Obdulia
Jacqueline Guimarães Ferreira

Cuando Obdulia llegó en el cielo San Pedro le preguntó, Zer nahi duzu? y ella, satisfecha con la propia pregunta hizo despacio la respuesta, Sartu!. Imagino que San Pedro cogió a Obdulia por la mano y la llevó a conocer a todos que ya se encontraban allí. Otros vascos, guatemaltecos, ucranianos, afganos, esquimales, judíos, palestinos, coreanos, españoles, chinos, gente de todos los orígenes, religiones y lenguas. A nadie se le prohibía hablar su idioma materno y todos se comprendían. Obdulia entonces habrá sonreído por primera vez después de muchos años y San Pedro, al notar la presencia del poeta brasileño Manuel Bandeira, recitó uno de los versos de La Estrada, traducido al euskera por el escritor Joseba Sarrionandia, Berdina da mundu guzia. Mundu guzia jende guzia da (Todo el mundo es igual. Todo el mundo es toda la gente).

El vestido de Obdulia. Ilustración basada en el recuerdo de Jacqueline Guimarães sobre Obdulia. Collage digital.

Obdulia tenía poco más de 30 años cuando la Guerra Civil Española. Vivía en un caserío, en el mismo caserío en que vivieron sus abuelos, sus padres y en el que viven ahora sus hijas. A partir de una noche hoy lejana pasó a sentir mucho miedo. En esa noche unos hombres armados se llevaron a su padre y a su marido. No les comprendió palabra. Sólo se quedó con lo que le gritó su marido Ezer ez esan... Y se calló.

Obdulia vivió en su mutismo hasta los 95 años. Cortada la palabra que hacía sentido para ella, del castellano apenas pronunciaba algún que otro verbo sin expresar número, persona o tiempo determinado. Comer, dormir, tapar, así, sin más.

Hay una fotografía de Obdulia, en la sala del caserío en que vivió. Ella está en pie, es casi delgada y el modo como reposa la mano izquierda sobre el espaldar de una silla resalta su cuerpo erecto. Su cabello es corto y un poco rizado. Su rostro no demuestra ni alegría ni tristeza. Los pendientes, muy pequeños, parecen ser perlas. Lleva un vestido negro, ceñido al cuerpo por un jubón cerrado hasta el cuello y la falda es larga y de pliegues justos. La tela de la ropa deja entrever algunos brillos.

Cortada la palabra, Obdulia pasó años bordando su vestido negro con hilo de seda negro. Son dibujos minúsculos, como si se tratara de un mensaje secreto. Representan mujeres, cociendo y cosiendo, pastoreando, recolectando frutos. No hay hombres en los dibujos. Ellos fueron llevados en una noche tan oscura como la propia urdidura de la trama sorda y continuada que provocó su silencio.

A Obdulia le han enterrado con ese vestido y las escenas de su cotidiano. Murió tan completamente que ahora, al leer su nombre en este papel, es posible que pregunten quién fue. Y, sin embargo, si no fuera por su deseo de expresarse, habría muerto más completamente aún, sin dejar siquiera ese nombre.

 

Euskonews & Media 214. zbk (2003 / 06 / 13-20)

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