Marta LUXAN
Fotografía: Juanmari ZURUTUZA ZAPIRAIN
Si
bien el estudio de la fecundidad ha sido uno de los pilares de la demografía
desde su inicio, la caída de la fecundidad en Europa supuso un acicate
para la investigación en este ámbito, otorgándole una
mayor centralidad tanto teórica como práctica. Pero no se trató
de un asunto exclusivamente académico, sino que impregnaría
medios de comunicación y discursos políticos.
Sorprende que tratándose de un tema tan relevante, las más de las veces la investigación demográfica únicamente contemple como sujetos protagonistas de la fecundidad a las mujeres. Partiendo de la idea de que la fecundidad es una cuestión en la que intervienen tanto mujeres como hombres y que para entender lo que está sucediendo hay que atender al comportamiento de las unas y de los otros, hace unos años decidí abordar el estudio de la fecundidad masculina tanto desde una perspectiva teórica como práctica1. Este artículo recoge las principales reflexiones planteadas en aquel trabajo.
¿Qué se ha hecho hasta ahora?
En 1995, el Comité de Demografía Antropológica de la Unión Internacional para el Estudio Científico de la Población (IUSSP), en colaboración con el Colegio de México, la Sociedad Mexicana de Demografía y la Universidad Autónoma de Zacatecas, organizó el seminario Male Fertility in the Era of Fertility Decline. El hecho de que se organizase un seminario de este tipo refleja la preocupación de la IUSSP por la reiterada ausencia de los hombres en los estudios demográficos sobre fecundidad.
Pero desde entonces en el ámbito demográfico apenas se han publicado referencias sobre fecundidad masculina. El vaciado de la última década del siglo XX de las revistas European Journal of Population, Population y Population and Development Review, así como la consulta del Population Index lo confirman. Tampoco el número 40/41 del Boletín de Población de la ONU, publicado en 1999 y dedicado a la fecundidad por debajo del nivel de reemplazo, recoge datos de fecundidad referidos a los hombres.
Es evidente que el estudio de la fecundidad masculina, desde una perspectiva demográfica, brilla por su ausencia aún en nuestros días. Si todo lo que sabemos sobre la fecundidad masculina fuese aquello que hemos leído en las revistas especializadas de demografía, poca cosa podríamos decir: la fecundidad parece haber sido y ser única y exclusivamente cosa de mujeres. Todos los indicadores de fecundidad, a excepción de la tasa bruta, se refieren a las mujeres y/o a las madres. Ni la edad de los padres, ni el número medio de hijos por hombre, ni el orden de nacimiento referido al padre parecen tener el mínimo interés. Es decir, o se está dando por supuesto que no existen diferencias entre el comportamiento reproductivo de mujeres y hombres, o se está interpretando que estos últimos son meros inseminadores, sin deseos, responsabilidades ni capacidad de decisión por lo que a la reproducción se refiere. La primera hipótesis parece desmentirse desde la propia demografía, puesto que sí suelen incluirse indicadores como la edad media de los hombres al matrimonio o la unión, o la diferencia de edad entre los cónyuges en los estudios sobre fecundidad. La segunda, no parece muy verosímil en un mundo en que la familia es uno de los pilares de la organización social.
Por otro lado, esta ausencia es aún mayor en el caso de los países desarrollados. A mi entender, y habida cuenta de las transformaciones acaecidas en los procesos de formación familiar en las últimas décadas, la importancia del estudio de la fecundidad masculina habría aumentado. En efecto, parece lógico pensar que en la proliferación de las segundas uniones y el incremento de la heterogeneidad de las biografías de formación familiar estén interviniendo algunas pautas articuladas en torno a cuestiones de género. Por ejemplo, la idea de que los hombres tienen mayor descendencia en el seno de segundas uniones que las mujeres es un lugar común entre las personas dedicadas al estudio de la población. De hecho, durante el primer quinquenio del nuevo siglo la fecundidad de las familias reconstituidas es un tema recurrente en las publicaciones especializadas. En este sentido, el estudio de la fecundidad masculina ayudará a comprender la evolución de la fecundidad en una época en que las relaciones de género en el seno de las parejas están experimentando transformaciones importantes, y en la que las actitudes y deseos de unos y otras no tienen por qué ser coincidentes.
Diferentes enfoques teóricos
Coleman (1995) dice que hay razones para pensar que los patrones de fecundidad de mujeres y hombres son y han sido históricamente diferentes, refiriéndose, por ejemplo, a la incidencia diferencial de la soltería. Por lo que a la CAV se refiere, se ha constatado que las mujeres nacidas entre 1881 y 1926 permanecían solteras en proporciones superiores a los hombres, apreciándose una inversión de esta tendencia entre las generaciones nacidas a partir de 1926. Un cambio de esta magnitud tiene necesariamente que influir de alguna manera en la fecundidad, cuestión que podría abordarse mediante la reconstrucción de indicadores longitudinales de fecundidad masculina, si las fuentes lo permitiesen.
Pero, además de avanzar en el conocimiento y la comprensión de lo que sucede en nuestra sociedad, el estudio de la fecundidad masculina implica el reconocimiento de que la fecundidad también es cosa de hombres, superándose estereotipos, a la vez que se amplían las perspectivas de análisis de la demografía. Como ha explicitado Andreu Domingo, “la noción de población ha pasado a ser de forma explícita o implícita un referente central en el imaginario social de nuestras sociedades” y la demografía se utiliza profusamente como un elemento legitimador de los discursos y las acciones políticas (Domingo; 1998). En este sentido, se establecen relaciones directas entre cuestiones como la degradación medioambiental, el empobrecimiento o las migraciones internacionales y el crecimiento demográfico. Además, en ocasiones algunos colectivos, bien sean distinguidos por razón de edad, sexo o lugar de origen, parecen ser los responsables de determinadas situaciones; así, a las mujeres se nos responsabiliza tanto de las situaciones de baja fecundidad como de la sobrepoblación, quedando los hombres al margen de estas cuestiones.
Por otro lado, tradicionalmente se han incluido algunas variables masculinas en el análisis de la fecundidad: son las referidas a la instrucción y la relación con la actividad de las parejas de las mujeres estudiadas. Efectivamente, existe una sólida tradición teórica que enfatiza la posición económica de los hombres como determinante de la posibilidad de establecer un hogar autónomo, por encima de unos niveles mínimos socialmente aceptables. Esta tradición teórica, que subyace en buena parte de la investigación demográfica de las sociedades occidentales, no ha tenido, sin embargo, excesiva traducción empírica.
Desde una posición muy diferente, siguiendo la corriente de pensamiento parsoniana, Becker formula su teoría y explica que el incremento de la participación laboral de las mujeres tiene un impacto irreversible en la familia, y que, por lo que respecta a la fecundidad, la mayor parte del coste de los hijos es consecuencia de un coste indirecto, el del tiempo de la madre. El aumento de los salarios femeninos conlleva, indirecta pero irreversiblemente, el incremento del coste de oportunidad de los hijos. Aún más, la disminución de la fecundidad supone una disminución del deseo de formar una pareja, puesto que la descendencia es la mayor fuente de capital específicamente matrimonial, y su reducción implica la disminución de las ganancias que se obtienen contrayendo matrimonio. Parece, una vez más, que el quehacer de los hombres no importa demasiado.
Veamos ahora otros puntos de vista. Desde la demografía histórica, Rowland (1988) ha apuntado la necesidad de estudiar la responsabilidad de ambos cónyuges en el establecimiento de las condiciones que posibiliten la independencia. Este autor insiste en que únicamente un análisis que contemple el papel jugado por ambos cónyuges puede explicar las diferencias entre los patrones nupciales de diferentes regiones de la Península Ibérica durante el siglo XVII. También Oppenheimer (1994 y 1997) ha contribuido en este sentido, arguyendo que la centralidad otorgada a la posición económica de las mujeres tras la segunda guerra mundial ha derivado en la ignorancia de los efectos que el deterioro de la posición económica de los hombres jóvenes ha podido tener en los procesos de formación familiar.
A modo de conclusión
Mi trabajo se ha apoyado en este tipo de teorías, opino que la formación familiar, en general, y la fecundidad, en particular, dependen de las expectativas de vida de mujeres y hombres, de sus proyectos, aspiraciones y posibilidades. En este sentido, parto de la idea de que una pareja de índole igualitaria es una estrategia de supervivencia más adecuada a nuestros días y sostengo que, hoy en día, existe una relación positiva entre la ocupación laboral de las mujeres (y los hombres) y la fecundidad. Además, afirmo que lo acertado sería trabajar con las características femeninas y masculinas, y con las interrelaciones que entre ellas se establecen.
Bibliografía
Becker, Gary (1987). Tratado sobre la familia. Madrid: Alianza Editorial
Bledsoe, Lerner y Guyer (eds.) (2000). Fertility and the male life cycle in the era of fertility decline. Oxford: Oxford University Press.
Coleman, David (1995). “Male fertility trends in industrial countries: theories in search of some evidences”. En Male Fertility in the Era of Fertility Decline. Liège: IUSSP.
Domingo, Andreu (1998). “La mujer inmigrada tras el velo estadístico”, en Papers de Demografía, nº 146, pág. 1-13.
Luxán, Marta (2005). “La fecundidad en la CAE. Un estudio generacional”, en Arregi y Davila (eds.) Reproduciendo la vida, manteniendo la familia. Bilbao: UPV, pág. 123-166.
Naciones Unidas (2000). "Below Replacement Fertily." Population Bulletin of the United Nations, nº 40-41.
Oppenheimer, V. K. (1994). “Women’s rising empoyment and the future of the family in industrial societes”. En Population and Development Review, nº 20 (2), pág. 293-342.
Oppenheimer, V. K.; Kalmijn, M. y Lim, N. (1997). “Men's career development and marriage timing during a period of rising inequality.” En Demography nº 34 (3), pág. 311-330.
Rowland, R. (1988). “Sistemas matrimoniales en la Península Ibérica. Una perspectiva regional”. En Demografía histórica en España. Madrid: Ediciones El Arquero, pág. 72-137.
1 En 1996 el Eustat incluyó una pregunta sobre fecundidad dirigida los hombres en la Estadística de Población y Vivienda de 1996, pregunta que posibilitaba la construcción de indicadores de fecundidad masculina y que, desgraciadamente, no ha vuelto a ser incluida.
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