En
diversas oportunidades se ha tocado el tema de los linajes vascos
en Buenos Aires, haciéndose alusión, por lo general,
a la genealogía de un apellido en particular. También
se ha investigado la cuestión de los certificados de limpieza
de sangre e hidalguía que presentaron algunos de los establecidos
en igual territorio rioplatense en el siglo XVIII.
El propósito del presente trabajo pone de manifiesto un resumen
de dichas presentaciones, todo ello, con miras a quedar perfectamente
aceptados en los puestos de la administración, en momentos
en que la sociedad mantenía una acentuada verticalidad y
cuando esta demostración fue motivo de distingo entre los
habitantes de la sociedad tardo colonial.
En estas alternativas la probanza de los linajes llevó -como
se dijo- al acceso a los mayores cargos públicos y del poder.
Como se sabe, todos aquellos que se ocupaban de oficios serviles
o de menor calidad, no podían pedir puestos del Cabildo ni
ningún otro donde hubiera que dejar establecido rango, ya
que este escalón estaba reservado para los que podían
demostrar su nobleza de origen. Inclusive el cargo de escribano
debía ser refrendado como en relación con el Rey,
para no ser equiparado ese oficio con los de menor cuantía.
Tal fue así, que en el testamento de 1786, de José
García de Echaburu (que provenía de Sevilla, pero
de la casa Echaburu vizcaína), que ocupó ese puesto,
se llegó a atestiguar, para que no hubiera atisbo de confusión,
que: "...Obtuvo Real Provisión de la Real Audiencia
de la Plata para que nadie pusiese obstáculo en el uso del
oficio". A esto se sumó que aquél pidió
ser reconocido como Escribano del Rey y no como profesional independiente;
situación que volvió a repetirse cuando uno de sus
descendientes, gestionó ante la Corte en Madrid a través
de su poderdante, igual pedido.
Tanto en los Tribunales de Corte y Consejo como en la indicada Real
Chancillería de Valladolid, puede comprobarse que varios
fueron los que solicitaron a través de poderes, les fuera
aceptada su hidalguía. En general, la misma era explícitamente
pedida, no solamente porque de ella se comprobaba la calidad del
solicitante, sino porque todo aquél que tuviera un título
podía disfrutar de los empleos de paz y de guerra "debidos
a los hijosdalgos
", a la par que definía la distinción
social del sujeto y su familia.
Veamos entonces cómo se desarrollaron estas cuestiones por
parte de los fundadores de linajes en la Argentina. Algunos, arribaron
después de una larga trayectoria que había tenido
principio en diferentes provincias de la Metrópoli, ya que
habían permanecido un par de años en diferentes regiones
del sur de España, después de su primera partida desde
las Provincias Vascas. Llegaron portando los expedientes de limpieza
de sangre que exhibieron ante sus contemporáneos, porque
es conocido que este requisito controló la mayor parte de
los patronazgos.
Así, en las Actas éditas del Cabildo porteño
pueden verse parte de los hechos aludidos. Se ha podido comprobar
que fueron poseedores de este título Francisco de Alzaybar,
Alguacil Mayor de la Inquisición, natural del Señorío
de Vizcaya, anteiglesia de Lemona en el Barrio de Arriano, fallecido
en Buenos Aires, avecindado en Uruguay, nombrado por el Rey de la
ciudad Marqués de San Felipe y Santiago de Montevideo y su
fundador. En vida fue Capitán de Navío de la Real
Armada de S. M.; y consta que quiso llegar a fundar un mayorazgo
en Montevideo.
Igualmente, cabe nombrar a Marcos José de Larrazábal,
descendiente del vasco Antonio de Larrazábal, Coronel, Caballero
de Santiago; Gobernador del Paraguay. Fue nombrado Teniente del
Rey futurario en Buenos Aires el año 1759.
En la legión de Caballeros del Hábito de Santiago
consta el nombre de otro cruzado: Juan Bautista Lasala, (Lasalle),
natural de Monein, Bearne, Bajos Pirineos.
En igual sentido aparece el nombre del terciario Juan de Zamudio,
Capitán, Gobernador del Tucumán, regidor, Caballero
de Santiago, natural de Baracaldo, Vizcaya, casado con doña
Inés de Salazar, hija del Cap. Pedro de Salazar y de doña
Luisa de Azócar, la que en primeras nupcias había
sido esposa, del alavés José Martínez de Aberasturi.
Durante la época colonial y virreinal en Hispanoamérica
nadie puso en duda que había personas con rango hidalgo,
en especial los que provenían de las provincias vizcaínas,
en virtud -se ha dicho- de la Ley del fuero de Vizcaya que estipulaba
que los nativos de ese lugar, eran "hombres hijosdalgo y
de noble linaje".
Las averiguaciones sobre la hidalguía eran estrictas. Por
ejemplo, se solicitó a diferentes testigos antecedentes de
familia del vasco Vicente y su hijo, Miguel Azcuénaga, para
que se ampliara el conocimiento del origen y los títulos
que aquellos esgrimían. Uno de los testimonios fue el de
Martín de Sarratea, vecino y regidor de Buenos Aires, muy
conocido en este medio social, que dijo que los mismos eran conceptuados
como los más condecorados de "esta capital"
y de la "primera jerarquía", lo que había
llevado a ser al primero varias veces "Alcalde ordinario
y otras muchas Regidor...".
Igualmente, el navarro Javier Saturnino Saraza, regidor y alcalde
ordinario de Buenos Aires, expresó sobre Azcuénaga
que suponía su hidalguía, por estar tenido como tal
"sin que en tantos años se haya oído cosa
alguna en contrario
". De hecho Vicente Azcuénaga
había ya realizado en Cádiz información de
limpieza de sangre, hidalguía y soltería el 13-9-1743,
ante calificados testigos. Las armas de esta familia fueron colocadas
al frente de su casa.
Fue justamente Vicente de Azcuénaga, nacido en Dima, Vizcaya,
quien dejó para su hijo Miguel el tercio de mejora, para
que con su caudal formara un mayorazgo. Esto sucedió por
1784, cuando desde tres años antes pretendió la concesión.
Entre las mujeres de este apellido, consta que Ana Azcuénaga
presentó en Buenos Aires en 1787 información de nobleza.
Tanto Vicente de Azcuénaga como el que luego se cita, Manuel
de Basavilbaso -que eran parientes- llevaron a cabo las gestiones
en Madrid, a través del conde de Paniagua en 1781.
La familia de los Basavilbaso, provenían de una familia cuyos
antepasados eran señores de la casa solar infanzona de Lapresa,
situada en el valle de Orozco. Se sabe que su escudo ostentaba:
"En campo de oro, un castaño sinople con fruto y
dos lobos sable empinados al tronco, y en el jefe una estrella de
gules". Muchos de los pobladores avecindados en el casco bonaerense también
presentaron al Cabildo las limpiezas de sangre y nobleza de sus
esposas. En vinculación con la pesquisa de la estrategia
desarrollada, consta que el tudelano Miguel de Riglos, llegó
a solicitar al Rey la concesión de una Orden militar. Escribió
que su cónyuge era "...mujer de honorabilidad, calidad
y nobleza", atestiguando y refrendando de esta forma su
pedido.
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Sala Capitular del Cabildo de Buenos Aires |
Otro ejemplo más, fue la documentación probatoria
de hidalguía presentada por el vasco de Galdames Manuel Alfonso
de San Ginés, al ingresar en la Venerable Orden Tercera de
San Francisco de Buenos Aires como hermano terciario, quien se postuló
igualmente para diversos puestos en el Río de la Plata. Por otro lado, es de destacar al bilbaíno Domingo de Urién,
yerno de Vicente de Azcuénaga sobre el que se ha expresado
que era "...vizcaíno de noble abolengo e ilustrado".
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Iglesia de San Francisco en Buenos Aires. C:
siglo XVIII |
En una similar actitud, los hermanos guipuzcoanos Juan Francisco,
José y Pedro Antonio Gurruchaga, quienes pidieron les fuera
reconocida su limpieza de sangre, en la medida que apuntaban a lograr
su reconocimiento en la jerarquía social. Interesa en especial
la situación del segundo de ellos, José Gurruchaga,
nacido en aquella provincia vasca en 1734. Gozó de la ejecutoria
del expediente de limpieza de sangre que los tres hermanos bautizados
en Anzúola, gestionaron en 1785, si bien sus antepasados
ya habían ganado pleito de hidalguía en 1610.
Es de destacar, que ese mismo José Gurruchaga, después
de haber participado en la carrera de Indias en Cádiz, bajo
la matrícula del año 1767, se radicó en Buenos
Aires casando con María Josefa Solá, hija de Miguel
de Solá, y doña Juana de Inda.
Otro matriculado a Indias en 1754, Javier Saturnino Saraza, navarro,
sobre el que ya se expresó algunos conceptos, presentó
ante el Cabildo bonaerense el 2-5-1792 Real Cédula del 19-10-1791
de ejecutoria de nobleza y pidió, en consecuencia, se le
guardaran las prerrogativas correspondientes a los de su clase.
La certificación que se trata de limpieza de sangre, fue
presentada por el navarro Martín Gregorio Yáñiz,
elegido Ministro de la VOT 1808. Nacido en Uterga, en 1772; se sabe
que este apellido brindó ejecutoria de nobleza desde 1780.
Igual concepto atestiguó José Antonio Gainza nacido
en las Encartaciones, que poseía como "notorio hijodalgo
de Vizcaya" el blasón de su familia representado
por un escudo partido. Primero tenía "...en sinople,
un castillo de oro; 2º, en oro, un roble de sinople con un
lobo pasante al pie del tronco". Estas armas fueron certificadas
al nombrado en 1774.
Pero si por la época la calidad de hidalguía fuera
puesta en discusión como un símbolo de escaso poder,
se presentó ante el Cabildo el vasco Francisco A. de Beláustegui,
quien acompañó su probanza de sangre, que había
efectuado en igual año de 1787 en la Villa de Guernica, Vizcaya.
En el catálogo de hidalguías en Buenos Aires, escudo
portaba también en Buenos Aires, D. Joaquín Arana,
el que demostró que su emblema tenía estampado:
"En campo de oro cinco panelas de sinople puestas en sotuer";
igualmente, se presentó Manuel de Borda, navarro, linaje
que en su origen parece proceder de Francia, de donde pasó
a Navarra, Aragón y Cataluña. Una rama pasó
a Vizcaya y de ahí a Chile y al resto de América.
El símbolo de su casa traía en campo de gules, un
grifo de oro.
No fueron ajenos a estas inquietudes de obtención de expedientes
de hidalguía un pariente de José Blas Gainza Mendizábal,
Miguel de Gainza y Mendizábal de Iturmendi, que solicitó
ejecutoria de nobleza en 1729 tal como consta en la Real Chancillería
de Valladolid y la que llevaron a cabo Josefa Juana y Bartolomé,
hijos de Adrián Aramburu y Zavala, nacido en Escoriaza, Guipúzcoa,
los que solicitaron la misma ejecutoria en 1788.
Sumados a los anteriores, consta que el vecino en la ciudad porteña,
José Prudencio de Guerrico, ostentó el escudo de sus
antepasados de igual provincia guipuzcoana, representado por las siguientes
armas: "En campo de oro, un árbol de sinople, y al
pie del tronco, un jabalí andante de sable. Orla de gules con
seis cruces de Jerusalén en oro. Esculpidas en el frontis de
la casa solariega de los Guerrico, sita en Cerain".
Se completa esta resumida narración con Juan Ignacio de Ezcurra,
que había traído desde Pamplona su escudo: "En
campo de azur, un águila explayada de plata, mirando a siniestra".
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Catedral de Buenos Aires |
A través de estas páginas se ha demostrado que para
los comerciantes bonaerenses fue importante lograr un mayor distingo
social, situación común que daba nivel personal. La
sociedad de entonces, trataba de identificarse con la Metrópoli,
en donde el rango social contaba -decisivamente-, en los puestos
cercanos al Rey y al Estado y para conseguir permisos de comercio
especiales. Asimismo valía para acceder inclusive a los diferentes
cargos religiosos honoríficos. Como una gran mayoría
de los más importantes comerciantes en Buenos Aires del siglo
XVIII fueron vascos y navarros, arribados a Sudamérica después
de estar una gran mayoría anotados en la Matrícula
de comerciantes de Cádiz, traían las costumbres peninsulares
que fueron las que más tarde se convirtieron en las indianas:
a mayor distinción social, mayores posibilidades de incorporación
y de beneficios económicos para los titulados con linaje,
sus familia y sus descendientes.
El presente análisis es apenas un somero detalle de los
pobladores vascos y su actuación en la historia del Buenos
Aires tardo colonial; ya que en esta oportunidad es imposible transcribir
todos los ejemplos que se poseen, pero refleja una página
vívida e interesante de la vida cotidiana del trasvase de
pobladores vasco navarros al Nuevo Continente y más precisamente,
en este caso, a Buenos Aires donde fundaron su casa. Parte de sus
apellidos figuran hoy día en varias de las provincias de
la actual Argentina, como continuadores de aquellos primeros ascendientes
que dejaron atrás sus tierras de origen.
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Documentos del siglo XVIII. Buenos Aires. Argentina
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