Y
la música estalló. Bien pudo así Hemingway
resumir su primera sensación aquel 6 de julio en Pamplona.
Ya que sanfermín es, sobretodo, música. Una fiesta
única, cual pentagrama en blanco, sobre el que cada cual
compone su sanfermín personal e intransferible. No hay dos
iguales. Y cada uno sigue su invisible derrotero melódico
que le guiará por la fiesta. Y por la vida. Itinerarios que
se alargan, se cruzan, se truncan, se comparten, cuajados de música
que te envuelve, invade, que se graba tempranamente en la memoria
para resurgir balsámica o dañina en cualquier momento.
Al final, toda una vida de sanfermines se reducirá a unas
cuantas canciones esculpidas en el alma.
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Ernest Miller Hemingway (izda.), según óleo
de José María Ucelay Uriarte. |
Hoy la avalancha de decibelios ha venido a sepultar la fiesta.
Los potentes baffles instalados por doquier, auténticas armas
de destrucción auditiva, disparan incesantes su munición
sonante de todo género y naturaleza. Protagonizan y condicionan
el sentido del oído. Pero bajo los escombros, no es difícil
encontrar, aún vivo, un ecosistema musical muy singular.
Tan singular como se quiera.
En el paisaje musical sanferminero predomina un folclore característico
forjado en la segunda mitad del siglo veinte que, en contra del
requisito de todo folclore, el autor anónimo, el pamplonés
lleva firma, la del maestro Turrillas. Creador inmerso en el alma
popular acertó en el diseño de una línea melódica
expresiva del carácter y naturaleza de las peñas.
A través de sus himnos, miles de veces repetidos, iluminó
ese paisaje irrepetible que se agarra, como la batahola de gigantes
y cabezudos, al sueño de la eterna juventud.
Al contrario que el resto de músicas, que comparten espacio
y tiempo ajenos a la fiesta, la música de Turrillas es siempre
sanferminera. El himno de las peñas en charanga callejera
es sanfermín puro. Las peñas han visto desaparecer
en pocos años los recios, correosos e invencibles labios
riberos, y dan cobijo a las nuevas formaciones amateurs con renovados
repertorios que ya son otra vez clásicos. La charanga antigua,
puro metal sin concesiones, ha dado entrada a la madera, ha crecido
en músicos, en repertorio y acepta gustosa al sexo femenino.
Si aquéllos venían de las bandas de la ribera navarra,
las fanfarres actuales tienen origen en Gipuzkoa e Iparralde.
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Francisco Javier Echevarría (Ref. J.J.
Arazuri, "Pamplona estrena siglo") |
El txistu, otrora señor de la fiesta en labios de voluntarios
julares, se esconde y multiplica en sus nuevos cometidos; ceremonioso
y de gala en las procesiones, sinfónico en el Alarde, inconfundible
con la giganta negra, intimidado en el estruendo, ágil y
donoso en los pasacalles, servicial en los bailables de la plaza
del castillo y siempre tradicional.
El sonido de la gaita ha sido en el siglo XX el sonido de la fiesta.
Porque en algún escondrijo de la memoria, junto a la viva
emoción de los Gigantes y los Kilikis, están registradas
sus bulliciosas melodías. Para los más viejos en Iruña,
gaiteros y gaitas son de Estella. Y no van descaminados porque de
la vieja Lizarra fueron Romano, su forjador, y sus discípulos.
Con más de sesenta sanfermines en activo, el último
exponente de la saga Elizaga bate el récord de fidelidad
que cien años antes ostentaba el txuntxunero Etxeberria.
Ser músico en fiestas, ¿distinción o penitencia?
El Ayuntamiento es empresario que contrata y subvenciona. Documentada
costumbre de siglos. Verbenas, conciertos, fanfarres, bandas, grupos
de rock,
música que pasa hoy por el aro administrativo:
pliego de condiciones, fianzas, retenciones, ivas y nifs.
¿A cómo sale la corchea? Un mercadeo que asegura y
dignifica, pero altera tradiciones. Son ahora los nuevos músicos
callejeros venidos de todos los continentes los herederos de julares,
tamborileros, vihuelistas, dulzaineros,
La auténtica
música popular, rock, jazz, folk o clásica, nos llega
franca de los países del este europeo, de los Andes o del
corazón de Africa. Al principio tímida, de soportal
o esquina recoleta, y amplificada después por mor de la clientela
y la recaudación. Sin apenas espacio para el autóctono:
el gitano de la cabra y la trompeta.
Los propios músicos del Ayuntamiento en estos días
se emplean a fondo. La Pamplonesa es la vedette. La banda de la
ciudad que un militar desmilitarizó felizmente echándole
bemoles; tan aplaudida y admirada en estos días como olvidada
durante el musicalmente más meritorio resto del año.
Atestadas y surrealistas dianas, procesión con su "Asombro
de Damasco" para el consentido "riau-riau de los fachas"
y ardorosos pasodobles en las tardes de toros (éstos por
cuenta de la Misericordia). Las bandas municipales de txistularis
y gaiteros, se mezclan y confunden con otros grupos de txistu y
gaita que refuerzan el servicio. Meritoria es la casi centenaria
participación de los txistularis tolosarras que comparten
con los locales tareas y solemnidades.
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Grabado representando a San Fermín en
su capilla de la iglesia de San Lorenzo, de Pamplona. Año
1765 Arch. "D.F.N." |
Hay muchas, muchísimas, músicas que sustentan la
personalidad sanferminera. Imposible traerlas todas aquí.
Unas conocidas y masificadas, algunas casi ocultas. Todas muy queridas,
hasta la majadería de turno en cada verano. Las vísperas
en San Lorenzo que dirige el maestro de Capilla de la catedral,
paréntesis místico en la enajenada primera tarde que
viene a dar carta blanca al alma que aún se resiste a doblegarse
al cuerpo dionisiaco. La jota coral al Santo en la Plaza del Consejo
siempre rota en aplausos precipitados. Los "Agur jaunak"
en la ofrenda floral del pocico de txistularis municipales y, luego,
del coro de Napardi y el recatado y solemne con que recibe entre
inciensos el órgano catedralicio al cortejo procesional.
El toque de clarines en las entradas-salidas de autoridades en los
templos o en la casa consistorial que se superpone con resultado
imposible a las heráldicas txistularis. Las inefables sesiones
de la "Jarauta 69" en la terraza del Lanbroa. Una charanga
de mirlitones en sosegada calle del ensanche. Y el gran perdedor
en esta inclemente evolución de las especies musicales, el
canto espontáneo varonil, coral o solista, ahora sólo
superviviente en las gargantas de los de Iparralde. Hasta los Auroros
de Santa María, esencia de la música popular donde
la haya, se han replegado víctimas de la barahúnda
del alba. Su hermosa aurora a San Fermín nos habla de músicas,
de gozo y de paz. Que así sea, Fermín. |