Comerciantes, descubridores y aventureros. El mundo vasco que rodeó a UrdanetaEscuchar artículo - Artikulua entzun

José Antonio AZPIAZU

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  Andrés de Urdaneta Cerain
Andrés de Urdaneta Cerain.
o deja de llamar la atención en un período como el que vivió Urdaneta, preñado de grandes descubrimientos, nuevas rutas marítimas y aventuras que hoy siguen causando admiración, la notable presencia de personajes muy significativos que originariamente no pertenecen a comunidades marítimas. Los libros de historia se han empeñado en no dar relieve a un hecho tan llamativo como la participación de tantos hombres provenientes de poblaciones del interior de Euskal Herria que participaron en la aventura americana y en la incursiones por los mares de Oriente. Sin embargo, dos de los personajes más eminentes en el panorama de los descubrimientos y la colonización de un mundo recién descubierto son vascos del interior: Legazpi, de Zumarraga, y Urdaneta, de Ordizia. En este caso, como en otros muchos relativos a Euskal Herria, nos encontramos con una historia oficial lastrada de sospechosas contradicciones internas.

Resulta inexplicable que un pueblo al que la historia más reciente ha atribuido estereotipos, consentidos y nunca comprobados, de analfabeto, cerrado y montaraz haya podido producir, como por arte de magia, un elenco tan importante de secretarios reales, contables de altas responsabilidades y marineros audaces y respetados. Caro Baroja atribuye esta desconexión a que se ha producido una distorsión interesada de la historia vasca, que ha incidido en los aspectos políticos de los dos últimos siglos, y no ha prestado atención suficiente a la economía de principios de la Edad Moderna, precisamente la de Urdaneta. La incidencia de la historiografía en estos temas que han resultado conflictivos ha sido interesada, y si la interpretación de los hechos viene soportada por criterios de motivos no confesables, la confusión está servida.

La presencia, sobre todo en el siglo XVI, de eminentes marinos, no es en absoluto casual, sino fruto sazonado de un caldo de cultivo bien aderezado en el que no sólo estuvo implicada la costa vasca, sino el conjunto de Euskal Herria. Urdaneta y Legazpi, entre otros, muestran que también la Gipuzkoa alejada del mar participó en un proyecto de gran calado con personajes irrepetibles, muchos de ellos todavía por descubrir, otros en fase de entrar en la galería de figuras de nuestra historia. No resulta fruto de la casualidad que vayan apareciendo biografías de nuevos personajes como Domingo de Zavala, paisano de Urdaneta, al que se sitúa en Lepanto junto a Juan de Austria y Luis de Requesens, quien lo llevó a Flandes como su hombre de confianza. La historiografía no ha hecho justicia al conjunto de esta época fascinante ni a la sociedad que contribuyó decisivamente a posibilitarla y sustentarla.

Cuando Caro Baroja habla de la flota que, en julio de 1525, salió de La Coruña bajo el mando de García Jofre de Loaysa, saca relucir aspectos que, por desgracia, se suelen comentar sólo de pasada, y sin dar relieve a la noticia: por ejemplo, la participación en la expedición del ya famoso Elcano, quien por cierto se limitó a ejercer de capitán del “Sancti Spiritus”; o el hecho de que varias decenas de marineros vascos tomaran parte en la expedición, así como que gran parte de los pertrechos de los barcos utilizados habían sido adquiridos en Euskal Herria. En relación a la presencia del personaje que motiva estas líneas, adelanta el siguiente comentario: “Andrés de Urdaneta, de Villafranca, que luego había de adquirir mayor renombre”.

Miguel López de Legazpi  
Llegada de Miguel López de Legazpi a Cebú, según óleo de Gregorio Hombrados Oñativia.
El escenario marino en el que se movió el famoso marino de Ordizia muestra otras características que resultaron determinantes en la vida vasca del siglo XVI. Bucear en la riquísima documentación de la época de Urdaneta me ha deparado la oportunidad de formarme un imaginario no forzado ni inventado, sino real como la vida misma, de cuanto sustentaba la dinámica vasca. La comunidad vasca se mueve, en aquella época, en un escenario sin fronteras definidas donde se entremezclan la vocación marítima, el comercio, las pesquerías, el corso, el tráfico de esclavos, el afán de aventuras y las expediciones en busca de mundos nuevos. Lo curioso es que, con harta frecuencia, varias de estas facetas se mezclan y difuminan en la trayectoria de un solo personaje: éste podía iniciarse como mercader, pasar a defenderse recurriendo a convertirse en corsario, actuar como empresario esclavista, y buscar aventuras, nuevas rutas y adentrarse en mundos todavía por descubrir. En definitiva, se trataba de una comunidad pionera y moderna, a pesar de sustentar actitudes que, absolutamente aceptadas por la sociedad de aquella época, hoy generen críticas que los contemporáneos de Urdaneta no conseguirían comprender.

Las familias y los pueblos que actuaban como trampolín de aquella generación irrepetible no sólo participaban en los magnos proyectos que protagonizaban sus marineros, sino que también soportaban sus riesgos e incertidumbres. Las mujeres, en particular, representaban la parte más vulnerable de una sociedad volcada hacia el exterior. Maridos de los que ni siquiera se vislumbra la fecha de vuelta a casa, noticias de naufragios, pérdidas y muertes, etc.

Sin embargo, “hacer las Américas” se muestra como un término apropiado también en la época de Urdaneta. La presencia al otro lado del Atlántico, en otros casos en Oriente, se asociaba a la posibilidad de recabar ganancias, de hacer fortuna. América significaba dinero, y la gente estaba atenta a los avatares de los parientes presentes en la aventura ultramarina. Las noticias del fallecimiento de algún familiar ponían en movimiento los mecanismos precisos para recuperar los bienes que habían quedado a su muerte.

Urdaneta no se significa como un astro solitario y pasajero, sino como parte integrante de un inigualable colectivo de hombres esforzados y de gran pericia que hizo factible el pasajero fulgor del Imperio de los Austria. Pero este sustantivo apoyo a la Corona, sincero y no correspondido, ha sido sistemáticamente mantenido en el anonimato. Celebraciones como el aniversario del insigne cosmógrafo y navegante de Ordizia se muestran propicias para reivindicar la decisiva presencia de una sociedad, en este caso representada por la marinería, cuya grandeza y entrega no ha suscitado el eco que le corresponde.

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