El
hoy retrospectivo Eric J. Hobsbawm y Terence Ranger, a la cabeza
de otros competentes historiadores británicos, demostraron
en las últimas décadas del siglo XX lo numerosas que
pueden llegar a ser las tradiciones inventadas que los europeos
tendemos a creer erróneamente originadas en un más
que remoto pasado. Así, más de un lector de sir Walter
Scott ha podido descubrir que buena parte de la vestimenta "típica"
escocesa que tanto "gancho" otorga a las novelas del laird
es sólo fruto de la imaginación del habilidoso escritor.
Otro tanto ocurría, por ejemplo, con el ceremonial de coronación
de los reyes británicos. La mayor parte de él, a pesar
de sus ansias de remontarse hasta la Edad Media, es producto de
la siempre calenturienta imaginación victoriana de mediados
y finales del siglo XIX.
Sin embargo un punto en el que no incidieron demasiado las investigaciones
de ninguno de esos autores fue la posible existencia de tradiciones
realmente sostenidas y perfeccionadas a lo largo de varios siglos;
mucho antes de que la palabra "Romanticismo" llegará
siquiera a ser imaginada. Ése puede muy bien haber sido el
caso de esa taurina "Semana Grande" de la que los donostiarras
se muestran tan orgullosos.
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El famoso Martincho poniendo banderillas al
quiebro. 1816.
Fuente: http://www.bne.es |
Gracias a los furores incendiarios del duque de Wellington no es
mucha la documentación municipal que nos permite remontarnos
más allá de 1813 y descubrir datos acerca de sus más
remotos orígenes, buscando indicios sobre ese "correr
toros" que, según señaló Rafael Aguirre
en su día, ha constituido uno de los principales ejes de
esa "Semana Grande" inaugurada en 1876 por el empresario
José Arana. Sin embargo, no se sabe por qué extraña
casualidad, existen en su archivo municipal tres libros que contienen
actas y extractos de actas del ayuntamiento de San Sebastián
entre 1570 y 1739. Si se leen con paciencia se puede restablecer
gracias a ellos la tenue línea que une los primeros rastros
sobre algo parecido a corridas de toros en San Sebastián
con la creación del avispado empresario taurino.
En efecto, en esos documentos las referencias a fiestas de "correr
toros" en San Sebastián durante determinada fecha son
relativamente abundantes; como ya era de esperar por las tajantes
afirmaciones que hace cuarenta años vertió el doctor
Manuel Celaya acerca de la irrebatible existencia de lo que él
define como "taurofilia" vasca.
Según el registro de extractos de actas la primera alusión
documentada data del 3 de agosto de 1587. En esa fecha el ayuntamiento
de la entonces villa recibe las cuentas del regidor Jorge de Yun
sobre el gasto realizado para poner barreras y que se "corriesen
los toros el dia de Santiago y Santana (sic)".
Para la siguiente referencia debemos esperar hasta el año
1621. Otra vez se celebran fiestas con toros el día de Santiago
y también en el de San Roque, en 16 de agosto. Así,
un poco antes de la primera de esas fechas, el gobierno de la ciudad
mandará que el jurado Francisco de Lazarte lo prepare todo
para que se traigan "12 toros por cada tarde y alguna colacion".
A partir de entonces se produce un salto en la documentación
que se prolonga durante cerca de treinta años. Sin embargo
todo apunta a que esa costumbre de celebrar fiestas en verano corriendo
toros parece haber arraigado definitivamente en San Sebastián
mucho antes de que José Arana edificase su plaza en el año
1876 y diera nombre y fecha fija al acontecimiento.
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Grabado correspondiente al artículo "Pirotechnie",
de la Enciclopedia de Diderot y d'Alembert, escrito por Claude
Fortuné Ruggieri. |
Así descubrimos que durante el verano de 1651 se corren
toros en junio para celebrar el parto de la esposa de Felipe IV.
Se trata concretamente de ocho que deben ser traídos de la
"riuera" navarra. Después, el 1 de julio, el ayuntamiento
decidirá que, nuevamente en las fiestas de Santiago y San
Roque, "se hagan traer 8 toros brabos (sic) de la riuera de
Navarra". El coste de los mismos será 3.500 reales de
plata que se han de enviar a Clemente Mirauel a Pamplona para que
haga efectivo el pago. La pasión taurina, a lo que parece,
era grande entre aquellas gentes: dos días después
ordenan al jurado Yturgoien traer más toros, esta vez de
la provincia, temiendo que "seran pocos los 8 que han de benir
de Navarra".
Sin embargo todo apunta a que todavía nos hallamos todavía
lejos de las corridas "clásicas" que se verán
en la plaza de Arana siglos después, ya que los animales
no llegaban a ser estoqueados a muerte después de ser capeados.
Así, la última anotación sobre ellos en esas
actas indica que, tras la fiesta, estas reses bravas sobrevivían
en la más entera de las libertades en los campos que rodeaban
San Sebastián. En ella un agobiado ayuntamiento donostiarra
pedirá que se subasten los toros traídos de Navarra
"porque hacen mucho daño en las heredades" de las
afueras.
Fue también en esas mismas fiestas de finales de julio y
mediados de agosto de 1651 cuando se utilizó -al parecer
por primera vez- la combinación de toros y fuegos artificiales
que constituyen desde 1878 los dos ejes de la Semana Grande fraguada
por José Arana. Así, el cabildo señala que
además de traer sobradas reses bravas navarras y guipuzcoanas
y de gastar sesenta ducados en poner "tableros" para esas
"fiestas publicas de toros" se "Ajustaron ciertas
imbenciones de fuegos de Polbora para las dichas fiestas",
pagándose 110 ducados de plata por ellos.
La serie se interrumpe ahí. Sin embargo otros documentos
permiten recobrar ese mismo hilo -al menos por lo que se refiere
a los toros- relatándonos las reticencias del arquitecto
municipal ante las nuevas barreras metálicas que en 1833
querían sustituir a las de madera en la Plaza Nueva que,
como nos señala el presbítero Ordoñez, ya desde
agosto de 1723 -y con un lapso que va del incendio de 1813 a la
corrida presidida en 1828 por Fernando VII-, constituye el principal
escenario de la lidia donostiarra. A través de ellos llegamos
hasta esos días de verano de 1876 en los que José
de Arana puso nombre a aquellas fiestas veraniegas celebradas corriendo
reses bravas y prendiendo "imbenciones de fuegos de polvora"
que, como hemos podido comprobar, ya para entonces podía
reclamar más de doscientos bien probados años de antigüedad.
Carlos Rilova Jericó,
historiador |