Juana Inés de Asbaje: La Décima MusaEscuchar artículo - Artikulua entzun

Gorka Rosain

Llamada en España El Fénix de América y Décima Musa, Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, más conocida internacionalmente como Sor Juana Inés de la Cruz, nació en la hacienda de San Miguel de Nepantla, Estado de México, propiedad de su padre, el 12 de noviembre de 1648, aunque algunos de sus biógrafos aseguran que fue en 1651.

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San Vicente Ferrer.

Fue la segunda hija de Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, oriundo de Vergara, Guipúzcoa y de Isabel Ramírez de Santillana, hija de padres vascos que se supone eran de Álava. Fue bautizada en la capilla de la hacienda de San Vicente Ferrer en el municipio de Chimalhuacán.

Juana Inés demostró desde muy pequeña una inteligencia extraordinaria tanto para las letras como para las ciencias, capacidad que fue aumentando con el tiempo y que colateralmente le provocó muchas polémicas y le atrajo infinidad de dificultades surgidas principalmente de las envidias y de la incapacidad para comprender en aquellos tiempos que una mujer pudiera ser no sólo poseedora de tan alto coeficiente intelectual sino un verdadero genio en cualquier campo del saber en que se le situara.

Sobre Sor Juana Inés de la Cruz se han escrito infinidad de temas de todos tamaños en todo el mundo y numerosos archivos y bibliotecas de muchos lugares del planeta, especialmente de universidades, tienen por orgullo poseer documentos originales suyos, como es el caso de la Universidad de Arizona, que guarda más de 50 documentos originales del Siglo de Oro español, entre los cuales hay, al parecer, varias obras de Sor Juana. Fue una mujer fuera de serie en el campo del saber, sobre todo en el de las letras, independientemente de su condición femenina, que maravilló al mundo y que en estos tiempos en que se ha reconocido la capacidad de la mujer en campos antes reservados al hombre, podría decirse que su ejemplo es más actual que nunca.

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Hacienda de Panoayan.

Al igual que sus hermanas Josefa y María, Juana Inés recibió de tres maestras clases particulares de lectura, escritura y matemáticas básicas, desde los tres años de edad, pues solamente los hombres podían entonces asistir a las escuelas, y en dos años ya sabía perfectamente leer, escribir, bordar y aritmética. Leía obras clásicas en los libros de su abuelo materno, Pedro Ramírez, con quien se crió en su hacienda de Panoayan y además aprendió lenguas nativas de los indígenas que vivían y trabajaban en la heredad.

Entre los seis y siete años pidió ser enviada a la Real y Pontificia Universidad de México, solicitud que le fue denegada, y a los ocho años compuso una “Loa al Santísimo Sacramento”, que ella misma declamó de memoria, por lo que recibió como premio un libro. A la edad de ocho años recibió un curso de latín que en 20 lecciones le impartió el Bachiller Martín de Olivas, lo que le sirvió para escribir versos latinos y para dominar esta lengua magistralmente sin dificultad alguna.

A los 11 años fue enviada a la ciudad de México, capital del virreinato, a vivir con sus tíos Juan de Mata y María Ruiz de Mata, quienes poseían una extensa biblioteca con gran variedad de obras, que Juana Inés supo aprovechar plenamente y además aprendió euskara, portugués y náhuatl. Del euskara decía que era su lengua propia y la defendía siempre que fuese preciso. Siendo adolescente escribió su muy celebrado poema “Primero sueño”, con 993 versos, en el que expone las situaciones que más le intrigaban en ese tiempo.

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Marqués de Mancera.

Cuando en 1664 asumió su cargo el virrey Sebastián de Toledo, Marqués de Mancera, Juana Inés, que contaba entonces con 17 años, fue invitada a ser dama de honor de la virreina Leonor Carreto de Toledo. Para entonces destacaba tanto por su inquietud científica y su creatividad poética y literaria que el virrey hizo que la examinaran sobre diversas disciplinas 40 letrados y sabios, prueba de la que salió airosa. Pero como no le gustaba la difícil vida de la corte y tampoco tenía interés en el matrimonio, su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda la convenció en 1667 de ingresar a la vida religiosa en el convento de San José de la orden de las Carmelitas Descalzas, sólo que su salud se deterioró por la rigidez de las reglas de esta congregación y en 1669 se cambió a la de San Jerónimo, en donde profesó con el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz. En esta comunidad observó con exactitud sus deberes, hizo oficio de contadora y de archivista y fue electa como priora dos veces pero ella nunca aceptó el cargo.

En su vida monástica recibió permiso de continuar con sus estudios y sus escritos y pudo conservar sus libros y aparatos de investigación científica. Su biblioteca constaba de cuatro mil volúmenes. Compuso sonetos, endechas, glosas, quintillas, décimas, redondillas y ovillejos amorosos, religiosos, filosóficos y satíricos, así como romances diversos con gran variedad de metros y estrofas, un enorme número de villancicos entre 1680 y 1688, y hasta un grueso volumen con sus propias recetas de cocina. Durante mucho tiempo cultivó amistad con los más destacados escritores y científicos de su época y en especial con Carlos de Sigüenza y Góngora.

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Sor Juana Inés.

La musa casi no dormía por estar haciendo estudios astronómicos, lo que le apasionaba. En 1680 ganó un concurso, lo que no era extraño en ella, éste de poesía alusiva a la llegada de los nuevos virreyes, los Marqueses de la Laguna y Condes de Paredes. Sus obras se editaron en España en 1689 incluida su Inundación Castálida y comenzó a ser conocida como Décima Musa.

Se imprimieron su auto sacramental de El Divino Narciso y sus Meditaciones del Rosario y la Encarnación, y dejó varios opúsculos, villancicos y manuscritos, hoy extraviados, como El Equilibrio Moral y un tratado de música que tituló El caracol.

En 1683 ganó dos premios en el certamen universitario del Triunfo Parténico.

Pero precisamente por los muchos prejuicios respecto a la capacidad de las mujeres e incluso a la duda de que poseyeran inteligencia, el brillo de Sor Juana era algo completamente fuera de contexto para la época y hasta hubo quienes la acusaban de estar poseída por el demonio. Afortunadamente, la Inquisición siempre la juzgó con buen sentido, si no quizá hasta la hoguera hubiese ido a parar. Dentro de aquellos que no veían con buenos ojos a la religiosa estaba el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien le pidió escribir sus comentarios sobre un sermón muy controvertido que 40 años antes había pronunciado el jesuita portugués Antonio Vieyra, titulado Las finanzas del amor con Cristo, cuyos errores criticó Sor Juana y apoyó las posturas al respecto de San Agustín, San Juan Crisóstomo y Santo Tomás de Aquino, contrarias al mensaje implícito del sermón. El obispo Fernández, sin consultar con ella le publicó sus críticas como Carta Athenagórica y provocó un escándalo en su contra entre la comunidad religiosa. Luego el mismo obispo publicó una supuesta respuesta a Sor Juana bajo el título de Carta a Sor Filotea de la Cruz, en que critica a la religiosa y considera pecaminosas sus aptitudes y conocimientos. Seis meses después, Sor Juana respondió al obispo defendiendo el derecho de la mujer a tener acceso al saber, pero de todas maneras dudó de sí misma y se deprimió. El arzobispo de México, Francisco de Aguiar y Seijas, la presionó a arrepentirse y a sus 44 años ella ayunó, oró y se flageló sin medida, regaló al obispo todos sus libros, sus instrumentos y sus valiosos documentos para ayudar con su venta a los pobres. Luego hizo una confesión general, pidió perdón a Dios y con su propia sangre firmó una dramática confesión: He sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre, yo la peor del mundo. Juana Inés de Cruz.

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Obras póstumas.

En otro escrito dice: Soy la más indigna e ingrata criatura de cuantas creó vuestra Omnipotencia y la más desconocida de cuantas creó vuestro Amor.

Unos años más tarde, en 1690, se presentaron en la Nueva España hambres, epidemias, levantamientos de indios, inundaciones y otras calamidades y al convento de San Jerónimo también lo afectó una epidemia y Sor Juana estuvo auxiliando a sus hermanas enfermas hasta que ella misma se contagió y falleció el 17 de abril de 1695. Sus restos fueron sepultados en la fosa común de las monjas.

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Sor Juana Inés.

Como prosista brilla Sor Juana Inés de la Cruz en su Carta Athenagórica, sus Ejercicios de la Encarnación y los Ofrecimientos de Rosario a la Dolorosa, además de su Respuesta a Sor Filotea, importante documento autobiográfico para la interpretación de su obra. Escribió para el teatro tres autos sacramentales: El Cetro de José, El Mártir del Sacramento y El Divino Narciso. Dos comedias: Los empeños de una casa y Amor es más laberinto, en colaboración con el Pbro. Juan de Guevara. Por lo que se refiere a su muy abundante y variada obra poética, destaca su famoso Primero Sueño, descriptivo-filosófico de unos mil versos, en que se advierte su admiración por Góngora y el gran caudal de conocimientos que había logrado adquirir además del dominio del verso, junto con su poesía amorosa, especialmente sus liras y sonetos.

Junto con Ruiz de Alarcón representa a los ingenios virreinales más interesantes para los escritores tanto mexicanos como de otras naciones.

De entre lo mucho que dejó escrito, está entre lo más conocido el poema que reprocha a los hombres el trato injusto a las mujeres y que comienza: Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis...

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Firma de Sor Juana.

Bibliografía: Ezequiel A. Chávez, Sor Juana Inés de la Cruz. Su vida y sus Obras. Barcelona 1931; Ludwig Fandl, Sor Juana Inés de la Cruz, la Décima Musa de México. UNAM. Méx. 1963; Castañón y coautores. Historia de la Literatura en México, Ed. Somos, S.A., 1983, México.

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