La mano izquierda de Verónica Escuchar artículo - Artikulua entzun

JuanCruz MENDIZÁBAL

L
  Raúl Guerra Garrido
Raúl Guerra Garrido.
a extensa producción novelística de Raúl Guerra Garrido, es conocida por la crítica y aplaudida y esperada por lectores y críticos. Hay sin embargo un aspecto en la obra literaria de Raúl que debería ser más estudiada por su valor literario y por su agudeza en temas de actualidad, temas de siempre. Me refiero a la narrativa corta o si se quiere “el cuento literario” Es que esa palabra “cuento”, se presta a confusión y no conviene que este sea el caso. Hablaremos, pues, de la narrativa corta de nuestro autor.

Este tipo de literatura la considera Guerra Garrido como entrenamiento para una novela. Es el ejercicio de calentamiento. Sin embargo, no por ser calentamiento es de menor calidad y como en los deportes, el calentamiento es esencial para el futuro rendimiento. Lo que diferencia una narración corta de una larga, no es solamente el número de páginas. Hay algo que es, por su brevedad, más difícil de elaborar artísticamente la narración, así como es también, a veces, más difícil de leer y captar lo que está concentrado en pocas páginas. Esa brevedad, es efecto del impacto que recibe el escritor y que como tal nos lo retransmite a los lectores. Compara Raúl la novela y la narración breve con la tormenta. La tormenta es la novela, mientras que el rayo que en milésimas de segundo ilumina el contorno, es la narración breve.

Otra comparación que es muy de Raúl es la del puzzle. Esas piezas que se van colocando una tras otra y con tiempo suficiente para examinar los contornos, colores, etc. hasta que se termina la escena, es lo que representa la novela. La narrativa corta es una de las piezas de puzzle con vida propia. La mayoría de las veces son las piezas las que van completando el puzzle. Es el caso de “Cacereño”. Nació la narración corta y de ahí se fue ampliando hasta llegar a una de las novelas que más impacto me han producido. Pero otras veces, dice Raúl, ocurre que del puzzle completo salta una ficha. Es a la inversa. La narración corta proviene de la larga. Es lo que ocurre en La mano izquierda de Verónica, publicada en Interviú el 4 de septiembre de 1990, que proviene de la novela Dulce objeto de amor.

En este relato, Guerra Garrido, se complace de nuevo, y complace al lector, con el juego de los sentidos y en particular con la piel y el tacto, la quintaesencia de los sentidos en el juego erótico del amor. El sentido del tacto está presente en la novelística y en la narrativa breve de Raúl. Es el sentido que pone en alerta a los demás hasta llegar a la mirada táctil que tan agudamente la ha narrado en Dulce objeto de amor, en Copenhague no existe, en El año del wolfram y en otras tantas en las que el tacto, siendo el más vulgar de los sentidos, adquiere valores de profunda y emotiva reacción a los estímulos que piel y tacto provocan en el ser humano.

En Dulce objeto de amor, somos testigos del proceder de dos personajes, Verónica y Félix, protagonistas del ascenso gradual a la cumbre destructora del amor, eróticamente elaborado desde el comienzo de la narración. Verónica, que sigue de cerca y atentamente los movimientos insinuantes y sugerentes de Félix, tiene al mismo tiempo en su poder, una sutil y eficaz arma de ataque: las manos, manos que no pasan desapercibidas para Félix: “Mejor abandonar la imagen de sus manos que tan turbadoras resultan para tu imaginación” (Dulce objeto..., 18) Esas manos, concretamente la izquierda, es la que va a tener el impacto seductor y definitivo en el relato: La mano izquierda de Verónica. La Verónica de la novela se transforma en Berenice, la mitológica Berenice, por voluntad y capricho de Félix y en ese halo mítico-real, fantasía y tacto, se desarrolla la historia de la mutua conquista hasta llegar a la mutua destrucción de amado en amada o de amado en amada transformada. La narración La mano izquierda de Verónica, es, al decir de Raúl, el relato de la loca Verónica que salta de la novela al relato.

La mano izquierda de Verónica, es un relato circular donde cronología y espacio se dan cita para dar sentido a la historia con una sugerente aventura amorosamente ansiada por los protagonistas, aunque con fines distintos. Se parte del siguiente párrafo: “Las equivocaciones son la sal de la vida, no te preocupes. Anda, ya que estás aquí acompáñame, voy a desayunar”. El anónimo joven, enamorado del amor hecho metáfora en Verónica, se hunde en sueños, ilusiones y ensoñaciones de aquel cuerpo que se mueve emitiendo mensajes conscientes de su condición femenina. La historia de este relato es la de un joven que recién termina el COU y una joven viuda, madre de Nice –Berenice- compañera de nuestro anónimo muchacho, coprotagonista y narrador en primera persona de los sucesos que trastornan su vida amoroso-sexual.

En Dulce objeto de amor, Félix le lleva años a Verónica. En este relato, es Verónica la que le lleva años al casi-novio de su hija Berenice. El muchacho anónimo, está en los comienzos del juego camino de la madurez. Da comienzo al proceso de seguridad y movilidad que muestra Félix, es decir, la del hombre feliz una vez alcanzada la madurez del dulce objeto de amor, que es la compatibilidad, la comunión e igualdad de dominio, de condicionamiento de vida. En el relato, Verónica no cambia de nombre. No lo necesita porque es ella la que toma las riendas. Ella es la mujer real capaz de conmover y remover las pasiones del hombre, joven todavía, en los inicios de la ascensión erótico-amorosa. Verónica lo sabe y la loca Verónica se presta al juego.

Hay tres actos y un epílogo en el relato. Son los tres encuentros que tiene el joven con Verónica que lo dejan absorto y que sus tres amigos, uno tras otro, le sugerirán que abandone sueño tan absurdo. Pero la mano izquierda de Verónica tiene un poder al que no puede escapar nuestro joven enamorado. Mano izquierda de Verónica que significa el poder de conseguir aquello que se propone, aparte del significado normal de ser zurda.

El primer encuentro se da en el Club de Tenis. “Nos presentó Nice”. La había observado jugar al tenis y lo primero que le atrae de Verónica es: “ese prurito de curiosidad que siempre provocan los zurdos”. Pero no es eso sólo. El entusiasmo y curiosidad aumentan con el “tremolar de su falda” y todo el espectro de posibilidades inalcanzables que sugiere. Verónica se presenta a los lectores, lo mismo que al joven, siempre vestida de blanco, con lo que puede sugerir la blancura a cualquier principiante o a cualquier entendido. La mirada de nuestro protagonista se centra en cada movimiento de la tenista y se agolpa la sangre con rápidos latidos al ver que la falda “sobrevolaba los muslos y en el impacto del revés terminaba abrazado a su cintura mostrándome los glúteos más sugerentes que jamás hubiera visto”. Crece el interés del chico. La esperanza será el motor de sus futuras acciones. Embelesado, al terminar el partido descubre en la mano de Verónica una “sobrenatural suavidad”. Las miradas se habían cruzado como se cruzaron en Dulce objeto de amor. Hay una diferencia clara entre los dos relatos. Verónica, después del partido deja impresas las huellas digitales en la cara del chico. Con la dulzura del tacto le dice: “Tienes que afeitarte”, es decir, ¡deja de ser niño!, ya eres hombre, ¡apréstate a la lucha!.

Primer acto, primera reacción.. Al tiempo que nuestro joven anónimo se deshace en sueños ilusorios, del mundo real le llega la primera advertencia, la de su amigo Tibur: “No sé cómo sales con esa tía, tronco, ni siquiera es simpática”. Nuestro chico no le presta atención porque: “La perspicacia no era el fuerte de su amigo”.

El segundo encuentro -segundo acto-, se da en el Club de Baile, en la pista DoSonDos, “música para enamorados”. Segundo paso hacia la conquista de lo imposible. Nuevamente es Nice la que los presenta. El baile y la música que suena les obliga a juntarse los cuerpos con la prevista reacción del anónimo enamorado. La mirada táctil es aquí de una fuerza extraordinariamente insinuante. Siente “el vértigo de un vestido largo...(que)... marcaba la justa línea de sus senos y caderas...(y) se deslizaba sobrio hasta... la afilada punta de unos zapatos de tacón altísimo, escotados, su desnudo empeine insinuando en forzada curva la calidad de las del resto de su cuerpo”. Encuentro cuerpo a cuerpo. Segundo escalón en la ascensión hacia la conquista de ambos. La reacción de Verónica al finalizar el segundo encuentro es: “Bailas bien, pero debes aprender a relajarte” Verónica es una buena entrenadora en lances de amor. Insinuante, de mano izquierda, deja de nuevo la impresión de su mano turbadora en la piel del muchacho que emocionado declara: “cuando de veras sentí el mortal desfallecimiento de un deseo imposible fue cuando su mano izquierda acarició mi nuca”. Ahora es Unai el que le habla desde el mundo real: “No sé cómo puedes salir con esa tía, colega, es más plana que una tabla de surf”. Nuestro enamorado amigo no puede creer que Tibur y Unai sean tan ciegos. De tabla, ni hablar. “O no entendían nada o estaban muertos de celos”.

El tercer encuentro –tercer acto-, se lleva a cabo en la fiesta, en casa de Verónica. Allí se dieron casi de bruces. Ella, arreglándose, vestida de blanco. “Un blanco blazer de lino, una ligera camisa de crepé... (con) un escote vertiginoso de botones desabrochados y una blanca falda tubo rasgada en un estremecido corte”. Ascensión paulatina pero segura. Sorpresa para el joven ante una Verónica experimentada. Ascensión segura como seguro fue el proceso mítico-erótico de Berenice y Félix. El éxito de Verónica se fundamenta en las argucias que utiliza para dejar al joven insaciablemente deseoso de su posesión. La insinuación juega un papel mucho más eficaz que cualquier cruda descripción de lo erótico. Guerra Garrido es un maestro en ello. Lo es en esta ocasión en la que Verónica y el muchacho se encuentran frente a frente, el uno sin desviar la vista, la otra, consciente de ello, va aún a revelarle los juegos de un acontecer insinuante. “De blanco, siempre vestía de blanco –repite el muchacho-, pero el azar de su mano forzó la geometría de la falda y al borde del desfallecimiento descubrí el turbador contraste de sus bragas, el negro es la bandera corsaria del erotismo”.

Final del tercer acto. Verónica volverá a dar otra lección más, la tercera, al joven pretendiente. De nuevo su mano izquierda dejará impresa en la piel, en el cuerpo entero del chico, la sensación de estar por ella poseído, “la soñé alrededor de mi cuerpo”. La mano izquierda de Verónica ha cerrado los párpados del novicio en los azares del amor y le da su última recomendación: “Tienes que aprender a encajar las sorpresas como si no te sorprendieran”. De ese mundo idílico vuelve a sacarle su tercer amigo en el umbral del mundo real: “No sé cómo puedes salir con esa tía, tío, es una estrecha”. Los tres amigos, el último es Jordi, son de la misma opinión, pero nuestro neófito se justifica o justifica la reacción de sus amigos pensando de ellos que: “Afortunadamente, no eran celos, sino falta de entendimiento”.

El primer párrafo del relato, hace referencia al plan que tienen Tibur, Unai, Jordi Nice y él, el protagonista, de celebrar el fin de COU, con un viaje relámpago a Italia. Nuestro enamorado, conscientemente, pierde el autobús y un día más tarde –¡dulce despiste!—se presenta en casa de Nice, donde, ¡oh sorpresa esperada!, encuentra sola a Verónica. La invitación a desayunar, que gozoso acepta el chico, es la palestra desde donde nos narra los tres encuentros previos con su Verónica que desayuna, fuma un cigarro y “se duerme”. Nuestro héroe está ahora solo, sin amenazas con todos los dados a su favor: “Retiré de su mano el pitillo... Me atreví a un movimiento más arriesgado y su entreabierto salto de cama respondió dócil a mi voluntad”. Es el epílogo. Afeitado, relajado y sin asomo de sorpresa ve ante sí “la relsa florida de su absoluta desnudez, la visión me hizo prevenir el soñado goce con tanta fuerza que temblé como el neófito que era”. Extasiado, no dice nada. Nada hace que pueda despertar de su sueño a Verónica que está en su plenitud evocadora. Como en los tres actos, también en el epílogo es la mano izquierda “la que realizó el prodigio, la sentí en mi cuello con el denso y ligero tacto de la seda, indiscreta, imperiosa, dirigiéndome con sabio y justo movimiento hasta hundir mi rostro en la tibia piel de su vientre”.

El relato está llevado con pluma maestra. La interacción de los dos personajes recuerda a la de Berenice y Félix pero tiene otra finalidad. En Dulce objeto de amor, hay un constante intercambio sensorial y erótico que va a pasar la prueba del fuego hasta que, purificados, entran en el reino de la mística o mítica unión. Camino y fin del encuentro con el amor.

En La mano izquierda de Verónica-, hay también un proceso ascendente o al menos una progresión. No es sólo la curiosidad obsesiva del joven la que mueve la historia, es también la mano izquierda de Verónica la que en su deseo de enseñar al chico pretende también conseguir algo. Hay una interacción pero es de maestra a alumno. Es un progreso didáctico-docente y la equivocación provocada por el chico y esperada por Verónica se justifica con la frase: “Las equivocaciones son la sal de la vida, no te preocupes”. Interacción mutua que el protagonista la ve como “los dos, cómplices desfallecidos”. La complicidad lleva consigo un estado de mutua conformidad. El juego no ha sido de veras juego sino un reconocimiento de algo útil, bueno, agradable y lleno de sublime goce para los dos. No sólo para uno, porque entonces el egoísmo de una de las partes acabaría con el valor humano y primitivo del amor. En la novela como en el relato, el goce egoísta no cabe. Lo que hace especial esta mutua interacción, la mutua complicidad, son las últimas palabras del relato, el final de la aventura, de la mutua búsqueda: “sabíamos que ella era mi primera mujer y también que, ay, yo era el último capítulo de su juventud próxima a abandonar la treintena”.

No deja de tener interés la revelación de los acontecimientos desde el punto de vista fantástico del personaje anónimo y el real de los tres amigos. La realidad palpable, la que da el sentido de la vista a secas, la dan Tibur, Unai y Jordi, tres jóvenes que quieren alejar a su amigo enamorado del objeto de su amor. Ninguno de los tres tiene palabras que elogien la belleza de Verónica o sus cualidades personales. Para uno de ellos no es “ni siquiera simpática”, es decir, que los encantos físicos brillan por su ausencia así como también una agradable personalidad. Para el segundo, Verónica es “plana como tabla de surf”, insinuando que no existe sensualidad capaz de provocar emociones incontrolables. Para Jordi, Verónica “es una estrecha”, con lo cual dice todo. Los tres son amigos de Berenice, hija de Verónica, como lo son del anónimo joven y, por supuesto, prefieren la hija a la madre y con ella se van en viaje de fin de curso.

Para nuestro enamorado muchacho anónimo, y por tanto universal, las cosas tienen otra perspectiva. En Dulce objeto de amor, ocurre algo parecido a la ascensión mística, donde la noche oscura, la ceguera hacia lo real, les abre los ojos a una realidad distinta. En este relato algo semejante le ocurre al protagonista, que se ve cegado a la realidad pero con una clara visión que sus amigos son incapaces de percibir. Para cada juicio negativo que emiten sobre Verónica, él tiene un contrapunto que le ciega aún más la apreciación de la realidad demasiado evidente, sublimándola a otro mundo que se le abre gracias a las suaves caricias de la mano izquierda de Verónica. Por eso, precisamente, es curioso el juicio que el joven enamorado emite desde su mundo de ceguera, de la niña Nice, la niña bien del mundo real: “Nice, del griego Berenice, cuya forma macedonia es Verónica, no se parecía en nada a su madre Verónica. No muy agraciada, lisa, antipática y puede que hasta estrecha, circunstancia que no intenté comprobar a pesar de que éramos medio novios, ni siquiera zurda”. Esta es la realidad que aprecia el joven desde su mundo exaltado por el amor, aureolado por el erotismo. Un doble juego, una doble realidad cuyo secreto está en enceguecer y no ver lo cercano y tangible para, a través de la oscuridad, abrirse a un mundo de luz sublime y desconocido, casi intangible. Mientras los tres amigos tienen tan solo el sentido vulgar de la vista objetiva, ciegos a la sublime luz del amor, el amigo anónimo se aleja, ciego, para abrir sus ojos a los destellos de una nueva luz. Es este un gran relato, con la compleja sencillez de la iniciación en el amor y la despedida al último capítulo de la juventud.

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