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Durante el periodo Triásico (entre 251 y los 208 millones de años), en una época en la que todos los continentes estaban unidos formando el continente llamado Pangea, Salinas de Añana se encontraba sumergida bajo un gran océano. La evaporación de sus aguas provocó la deposición de grandes capas de evaporitas en su fondo que, con el tiempo, fueron cubiertas por otros estratos.
La existencia de sal en Añana se explica por el fenómeno geológico denominado Diapiro. En líneas generales, consiste en la ascensión hacia la superficie terrestre de materiales más antiguos debido a su menor densidad, del mismo modo que una burbuja de aire inmersa en un líquido tiene un movimiento ascendente. Este particular proceso comenzó en el caso que nos ocupa hace unos 220 millones, cuando las rocas evaporíticas del Triásico en facies Keuper -situadas a unos 5 kilómetros de profundidad- comenzaron a ascender a la superficie, arrastrado consigo los materiales que caracterizan el paisaje salinero: carniolas, ofitas, calizas. margas, arcillas, etc. Este proceso se encuentra aún activo.
El agua de lluvia caída sobre el Diapiro atraviesa, en primer lugar, los estratos superiores de roca y después, las capas de sal, aflorando de nuevo a la superficie en forma de surgencias hipersalinas. El conjunto de los manantiales existentes en Añana aportan un caudal medio de 3 litros por segundo, con una salinidad media superior a 250 gramos por litro.
El sistema hidrológico relacionado con el Diapiro se completa con el lago de Arreo, cuyas aguas, debido a su ubicación en una cuenca cerrada sobre evaporitas, son de carácter salino. Tanto el lago como Salinas de Añana contienen depósitos con importante información paleoambiental y paleoclimática, así como una biodiversidad típica de los humedales, lo que ha llevado a la necesidad de preservar su estado mediante su inclusión en el listado RAMSAR de humedales de relevancia internacional.
El valle se compone principalmente de manantiales, canales, pozos, eras y almacenes. Dichas estructuras no han permanecido inmutables en el tiempo, sino que han ido transformándose -con el fin de aumentar su productividad- gracias al conocimiento empírico desarrollado durante generaciones por los propios salineros.
Los manantiales son surgencias que suministran la salmuera a nivel de superficie de manera natural y continua, lo que permite su empleo sin necesidad de realizar perforaciones ni bombeos. Existe un gran número de ellas en el Valle Salado y su entorno, pero sólo cuatro son aprovechables, pues su caudal es permanente (unos 2,4 litros por segundo) y su grado de salinidad está cercano a la saturación (210 gramos por litro).
El nombre del manantial principal es Santa Engracia y su importancia radica en que proporciona más de la mitad del total del agua salada que emana en las salinas. Además, presenta la ventaja añadida de que, al encontrarse a la cota más alta del fondo del valle, su salmuera llega de forma natural a prácticamente todo el complejo productivo. Se encuentra muy cerca del nacimiento del río Muera y su aspecto actual poco tiene que ver con el que ha presentado a lo largo de la historia, puesto que una riada arrasó la zona a finales del siglo XVIII y una restauración ejecutada en los años ochenta del siglo XX lo desfiguró. Hasta estas obras, consistía en un hueco abierto en el suelo de planta rectangular que tenía sus paredes reforzadas por un entramado de madera. El agua sobrante de este manantial es recogida en otra salida de menor entidad situada a escasos metros de él.
La apariencia exterior del resto de los manantiales salinos (La Hontana, El Pico y Fuentearriba) es similar a la que tenía tradicionalmente el de Santa Engracia. Se trata de huecos de forma irregular abiertos en el suelo que tienen sus laterales y fondo rematados con arcilla con el fin de impermeabilizarlos. Los dos primeros suministran salmuera a los mismos canales que el manantial principal. Sin embargo, el de Fuentearriba sólo facilita agua salada a una zona concreta del valle salado que, históricamente, ha sido de propiedad particular y ha funcionado de forma autónoma.
La conducción de la salmuera a cada uno de los rincones de la explotación está determinada por la ubicación de los manantiales en la parte más elevada del valle salado, el emplazamiento de los depósitos de almacenaje del líquido, la extensión de las superficies de evaporación y el propio proceso productivo de la sal.
El transporte se realiza de manera continua y por gravedad a través de una red de canales llamados rollos. Si bien en origen gran parte de ellos eran simples zanjas excavadas en el terreno, tras las profundas obras que remodelaron el valle a principios del siglo XIX fueron sustituidos por troncos de madera, generalmente de pino, que eran trabajados con azuelas hasta darles la forma de canales abiertos. Colocando una canalización a continuación de la anterior de manera longitudinal y encajándolos por medio de rebajes en la madera, los salineros creaban un sistema de conducción muy efectivo.
El sistema de distribución principal -con más de tres kilómetros de longitud- inicia su recorrido en el manantial de Santa Engracia en un canal único que se divide en dos en una arqueta denominada Partidero, por el lado oriental discurre el Royo de Suso y por el occidental el de Quintana. Por el primero van doce partes de la salmuera que nace del manantial y por el segundo trece. A corta distancia del repartidero, en el denominado Celemín, se vuelve a dividir en dos. El que abastece la ladera Este del valle lleva tres quintas partes del agua salada y sigue denominándose “Quintana” y el que provee a la zona central se denomina del Medio o Meadero y lleva las dos partes restantes.
La variedad de lugares por los que pasan los canales obliga a que los soportes que los sustentan sean diversos. Algunos tramos apoyan directamente en las eras o sobre el propio terreno. No obstante, el apoyo más habitual consiste en colocar pies derechos de madera debajo del canal, cuya altura permite controlar la cota necesaria para que la salmuera circule por gravedad.
En algunos casos, las soluciones adoptadas son más complejas. Por ejemplo en la zona de Terrazos, donde para lograr que el líquido atravesara el río y salvara el importante desnivel de la ladera para abastecer la zona de Santa Ana, los salineros construyeron un complejo acueducto formado por entramados de madera que llega a alcanzar los ocho metros de altura.
Los depósitos de almacenamiento son el corazón de las propiedades y su llenado la causa de la mayor parte de las disputas entre los salineros. Esto se debe a la cantidad limitada de agua salada que emana de los manantiales, el gran número de eras existentes y la concentración de las labores de producción durante unos meses concretos. Todo ello explica el elevado número de pozos existentes en las salinas (actualmente 848), y la necesidad de un complejo reglamento de distribución de aprovechamiento de la muera -también llamado libro maestro- basado en los títulos de pertenencia particular y los repartimientos primitivos adquiridos por sus dueños.
La morfología de los pozos es variada, pero a grandes rasgos se puede dividir en cuatro tipos: los exteriores, los de boquera, los calentadores y los de encube.
La obtención de la sal en Añana se basa en la evaporación del agua contenida en la salmuera por medios naturales. Para ello, se vierte el agua salada en unas superficies horizontales llamadas balsas o eras, cuya superficie varía entre doce y veinte metros cuadrados.
Los grupos de eras trabajadas por un mismo propietario se denominan granjas. Éstas se van adaptando a la compleja topografía del lugar, tanto en forma como en altura, dando lugar a complicadas figuras que ocupan la mayor parte del Valle Salado.
Las formas y dimensiones de las 769 terrazas existentes están condicionadas por su emplazamiento. Para conseguir plataformas de superficie horizontal en un valle como el de Añana, caracterizado por sus laderas de pendiente pronunciada, la técnica empleada usualmente ha consistido en la creación de terrazas sustentadas por muros de mampostería (hay documentados más de 2000), sobre los que apoyan entramados de madera. Generalmente, las estructuras lígneas consisten en un entramado horizontal que apoya sobre los muros y que, a su vez, sirve de sustento para otro vertical formado por pies derechos. En cuanto a las superficies niveladas de producción, se generan por medio de otro entramado, formado a base de correas y tablas, que es impermeabilizado con una gruesa capa de arcilla.
Las edificaciones destinadas a guardar la sal en Añana se pueden dividir en dos tipos: públicas y privadas.
Tradicionalmente han existido cuatro construcciones públicas que fueron controladas y mantenidas durante el monopolio de la sal (entre 1564 y 1869) por la Administración Real. Durante este período, se conocían como “el Grande del Campo”, el de “la Revilla” y el de “la Hermita” o “Santa Ana” y el “Almacenillo del Campo”. Su funcionalidad era la de acoger al final de cada temporada el conjunto de la producción y también guardar los sobrantes o “masías” que no habían podido ser vendidos. En total, podían almacenar unas 110.113 fanegas de sal de 112 libras (aproximadamente unos 5.681.830 kilogramos).
Por otro lado, los almacenes privados, también denominados en la documentación “terrazos”, eran propiedad particular de los cosecheros, que podían tener incluso más de uno en su granja. Este tipo de estructuras se sitúan principalmente bajo las eras, aprovechando los huecos existentes entre los muros de las terrazas y las plataformas de evaporación. Esta técnica constructiva facilita en gran medida su llenado, pues la sal es simplemente vertida por unos pequeños huecos abiertos en la superficie de las eras denominados “boqueras”. Su funcionalidad principal es la de albergar la sal hasta el momento de su transporte o “entroje” a los almacenes públicos situados en el exterior de la explotación.
El entroje es una de las últimas etapas del ciclo productivo de la sal. Consiste en introducir la sal en sacos que, debido a la fragilidad de las infraestructuras salineras, eran transportados a hombros, tanto de hombres como de mujeres1, a los almacenes, a los caminos principales o al río Muera. En este último caso, eran cargados a lomos de caballerías, o ya en el siglo XX en tractores, que conducían la producción hasta sus lugares de destino. Una vez allí, para poder efectuar el pago a los salineros, se llevaba a cabo el acto de medición, que era efectuado por tres hombres: el Medidor, el Cuarteador y el Almirante, que era el encargado de la contabilidad.
En la época de máximo crecimiento de la producción había en el valle casi cinco mil plataformas de evaporación que, en total, ocupaban una superficie de 95.233 metros cuadrados.
La época de elaboración de sal varía anualmente en función de las condiciones climatológicas. Comienza generalmente en mayo y termina en octubre, si bien el periodo más productivo era entre junio y septiembre, pues a partir de ese mes las noches largas retrasan el proceso de vaporación y las continuas lluvias estropean la escasa sal que se puede obtener. El proceso de fabricación de sal consta de varios pasos. Comienza con el “llenado” de las eras con una cantidad de líquido que oscila entre dos y cuatro centímetros (unas dos pulgadas). Según la memoria de las salinas redactada por A. Herrán en 1883, la salmuera solía tardar en cuajar, por término medio, unas sesenta horas cuando el termómetro marcaba a la sombra veinticuatro grados, si la temperatura subía entre tres y cuatro grados se aceleraba el proceso unas diez horas, pero si el calor bajaba hasta los dieciséis o dieciocho, no se obtenían resultados hasta que transcurrían entre tres y cuatro días completos.
Cuando el sol y el viento comienzan a evaporar el agua, se forman cristales en la superficie -conocidos como flores de sal- que aumentan de tamaño a medida que se van uniendo. En cuanto su peso supera la tensión superficial del agua caen al fondo, denominándose el producto final sal de mota.
Durante este ciclo es necesario “revolver” la muera cuando comienza a cuajar. De este modo, se consigue que la cristalización se produzca de manera uniforme y se evita que el producto se adhiera a la superficie de las eras o “rechine”. Para evitar que la sal se reseque en exceso, los salineros riegan las eras de forma continua con salmuera precalentada en los pozos de pequeño tamaño denominados calentadores. Una vez que la sal cristaliza, pero antes de que se evapore totalmente el agua, se procede a su recogida. Esta operación se efectúa con ayuda del rodillo, con el que se arrastra la sal desde el perímetro de la era hacia el centro generando un pequeño montón de sal. Una vez allí, se echa en cestos, cuyas ranuras facilitan que la sal escurra antes de almacenarla. Este proceso que cada salinero realiza en su granja se llamaba “entrar la sal”, y consiste en introducirla en los terrazos a través de los pequeños huecos o boqueras que hay en las superficies de las eras.
La salinidad de los manantiales del valle es muy elevada, llegando casi a alcanzar el límite de saturación. Estos suponen que, a pesar de que el caudal de agua salada es reducido, la capacidad de producción con las infraestructuras adecuadas es muy elevada. Para hacernos una idea de la sal que puede llegar a obtenerse en Añana basta exponer algunos datos: cada litro de salmuera posee disueltos más de 200 gramos de sal. Cada era puede producir por temporada una tonelada de sal y toda la fábrica en plena explotación es capaz de superar las 6.000 toneladas.
1 Los varones solían transportar por término medio fanega y media y las mujeres una fanega (unos 51,6 kilogramos).
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