Cuando
se dirige la mirada hacia el campo de la salud-enfermedad, se remarca
el protagonismo de las mujeres de forma manifiesta, tanto en el
marco de los cuidados informales, esto es, de los realizados por
no profesionales en el seno de la familia, entendida esta en su
acepción más amplia, como en el sector profesional.
En lo privado, encontramos a las mujeres desarrollando
tareas tanto de prevención como de cuidado
respecto de la salud familiar (1).
Sobre las mujeres recae el cuidado de la descendencia (2),
el de las personas ancianas, enfermas, discapacitadas,
; en
suma, de quienes en la familia no son autónomos, bien porque
han dejado de serlo, porque todavía no lo son o porque siempre
vivirán con una merma en su autonomía. En cualquiera
de estas circunstancias aparece siempre -o casi siempre- una mujer
desarrollando tareas de cuidadora principal.

Aún cuando son mujeres quienes generalmente asumen y realizan
este tipo de tareas, también hay algunos hombres que las
realizan. Únicamente quiero constatar la existencia de una
diferente valoración social -en sentidos positivo y negativo-
sobre ellas y ellos respecto del desarrollo de esta tarea (Canals,
1985), y el sesgo de género que esto supone. Lo que se considera
"normal" respecto del cuidado de la descendencia, esto
es, que sea asumida por la madre biológica, o en su defecto
por alguna otra mujer, es asimismo extrapolable y extrapolado a
las otras parcelas de los cuidados informales.
Así cuando se trata del cuidado de la descendencia, de los
padres ancianos o de un familiar enfermo o discapacitado, si es
una mujer quien lo asume, se considera como una "obligación
normal"; si es un hombre, se señala lo excepcional del
caso y se le otorga un valor positivo añadido. Pero, cuando
por la circunstancia que sea, un hombre no asume
el cuidado se considera su postura como normal mientras que si se
trata de una mujer se considera su decisión como una dejación
de responsabilidades y en consecuencia se le culpabiliza (3).
Asimismo, en el sector profesional encontramos
también un importante número de mujeres desarrollando
tareas profesionales en el espacio sanitario, como profesionales
de la enfermería, medicina, farmacia,
(4).
En esta ocasión y dado lo extenso del tema, me circunscribiré
a algunos aspectos de las funciones que realizan las mujeres respecto
de los cuidados informales en el ámbito familiar.
Así
pues, respecto del ámbito familiar, otra particularidad es
la división de tareas que históricamente le ha caracterizado;
no obstante, si bien la estructura familiar tanto en su composición,
en su economía y roles, ha variado de modo importante en
los últimos 50 años, las tareas del cuidado continúan
siendo asumidas y realizadas por mujeres, y ello
con independencia del grado de amistad o parentesco que les una
con la persona a quien cuidan (5)
y de que su trabajo se circunscriba exclusivamente o no al ámbito
doméstico. También resulta independiente de que la
unidad familiar este compuesta de sólo dos generaciones;
el cuidado de los padres ancianos es considerado
como una obligación más a asumir por parte de las
hijas respecto de sus hermanos varones (6).
Así mismo y durante este periodo, los recursos asistenciales
y sociosanitarios han experimentado un importante desarrollo, tanto
los del sector público como los del privado.
Volviendo a la familia, considero que al abordar su estudio desde
las ciencias sociales se ha partido de una comprensión principalmente
idílica. Ello ha desembocado en formulaciones, bajo mi punto
de vista simplistas y erróneas, al obviar precisamente una
de sus principales características. Me refiero al aspecto
afectivo/conflictivo presente siempre en la misma. Por añadidura,
cuando esta característica es tenida en
cuenta, lo es en referencia única y exclusiva a sus aspectos
positivos, caracterizándolos además como espontáneos,
obviando los negativos. ¿Acaso éstos no son también
"espontáneos"?(7).
Esta comprensión limitada de las relaciones afectivas familiares,
hace que en la actualidad se afirme que la familia, entendida como
nuestro grupo primario de socialización, sea caracterizada
como:
- El marco "óptimo" para el desarrollo y socialización
de la prole.
- Las relaciones que se producen entre sus miembros, al ser de
carácter afectivo, están regidas por el amor y el
altruismo. Estos sentimientos se manifiestan de forma espontánea.
- Ofrece a sus miembros, un marco relacional sólido, estable,
etc....
Estas caracterizaciones suponen, a mi entender, una referencia
a los aspectos idílicos de la familia occidental, en la que
las relaciones entre sus miembros suceden de forma tranquila, "natural",
y exenta de conflictos, y cuando estos se manifiestan
son resueltos de modo "satisfactorio"; lo antedicho puede
ser considerado como característico del "mito familiar
occidental" (8). Contrariamente,
la literatura, la historia y nuestras propias historias
familiares aportan evidencias variadas sobre historias familiares
en las que el movimiento de afectos, la relaciones conflictivas
o tumultuosas son patentes y manifiestas (9).
En este ámbito, en el que las relaciones entre sus miembros
están fuertemente marcadas por el afecto, el hecho de asumir
o no las tareas del cuidado entra en resonancia con lo que se pude
considerar como un "compromiso moral" socialmente determinado;
me refiero al "compromiso implícito" que la sociedad
deposita en las mujeres para que las asuman. En este sentido no
se puede olvidar que todo compromiso se encuentra ligado a una posible
sanción, en este caso afectiva y social, la cual se produce
cuando el mencionado "compromiso" impuesto deja de ser
asumido, o es asumido de algún otro modo diferente al que
familia y sociedad hayan previamente dictaminado; y esto con independencia
de las causas que lo motiven. Ello plantea interrogantes sobre su
hipotética voluntariedad.
Si bien en nuestro contexto sociocultural y hasta bien entrado
el siglo XX, el cuidado de la salud se asentaba mayoritariamente
sobre este primer nivel de atención, es decir, por la familia
(10); en la actualidad,
y debido al desarrollo de políticas sociosanitarias, estas
tareas asistenciales son asumidas en buena parte por los y las profesionales
de este sector, bien los de la medicina privada o de la pública
y tanto a nivel ambulatorio como hospitalario, así como desde
otras instancias asistenciales. A pesar de ello, el mantenimiento
de la salud de la población no sería posible sin el
soporte de los cuidados informales. Como ejemplo decir que encontramos
a mujeres desarrollando una función de intermediarias entre
la persona enferma y/o dependiente, en sentido amplio, y los sanitarios
que la atienden. Así en Atención Primaria, son muchas
las mujeres que realizan consultas "indirectas", es decir,
demandan atención o seguimiento sanitarios profesional para
algún miembro de su familia, a través de la demanda
de recetas o el "seguimiento" de familiares con enfermedades
crónicas u otras. Esta circunstancia les hacer ser también
más numerosas en las salas de espera de los Centros de Salud.
Son también en un mayor grado, "las acompañantes"
en las consultas ambulatorias, curas,
, y también las
cuidadoras informales en los casos de hospitalización. En
el hogar, son ellas quienes cuando uno de sus miembros enferma,
dispensan los primeros cuidados, -incluso los únicos-, en
los casos de enfermedad leve. También es
mayoritariamente la madre (hija o hermana, respecto del padre, hijo
o hermano), quien solicita una "baja laboral" o demanda
un permiso cuando se trata de acompañar o cuidar a un familiar
enfermo (11).
Los
cuidados informales están habitualmente infravalorados o
ignorados. Únicamente se hacen evidentes y se los valora,
aunque de modo indirecto, cuando por la circunstancia que sea, quien
los asume o "debiera" asumirlos deja de hacerlo. Así
el que un cierto número de mujeres, -por diversas y diferentes
causas- dejen de asumir estas tareas, o las asuman de diferente
manera, pone en evidencia la importancia de su función asistencial
y social; y aunque desde la biomedicina, los cuidados
informales hayan sido criticados, minusvalorada e incluso tachada
de "práctica incorrecta y/o nociva", cuando dejan
de realizarse, ponen al descubierto la parcela asistencial que cubren
(12).
Es en esta circunstancia en la que se hacen visibles, en los casos
en que no se puede o no se quiere realizar y deben ser asumidos
desde las instituciones, puesto que se hace evidente el coste económico
que ello supone. Con esto quiero remarcar, que en el único
momento en que se valora el cuidado informal es a partir del momento
en que deja de realizarse; por este motivo considero que se trata
de una tarea evidente pero ignorada.
Debido a estas circunstancias, considero que desde la promoción
de la salud y la planificación de la atención realizada
desde las instituciones, debe ser tomada en cuenta
la sobrecarga laboral y afectiva que las tareas de cuidado suponen
cuando asumidas por el entorno familiar y sobre las consecuencias
que pueden tener para las "mujeres-cuidadoras (13)",
puesto que, entre otras cosas, cuidar a un familiar supone:
- Una importante sobrecarga de trabajo y dedicación.
- Se trata de una situación costosa, puesto que una persona
enferma y/o discapacitada, no se encuentra en una situación
normal y su malestar interfiere también en lo relacional.
- Supone limitaciones en las relaciones sociales y en las actividades
de ocio.
- Son procesos personalmente costosos. Hacerse cargo del cuidado
de un familiar, es decir, de una persona que desde lo afectivo
no resulta neutra y con la que se tiene habitualmente una historia
relacional anterior, puede resultar, cuando menos dificultoso,
si no conflictivo.
- Y todo ello asociado con lo que puede suponer para el o la cuidadora
el hecho de ver el deterioro progresivo, la limitación
y el sufrimiento de una persona próxima en lo afectivo.
Lo antedicho se complica cuando la cuidadora debe asumir además
otro tipo de compromisos laborales cuales son, las tareas profesionales
y las domésticas, además el cuidado de uno o varios
familiares enfermos y/o discapacitados.

Quizá resulte demasiado obvio por conocida y habitual, señalar
la implicación de las mujeres en este ámbito; no obstante
considero necesario remarcarlo ya que en ella se sustenta una buen
parte del cuidado de salud de nuestra sociedad. Hacerla evidente
no modificará en sí misma la situación, pero
quizá pueda ayudar a reflexionar sobre la misma y evitar
que continúe siendo ignorada. Para finalizar quiero señalar,
a modo de ejemplo, el asombro que manifestaba una de mis informantes,
mujer de 18 años cuando, trabajando sobre este tema, pregunté
en quién recaían en su familia las tarea de cuidar;
su cara reflejó el asombro que provocaba la obviedad de mi
pregunta, a la que sorprendida respondió: "Etxean?,
etxean, amak zaintzen du beti!", (Valderrama, 1999).
Bibliografía
Álvarez, E. y Aguilar, U. (2002) "Una triple jornada:
mujeres anónimas". Revista de Trabajo Social y Salud
nº 42 (pps. 333-366).
Barriola, I.M. (1979) "La medicina popular en el País
Vasco". San Sebastián. Eds. Vascas Argitaletxea.
Barandiaran, J.M. (1990) "Recetas y remedios en la tradición
popular vasca". Donosita. Ed. Txertoa.
Canals, J. (1985) "Cuidar y curar: funciones femeninas y saberes
masculinos" Barcelona. Rev. JANO nº 660-H Vol XXIX (pp.365-372)
Erkoreka, A. (1985) "Análisis de la medicina popular
vasca". Bilbao. Instituto Labayru.
--- (1993) "Función tradicional de la mujer en el quehacer
curador". Cuad. Vascos de Hª de la medicina, II. (pp.
113-122).
Le Fauvre, N. (2001) "La féminisation de la profesión
médicale: voie de recomposition ou de trasformation du "genre"?",
in Femmes et hommes dans le champ de la santé. Aäch,
Cèbe, Cresson, Philippe. Rennes. Eds. ENSP. (pp.197-228).
Valderrama, M.J. (1999) "Implicaciones culturales de la comprensión
de la sintomatología, su vivencia e interpretación
por el/la paciente en el proceso de enfermar". Bilbao. Scio
Editorial Universidad del País vasco- Euskal Herriko Unibertsitatea.
(1) Muestra de
ello son los trabajos sobre medicina tradicional en Euskal Herria,
entre otros los de Barriola (1979), Barandiaran (1990), Erkoreka,
(1985, 1993).
(2) Solamente señalar que
la educación de la descendencia lleva implícita la
transmisión de hábitos de salud (prevención
y cuidado) en lo que respecta a la alimentación, la higiene,
ejercicio, descanso, etc.
(3) Sobre este tema, es interesante
el artículo de Álvarez y Aguilar (2002).
(4) Lo reducido del artículo
no permite analizar este punto; no obstante conviene señalar
el diferente volumen de mujeres y hombres que componen el colectivo
de los profesionales de enfermería, así como la progresiva
feminización de otras profesiones sanitarias, (Le Fauvre,
2001). Actualmente más del 85% del alumnado de la Facultad
de Medicina de la U.P.V./E.H.U. son mujeres.
(5) Sirva como ejemplo el número
importante de abuelas que en la actualidad "asumen", por
diferentes razones, el cuidado de sus nietas y nietos. Considero
necesario diferenciar aquí entre asumir responsabilidades
de cuidado y educación de los nietos debido principalmente,
una vez más a presiones afectivo-sociales, derivadas de la
situación económico-social de los padres u otros factores,
del desarrollo normal de una relación entre nietas y nietos
y sus abuelas y abuelos.
(6) Una situación particular
y conocida -por su dificultad- es la que se da en nuestros baserris,
cuando el cuidado de la pareja anciana recae sobre la nueva etxekoandre,
es decir, sobre la nuera.
(7) No creo que sea producto de
la negligencia, sino de la dificultad que conlleva cualquier reflexión
o análisis sobre el tema, puesto que todas y todos tenemos
o hemos tenido una familia de referencia, y por ello, ser juez y
parte es una dificultad añadida.
(8) ¿Se puede hacer un
paralelismo entre el "mito del buen salvaje" y el mito
de la "familia idílica"?.
(9) Los ejemplos son abundantes
ya desde la tragedia griega.
(10) La Seguridad Social estatal
data de 1966. Hasta ese momento, el recurso a la medicina oficial
era escaso, lejano y caro para los habitantes del medio rural, por
lo que su utilización se restringía principalmente
a las clases urbanas, media y media alta.
(11) Estos ejemplos se refieren
al trabajo de campo en medio sanitario que vengo realizando desde
hace 10 años.
(12) En la actualidad y desde
este mismo sector, se manifiestan quejas sobre la "excesiva
dependencia" de los usuarios respecto del sistema sanitario.
Bajo mi punto de vista, esta es una de las consecuencias de la confrontación
producida desde la biomedicina al objeto de consolidar su hegemonía.
(13) Utilizo el femenino porque
son mujeres quienes asumen mayoritariamente esta función.
Marijo Valderrama Ponce,
Escuela de Enfermería de la UPV-EHU
Fotografías: Mikel Arrazola, Jesús Mari
Peman. Publicadas en la revista EMAKUNDE Nº46, 48 |