Mari Karmen GIL FOMBELLIDA, Universidad de Deusto
Traducción: Mari Karmen GIL FOMBELLIDA
Jatorrizko bertsioa euskaraz
Contra todo pronóstico, y venciendo todo tipo de obstáculos (lingüísticos, políticos, sociales y económicos), surgió en Euskal Herria, todavía en plena dictadura franquista, un importante movimiento cultural, que se desarrolló vivo y con fuerza en torno a los grupos de teatro aficionados.
Antonio María Labayen Toledo. Fot. I. Linazasoro |
Tras la Guerra Civil, la actividad teatral se interrumpió totalmente durante algo más de una década, retomándose en Gipuzkoa mediados los años cincuenta, de la mano de grupos como Euskal Iztundea, esta vez bajo la dirección de Mª Dolores Agirre, y Jarrai, dirigido por Iñaki Beobide y posicionado al frente de la corriente más innovadora del teatro euskaldun. Junto a otros grupos que representaban en castellano (TEU, Antígona, Tablado, Argi, Teatro Estudio de San Sebastián, etc.), ambos cuadros de actores formaron parte del Club de Teatro de San Sebastián, dependiente del Ayuntamiento donostiarra y creado en 1962 por iniciativa personal de Eduardo Manzano y José Mª Aycart. Este proyecto facilitó durante diez años el acceso de los grupos aficionados al escenario más importante de la capital, el teatro Principal.
Iñaki Beobide Aguirrezabalaga. Foto Jesús Mª Pemán, 1982. |
Si en Gipuzkoa se podían contabilizar, en la década de los sesenta, al menos dieciocho grupos que representaban en euskara, en el resto de Euskal Herria la presencia de grupos euskaldunes, hasta finales de los años setenta, fue prácticamente inexistente. Los grupos más conocidos en Bizkaia, Nafarroa y Araba representaban casi todos exclusivamente en castellano, aunque algunos fueron incorporando el euskara a sus repertorios. Akelarre, Geroa, Cómicos de la Legua, Amadís, Valle-Inclán, Manuel Iradier, etc., son algunos de los más conocidos. Más tarde aparecieron El Lebrel Blanco, Eterno Paraíso, Maskarada (en euskara) y Karraka (estos dos últimos a partir de la división de Cómicos de la Legua). En cuanto a Iparralde, no podemos olvidar la importantísima labor desarrollada por el dramaturgo y director de escena Daniel Landart; defensor de un teatro comprometido con el euskara y con la cultura de Euskal Herria, e impulsor de grupos como Irurak bat, Xirrixti Mirrixti o Bordaxuri.
Maskarada. Foto: Justy García Koch, 28/3/00. |
Siempre a la cabeza en actividad teatral, entre 1970 y 1990, sólo en el territorio de Gipuzkoa, pueden contabilizarse más de 300 entidades que, en un determinado momento y tocando todos los géneros, se implicaron en la vida escénica vasca. Son destacables los nombres de Egi-Billa, Ereintza, Goaz, Arrate, Narruzko Zezen, Intxixu, Oargi, Orain, Taupada, Atelier, Legaleón T, Tanttaka, Intxurre, Topo, etc. Grupos de teatro de calle como Aide, Xiputz, Titirikoko, La Traka, Teatrocirco, Titiriteros de Sebastopol, Trapu Zaharra, etc. Grupos de teatro para niños como Txotxongillo, Buruntza, Colorín, Kixki Mixki ta Kaxkamelon (luego Txirri Mirri ta Txiribiton), Zingili Zangala, etc. Mimos como Peter Roberts, Jon Zabaleta, el grupo Tok, etc.
¿En qué contexto se desarrolló toda esta actividad teatral? Para entender la importancia que, social y culturalmente, ha adquirido en las últimas décadas el hecho teatral en Euskal Herria, hay que conocer el contexto en el que se ha desarrollado la actividad escénica, tanto en el ámbito teatral (oferta comercial, gustos del público, teatro de moda...) como en el político e histórico. Hay que tener en cuenta las barreras con las que se encontraron los grupos para poder llevar a cabo sus empresas: una cartelera comercial que dificultaba sistemáticamente el acceso de las compañías de teatro vascas a las grandes salas, una censura férrea, la persecución política y lingüística, la escasez de medios técnicos, la falta de apoyo y de infraestructuras para la difusión de su trabajo...
Kixki, Mixki ta Kaxkamelon. |
Una obra que ahora nos puede parecer ingenua, demasiado moralista o tradicional, toma en el contexto de su tiempo otro cariz y otra interpretación. La elección de un título determinado, mejor o peor interpretado, pero que implica cierto compromiso político; el estreno de un autor censurado y vetado en la escena comercial, o, como en nuestro caso, el uso de una lengua perseguida e infravalorada durante décadas como el euskara, incrementan el interés, desde la perspectiva histórica, del teatro representado en un tiempo y en unas circunstancias concretas.
Sin una escuela de arte dramático, los componentes de los grupos de teatro vascos, tanto aficionados como profesionales, tuvieron durante más de veinte años una formación completamente autodidacta. Las compañías vascas aprendían con la práctica. Algunos de estos grupos, atraídos por las teorías del nuevo teatro europeo, por los avances de la escena catalana y por las propuestas de los grupos de teatro independiente fuera de Euskal Herria, tomaban contacto de alguna forma con estas corrientes, aplicaban los conocimientos teóricos que iban adquiriendo a sus montajes e introducían así nuevas técnicas y nuevos recursos interpretativos.
La creación en 1981 del Servicio Antzerti y de su Escuela de Arte Dramático cambió, sin duda, el panorama teatral vasco. Distintas polémicas surgidas en torno a la gestión administrativa, hicieron de Antzerti un proyecto discutido; pero, aun con sus deficiencias, fue una inciativa interesante e importante, y sirvió de acicate para que las compañías teatrales vascas, profesionales y amateurs, hicieran públicas sus necesidades y las circunstancias reales en las que desarrollaban su trabajo. Además, en las aulas de Antzerti se formaron muchos de los actores y técnicos profesionales de la escena, la televisión y el cine vasco actual. También de esta Escuela surgieron nuevos grupos de teatro, casi todos con carácter profesional; algunos de vida efímera, otros, sin embargo, representativos del teatro vasco independiente del momento como Bederen 1, Sakana, Higa, Luar, Maite Agirre, Teatropolitan, etc.
Todas culpables, de Tanttaka Teatroa. De izda. a dcha.: Garbiñe Losada, Mireia Gabilondo, Teresa Calo y Amaia Cuende, 1995. |
En las décadas de los setenta y ochenta, las compañías de teatro vascas reivindicaban una serie de necesidades: apoyo institucional para la difusión de su trabajo, con circuitos teatrales y facilidades de acceso a estos circuitos tanto para el teatro profesional como aficionado, ayuda oficial para el desarrollo del teatro en euskara, una escuela con estudios reglados de arte dramático, un centro de documentación y archivo, ayudas económicas para la gestión y producción independiente de sus montajes... y, sobre todo, la valoración artística y cultural de su trabajo. En la actualidad, los grupos consideran que estas demandas siguen sin resolverse plenamente y continúan reclamando un mayor apoyo institucional a la cultura teatral “de base”, al margen de los gustos personales de los programadores y de los intereses económicos de las grandes salas.
En definitiva, partiendo casi de la nada, los grupos de teatro aficionados de los años sesenta y setenta recuperaron, en cierto modo, el espíritu de los cuadros teatrales vascos de principios del siglo XX y consolidaron definitivamente el arte del teatro en la historia literaria y artística del país. Gracias al impulso y al respaldo de todo ese teatro amateur, consiguieron ver la luz muchas compañías que, a su vez, abrieron las primeras puertas de acceso a la escena profesional vasca. Es decir, el trabajo prácticamente anónimo de esos conjuntos de aficionados sin escuela, sin recursos económicos y sin las últimas novedades escenotécnicas, unido a la labor de los primeros colectivos profesionales, debe considerase como el auténtico germen del teatro vasco contemporáneo.
Este artículo forma parte de un proyecto de investigación financiado a través del Programa de Formación de Investigadores del Departemento de Educación, Universidades e Investigación del Gobierno Vasco.
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