periódico de gran tirada o uno minoritario se va a encontrar con que en ambos se habla del cómic. Esa normalización se ve no solo en la prensa escrita, sino también en la radio y en la televisión y eso hace que se conozca, que se haga popular y que, en cierto sentido, se dignifique. A parte de que, los padres de hace 60 años no tenían casi comics para leer y era algo populachero sin ningún interés. Ahora no existe ningún chico o chica de 14 años que no haya leído un cómic.
Cómic, tebeo, novela gráfica... ¿es todo lo mismo?
Para mi sí. Al cómic aquí se le llamó tebeo porque fue de las primeras revistas pioneras, como en Argentina se le llamó historieta y en Francia bande dessinée. En el momento de unificar términos, “cómic” se ha convertido en el genérico. Ahora mismo se habla mucho del término “novela gráfica” y está ayudando a que se conozcan obras soberbias, pero novelas gráficas ya publicaba Bruguera en los años 50-60, la página de la izquierda con texto y la de la derecha con dos viñetas. Una ampliación, por así decirlo, de lo que era antes era el libro ilustrado y que ha existido siempre y en todos los países.
Me gustaría abordar otras facetas de su vida como la de productor de programas de televisión y radio, por ejemplo.
La radio es un medio que me entusiasma y colaboro encantado. He tenido en radio programas de ficción y también radionovela (melodramas que se oían por radio y que eran el alimento espiritual del ama de casa y de la gente joven y de todo el mundo). Tuve en La Ser un programa durante años que se llamaba “Las ilusiones de Marta” y eran las aventuras de dos chicas, una de San Sebastián y otra catalana, que se encontraban con Frankenstein, que luchaban al lado de James Bond... era acción unido a música popular, canciones francesas o americanas que yo bailaba por aquella época. Se mezclaba la lectura, la música que acompañaba la acción y los momentos románticos de esas dos chicas.
Luego he tenido programas con Javier Gurrutxaga, y también en solitario, y lo mismo en televisión y vuelvo a repetir ese amor por la voz. Creo que la voz es muy sugestiva. Aislarte sin ver a la persona que tienes al otro lado, a solas en una cabina y soltar todo como en un confesionario. Me parece que es muy importante tanto para el que disfruta al hablar ante un micrófono, como para el que escucha, sobre todo en esas emisiones de madrugada. En mi época de Barcelona había una emisora que solía entrevistarme a las 3-4 de la mañana y es increible la cantidad de gente que está levantada con la radio al lado... Es una experiencia que hay que vivir.
Vista de la calle donde se escuentra la Colección Luis Gasca.
Foto: Ricardo Iriarte.
Ha sido director del Festival de cine de San Sebastián, así como Secretario del mismo durante mucho tiempo.
Fue una experiencia muy bonita. A mi me ha tocado ayudar a archivar las cosas desde el segundo año, proponer exposiciones cuando en los festivales no se hacían exposiciones temáticas, crear la retrospectiva, las mesas redondas, incluso sacar a bailar a las actrices que venían; y también pasarlo muy bien y ver cantidad de películas.
En etapas posteriores pasó a ser seleccionador, aunque se trabajaba con presupuestos que no tenían nada que ver con los de ahora. Entonces había que ir en un vagón de tren de segunda a París o a donde fuese y alimentarse, literalmente, de bocadillos de paté porque era lo más barato que había. Veías 8 o 9 películas al día con tu bocadillo sentado en una butaca incómoda en la sala de proyecciones que no eran como las de ahora, ni tenían el sonido actual. Haber vivido todo eso, y haber pasado luego a ser secretario, haber vivido etapas como la de Antonio Zulueta, padre de Ivan Zulueta, etapas apasionantes con todos los grandes, yendo a pasear y a comer con ellos, llevar a Hitchcock al cementerio a hacerse fotos con el morbillo que eso tenía... Todo eso es una experiencia muy buena. Y sobre todo pensar que como director estás haciendo algo para tu ciudad y para que la gente disfrute y para recuperar el glamour de los años más difíciles. Ese glamour ya no existía en la ciudad y las tiendas lo necesitaban; las boutiques, las peluqueras, los que vendían zapatos, las orquestas, el catering (aunque en aquel momento no existía ese término) pues todo eso ha sido muy interesante, muy bonito.
¿Qué relación tiene ahora con el Zinemaldia?
Yo dejé el festival porque mi familia y mi trabajo me necesitaban para poder subsistir... yo no podía estar, ganando culturalmente en cierto sentido, pero perdiendo económicamente un montón de horas al día durante todo el año sin un equipo en condiciones y teniéndome que hacer, como Juan Palomo, unos guisados absurdos. Y desde que lo dejé el festival ha seguido su camino y yo no lo he seguido más que por la prensa. No he vuelto más que cuando se celebró el 50 aniversario con un acto organizado en el Kursaal. Posteriormente no he vuelto al festival regentado por gente nueva y que, naturalmente, el pasado para ellos es el pasado sin más. Este año estoy con tremenda ilusión con la nueva etapa de José Luis Rebordinos porque a él sí que lo he tratado y sí se ha acordado de mí y me ha invitado al Festival de cine fantástico y me ha permitido reintegrarme al placer de ver un festival de mi tierra. Espero que ese espíritu lúdico y a la vez exigente que ha tenido en el festival de cine fantástico y de terror lo tenga ahora con el cine grande. Va a triunfar; si no el primer año, enseguida veremos una auténtica innovación puesta al día de lo que es un festival.
La Diputación Foral de Gipuzkoa alberga su colección privada, que con más de 8000 documentos se convierte en el primer fondo sobre cómic del Estado y en uno de los mejores de Europa. Partiendo de la base de que usted ha guardado todo esto para compartirlo con la gente, imagino que será un sueño ver su colección abierta al público y a los investigadores.
Sí, pero como soy muy cabezón y muy exigente conmigo mismo me planteo unos objetivos con la conciencia de que si me emperro van a salir adelante; como ocurrió con el festival de Cine que desde que comenzó sabía que algún día podría aportar algo. Lo mismo me ocurre con el centro, siempre he pensado que no hay que tirar, que hay que recuperar, que hay que buscar, que hay esforzarse y a veces sacrificar el bocadillo por comprar una pieza difícil de encontrar, para que luego los investigadores pueda investigar y aquellos que no lo son puedan disfrutar leyendo. Me hace mucha gracia cómo disfruta la gente al recordar personajes de la infancia, que generalmente es el mejor momento de nuestras vidas. Sin embargo, no existe un buen diccionario de personajes de cuentos de hadas, por ejemplo, igual que no se sabe que Pulgarcito nace de un personaje escrito en euskara o que Blanca Nieves es un personaje de la mitología India, o que Juan Sin Miedo era un Rey medieval en Francia... conocer todo esto abre el apetito.
Archivos compactos que guardan algunos de los documentos de la colección.
Foto: Ricardo Iriarte.
¿Cómo se gesta la idea del Fondo Luis Gasca?
Este centro nace a raíz de una conversación con María Jesús Aranburu, Diputada Foral de Cultura y Euskara, en esa cena que te he mencionado para celebrar el 50 aniversario de Festival. Precisamente a ella se le ocurre la idea de que mi fondo estuviera en San Sebastián y me pareció estupendo. Yo vivía en Barcelona y económicamente no podía permitirme albergarlo durante más tiempo. El acuerdo fue inminente por ambas partes, pero se retrasó con el tema de la crisis. El Koldo Mitxelena alberga el fondo dentro de la labor cultural de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Hubo que archivar el material, aunque estaba bastante bien archivado con la ayuda de los tres colaboradores soberbios que había tenido en Barcelona. Archivábamos experimentando puesto que no existían centros o museos sobre el tema donde poder documentarnos.
Aquí lo que se ha hecho ha sido digitalizar algo, hacer todas las fichas tanto de personajes como de revistas, ahora estamos preparando las fichas de cada ilustración, de los dibujos originales, los oleos, las acuarelas, los bocetos... que hay cerca de mil y pico y luego empezaremos con los vídeos y grabaciones radiofónicas sobre personajes y seriales de radio: El Coyote, Tres hombres buenos, Diego Valor... todos los personajes han tenido programas de radio en los años 30 y 40 y una forma de vivir paralela al cómic. Y, posteriormente, acometeremos el contenido de la revistas porque una cosa es saber que existe el número 420 de la tercera etapa de Pulgarcito y otra es conocer el contenido; saber que ese es el primer número en el que aparece Mortadelo. Hay que tomar nota de todo esto para que los investigadores puedan encontrarlo. Ni las propias editoriales saben sus fondos porque no se han catalogado en su momento. Yo he tenido la suerte de poder hacer esta labor de búsqueda durante 60 años, de empezar ahora sería necesario un equipo monstruoso para poder hacer todo ese trabajo. Sería imposible.
¿El material que hay aquí lo ha recopilado solo o ha recibido alguna donación de algún particular?
Si tengo que cuantificar diría que el 90 % es lo que yo he pasado a la ciudad y luego, la gente que es muy generosa va aportando cosas: El ilustrador Pere Oliver ha pasado aquí sus originales, Carlos Navarro, el precursor y editor de El Papus ha hecho regalos interesante, Paco Camarasa, el editor de Ediciones de Ponent nos envía sus novedades y siempre hay alguien que aparece con una bolsa llena de cosas que ha encontrado en casa. Como decía Vivien Leigh en “Un tranvía llamado deseo” creo mucho en la bondad de la gente.
¿Cuál es su papel o función en el Centro de Documentación?
Pues es un papel y una función que me impongo yo mismo. Podría quedarme perfectamente en casa, podría incluso, aunque no económicamente, estar bajo un palmera en los mares del sur... pero yo no valgo para eso. Almodóvar (Pedro) cuando habla conmigo me dice que él no me imagina en zapatillas de felpa por el pasillo de casa sin afeitar. Yo no valgo para amodorrarme, para estar horas delante del televisor; yo necesito tener una actividad continua y esa actividad la aporto aquí explicando y formando a la gente en sus tesis, en sus investigaciones. Aunque, repito, la crisis obliga a que el personal sea mínimo; en este momento faltarían 8 personas para poder hacer funcionar esto bien. Me siento como si fuera un atleta bajito en unas olimpiadas, un atleta que tuviera una antorcha que le quema en las manos, pero que no ve en el horizonte a quién pasársela.
¿Dónde ha guardado todo este material durante estos años?
De la forma más extraña, en casa de conocidos, de familia... el último piso que tuve en Barcelona tenía 400 metros y si haces un rinconcito para vivir y guardas cosas hasta en la cocina... pues va entrando, aunque con dificultad. Aquí está todo más holgado, aunque quizá pronto nos quedemos cortos de espacio.
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