En
el transcurso de apenas doscientos años hemos cambiado la
visión del tiempo de un modo radical, pasando por tres concepciones.
Previo al desarrollo industrial, el tiempo que no es sino la conciencia
de que somos seres limitados, era un bien de uso que se ajustaba
a los ritmos de la naturaleza. A continuación ha pasado
a ser un bien de cambio, la preservación de la propia vida
depende de que alguien compre por un cierto periodo de tiempo el
uso de nuestra vida, el tiempo pasa a ser un bien de consumo. Más
recientemente se anticipaba un futuro en que la libertad sería
la cualidad dominante del tiempo. El desarrollo científico
y técnico aumentaría, como de hecho ha ocurrido, la
productividad del trabajo, y como consecuencia, las personas dispondrían
de mucho más tiempo libre. Se anticipaba que sería
el ocio, y no el trabajo, la actividad que estructuraría
nuestras vidas y las dotaría de sentido.
Apenas hace unos años que las expectativas han cambiado
de un modo radical, nadie habla ya de la sociedad del tiempo libre.
En muchas empresas se han eliminado los relojes, esos guardianes
del tiempo comprado por los empresarios. Y eso ha ocurrido porque
el contrato de trabajo ya no se basa en la cesión de un número
de horas de la vida propia a cambio de medios para vivir, sino que
ganarse la vida exige pagar el tributo de poner a libre disposición
de la empresa la capacidad de trabajar. Los relojes, ya no son los
celosos guardianes del tiempo -que es oro- comprado por el empresario,
sino los chivatos que denuncian la abusiva extensión de la
jornada laboral. Por eso, tienden a desaparecer de la puerta de
entrada de los centros de trabajo. El reloj, en los inicios del
capitalismo, fue el mejor aliado de los compradores de trabajo,
ya que media el fluir de ese oro líquido que es la capacidad
de generar riqueza, disciplinando su uso, orientándolo a
los objetivos productivos. Cuando las relaciones laborales han quedado
desreguladas -eufemismo con el que nos referimos al retroceso del
Estado en su supuesta función mediadora entre el capital
y el trabajo- el reloj no vigila al trabajador sino que denuncia
el trato al que se ve sometido: su pérdida de control sobre
el tiempo o lo que es lo mismo, la pérdida de control de
su propia vida. Nadie tiene ya la desfachatez de decir que vamos
hacia una sociedad de ocio, las jornadas laborales se alargan más
allá de los límites que impone la legalidad vigente.

En la misma medida en que se pierde el control del tiempo cotidiano
propio, aumentan los contratos temporales, impidiendo marcarse objetivos
de un cierto alcance, dado que ante los ojos se despliega la incertidumbre
de cómo ganarse la vida en el futuro. Eso es especialmente
cierto en el caso de las mujeres, que siendo el 39% de la población
ocupada, son el 47% de los trabajadores que llevan menos de 3 meses
en su empresa actual, el 42% de los trabajadores temporales, y el
51% de los trabajadores temporales, sí, temporales, que llevan
6 o más años trabajando en la misma empresa (según
datos de la EPA correspondientes al 4º trimestre de 2002).
¿Trabaja
más horas de las que figuran en su contrato? (13.381) |
Siempre | 58,35 |
Muy a menudo
| 21,43 |
De vez en
cuando | 7,75 |
Ocasionalmente | 5,99 |
Nunca | 6,46 |
Datos de la encuesta de Expansión&Empleo.com
de 12 de julio de 2002
El trabajo, a diferencia del ocio, tiene razón de ser porque
reconocemos los límites que nos impone la realidad. Trabajo
es lo que media entre el deseo, la aspiración, y la necesidad,
de un lado; y la realización o satisfacción, del otro.
Tiempo de trabajo es reconocer todo que no es posible, y que lo
posible no se alcanza inmediata y automáticamente, sino que
hay que poner medios, disciplinar conductas y esperar a que los
resultados deseados se alcancen. Algo bien distinto, es que la persona,
y lo que constituye el núcleo de su subjetividad: deseos,
necesidades, aspiraciones, quede aplastada bajo el peso de relaciones
de poder en que los deseos, necesidades y aspiraciones de unos o
unas, se realizan a expensas del sufrimiento y suspensión
de subjetividad de otras u otros. La desregulación de las
relaciones laborales atenta directamente a la autogestión
del tiempo, y gestionar el tiempo es gestionar la propia vida.
Recientemente se ha empezado a admitir que la de gestión
del tiempo es un problema. La promesa de una creciente disponibilidad
de tiempo libre es, cuanto lo menos, una frivolidad por no decir
una mentira. El modo en que se expresa esa tensión es invocando
reiteradamente la necesidad de conciliar el trabajo con la vida
personal ¿Qué implícitos hay tras la búsqueda
de conciliación, y qué se recoge en la ley misma cuando
se aborda esta cuestión?
1. Que la vida propia se desarrolla fuera del lugar de trabajo
remunerado, lo que da por descontado que en ese lugar no se realiza
la vida propia sino la ajena. ¿De quién?, nos preguntamos.
2. Que las personas -léase mujeres- que trabajan por cuenta
ajena -supuestamente las amas de casa no trabajan por cuenta ajena,
de ahí que su actividad se denomine "sus labores"-,
tienen un problema si quieren conservar su empleo y quieren además
cuidar de las personas de su familia.
3. Que los hombres sólo tienen subsidiariamente ese problema.
4. Que no importan las necesidades y dificultades de las personas
dependientes de cuidados ajenos. Sólo son objeto de preocupación
en tanto originan problemas a las mujeres a cuyo cargo se hallan,
y porque los originan a las empresas que contratan a mujeres y
a la política presupuestaria pública, que estar
siendo restrictiva en materia de servicios sociales. Las personas
dependientes más que preocupar, molestan.
5. Fundamentalmente, que la lógica de la empresa es la
lógica de la productividad, la competencia y la rentabilidad.
Y que a esa lógica no hay más remedio que ponerle
un contrapeso porque amenaza con destruir la posibilidad de la
economía de mercado: la implacabilidad del mercado no puede
permitirse amenazar la posibilidad de la vida misma. De ahí
la ley de conciliación.
¿Porqué
no reconocer abiertamente que las relaciones de mercado han externalizado
a las mujeres los costes de producción de la vida humana?
La gestión del tiempo no es una cuestión de conciliación,
entre dos órdenes de exigencia, la económica y la
personal. No es tensión lo que hay entre el trabajo y la
vida personal, sino expolio institucionalizado de las mujeres. Al
atribuirles -y aceptar ellas mismas- lo que son responsabilidades
colectivas: el cuidado de las personas dependientes sean criaturas,
viejos, discapacitados o enfermos, se las está explotando.
Cuando las mujeres consumen su tiempo, favorecen que los hombres
tengan más tiempo disponible, ese tiempo que las mujeres
les entregan ocupándose de hacer lo que es responsabilidad
de todos los adultos, contribuye a que aumente el poder de los hombres
sobre las mujeres. En eso y no otra cosa consiste la explotación,
en usar la fuerza y capacidades del otro -la otra- para aumentar
la propia fuerza sobre la explotada, y por tanto la capacidad de
continuar explotándola. Ya sabemos que la mayoría
de los hombres no explotan intencionadamente, pero como dice Joanna
Russ: "los niños tiran piedras a los gatos jugando,
pero los gatos se mueren en serio".
¿Cabe decir que son democráticas estas reglas de
juego? La democracia es necesariamente económica, no simplemente
política. Consiste en que las decisiones sobre la administración
y uso del recurso más escaso que tenemos -nuestra propia
vida- se tomen colectivamente con la participación de todas
y todos los implicados. ¿No es una cuestión de democracia
económica lo que está en juego ante la asesina decisión
de atacar al pueblo iraquí? ¿Qué papel han
tenido los propios iraquíes en la decisión de cómo
gestionar su tiempo de vida?
¿Cabe hablar de democracia, cuando las decisiones que afectan
al uso del tiempo de vida se toman bajo la coacción de las
leyes del mercado, cuando no de los poderes oligopolistas de las
grandes empresas transnacionales? ¿Cabe decir que las mujeres
somos ciudadanas mientras no participamos en la toma de decisiones
que afectan a nuestra participación en la producción
de la vida?
María Jesús
Izquierdo, Universitat Autònoma de Barcelona
NO A LA GUERRA,
!NO EN MI NOMBRE¡
Fotografías: Están publicadas en el Nº2 de la revista
EMAKUNDE |