Los comerciantes vascos en México en vísperas de la independenciaEscuchar artículo - Artikulua entzun

RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO, JesúsJesús RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO, Dr. en Historia de América. Accésit “Nuestra América”, 2005

De todos es conocido que entre el conjunto de peninsulares que llegaron a México, el aporte humano del colectivo vasco fue el más significativo y no tanto por el número de emigrados, sino sobretodo por la trascendencia de su presencia en la vida social y económica en la colonia. La constante llegada de vascos a Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVIII se vio mermada como consecuencia de la guerra entre Inglaterra y España de 1804 y prácticamente reducida a mínimos con la invasión francesa de la península cuatro años más tarde, pero no dejó de ser importante dentro del conjunto de comunidades españolas representando más de un 18% del total de los españoles residentes en Nueva España. A pesar de que la insurgencia mexicana (1810-1821), la crisis económica y del comercio frenaron la progresiva emigración reduciéndola significativamente durante las dos primeras décadas del s. XIX, no consiguieron paralizar totalmente la salida de vascos hacia el continente americano continuando el tradicional modo de emigrar de los vascos que vinculaba a estos jóvenes con familiares y paisanos colocados en su mayor parte en el comercio novohispano.

Así la presencia vasca alcanzó el 18,42% del total del conjunto peninsular —correspondiendo a Bizkaia un 57% de esta emigración mientras que Álava y Gipuzkoa fue similar con un 21,5%— y la Navarra que continuó creciendo aunque de manera más moderada, con el 19,93%. Dentro de este conjunto encartados, ayaleses y baztaneses constituyeron el grueso de esta presencia vasca en Nueva España.

Del estudio de 235 españoles localizados que abandonaron México entre 1821 y 1827, el 44,25% eran nacidos en las provincias vascas. Esta muestra, de la que tan sólo conocemos la mitad aproximada de las ocupaciones de estos refugiados, nos ofrece el significante dato de que en este periodo la mayor parte —en concreto, un 73 %— se dedicaban al ejercicio del comercio.

TIPOLOGÍA DE LOS NEGOCIOS

Dentro de la pirámide de comerciantes novohispanos de este periodo, los almaceneros ocupaban la cúspide. A pesar de que su número había descendido significativamente en los últimos años, eran los grandes comerciantes que controlaban la importación de productos manufacturados de Europa, suntuarios procedentes de Asia, el cacao de Guayaquil y Venezuela y la exportación de materias primas como azúcar y cochinilla. Es de destacar cómo muchos de estos grandes comerciantes, cuyas fortunas podían superar el millón de pesos, eran vascos que militaron en el partido vasco del Consulado de Comercio de la capital novohispana. Éstos en vez de permanecer aislados del conjunto de sus iguales solían contraer matrimonio con las jóvenes hijas de la elite criolla y de esta manera el peninsular era absorbido dentro de una familia más extensa.

En una escala inferior encontramos a los vascos cuyos negocios consistían en la reventa de productos que compraban a los grandes comerciantes y cuya cuantía podían oscilar entre los 50 y 150000 pesos, y aunque no pertenecían al selecto grupo de comerciantes del Consulado disponían de un buen número de tiendas al menudeo diseminadas por toda la colonia formando compañía con los administradores de sus tiendas. Estos últimos recibían a cambio la mitad o la cuarta parte de las ganancias y de este modo se inculcaba un mayor esfuerzo y una actitud leal con sus propietarios. Muchos de estos administradores habían sido anteriormente cajeros, es decir dependientes que a cambio de su trabajo cobraban entre 300 y 400 pesos al año. El grupo más numeroso lo conformaban los pequeños comerciantes que compraban el género a los proveedores de la capital que, incapaces muchas veces de pagar en efectivo sus compras, tenían que pedir crédito a sus clientes convirtiéndose en víctimas propiciatorias de la inestabilidad reinante.

En el ámbito local, los funcionarios gubernamentales de toda Nueva España participaron activamente en el comercio de sus localidades aprovechándose de su privilegiada posición. Dentro de este grupo se incluye a los que llamamos “comerciantes militares”, mandos de la milicia urbana que aprovecharon su condición castrense para ascender e incorporarse a las elites novohispanas.

La posición menos ventajosa la ocupaban los viajantes, pequeños comerciantes regionales ambulantes y marginales que a lomos de mulas recorrían los pueblos y aldeas más distantes de los centros comerciales, arriesgándose a que al llegar a su destino la plaza estuviera saturada. Sus proveedores les entregaban mercancía por 2/3 de su valor, y que no sobrepasaba la cifra de 100.000 pesos por expedición. La mayor parte de los vascos dedicados a estas actividades no tenían posibilidad de ascenso social siendo su máxima meta administrar una pequeña tienda al menudeo y, con fortuna, convertirse finalmente en su dueño.

Respecto a la localización de los comerciantes peninsulares en Nueva España dependía de su nivel económico; así pues, los grandes comerciantes al mayoreo y al menudeo, propietarios de varias tiendas, se asentaban en la capital en donde también residían la mayor parte de las elites menores y cuyos ingresos excedían de los 100 mil pesos. Este último grupo compartía posición con las familias cuya riqueza se basaba en la posesión de importantes bienes raíces e inmuebles. Las elites provinciales, como la tapatía (Guadalajara), se conformaban con transacciones comerciales a menor escala que la citadina, operando negocios valorados en no más de 100.000 pesos y con fortunas que alcanzaban los 300.000 pesos. En Veracruz, a pesar de contar como Guadalajara con su propio Consulado, sus comerciantes tuvieron que adentrarse en las regiones del interior en busca de mercados, debido a la escasa presencia humana en la región. En Oaxaca, como en el resto del país, el empleo más numeroso de los vascos allí establecidos seguía siendo el comercio, ocupando 1/3 parte del total, mientras que en las provincias de Yucatán y Guanajuato la proporción oscilaba entre el 40 y 60%. En esta última provincia, entre 1793 y 1827, la población española en general y vasca en particular disminuyó un 70% y sus comerciantes nueve décimas partes.

Los ricos comerciantes vascos tuvieron que enfrentarse con el difícil reto de contar con bienes inmuebles que avalasen en la contratación de préstamos, ya que la única garantía que aceptaban los organismos eclesiásticos y particulares que otorgaban dichos préstamos era la tierra cultivada y la propiedad urbana, razón por la cual los comerciantes pudientes invirtieron en casas y haciendas.

Otro campo en donde los vascos destacaron fue en la explotación agraria. Actividad de gran riesgo, en el que los productores se veían obligados a empeñar las cosechas venideras a cambio de “dinero en metálico” que les ofrecían los ricos mayoristas de la capital, Veracruz o Guadalajara, haciéndose cargo asimismo del porte hasta su destino final, generalmente Ciudad de México o Veracruz, en donde productos tan solicitados como el azúcar o la cochinilla se exportaban a Europa y Estados Unidos de América.

Los obrajes, que con el nuevo siglo ocuparon un lugar importante en la economía novohispana, estaban por lo general controlados por españoles que dependían del capital que aportaban los comerciantes ultramarinos de Cádiz. En Puebla, centro obrajero más importante del país, los peninsulares eran dueños de los terrenos en donde se cultivaba el algodón y controlaban la producción de sus aparceros y arrendatarios. A pesar de ser un próspero negocio que sostenía a una cómoda elite provincial, no era suficiente para alcanzar la riqueza de los grandes comerciantes de ciudad de México.

Finalmente, buena parte de los trabajos artesanos eran ejercidos por nativos de Euskalherria, en donde destacaban como propietarios de panaderías. Estos establecimientos exigían un desembolso importante tanto en la adquisición del edificio y del equipo —que oscilaba alrededor de los 16.000 pesos por término medio a finales del siglo XVIII— como el continuo desembolso de capital necesario para pagar el grano que recibían diariamente.

Como conclusión podemos decir que el estudio de los comerciantes vascos en México durante el periodo tardocolonial puede parecer a primera vista un ejemplo de “microhistoria” por su relativa presencia humana en el país americano, pero sin embargo es un vehículo de conocimiento de un vasto universo social que trasciende el mero análisis demográfico para profundizar en las múltiples dimensiones humanas y económicas de un colectivo como el vasco tan importante en la historia de México.

Bibliografía recomendada

FLORES CABALLERO, Romeo Ricardo, La contrarrevolución en la independencia. Los españoles en la vida política, social y económica de México 1804-1838, México, El Colegio de México, 1969.

KICZA, John E., Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de México durante los Borbones, México, FCE, 1986.

LADD, Doris M., La nobleza mexicana en la época de la independencia, 1780-1826, México, FCE, 1984.

RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO, Jesús, La tragedia del exilio: los españoles expulsados de México y su destino incierto (1821-1836), Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla-Universidad de Sevilla-Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 2006.

SIMS, Harold Dana, La descolonización en México: conflicto entre mexicanos y españoles (1821-1831), México, FCE, 1982.

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