Luego
de las exploraciones del entonces gobernador de la Nueva Galicia,
Francisco Vázquez de Coronado por lo que ahora son los estados
de Arizona, Nuevo México, Texas, Kansas y Colorado y de haber
descubierto el fabuloso Gran Cañón en 1542, éste
regresó a Guadalajara para dedicarse a gobernar. Mientras,
Francisco de Ibarra continuaba en la Nueva Vizcaya, que comprendía
estos territorios, y fundando nuevas poblaciones y ciudades hasta
su muerte en 1576.
A su fallecimiento prácticamente se paralizaron las exploraciones
en el Norte y Noroeste hasta que en 1542 Juan de Oñate, hijo
de Cristóbal de Oñate el fundador y colonizador de
Nueva Galicia y descubridor de las minas de plata de Zacatecas,
se decidió a explorar la zona norte, empleando para ello
el gran capital que puso en sus manos su padre para que organizara
la expedición y emprendiera la marcha. Oñate reunió
a su costa 200 soldados, 400 colonos con sus mujeres y niños,
muchos indios y negros, también con sus familias, así
como gran cantidad de aperos de labranza, ganado vacuno y lanar,
cerdos y otros animales y semillas para ir formando colonias a medida
que avanzaran y dejando núcleos que irían multiplicándose.
Es digno de notarse que, a diferencia de los castellanos, que llevaban
casi exclusivamente armas y vituallas sólo para ellos pues
su intención era más bien conquistar y de la formación
moral se encargaban los misioneros, los vascos llevaban elementos
suficientes para colonizar y hacer crecer las regiones por donde
ellos pasaban, con el espíritu humanista característico
de la raza vasca, pensando siempre en la libertad del hombre lograda
sobre la base de sus conocimientos, sus esfuerzos, su trabajo y
su valor como persona.
Luego de un retraso de 16 meses por una absurda disposición
del virrey, que le costó a Oñate la pérdida
del equivalente actual aproximado de un millón de dólares,
se puso en marcha por fin el cuerpo expedicionario.
Durante toda la jornada Oñate supo siempre valerse con habilidad
y bondad, atrayendo a los indígenas y extendiendo su influencia
colonizadora hacia el norte a grandes pasos pues los indios no se
le oponían y tanto él como sus capitanes visitaban
personalmente a los habitantes locales que al verlas con buenas
intenciones los recibían bien.
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Juan de Oñate |
Desdichadamente no faltaron dificultades y éstas se presentaron
con los indios acomas cuando al visitarlos en su ciudad aparentaron
ser amistosos y aprovecharon la confianza de los colonizadores para
asesinarlos a mansalva, acción en la que murió Juan
de Saldibar Oñate, primo del conquistador, y 30 de sus acompañantes.
Vicente de Saldibar, hermano del victimado asaltó la meseta
de 130 metros de altura y tras dos días de intensa lucha
interrumpida, en que los asaltantes eran superados en número
en una proporción de 20 a uno, los indígenas se rindieron.
Vicente Saldibar regresó con los suyos a la última
población que habían fundado y que recibió
por nombre San Gabriel, llevando consigo a 80 muchachas indias que
entregó a unas monjas de México para que las educaran.
Los indios acomas mantuvieron su rencor muchos años hasta
que en 1629, Fray Juan Ramírez, el Apóstol de Acoma,
fundó una misión en este lugar tras de haber salvado
la vida a una niña indígena que se cayó de
considerable altura y él materialmente la pescó en
el aire, lo que los indios vieron como un milagro y eso pacificó
sus ánimos. El padre Ramírez vivió entre ellos
20 años, en los que les enseñó a leer, catecismo,
artesanías y nociones elementales. Los acomas llegaron a
ser los indios más adelantados y cultos en toda la región.
Después de varios levantamientos después de la muerte
del padre Ramírez, al fin se pacificaron definitivamente
y en 1709 se levantó una iglesia en donde estuvo la primitiva
misión y hasta la fecha existe en la ciudad de Chemita, que
antes fundó Oñate como San Gabriel.
Juan de Oñate llegó hasta el paralelo 40º y
fundó de su peculio 112 pueblos. Hasta que se le agotó
el dinero, lo que lo coloca en primer lugar entre los colonizadores
y llegó a iniciar la fundación de la ciudad de San
Francisco, en California, hasta 1608 que se cree fue el año
en que murió.
Juan de Oñate dejó a su muerte, al igual que su padre
Cristóbal y que Francisco de Ibarra y otros colonizadores
vascos, un imborrable buen recuerdo entre servidores y nativos.
Sebastián Vizcaíno. Sus exploraciones en las costas
de California Mientras Juan de Oñate recorría las tierras del
norte de México, otro explorador vasco hacía lo mismo
pero en las costas del mismo territorio.
Se trataba de Sebastián Vizcaíno, que habiendo salido
de habiendo salido de Acapulco llegó a la bahía de
San Francisco, que también visitó Oñate y posiblemente
Francisco de Ibarra, y en donde se enteró de que otros hombres
barbados, como conocían a los europeos pues los indios eran
lampiños, andaban a unas 100 o 200 leguas al interior, tratándose
seguramente de Juan de Oñate y sus seguidores.

En larga travesía bajó de San Francisco hasta San
Diego como parte de su exploración pues los reyes querían
que se reconociera la costa de California por las referencias que
habían dado de ella Oñate y los Ibarra, esta vez sí
por cuenta de la Corona de España porque además de
que Vizcaíno no tenía dinero nadie quería arriesgar
fondos en ese viaje, que se consideraba caprichoso.
Integraban la flota de Vizcaíno las naves San Diego, que
era la capitana; Santo Tomás, que era la almirante y la fragata
Tres Reyes.
Salió de Acapulco el 5 de mayo de 1596 y tras nueve meses
de una navegación muy difícil por lo agitado del mar
llegaron por fin al cabo de San Sebastián, para el mes de
julio arribaron a Sinaloa, plaza fundada por Ibarra, y el 9 del
mismo mes a la bahía de San Bernabé, en el extremo
sur de la península de California. Siguieron la ruta por
la costa hasta la Bahía de Ballenas y la isla de Cedros,
en donde atracaron, y partieron nuevamente el 9 de septiembre y
tras anclar en la bahía de San Hipólito y San Cosme
llegaron por fin a San Francisco en donde permanecieron varios días
a causa de un fuerte temporal.
Reconocieron la bahía de San Judas y San Simón a
los 22 días y el 30 llegaron nuevamente a San Diego.
Luego de avistarla, reconocieron la bahía de Santa Catalina
e hicieron contacto con los indígenas, que por cierto no
eran belicosos.
Y así siguieron por varios meses en idas y vueltas sin descansar
casi para nada. recorriendo millas y millas, luchando contra temporales
y tempestades en unas naves tan pequeñas que resulta difícil
creer que hayan permanecido a flote y sufriendo por fin del temible
escorbuto. Además, en aquellas costas abundan los arrecifes,
el clima es cálido y húmedo y por si fuera poco con
frecuencia sufrían ataques de los indios, que aparecían
por todas partes, y ellos no iban bien armados ni las naves artilladas
puesto que no iban en plan de guerra sino de exploración
científica.
Navegaron siempre ajustándose al plan preconcebido e incluso
fundaron el puerto de Monterrey, aún existente.
Vizcaíno dejó una relación muy detallada y
meticulosa de estos viajes, con abundancia de datos, derroteros,
mapas, planos, etcétera y de su búsqueda del paso
"al otro mar", o sea al Atlántico, que naturalmente
no encontró.
Su Viaje a Japón Atravesando todo el Pacífico hizo en 1611 un viaje a
Japón por su parte más ancha y en nombre del rey de
España y virrey de México presentó una embajada
al soberano japonés luego de haber arribado al puerto de
Urangaba y fue recibido por el príncipe heredero con gran
ceremonial y por el pueblo, que acudió en masa llenando las
calles y mostrando un entusiasmo desbordado. Más tarde fue
recibido por el emperador con la misma atención y calidez
y permaneció en ese lugar durante varios meses en excelentes
relaciones con sus anfitriones, en espera de órdenes y refuerzos
mientras sus recursos iban mermando y los regalos y mercancías
para cambiar se estaban deteriorando.
Y por si fuera poco, se inutilizó el navío y no recibió
los socorros pedidos. Tal vez por la inquietud consiguiente ante
lo que consideraba un abandono que no merecía y una ingratitud,
Vizcaíno terminó por enfermar gravemente.
Luego de un tiempo consiguió al fin que el rey de Mazamonedo
le facilitara una nave, mediante contrato, y después de soportar
terribles tormentas y monzón es durante su travesía
de regreso llegó por fin a las costas de la Nueva Galicia
y de ahí viajó a Zacatecas, a donde llegó el
20 de enero de 1614 y se dedicó a escribir una relación
de su viaje a "las islas de oro y plata", como se llamaba
al Japón en ese tiempo, en un manuscrito que aún existe
en la librería de Barcia en su Epítome de la Biblioteca
Oriental y Occidental.
Tiempo después pasó a Monterrey, en California, fundado
por él, en donde estableció una colonia y ahí
permaneció hasta su muerte.
Con su visita a Japón, Vizcaíno contribuyó
a afirmar aún más los lazos que se habían establecido
con el Oriente luego de las expediciones de Legazpi y Urdaneta y
con el comercio que floreció entre el continente americano
y el asiático y la enorme trascendencia que tuvo esa relación,
que hasta la fecha perdura y que desdichadamente no es lo suficientemente
reconocida por el resto del mundo; sólo en Bahía Banderas,
en las costas de Jalisco, existe un monumento que recuerda el inició
de la expedición de aquellos marinos vascos, y otro en Filipinas
que recuerda la conquista, por cierto pacífica, realizada
por ellos mismos, de aquel archipiélago que cobró
tanta importancia como punto de entrada para el resto del Oriente
y de salida hacia el continente americano.
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