Recuperación de la memoria a partir del patrimonio fotográfico (I/III)
Recuperación de la memoria a partir del patrimonio fotográfico (III/III)
2.2. REVISIÓN DE LITERATURA
- Revisión de teoría sobre el componente cultural.
“Todo lo que uno aprende a aprender, lo aprende partiendo de su propia cultura es fundamental, pues, concienciarse de la pertenencia a la propia cultura y reconocer sus peculiaridades y características para, a partir de aquí, poder percibir analogías, diferencias y relaciones entre su cultura y la cultura ajena” (Becher, citado por Esteves Dos Santos Costa, 1988: 197).
Al hablar de cultura en este estudio, nos estaremos refiriendo directamente a la actitud que hacia el entorno, la gente, la forma de relacionarse en la comunidad, han desarrollado los habitantes de cierto lugar, “todo aquello que para un ciudadano es tan normal, tan obvio, tan natural, que resulta invisible” (Miquel y Sans, 1992: 19), actitud que les provee de una peculiar y única manera de enfrentar el mundo; tomando el estudio de Byram, Zarate y Neuner (1994), la cultura es el sistema de valores y creencias desde el cual se percibe la propia experiencia en el mundo; esta experiencia inserta igualmente la riqueza originada por la persona dentro de la comunidad en terrenos concernientes al arte, historia, tradiciones, literatura, imagen, en fin, la idiosincrasia y patrimonio de un pueblo.
Se ha mencionado el término actitud como palabra clave al definir la cultura; se le otorga a este término toda la importancia que le ha sido concedida a través de la historia de la Psicología Social: es la tendencia o predisposición de la persona a evaluar de determinada manera un objeto o un símbolo del mismo (Katz y Stotland, citados por Lindgren, 1979). La actitud está integrada por tres componentes claves: Conocimiento, Afecto y Práctica. Sólo con el cumplimiento cabal de estas tres instancias podemos hablar de un verdadero desarrollo y arraigo de actitud y es allí donde queremos llegar al referirnos a la participación de una cultura. Sería material de otro estudio extenderse explicando en detalle lo que cada uno de estos ejes realmente significa; sin embargo, merece la pena un paréntesis que explique brevemente cada una de estas entidades para poder seguir adelante de la manera más clara posible. Allport y colaboradores, citados por Lindgren (1979), realizan exhaustivos estudios sobre el tema de la actitud y reiteran la existencia de los tres componentes ya citados, los cuales explican de la siguiente forma: al hablar de Conocimiento, se hace referencia al entendimiento que se pueda haber logrado sobre un hecho presentado por determinada comunidad de personas y donde tenga cabida la razón, intuición o suposición de eventos que lleven a la producción de uno o varios hechos; en otras palabras: se relaciona con la información archivada, ésto es, las ideas acerca de las personas y cosas de donde cada uno forma las creencias y opiniones sobre el objeto de actitud. A partir de esta primera instancia, surge el Afecto. La persona o comunidad se involucra de manera emocional con ese evento que de alguna manera ha sido expuesto a la razón, se adhiere afectivamente a éste, pues llega a identificarse con él; de esta carga emocional depende en gran medida el nivel de motivación que caracteriza las actitudes. Aparece por ultimo la Práctica (componente conductual), referido a las disposiciones, intenciones y acciones dirigidas hacia el objeto, es decir, el movimiento que la persona realiza para que la idea conocida e internalizada afectivamente tenga una manifestación externa. De esta forma, la actitud ha llegado a expresarse como forma cultural, bien sea refiriéndonos a un comportamiento del individuo que lo identifica con su comunidad, o, a una manifestación de fuerzas estéticas que la persona quiere plasmar en su entorno.
Es importante presentar algunas definiciones que pueden ayudar a clarificar lo que comprende el término cultura. Tomando la investigación sobre el tema realizada por Miquel y Sans (1992), se concluye que lo cultural cubre una cantidad de aspectos variados pero posibles de clasificar en tres grupos: la “cultura a secas”, la “kultura con k” y la “Cultura con mayúsculas”. La “cultura a secas”, se refiere a todos aquellos aspectos compartidos por las personas pertenecientes a una cultura, es decir, el comportamiento que los nativos han desarrollado para orientarse en situaciones particulares y participar de manera adecuada en las practicas sociales diarias. Resumiendo: es aquello que todos los individuos pertenecientes a una comunidad comparten y dan por evidente. Hace referencia específicamente,
“Al conocimiento operativo que todos los nativos poseen para orientarse en situaciones concretas, ser actores efectivos en todas las posibles situaciones de comunicación y participar adecuadamente en las prácticas culturales cotidianas” (Miquel y Sans, 1992: 17).
Nos centraremos en este nivel de la cultura, la “cultura a secas”, como el espacio en el cual deseamos desarrollar la investigación; el nivel de reconocimiento invisible que cada cual posee dentro de su propio grupo.
A partir de los planteamientos expuestos anteriormente por Miquel y Sans, vale la pena resaltar el paralelo existente entre vida y patrimonio, en el sentido de que giran en un mismo círculo donde se enriquecen mutuamente: el patrimonio cultural nace de la vida, y la vida a su vez se llena de nuevos valores otorgados por el patrimonio cultural.
Tratar de separar estas dos instancias implicaría negar un proceso de renovación evidente y constante.
Coincidimos con Coreth (1982), en que es sólo a través de la relación personal con otros hombres diferentes como nos adentramos en una postura y comprensión mundanas; sólo de esta manera se consigue un mundo humano.
Tomando de nuevo las ideas expuestas por Mounier (1981), recalcamos en este momento la importancia fundamental de la comunicación como camino único para el conocimiento de sí mismo, el encuentro personal y a partir de ahí, el encuentro aunténtico con el otro y con mi mundo.
Barthes (1977), al hablar de la experiencia fotográfica, le concede el nivel de comunicadora, al otorgarle la capacidad de subyugar, de evocar, de despertar pensamientos y animar, de hablarnos a partir de significados particulares o en el extremo del hilo, de dejarnos indiferentes.
Así, la imagen fotográfica es capaz de suscitar esa comunicación tan importante para adentrarnos en el conocimiento propio, del otro y de nuestro mundo, despertando sentimientos y provocando un ánimo particular:
“Como Spectator, solo me interesa la fotografía por “sentimiento”; y yo quería profundizarlo no como una cuestión (un tema), sino como una herida: veo, siento, luego noto, miro y pienso” (Barthes, 2004: 50).
Precisamente nos referiremos como eje sustancial de esta investigación al concepto de Punctum expuesto por Barthes en su obra y que se refiere directamente a aquel elemento de la fotografía que llega a tocar nuestra sensibilidad, a lastimar profundamente nuestra afectividad, a alcanzar el punto más vulnerable de nuestra conciencia.
“En latín existe una palabra para designar esta herida, esta marca hecha por un instrumento puntiagudo; precisamente esas heridas son puntos (Punctum), mancha,corte, agujero, pinchazo, y también casualidad... El Punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta, pero que también me lastima, me punza” (Barthes, 2004: 59).
“Muy a menudo el Punctum es un detalle, es decir, un objeto parcial.” (Barthes, 2004: 79).
Es aquella imagen que suscita una intencionalidad afectiva, que toca directamente la sensibilidad del receptor;
“se podia retener una intención del objeto que apareciese inmediatamente henchida de deseo, de repulsion, de nostalgia, de euforia...” (Barthes, 2004: 50).
Considerando de esta manera la imagen, como capaz de producir un efecto tan hondo en quien la mira, podemos llegar a hablar más bien de una lectura de la fotografía, de leerla y ser susceptibles a su fuerza:
“Un detalle arrastra toda mi lectura; es una viva mutación de mi interés, una fulguración. Gracias a la marca de algo, la foto deja de ser cualquiera. Ese algo me ha hecho vibrar, ha provocado en mí un pequeño estremecimiento, un satori, el paso de un vacío (importa poco que el referente sea irrisorio).” (Barthes, 2004: 86).
Muchas fotos, llegan a provocar en la persona un interés general, “educado”, a veces se vuelven inertes bajo la mirada del receptor, quien de ellas sólo puede decir si le gustan, o le disgustan, y a este nivel llega la escasa comunicación; según Barthes (2004), este tipo de imagen que no llega a herir, a punzar, a lastimar el sentimiento, están investidas solamente de Studium, carecen, para quien las observa de Punctum.
Mujer hilando en Zurbano. Fondo Antiguo EI-SEV. Foto: Ginea, Enrique. |
“...el gesto virtuoso que se apodera de muchas fotografías serias (investidas de un simple Studium), es un gesto perezoso (hojear, mirar de prisa y cómodamente, curiosear y apresurarse); por el contrario, la lectura del Punctum (de la foto punteada, por así decirlo), es al mismo tiempo corta y activa, recogida como una fiera.” (Barthes, 2004: 87).
La comunicación de la fotografía, la encontramos igualmente expuesta en el pensamiento de Sontag:
“Sean cuales fueren las limitaciones (por diletantismo) o pretensiones (por el arte) del propio fotógrafo, una fotografía -toda fotografía- parece entablar una relación más ingenua, y por lo tanto más precisa, con la realidad visible que otros objetos miméticos.” (Sontag, 2005: 19).
“La fotografía tiene múltiples significados; en efecto, ver algo en forma de fotografía es estar ante un objeto de potencial fascinación.” (Sontag, 2005: 42).
Al hablar de patrimonio fotográfico que estamos recibiendo, tendremos siempre en cuenta que éste sólo puede recibirse al producirse el encuentro entre el receptor de la imagen y el Punctum que la fotografía le ofrece a partir de la imagen. Haciendo de nuevo referencia a Barthes, estableceremos el encuentro entre persona y fotografía de manera exclusiva cuando para aquella persona que mira, aparece un Punctum que reviste la imagen de un significado profundo y significativo, ya que toca la conciencia afectiva de quien la recibe.
En el instante mismo en que la fotografía es mirada y toca nuestra conciencia afectiva, existe el potencial de encontrar allí registros de nosotros mismos, de nuestro pasado, de lo que somos por lo que fuimos:
“Tu fotografía es un registro de tu vida, para quien sepa verlo. Puedes ver las costumbres de otros y ser influido por ellas, incluso puedes llegar a utilizarlas para encontrar las propias...” (Paul Strand, citado por Sontag, 2005: 256).
“La fotografía no dice (forzosamente) lo que ya no es, sino tan sólo y sin duda alguna, lo que ha sido. Tal sutileza es decisiva. Ante una foto, la conciencia no toma necesariamente la vía nostálgica del recuerdo, sino, para toda foto existente en el mundo, la vía de la certidumbre: la esencia de la fotografía consiste en ratificar lo que ella misma representa.” (Barthes, 2004: 132).
Por otra parte, y haciendo alusión al pensamiento de Barthes (2004) y Sontag (2005), debemos considerar que la imagen fotográfica posee siempre una cualidad doble (binomio fotográfico), en el sentido de tener en consideración que siempre hay una mente y una afectividad diferente a la de aquel quien recibe la imagen por una parte, y por otra, la de estar tratando de poseer un momento que ocurrió en alguna época diferente, siempre en un pasado que muchas veces desconocemos.
“Cuando deciden la apariencia de una imagen, cuando prefieren una exposición a otra, los fotógrafos siempre imponen pautas a sus modelos. Aunque en un sentido la cámara en efecto captura la realidad, y no sólo la interpreta, las fotografías son una interpretación del mundo tanto como las pinturas y los dibujos.” (Sontag, 2005: 20).
A pesar de la interpretación que consigo arrastra inevitablemente la imagen, podemos afirmar que la fotografía es una evidencia de lo que ha sido, de la historia que nos afecta, “el objeto ha existido y ha estado allí donde yo lo veo”; puede existir “como falsa a nivel de percepción, verdadera al nivel del tiempo”. (Barthes, 2004: 172).
Incorporando una nueva idea a lo ya expuesto, podemos llegar a conocer entonces la existencia de un nuevo Punctum en la fotografía; y ese es precisamente aquel al que Barthes denomina “estigma” , diferente del rayado inesperado que aparecía delante de nosotros, bien como detalle, bien como herida afectiva; este estigma, que ya no encontramos en la forma de la foto sino en su intensidad, se refiere directamente al Tiempo: lo que ha sido: el paso del Tiempo en un futuro, la certeza del desenlace final que estamos observando en la fotografía; la catástrofe que ha tenido lugar.
Bibliografía
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