Catalina
de Erauso, la "Monja Alférez", curiosísimo
personaje de los primeros años del siglo XVII en la América
española, está vinculado (en este caso el género
masculino es por partida doble) no sólo al Perú sino
a toda esa América y hasta al Vaticano.
Nació doña Catalina (o Antonio) en Donosti, en dos
fechas distintas, según sus memorias el año 1585 y
según el documento de bautizo en 1592. Todo, en él
o ella, es novelístico. El hecho de la fecha de nacimiento
es curioso, pues da la impresión de que quiso aparecer con
mayor edad a la real porque sus primeros pasos aventureros los dio
siendo una niña, disfrazada de grumete, pero que luego fue
fantaseando y confundiendo la realidad, aferrándose al personaje
que ella se inventó o que las circunstancias construyeron,
un personaje que nació siete años antes de ver ella
la luz. Se creyó con tanta intensidad esa fecha que así
la consignó en su autobiografía escrita en España
en 1624, antes de retornar a América. Esta vez a México,
luego de que el Papa le dio licencia para seguir vistiendo de hombre
"pero sin dañar al prójimo".
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Catalina de Erauso, la desorbitada donostiarra
que se hizo famosa como hombre pendenciero y jugador. |
¿Nos encontramos frente a un caso de lesbianismo?. Es difícil
asegurarlo o negarlo, más bien habrían sido los avatares
de su vida aventurera, unidos a un desquiciamiento psicopático,
los que convirtieron en hombre a una mujer que, de acuerdo a las
costumbres de la época, no podría haber hecho realidad
sus fantasías. En aquellos tiempos, ninguna mujer, que no
fuera puta, podía salir de la severa conducta que ordenaba
la Iglesia a las féminas, obligadas a ser madres subordinadas
al marido. Sólo a hurtadillas era posible la aventura amorosa
(una posibilidad, sin embargo, bastante frecuente). Y lo que quería
Catalina de Erauso era ser espadachín, soldado, bebedor de
cantina, cosas que sólo se pueden hacer en público.
Esta donostiarra intranquila, desadaptada al medio, nació
en familia acomodada. Su padre, el capitán Miguel de Erauso,
era tenido como un caballero en la ciudad y su madre, doña
María Pérez de Galarraga, hacía vida social.
Ambos decidieron que la rebelde hija que les había tocado
criar sólo podría sujetar sus ímpetus en un
convento y la internaron en el de las Dominicas de San Sebastián.
E igual que su sucesora en la historia del Perú, doña
Francisca Zubiaga de Gamarra ("La Mariscala"), sintió
Catalina el fervor místico, pero antes de hacer los votos
se quitó los hábitos monjiles, se vistió de
hombre y, huyendo de la familia, comenzó sus aventuras por
distintas ciudades españolas hasta que llegó a Sanlúcar
de Barrameda, donde fue tentada por los prodigios de América.
Como grumete, se embarcó en un galeón, dándose
con que el capitán era un tío suyo, Esteban de Eguiño,
quien no la reconoció por el disfraz de grumete y aparentar
mayor edad. Se hacía llamar Antonio.
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Tres veces cruzó el Atlántico,
la última para morir en México en piadoso y
penitente retiro monacal. |
Cuando llegó a Cartagena de Indias se puso al servicio de
un vasco, Juan de Urquizo, rico mercader de la ciudad de Trujillo,
en el Perú, con quien hacia allí partió. Hasta
entonces había sido un jovenzuelo despierto y pícaro.
Pero, poco después de instalarse en la ciudad que fundó
Soraluce, el Caballero de La Espuela Dorada, su carácter
combativo y díscolo salió a relucir, haciéndose
protagonista de reyertas sin fin, siempre, curiosamente, con gente
no vasca. Y, en Saña, población cercana a Trujillo,
cayó su primera víctima mortal. Un tal Reyes, cuyos
amigos se dispusieron a vengar al muerto. Antonio huyó a
Trujillo y en la huida liquidó a uno de sus perseguidores.
Curiosamente, en todas sus peripecias, este Antonio, marcado más
tarde en la historia como "La Monja Alférez", supo
congraciarse con sus paisanos vascos y lograr que lo ayudaran a
salir de sus desaguisados. En este caso la ayuda vino del Corregidor
de Trujillo, Orduño de Aguirre, quien lo puso en camino de
Lima, la capital del virreynato, donde, con recomendación
de Urquizo, entró a trabajar donde otro rico mercader vasco,
Diego de Lazarte. Allí estuvo de tendero.
Sin embargo, su espíritu revoltoso y aventurero hizo que
prefiriera dejar el ambiente virreynal de Lima para alistarse como
soldado en una compañía que salía para Chile
a combatir a los jamás vencidos araucanos, "esa raza
soberbia (estas son palabras de Pablo Neruda) cuyas proezas, valentía
y belleza, dejó grabadas en estrofas de hierro y de jaspe
don Alonso de Ercilla en su Araucana."
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Por estos corredores de Pachacamac (Lima) debió
pasar la Monja Alférez luego de sus primeros lances. |
Cuando se habla de estas distancias, un europeo de nuestros días,
no muy entendido en geografía, carecerá de referencias
para captar estos desplazamiento de "La Monja Alférez".
Por lo pronto, el cruce del Atlántico en galeón no
es fácil de imaginar para quienes lo cruzan hoy en avión.
Y el traslado de Cartagena de Indias a Trujillo (Perú) tenía
que hacerse cruzando el itsmo de Panamá. Pero todavía
estaríamos lejísimos de Lima, Santiago de Chile y
el sur de este país, en Arauco, donde nace el alférez.
Distancias más largas y complicadas que ir de Lisboa a Sebastopol
a caballo, coche y trineo.
Toda esa ruta debió seguir la donostiarra llamada Antonio
para llegar a la batalla de Valdivia, donde se batió ferozmente
con los indómitos araucanos y ganó el grado de alférez;
aunque sin llegar a conquistar Arauco. Allí en Valdivia se
mantuvo constante la frontera sur de España en América.
Sólo cuando se afianzó la República los araucanos
fueron dominados.
Tres años vivió en Chile el alférez Antonio,
donde le ocurrieron todo tipo de sorprendentes vivencias, una marcada
con las intensas notas de la tragedia griega. Pasó buena
parte de ese tiempo alojado en casa de su hermano, el capitán
Miguel de Erauso, sin que éste lo reconociera (Miguel era
secretario del Gobernador) y sin que le faltaran riñas, peleas
de cantina, lances a espada. En la ciudad de Concepción,
cerca de Arauco, dio muerte en medio de una pendencia al Auditor
General y tuvo que refugiarse en una iglesia, donde fue cercado
durante seis meses, al cabo de los cuales salió libre. Pero
el drama y la tragedia lo perseguían y, accidentalmente,
en un error nocturno, mató a su hermano.
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Huyendo de sus aventuras mortales en Chile, pasó
a Tucumán y el fabuloso Potosí, donde siguió
matando. |
No le quedó otra cosa que huir a Buenos Aires cruzando la
Cordillera de los Andes, para pasar luego a Tucumán de donde
también tuvo que escapar a la carrera por darles palabra
de matrimonio a dos mujeres. Por caminos dificílisimos y
sin guía demoró tres meses en llegar a Potosí
(hoy Bolivia) donde fue ayudante de sargento mayor. Pero sus tribulaciones
y pendencias lo siguieron persiguiendo y en Chuquisaca le ocurrió
algo sorprendente en su vida aventurera: Fue acusado de un delito
que no había cometido y recibió tormento.
Como que este "accidente" lo tranquilizó un poco
y, por encargo de López de Urquijo, se dedicó en Charcas
a comerciar con trigo y ganado. Pero poco tiempo le duró
la vida reposada y tranquila. En Piscobamba y en La Paz volvió
a las andadas y protagonizó reyertas de gran calibre, por
lo que fue condenado a muerte y tuvo que huir al Cuzco. En la histórica
ciudad imperial de los Incas es él, Antonio, el que salió
herido en una de las tantas riñas en las que participaba.
La herida era tan grave que pidió confesión, revelándole
al sacerdote su condición de mujer. La convalecencia fue
larga y parece que el sufrimiento lo o la llevó a la reflexión
y al acto de contricción.
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En sus largos andares es muy posible que
haya bebido de estas aguas, canalizadas por los incas del
Cuzco. |
Del Cuzco salió ayudado por varios "vizcaínos"
hacia Guamanga (Perú). Entre sus protectores estaba Bautista
de Arteaga, secretario del Obispo. Y fue ante este que, públicamente,
reveló su identidad de mujer y su nombre real: Catalina de
Erauso. Fue esa una confesión pública, como está
dicho, y tras ella pidió profesar en el Convento de Santa
Clara de esa ciudad. Convento que todavía existe y que hasta
hace pocos años albergaba a varias monjas de Oñate.
De Guamanga fue trasladada a Lima, capital del Virreynato, para
seguir su vida religiosa en el Convento de la Santísima Trinidad.
Sin embargo, en 1624 volvió a cruzar el Atlántico
en sentido contrario y en España escribió sus memorias,
una autobiografía que, al parecer, le sirvió de catarsis
y le hizo arrepentirse de su pasado sangriento, a la vez que frenó
su exsaltación religiosa. Se podría decir que la reflexión
conventual y el repaso de sus recuerdos del pasado tranquilizaron
su espíritu y como que la hizo ingresar a la normalidad.
Por esos años es que Catalina de Erauso viajó a Roma
y logró una entrevista con el Papa, quien, según se
cuenta, accedió a que "La Monja Alférez"
volviera a vestir de hombre, siempre y cuando no retornara a las
andadas de espadachín pendenciero y de muerte.
Fue larga esta tranquila etapa de su vida en Europa. Pero nunca
pudo olvidar América y en 1645, veinticinco años después,
volvió a embarcarse, esta vez como hombre de paz, con rumbo
a México, bajo su viejo nombre de Antonio.
¿Qué fue este extraño personaje que mucho
tiempo se comportó como camorrero peligroso, sin entrañas,
despiadado y cruel? Posiblemente sólo un desadaptado, un
neurótico ansioso de figuración, una personalidad
desquiciada a quien la fe religiosa lo llevó a la reflexión
y al remordimiento. La curioso es que volviera al hábito
masculino para, como hombre de bien, dedicarse al transporte y morir
en 1650, cristianamente, lejos del mundanal ruido, en el pueblo
de Quitlaxtla (México). |