Laura Mintegi

Escritora

"Muchas veces, el escritor sufre al escribir, porque, al tener que indagar en sus adentros, puede encontrarse con cosas dolorosas"Escuchar artículo - Artikulua entzun

Unai BREA
Traducción: Koro GARMENDIA IARTZA
Jatorrizko bertsioa euskaraz

“Busco tiempo para hacer cosas que sólo yo puedo hacer”, confiesa Laura Mintegi. Durante los últimos meses, la vida de esta escritora navarra afincada desde hace tiempo en Bizkaia se ha visto ligeramente alterada. Ha dejado de colaborar como articulista en los medios de comunicación, de pronunciar conferencias -salvo en los casos en que se había comprometido a hacerlo-, y de participar como miembro del jurado en los concursos literarios -excepto en la beca Joseba Jaka-. ¿Y qué es, pues, lo que nadie salvo Laura Mintegi puede hacer? Por una parte, ser la madre de sus hijos. Por otra, trabajar como profesora en la UPV/EHU –“soy la directora de mi departamento, pero me he propuesto dejar de serlo al cabo de dos años”-. En tercer lugar está la novela que tiene entre manos. Le está causando no pocos quebraderos de cabeza, por lo que busca tiempo y tranquilidad para abordarla como es debido. Pero hay otra tarea que la escritora por el momento no puede desatender: la presidencia del Club Euskal PEN. A sus escasos seis meses de vida, este Club necesita, cual un bebé, de los cuidados y atenciones de Laura Mintegi para proseguir su andadura por este mundo. Y es que la escritora de Lizarra ha tenido mucho que ver con su gestación.

¿Desde cuándo escribe usted?

  Argazkia
Desde siempre. Cuando estaba en la edad escolar, me presenté a un concurso de redacciones convocado por Coca-cola, y gané. Me obsequiaron con un montón de botellas de Coca-cola, varios libros, un estuche y un pequeño viaje. No recuerdo cuántos años tenía, pero calculo que no más de ocho o nueve. Ya para entonces quería ser escritora. Luego, con aproximadamente quince años, me puse a escribir poemas, aunque muy tontolescentes, muy malos. Despúes, durante un tiempo no escribí nada. Decidí que, de seguir escribiendo, lo haría en euskera. Quería ser una escritora euskaldun, no una escritora vasca. De modo que a los diecisiete años me puse a aprender el euskera, y a los diecinueve a escribir en euskera, en un euskera bastante tosco, pero en euskera al fin y al cabo.

¿Qué le llevó a tomar esa decisión?

A los quince o dieciséis años se me despertó la conciencia. Fue una época decisiva para mí. Creo que fue precisamente entonces cuando tomé las decisiones más importantes de mi vida, ya que todo cuanto he hecho desde aquel momento en adelante no es más que el resultado de aquellas determinaciones. Para responder a su pregunta, le diré que me parecía un enorme contrasentido albergar sentimientos vascos, sentir que mi patria era Euskadi, y no saber hablar en euskera. Fue básicamente una cuestión de coherencia.

¿Qué solía escribir a los dieciocho años de edad?

Prácticamente los mismos pésimos poemas que le he mencionado. De prosa, más bien poco. Llenaba un montón de cuadernos, pero sin la intención de publicar lo que escribía. Puede que la catarsis me llegara en 1980, cuando me fui a África por un año. Al regresar de allí, me puse a escribir como una loca.

¿Y sobre qué temas escribía?

Siempre he escrito sobre lo mismo: sobre las cosas que me obsesionan. El tema al que más a menudo recurro -aunque de esto me haya dado cuenta después, no en el mismo momento-, es el de la gente que vive situaciones extremas. A veces incluyo elementos políticos, amorosos, etc. -porque también los amores pueden llevarte a vivir situaciones extremas-. Veo cómo reaccionamos las personas ante los momentos en que hay que tomar decisiones cruciales.

¿Cómo ha evolucionado su literatura, si es que considera que lo ha hecho?

Argazkia  
Sí, sí que ha evolucionado. Al principio me resultaba difícil saber hacia dónde me dirigía, pero ahora veo claramente que estoy siguiendo un trayecto. Claro que me arriesgo cada vez más, y, además, conscientemente. El trauma que ahora mismo me azota es que, al haberme ido tan bien con los libros anteriores, salvo con uno, he tenido una evolución positiva, y me exijo cada vez más, no me conformo con cualquier cosa. Me cuesta mucho escribir. Más que escribir, inventar. Me marco retos cada vez más difíciles. Puede que el último que me he fijado sea demasiado difícil, y que por eso esté tan atascada, sin poder avanzar en ningún sentido. Llevo dos años en ese atasco y empiezo a estar preocupada. Podría escribir lo que fuera para salir del pozo, pero no se trata de eso. Con tal de avanzar, quiero hacerlo en el sentido que yo quiero.

De modo que sí, he ido evolucionando. Pero sin renegar de ninguna de mis obras, porque nada de lo que he publicado me ha satisfecho plenamente. Sé que una de mis novelas no es buena, lo sabía cuando la publiqué, pero tenía que publicarla para poder avanzar, para poder dar el siguiente paso. Por lo demás, cuando leo alguna novela que escribí hace años, me siento satisfecha, no siento ninguna vergüenza.

Ha ganado varios premios. ¿Qué opinión le merece que el vencedor del Premio Planeta se embolse 100 millones de pesetas –descontando las retenciones por los impuesto-? ¿Le produce alguna envidia?

Envidia desde luego no, porque sé muy bien cuál es la contrapartida. Ese dinero trae consigo una tremenda esclavitud. De modo que, de envidia nada.

¿Realmente es como para llamarlo esclavitud?

Yo creo que sí. Tampoco es que conozca muy a fondo el Premio Planeta, pero hay premios que producen auténticos esclavos. Incluso en Euskadi. Yo formo parte del jurado que concede la beca Joseba Jaka, donde el vencedor recibe una elevada suma de dinero, pero no por una obra, sino por un proyecto que ha presentado. Ahí no surge ninguna situación de dependencia, o, de hacerlo, será mínima. El escritor recibe ese dinero para que desarrolle un determinado trabajo. Me parece una buena idea; por eso estoy en el jurado, pero hay otras formulas que... No conozco los premios españoles, no más que cualquier otra persona: sé que hay intereses políticos de por medio, etc. Lo de los 100 millones no es del todo cierto; son un anticipo de los derechos de autor que irá percibiendo. Con respecto a los premios que se conceden en Euskadi, tengo que reconocer que soy presa de una gran contradicción, porque, por una parte, admito que si estoy donde estoy es, en gran medida, gracias a ellos. Los premios te animan a seguir adelante. Pero, por otra parte, creo que los certámenes que únicamente responden a motivos promocionales, y que en este país abundan, merecen las críticas más severas. Conceden el premio y publican una mísera edición que queda soterrada en el sótano de un banco.

¿Le parece que en Euskadi vivimos demasiado pendientes de la feria de Durango? ¿Los escritores quizás?

Yo creo que sí. Las editoriales por lo menos sí, y creo que los lectores también. Dejando de lado el aspecto meramente comercial, me parece que el montaje y otras tantas cosas tienen algo de fenicio, pero, bueno, también eso es necesario. Aquí, en Euskadi, si no conseguimos mantener una industria económicamente fuerte, podemos darnos por perdidos. Por otro lado, la feria de Durango desprende un aire religioso que lo convierte en una especie de meca para los euskaldunes. Y lo digo incluyendo su sentido más peyorativo, que aun así también resulta necesario. En cualquier caso, pese a los defectos que le detecto –reparar más en las ventas que en el fomento de la lectura, la obligación de acudir a ella para dejar constancia de nuestra “existencia”, etc.-, creo que es una feria necesaria y positiva. Hay que concederle la importancia que se merece.

¿Qué opina sobre la dicotomía -o antagonía- “best seller-buena novela”? Muchos las consideran categorías incompatibles...

Yo creo que una buena novela y un best-seller son cosas muy distintas. A veces coinciden y otras veces no, pero, en principio, no tienen nada que ver. Normalmente, es el tiempo el que sentencia si un best seller es una buena novela o no. Claro que, a decir verdad, pocos best sellers han pasado a la historia.

¿Y qué hay de usted? ¿Busca entretener al lector?

No, yo no busco el entretenimiento. Yo quiero invitar al lector a pensar, quiero trasladarle las preguntas que yo me hago a mí misma, y, así como yo trato de encontrar mis propias respuestas, que el lector se busque las suyas. Compartir mis responsabilidades me parece sumamente enriquecedor. Al escribir, veo que crezco como persona, y siento la necesidad de compartir ese sentimiento. Por lo general, comparto absolutamente todo lo que me pasa; por ejemplo, el que me haya comprado un coche nuevo. Si estoy contenta, quiero que los demás compartan mi alegría. Y lo mismo respecto a la literatura.

¿Cuál es el tipo de literatura que más le agrada?

En mi opinión, todo lo reflejado en la literatura debería ser auténtico, aun siendo ficticio. Cada uno puedo escribir lo que quiera, pero sin mentir. Hay que ser sincero, aunque a veces duela. Muchas veces, uno sufre al escribir, porque tiene que indagar en sus adentros, y puede encontrar cosas dolorosas. Resulta difícil reconocer determinadas cosas. Todos los días nos decimos pequeñas mentirijillas para calmar nuestros adentros, pero, a la hora de escribir, uno no puede engañarse a sí mismo; tiene que decir la verdad, dejarse de engaños. Incluso cuando escribe ficción, porque el lector lo nota. ¿Cómo si no conseguir que alguien crea algo, sin antes haberlo vivido? Nadie podrá llegar a vivir una determinada situación si antes no la he vivido yo.

No me dirá que usted ha vivido todas las situaciones que refleja en sus libros...

En la realidad no, pero en la ficción sí. Estoy obligada a recrear esas situaciones en mi mente. Mentalmente, he vivido todo tipo de situaciones; tantas, que sufro y disfruto en toda su plenitud. Y no es de extrañar que, mientras estoy escribiendo, rompa a llorar o empiece a soltar carcajadas. Nunca he abandonado la familia y huido con mi amante a los Estados Unidos, pero lo he contado. Y, en una ocasión, alguien me dijo: “sé perfectamente lo que es eso. Y es justo como tú lo cuentas”. Eso es increíble. Lo que nunca he hecho, ni haré, es escribir lo que en mi opinión debiera ser. Lo hice en una ocasión y no me salió bien. Fue cuando escribí sobre la tortura. No conseguí sentirme como una torturadora, por mucho que me hubiera esforzado. Escribí lo que pensaba que sentían. Y me equivoqué. No hay que hacer eso.

Muchos escritores crean su propio universo. ¿También usted busca el suyo propio, o es algo que, quizá por casualidad, llega por sí solo?

Todos los escritores buscamos una voz propia. A decir verdad, todas las personas tenemos una cosmogonia, no sólo los escritores. Algunos tienen una visión prestada, la que les ha venido dada por el poder o por la sociedad; son gente que apenas se ha volcado en crear su cosmogonia. Otros, en cambio, se ocupan más de ella. Claro que tampoco es obligatorio el hacerlo. El problema de las palabras es que todos disponemos de las mismas y que las utilizamos para cualquier cosa, que están ya muy usadas. Y, así, resulta muy difícil darles el sentido que uno quiere. Decía Lewis Carroll, a través de uno de sus personajes, que una determinada palabra significa lo que yo quiero que signifique, a lo que Alicia responde que no, que una palabra significa lo que la autoridad ha ordenado que signifique. Las palabras tienen un sema o significado, y el escritor tiene que conseguir dotarles del significado que él les quiere dar. Eso es lo más difícil. Pero, si uno es sincero consigo mismo, al cabo de unos años puede llegar a conseguirlo.

¿Qué piensa sobre etiquetas como literatura de mujeres?

También ahí tengo mis contradicciones. Según el día, o, incluso, según la hora que sea, puedo pensar que la literatura de mujeres existe o no existe. Soy de la opinión de que, en principio, no hay que hacer distinciones, que cada autor produce su literatura según sus propias condiciones (sexo, nacionalidad, entorno social, etc.). Pero lo cierto es que, tras analizar detenidamente mucha literatura, he llegado a la conclusión de que la literatura elaborada por las mujeres comparte unos elementos comunes. Y esto está muy ligado a la respuesta de la pregunta anterior, a la cosmogonia. Es indiscutible que las mujeres tenemos una visión propia del mundo. En algunos casos puede compartir la visión de algunos hombres, pero en otros muchos campos se observa una gran similitud con respecto a la visión de otras mujeres, no sólo por compartir las mismas condiciones sociales, sino por motivos psicológicos. Es otra forma de interpretar el mundo.

Por lo tanto, también habrá literatura de hombres...

Claro que sí. Lo malo es que lo vemos como algo neutro, no marcado, por la sencilla razón de que la sociedad así lo ha querido, aunque fuera mentira. Y a todo aquello que sale de lo neutro se le pone una etiqueta.

En el mes de abril presentaron el Club Euskal PEN, que usted preside. ¿Cuál es, exactamente, la razón de ser de este club?

El Club PEN es una asociación internacional fundada por un grupo de escritores en 1921, al poco de finalizar la Primera Guerra Mundial. Observaron que había posiciones muy radicales, y que urgía crear un foro donde comunicarse. El Club PEN es un movimiento que defiende la libertad de expresión y rechaza la censura. En aquellos momentos era muy importante crear una entidad que acercara las distintas ideologías, religiones, razas y naciones entre sí. Muchos pueden pensar que su nombre proviene de la palabra pen (bolígrafo), pero son las siglas de “poeta, ensayista, novelista” en inglés. Más tarde, se le fueron sumando periodistas, cantantes y editores; en general, todo profesional ligado a la palabra.

Desde su creación en 1921, algo habrá conseguido en todos estos años...

Supongo que sí. Hay mucha gente que no sabe de la existencia del Club PEN, por lo que hay que explicarles todo desde el principio. Pero en otros campos no hace falta cambiar nada. Los Estados ya saben lo que es, notan su presión. El reconocimiento internacional del Club PEN es una ofensa para muchos Estados. Tenga en cuenta que escritores de la talla de Saramago, Gunther Grass, Susan Sontag o Mario Vargas Llosa hacen un gran trabajo en su seno. La repercusión cultural del Club es enorme. Por ejemplo, a la hora de decidir a quién se le otorgará el Premio Nobel de Literatura, una de las fuentes a las que se recurre es precisamente el Club PEN. Con frecuencia, el citado Premio se suele conceder a autores muy molestos para sus países de origen. Pues bien, detrás de esas decisiones suele estar el Club PEN.

Su misión es fomentar la comunicación. Pero, ¿por qué precisamente entre los escritores?

Nuestra herramienta de trabajo es la palabra, que, además, es la única que nos permite comunicarnos. Incluso cuando se dicen las cosas más duras que pueda haber, siempre será más aceptable que cualquier otro medio. Somos profesionales de la palabra, creemos en ella. Además, hoy en día, algunas magnas creencias están en decadencia. Hoy en día, la sociedad no recurre a los hechiceros, a los sacerdotes o a los filósofos para entender la realidad, sino que, muchas veces, quieren que seamos los escritores quienes les expliquemos qué es lo que está pasando en el mundo. Y somos conscientes de que tenemos esa responsabilidad. La literatura puede contribuir a suavizar las relaciones humanas.

No obstante, parece ser que la gente lee cada vez menos...

Es cierto, pero muchas veces la transmisión no se produce de manera directa, sino indirecta. Poca gente ha leído a Kafka, pero todo el mundo sabe qué es una situación kafkiana. Y pocos han leído a Orwell, pero cualquiera sabe qué es el Gran Hermano. La transmisión ideológica no sólo se produce directamente de los libros, sino a través de otras múltiples formas. Y en el origen de esas ideas ha tenido que haber participado un escritor.

Laura Mintegi Lakarra (Lizarra, 1955)

Con apenas dos meses de vida la llevaron de Lizarra a Venezuela, aunque a los dos años regresó a su tierra natal. Pero no por mucho tiempo, ya que al cabo de un par de años, su familia se trasladó a Bilbao. Desde entonces, ha residido en Bizkaia, primero en la capital, y, desde 1973, en Algorta. Asegura que no ha perdido el contacto con sus raíces: “He pasado casi todos los fines de semana y vacaciones en Lizarra, y, hasta los diecisiete años, pese a vivir en Bilbao, hice mi vida allí”.

Quería estudiar Periodismo, pero en Euskadi no había más posibilidades que hacerlo en la Universidad de Navarra –“Conocía al Opus lo bastante como para saber que no quería estudiar con ellos”-, por lo que, finalmente, eligió la carrera de Historia. Se licenció en la Universidad de Deusto y empezó a trabajar en la Ikastola Asti-Leku de Portugalete.

En 1980 viajó a África, concretamente a la región nigeriana de Biafra. “La gente de mi generación entenderá perfectamente su significado. Biafra era entonces un símbolo, como más tarde lo fue Etiopía. La guerra, el hambre...”. Mintegi se fue a Biafra a los diez años de haber finalizado la guerra, para trabajar como consejera de pedagogía de su máxima autoridad. Tras un año de permanencia, a su regreso comenzó a escribir concienzudamente.

Pronto llegarían los premios. El primero de todos fue el Premio Donostia, que recibió por un cuento titulado Sator zuloa. Este galardón le abrió muchas puertas: “A mí siempre me ha resultado fácil publicar mis libros. Nunca he tenido que recurrir a una editorial. Nada más ganar el premio con un solo cuento, recibí la oferta de publicar una colección”. En 1986 dio el salto hacia la novela, de nuevo con gran éxito, ya que su obra Bai… baina ez se alzó con el Premio Azkue, inaugurando de este inmejorable modo la trayectoria por todos conocida. En la actualidad, y desde 1981, es profesora en la Escuela de Magisterio de UPV/EHUk, donde imparte clases de euskera y literatura vasca.

Algunas obras de Laura Mintegi:

Bai… baina ez (1986, novela, premio Azkue)
Julene Azpeitia (1988, ensayo)
Legez kanpo (1991, novela, accesit en el premio Jon Mirande)
Nerea eta biok (1994, novela)
Ilusioaren ordaina (1999, colección de cuentos)
Sisifo maiteminez (2001, novela)

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2004/10-29/11-05