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Palmira OYANGUREN
“La pelota para el vasco es igual que la corrida para el español, incluso puede que signifique aún más. Bueno, algo como el sentido mismo de la existencia terrenal. Es un deporte, un frenesí, la manifestación de las pasiones del temperamento popular... Un extranjero admirado por la tierra vasca exclamó: ¡Este pueblo prodigioso es merecedor de vivir en un castillo de oro y plata! Sí señor, animadamente señaló su interlocutor vasco, pero con la condición de que en este castillo se pueda jugar a la pelota”. Ensayista alemán, Kurt Tucholsky en “El libro de los Pirineos”.
La historia de los historiadores se preocupa de los grandes hechos de la humanidad: descubrimientos, guerras, héroes y a veces olvida al hombre de carne y hueso, que trabaja, lucha, se divierte, que vive detrás del personaje. En ese su día a día surgen las anécdotas, sucedidos sabrosos que son transmitidos de boca en boca dándole sabor a la rutina. Es así como también nos llegan las curiosidades en el mundo de la pelota.
Donde pone un pie un vasco lleva consigo su cultura ancestral. Es por eso que los primeros conquistadores vascos en llegar a América divulgan en estas lejanas tierras el juego de la pelota. Poco a poco se va instalando en los distintos países americanos y su gusto prende rápidamente entre los lugareños. Su práctica, tan democrática, no hace diferencia entre clases sociales y se asimila de tal forma en esta parte del océano que, adaptándose a las necesidades de cada lugar, se crean nuevas modalidades.
García Hurtado de Mendoza.
Ya en el siglo XVI con los conquistadores, llegaron también los primeros pelotaris. Tanto es así, que el mismo Diego de Almagro, descubridor de Chile, era aficionado a dicho juego. Por otra parte, se le atribuye al gobernador García Hurtado de Mendoza (1535- 1609), de origen alavés, fomentar su práctica al sur del mundo. Es así como ordenó traer “más de tres mil pelotas para que se vendiesen por los mercaderes con quienes tenía trato” y “haber desecho una construcción que estaba hecha a costa de Su Majestad para guardar las municiones, para que se vendieran las pelotas y se practicase dicho juego”.1 Por este acontecimiento, que consta en el juicio de residencia de 1561, fue acusado el futuro virrey del Perú, García Hurtado de Mendoza.
Junto al gobernador, vino también a Chile un contingente entre los que se destaca Alonso de Ercilla y Zúñiga, poeta autor de La Araucana, quien también era un asiduo jugador y que más de un partido debe haber acordado en estos confines. El biógrafo e historiador chileno, José Toribio Medina Zavala (1852-1930) así lo señala: “de noble linaje, paje de Felipe II, Ercilla frecuentaba el juego de la pelota, según era corriente en gentes de su posición, donde nunca faltaban altercados, como el que tuvo con Jerónimo de la Caballería. Y es de suponer que se apostase algún dinero no menor. Consta por escritura que don Jerónimo reconoció deber tres mil reales a Ercilla”.2
Desde inicios de la República de Chile ya encontramos frontones en casi todo el territorio. Este frontón específicamente se ubicaba en Cañete, IX región, al sur del país. (Fotografia donada por la familia de Michel Montori Diturbide)
Al otro lado de la cordillera, en Argentina, se recuerda la muerte de don Martín Irigoyen Dodagaray, en noviembre de 1888, durante el transcurso de un partido en la plaza Euskara. Este desafortunado espectador era el padre de don Hipólito Irigoyen, quien años más tarde sería presidente de la República Argentina.
La invención de la pelota paleta se le atribuye a Gabriel Martirén. Nacido en el cantón de Saint-Étienne-de-Baïgorry cerca de 1880, migró a la Argentina antes de finalizar el siglo XIX. Se radicó en Burzaco, cerca de Buenos Aires, donde se dedicó, como muchos otros vascos, a la lechería. Allí introdujo en 1905 la variante conocida como pelota paleta, pelota argentina o pelota goma. Para ello comenzó a utilizar como pala una paleta vacuna, debidamente moldeada y pulida, que reemplazó poco después por palas de madera con la misma forma, confeccionadas con tablas de los cajones de cerveza. Simultáneamente, utilizó pelotas de tenis desprovistas de su capa externa de felpa, que luego fueron reemplazadas por pelotas de caucho negro y duro. Fue tal su pasión por este deporte que en su epitafio aparece: “A la memoria de Don GABRIEL MARTIREN, inventor de la pelota a paleta”.
Pala de paleta vacuna, debidamente moldeada y pulida, hecha por Gabriel Martirén. (Foto publicada en el libro “Historia de la pelota vasca en las Américas” de Carmelo Urza.)
Más al norte, en México, en el siglo XIX era tal el interés por este deporte que las clases acomodadas construían frontones en los patios o jardines de sus residencias, existiendo también frontones populares, en los que se pagaba por hora de juego. En México también surgió, en el año de 1916, una nueva especialidad dentro de la pelota, el frontenis.
El revolucionario mexicano Doroteo Arango Arámbula, más conocido como Pancho Villa, fue otro fanático jugador. Tras retirarse de las armas, hacia 1920, se instala en la Hacienda de Canutillo, la que transforma en una próspera granja agrícola y ganadera. Pero no todo fue trabajo, también se dio tiempo para algunas distracciones, como jugar pelota.
Pancho Villa, al centro de la foto, con una pala en su mano. (Foto publicada en www.euskosare.org)
Un punto en el Caribe donde causó furor durante el siglo XIX, fue Cuba. La modalidad de la cesta-punta llegó a deslumbrar al propio Hemingway, que en una de sus crónicas relató con pasión el drama que vivió Tarzán Ibarlucea en plena cancha: “al de Etxebarria le abrieron la cabeza con un pelotazo”. Hemingway tenía amistad con muchos vascos, entre ellos Andrés Unzain o “el cura rojo”, número uno del batallón de ametralladoras de los gudaris, apasionado de la cesta punta y con quien el escritor frecuentaba el frontón. Llegaban a su casa todos los jugadores de pelota, los que bebían y comían en abundancia y sólo necesitaban unas horas de descanso antes del partido. Guillermo Amuchástegui, el monarca; Félix Areitia, el canguro; Julián Ibarlucea, el tarzán su hermano Francisco y Carlos Quintana, participaban de una de estas famosas comidas cuando llegó la noticia de la invasión alemana a Rusia, suspendiendo en el acto la reunión.
Al país de origen de Hemingway, Estados Unidos, llegaron muchos vascos los que se dedicaron en su mayoría a la hotelería, donde también había canchas de pelota. Quizás el más conocido de todos estos hoteles sea la Casa Vizcaína de Valentín Aguirre, en Nueva York. Aquí los vascos eran acogidos a tal punto que era el mismo Aguirre quien les hacía el itinerario y además, debido a que pocos de ellos hablaban inglés, les escribía carteles indicando la dirección donde iban o lo que comerían.Joe Eiguren recuerda que su nota ponía huevos con jamón. “Me sirvieron huevos con jamón a todas horas. Desde entonces no he podido volver a probarlos”.3
Desde antaño hasta nuestros días, en cada rincón de América, cientos de jugadores dejan dentro y fuera de la cancha miles de historias —merecedoras algunas quizás más que otras de ser contadas— pero sin lugar a dudas, todas permanecerán en el imaginario colectivo de esta gran familia del mundo de los pelotaris.
1 “Historia General de Chile”, Diego Barros Arana, Tomo II, página 228.
2 “Vida de Ercilla”, Toribio Medina. Biblioteca Americana. Primera edición 1948. Impreso en México.
3 “Historia de la pelota vasca en las Américas”, Carmelo Urzua. University of Nevada, Reno. 1994, Elkar.
Otros textos y páginas web consultadas: Federación deportiva peruana de paleta frontón, Federación mexicana de frontón, Fundación vasco argentina Juan de Garay y “Hemingway en Cuba”, Yury Páporov, siglo XXI Editores.
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