Jesús Atxa

Impulsor de la cultura y el euskera

"Sin las ikastolas, el euskera sólo habría vivido 25 años más tras el franquismo"Escuchar artículo - Artikulua entzun

Koldo Larrea
Itzulpena euskaraz

Recibió el pasado 2 de abril en Bilbao un más que merecido homenaje de la Federación de Ikastolas de Vizcaya por tratarse de uno de sus fundadores hace ahora un cuarto de siglo. Miembro del PNV desde 1947 y después de EA desde su creación, su compromiso como vasco lo ha volcado en el desarrollo y divulgación del euskera. Miembro de honor de Euskaltzaindia y director de la ikastola pamplonesa San Fermín hasta su jubilación, a pesar de su edad, ha colaborado continuamente con la Federación de Ikastolas de Navarra, lo que le ha convertido en un profundo conocedor de la evolución del euskera en la Comunidad Foral.

¿Cuál es la situación de las ikastolas en Navarra?

Actualmente existen quince. En Pamplona, las de San Fermín, Paz de Ciganda, ambas creadas en 1970, y Francisco de Jaso, nacida diez años después. A éstas hay que añadir las de Lumbier, Sangüesa, Alsasua, Etxarri Aranaz, Elizondo, Lesaka, Vera de Bidasoa, Estella, Tafalla –estas dos también del 70-, Viana, Tudela y la que une Lodosa y Sartaguda. Las tres últimas son no legalizadas, no están reconocidas por Educación pero todas, en total, agrupan a unos seis mil alumnos.

Los datos que ofrece hacen pensar en que 1970 fue un año clave. ¿Es así?

Totalmente cierto. El movimiento de ikastolas comenzó en domicilios particulares y antes de la fecha indicada. En Gipuzkoa existió una corriente que se movió de pueblo en pueblo. En Navarra, la primera ikastola se intentó abrir en 1963, en Pamplona, pero la iniciativa no fructificó. El segundo intento sucedió dos años después, en el 65. Lo llevó a cabo la Sociedad de Amigos del País y creó la ikastola exclusivamente para los hijos de los socios. Comenzó a trabajar con el nombre de Nuestra Señora de Ujué y se acabaría convirtiendo en Paz de Ciganda. Entre tanto, hubo una escisión en esa sociedad, encabezada por Jorge Cortés, que trabajó por su cuenta y puso los cimientos de la ikastola San Fermín.

Est&a; hablando de una época en la que el sistema defendía a ultranza una única lengua para la nación, el castellano. ¿Fue un lastre el régimen franquista para el establecimiento de ikastolas?

Durante los tiempos de Franco, hubo siempre una puerta abierta al euskera por medio de la Diputación de Navarra. En esta época, su presidente, Amadeo Marco, no fue nunca contrario al euskera. Todo lo contrario. Ayudó a su desarrollo, mucho más que las personas que trabajaban en el departamento de Educación. Además, antes, la institución pública Príncipe de Viana había creado una rama de Fomento del Vascuence. Formaban parte de este organismo gente tan relevante como el recientemente fallecido José María Satrustegi, Díaz Ulzurrun o el ya citado Jorge Cortés Izal, que era el secretario y que fue clave para el desarrollo de nuestra lengua.

Pero seguro que hubo problemas.

Claro, claro. A través de Diputación, las ikastolas recibían subvenciones. Pero, cuando los alumnos dejaban de ser niños, pedían la tarjeta de escolaridad. Aquí llegaban los problemas con el Ministerio de Educación, con el gobierno central, con Madrid, porque no eran centros educativos legalizados, reconocidos. El problema de las tarjetas se salvó con trucos burocráticos, haciendo que figurasen como alumnos de centros legalizados, y el económico, más o menos, con las citadas subvenciones.

En este sentido, ¿se puede afirmar que hoy en día las ikastolas navarras gozan de buena salud?

Dentro de lo que cabe, sí. El mayor problema continúa siendo el económico. Las ikastolas de las zonas no vascófonas no están legalizadas, reconocidas como centros de educación. Por esta razón, reciben ayudas por impartir euskera pero por otra vía. Ahora bien, se puede afirmar que ahora no hacen falta más ikastolas, que la cifra en Navarra es suficiente, porque los centros públicos se van abriendo al euskera. Y, pese a las oposiciones existentes, pese al descenso de natalidad y demás circunstancias, el nivel de matriculación se mantiene e incluso ha subido algo. La tendencia es ascendente. De hecho, el 30% de las matriculaciones en Navarra pide euskera, el modelo D.

Entre esas nuevas circunstancias a las que se refiere, está también el fenómeno migratorio, sobre todo desde América del Sur, que ha vivido Navarra en los últimos años. ¿Perjudicará este factor al desarrollo del euskera?

No tiene por qué hacerlo, pero las ikastolas no son ajenas a él. Actualmente, se está poniendo un gran empeño para que el profesorado se adecue a esta nueva situación, que no está formada sólo por gentes venidas desde América sino también de África y de países del este de Europa. Ahora bien, si no se inculca a éstos, llamémosles nuevos ciudadanos, una razón especial, lo más normal es que busquen para sus hijos una educación en castellano.

El movimiento social de las ikastolas ha sido fundamental para la difusión del euskera. Sin embargo, ¿fue el batua el precio que hubo que pagar?

No, aunque en su origen, fue un verdadero problema. Realmente, fue una operación para que no muriese. La introducción de la letra “h”... En fin... Pero era necesaria la unificación de nuestra lengua. Se hizo para un periodo de diez años y para que, pasados éstos, se hiciese una revisión. Por otra parte, no hay que olvidar el entorno. Los años 60 fueron tiempos, políticamente, extremos, convulsos, y los radicales llevaron al batua, que se limitaba a lo escrito y dentro de unos géneros determinados, más allá de lo acordado y terminó por burocratizarse. Las palabras son como ladrillos. El alma de la lengua está en su estructuración, en cómo se colocan esos ladrillos. Y desde esta perspectiva, visto desde ahora, ya normalizado, el batua ha sido un acierto, sobre todo para adaptarse al entorno de los términos modernos.

Pese a ello, esta herramienta lingüística parece no ser suficiente. De hecho, hace poco tiempo, Maitena Etxebarria, catedrática de Ligüística de la Universidad del País Vasco, alertó del estancamiento en el que se encuentra actualmente el euskera y del peligro que corre su supervivencia si el tejido social no lo utiliza con más asiduidad. ¿Está de acuerdo?

El euskera no va a desaparecer. Por lo menos, cien años más sobrevivirá, digo yo (ja, ja...). No olvidemos que como lengua oral ha conseguido llegar hasta nuestros tiempos. Pero, desde luego, necesitará el apoyo, el respaldo institucional y de los medios de comunicación. Sin esta ayuda... A lo largo de la historia, han prevalecido las lenguas de los más fuertes, de quienes tenían poder, ejércitos... Por tanto, una lengua no puede vivir sin una base política. Y hay que tener muy presente que, sin las ikastolas, tras el franquismo, el euskera sólo habría vivido veinticinco años más; es decir, ya habría desaparecido.

Sin embargo, una ley como la que actualmente rige el euskera en Navarra no parece ser para este fin el soporte político más adecuado.

La ley del euskera actual es negativa. No se pueden establecer zonas, no se puede dividir Navarra en zona vascófona, zona mixta y zona no euskaldun. Es tan absurdo como, por ejemplo, en agricultura, decir “hasta aquí puedes plantar tomates; hasta aquí, pimientos...”. El desarrollo del euskera, de las ikastolas, debe depender de la demanda existente. Por ello, no se puede decir que, legislativamente, el mundo de nuestra lengua goce de buena salud. En el terreno educativo, la universidad, la enseñanza universitaria en euskera, sigue siendo la cuenta pendiente. Uno de los mayores problemas es que aquí se sigue identificando el euskera con la política.

Abandone la realidad y termine este repaso desde su amplia experiencia formulando un sueño, haciendo público ese escondido sueño que todos tenemos en nuestro interior más idealista, más utópico.

Que todo el mundo hable tres idiomas y aquí, el euskera entre ellos, claro está.

Jesús Atxa Agirre

Jesús Atxa Agirre nació en Aretxabaleta hace 83 años, en 1920. Estudió en los Jesuitas de Durango, en el colegio San José. Con el estallido de la Guerra Civil, fue llevado a Bélgica con el objetivo de adquirir los conocimientos necesarios para ingresar en esta orden. Por la apertura de un noviciado en Colombia, se trasladó a Bogotá. Allí abandonó los estudios jesuíticos y se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Javieriana.

Se estableció en América pero prefirió residir en Caracas por el mayor vínculo de esta ciudad con todo lo relacionado con lo vasco. Pero su periplo americano concluyó en 1945, año en el que decidió regresar a casa, a su tierra natal.

Una vez allí, un año después comenzó a trabajar en la Caja de Ahorros de Vizcaya, en Elorrio, donde también fue director del coro parroquial. Tras un periodo laboral en el sector del metal, a inicios de los 60 dio clases en euskera a los alumnos de la escuela corporativista de Elorrio.

En 1964 se trasladó a Bilbao y se puso a las órdenes de Edili, una sociedad cultural para el desarrollo del euskera, que le sirvió para meterse de lleno en el mundo de las ikastolas.

Seis años después, Jorge Cortés le ofreció ocupar la dirección de la ikastola San Fermín de Pamplona, puesto que ocupó hasta su jubilación en 1984. Después, no dejó de colaborar con la Federación de Ikastolas de Navarra.

Casado y padre de cuatro hijos, de los cuales tres trabajan en ikastolas, ahora dedica su tiempo a repasar la historia de las ikastolas en Navarra y, sobre todo, a disfrutar de sus siete nietos.

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