Carmen VALDIVIA, Catedrática de Psicopedagogía de la Universidad de Deusto
La familia es el contexto que más influye en el desarrollo de los hijos. Los padres deben tener claros, los valores que deben perseguir, la forma de conseguirlos y ser concientes de lo que hacen. No deben confundir los objetivos educativos con su deseo de lograr que los hijos sean felices, que no les falte nada y evitar conflictos. Por ahí irían las claves.
La familia va cambiando con el tiempo, pero además cada familia va cambiando según las diferentes etapas. No puede funcionar igual cuando los hijos son muy pequeños, que cuando son adolescentes o jóvenes. En cada etapa se deben concretar los valores, manejar el arte de la negociación y mejorar la comunicación. Estas son algunas pistas para evitar las crisis familiares.
Valores a los que hacemos referencia al hablar de la familia
En primer lugar, a los valores morales. Aquellos que hacen referencia a los juicios de responsabilidad y comportamientos éticos, al bien y al mal, a la justicia, honestidad, verdad, no dañar a los demás etc., pero también a los valores de la vida cotidiana: las preferencias, los gustos, la convivencia, las actividades lúdicas, el dinero, el tiempo, el trabajo, las cualidades personales...
La felicidad en la familia depende mucho de estos valores, que son la causa directa e indirecta de muchos conflictos y que con frecuencia no llegan a concretarse bien. Situaciones como que los hijos arregles su habitación, la hora de llegar a casa, si quieren o no estudiar, contribuir a las tareas de ka casa, los gustos personales, las necesidades de unos y de otros, etc.
Foto: SergioDJT2008. http://www.flickr.com/photos/sergiodjt/2582314014/ |
Cómo ayudar al hijo en relación a lo valores
En primer lugar, hay que tener muy clara la función que deben cumplir. Los padres y madres deben trabajar para que los hijos e hijas vayan consiguiendo autocontrol y autonomía, desarrollando la seguridad de afecto, la de sentirse útiles, la de encontrar sentido a lo que hacen a la vez que se sienten ayudados etc. Para esto hay que dejar claros los valores. Los padres deben tener muy claro lo que tienen que considerar esencial, importante y lo que pueden ser calores relativos. Esto ayudará a decidir lo que es negociable y lo que no, el cuándo, el hasta dónde se puede negociar y dónde situar los límites. Por ejemplo, cursar estudios básicos es obligatorio por Ley, no se puede negociar. Ciertas horas de llegada a casa según las edades tampoco, o el mismo arreglo de la habitación... Los padres deben decidir qué consideran importante y qué no, según la situación, edad y nivel de desarrollo y responsabilidad de los hijos. Tienen que explicitar los valores, definirlos y negociar sólo lo que sea negociable, tenerlo claro y dejarlo claro a los hijos. Así se evitan problemas.
¿Es necesaria la imposición de uno mismo?
Hoy no se cuestiona la igualdad de derechos y deberes de los padres y los derechos y deberes de los hijos; pero esto no quiere decir que las decisiones deban tomarse corporativamente. Los padres tienen una responsabilidad y una autoridad que no pueden perder. Tiene que mantener la mejor comunicación afectiva y la mejor relación interpersonal, pero no deben ponerse al mismo nivel que los hijos e hijas como si fueran amigos o hermanos, eso acarrea disfuncionalidades. Si pierden la autoridad, no hay nada que hacer. Hay muchísimas cosas que se deben imponer sin negociación, en otras podrán ser negociables los grados de consecución, la forma, los momentos, pero se tiene que tener muy claro dónde deben estar los límites y la forma de imponerlos. Hay que revisar el sentido de esa expresión tan habitual: “¿vale?”...
El miedo a caer en los modelos autoritarios
Hemos pasado de una sociedad con valores muy definidos, a otra en la que se cuestiona todo, que ha abandonado muchos de aquellos valores sin llegar a definir otros. La familia se encuentra algo despistada, tiene miedo a caer en el autoritarismo, ha dado paso a una flexibilización total. A los padres, o les da miedo, o no saben dónde y cómo poner límites al hijo. Se intenta por todos los medios que los hijos no sufran, que no les falte nada, creyendo que así serán felices. Esto es una equivocación. Los hijos deben aprender a ganarse las cosas legítimamente, a trabajar. Las consecuencias de estos comportamientos sobreprotectores, superindulgentes y/o excesivamente liberales o inconsecuentes, son lasque estamos viendo: hoy hasta la infancia está siendo conflictiva. Vemos niños que se levantan contra los padre, niños tiranos. Y esto en gran medida es educacional. Muchos padres tienen miedo o no saben controlar a los hijos, defender un valor. Los hijos corren el peligro de cree que tienen derecho a todo y que hacer lo que les viene en gana responde a su derecho de ser libres, que sus padres están a su servicio. Aparecen así hijos déspotas, exigentes y tiranos incluso contra sus propios padres. Manejan a sus padres.
Foto: chispita_666. http://www.flickr.com/photos/gusilu/519470191/ |
Dificultades de los padres para mantener la autoridad
Si no se mantiene esta autoridad desde que son pequeños, no se conseguirá cuando sean mayores. Si se quiere que sean ordenados a los 13 años, hay que enseñarles desde niños a practicar las reglas más simples como guardar y cuidar sus juguetes, mantener un aseo mínimo, la hora de dormir...Muchas familias no insisten suficientemente en crear estos hábitos y en generar el autocontrol y la autonomía de los hijos. A los pequeños se les solucionan todos los problemas, se les da todo hecho, y no se les brinda la posibilidad de que sean ellos los que solucionen o resuelvan lo que pueden... Para que sean autónomos a los 20 años hay que empezar mucho antes. Muchos padres no tienen la autoridad suficiente. Les riñen, a veces chillan, pero terminan cediendo.
Las claves fundamentales
Tener claras nuestras actitudes como padres y saber manejar bien las dimensiones del comportamiento: la afectiva valorativa y la de dirección. En contra de lo que se escucha a veces, los padres y las madres nunca quieren demasiado la sus hijos e hijas. El problema no está en el afecto sino en la valoración. Si los valoramos bien, si conocemos bien sus posibilidades, limitaciones, lo que son capaces de hacer o no hacer bien por sí solos, entonces nos daremos cuenta de si son capaces o no de responsabilizarse, y por lo tanto de si se debe utilizar con ellos un mayor o menor grado de autoridad o dirección. La dirección se emplea mal cuando se les obliga a hacer algo sin tener en cuenta si son capaces de hacerlo o se les da una libertad que no son capaces de asumir. Por ejemplo, un niño de 5 años si se le deja la libertad de elegir, no será capaz de dejar los dibujos animados para irse a la cama. Se le podrá negociar un margen en cuanto a la forma y tiempo, pero si no lo cumple, habrá que dejar las cosas claras, y emplear un mayor grado de dirección para defender los límites con claridad y obligar a cumplirlos. Ceder para evitar el conflicto, como hacen muchos padres, es un comportamiento irresponsable, no valorativo, pues presupone que el hijo es incapaz de superar la frustración que le produce el tener que dejar los dibujos e irse a la cama. Si se cede, cada vez le costará más cumplir la regla. Si va viendo que la regla está clara, terminará por hacerlo sin problemas.
¿Hay esperanza para las familias que no lo han hecho antes?
Muchos padres no están suficientemente preparados. Sería injusto culpar a los padres de los problemas que tienen los hijos, pero sí de no prepararse más.
Hoy se pueden encontrar medios para formarse. Las familias que funcionan bien hoy, lo hacen mejor que las familias de antes, sin las disfuncionalidades pasadas. Se mueven dentro de acuerdos y apoyo mutuo, proyecto común. Somos responsables de la educación de nuestros hijos. Hoy hay grupos y escuelas de padres en las que también participan los hijos, porque unos y otros tienen que ver las consecuencias que tienen sus comportamientos para ellos mismos, para su futuro, para su familia, para los compañeros en centros escolares y para la sociedad en general.
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