Tomás
de Echabarría y María Concepción de Echaguren
se casaron en Bilbao en 1802. Se trataba de un matrimonio de artesanos:
Tomás era carpintero y trabajaba en un taller propiedad de
su esposa. Tan sólo dos años después, Concepción
interpuso una demanda contra su marido por lesiones y amenazas en
la que describía de esta manera el comportamiento de su esposo:
" ... ya para las nueve y media de la mañana estaba
borracho el expresado Thomas; le pidio a mi parte le diese uno de
cinco pesos, y por solo haberle preguntado con la mayor suavidad
para que lo queria quiso golpearla, y fue preciso que por evitar
los efectos de su furor y borrachera le diese como en efecto le
dio un doblon de ochenta reales, mas no fue bastante para que le
dejase vivir con tranquilidad; por la tarde se empeño en
hecharla de casa y por la noche fue necesario el que efectivamente
saliese de ella por no ser victima de la crueldad de un hombre que
estaba resuelto á acavar con dicha mi parte" (1).
No hubiera sido la primera vez que Concepción sufría
los golpes de su marido: ya en muchas ocasiones los vecinos habían
visto en su rostro las señales de los puñetazos de
Tomás. Una criada del matrimonio declaró que Echabarría
pegaba a su esposa "con lo primero que se le presenta a
mano", como sillas, platos, ... Las amenazas de muerte
y los insultos también eran frecuentes por lo que Concepción
no dudaba al afirmar que en su matrimonio "no ha experimentado
sino desprecios, ultrajes y malos tratamientos de obra y palabra". La superioridad que la sociedad del Antiguo Régimen otorgaba
a los hombres sobre las mujeres en todos los ámbitos provocaba
que la violencia contra las hijas, esposas o madres, para corregir
conductas no apropiadas por el cabeza de familia fuera una constante
en la vida diaria de muchas mujeres. La sociedad entendía
que esta violencia privada era legítima para imponer el control
sobre las esposas o hijas pero siempre dentro de un límite.
Incluso las mujeres aceptaban esta forma de gobierno doméstico
tal y como expresaba Concepción de Echaguren en su denuncia.
En ella señalaba que había decidido denunciar a su
esposo porque "el mal tratamiento que le ha dado y le esta
dando á esta ha llegado a tal extremo que ha apurado enteramente
su paciencia sin que pueda tolerarlo por mas tiempo ni dejar de
pedir el competente castigo". Es decir, Concepción
soportó los malos tratos de su esposo como algo natural en
el matrimonio, y en las relaciones familiares entre hombres y mujeres,
hasta que entendió que las agresiones habían superado
el impreciso límite entre la violencia tolerada por la comunidad
y la que era condenada por su gravedad.
Por lo tanto, el hombre tenía que encontrar el equilibrio
entre el mantenimiento de su autoridad en el hogar y la prudencia
a la hora de ejercer su dominio sobre las mujeres de la familia.
Si el maltrato era muy grave o continuado significaba que el hombre
había abandonado la moderación con la que debía
ejercer su gobierno en el ámbito doméstico. En ese
caso, la situación familiar terminaba haciéndose pública
con lo que podía producirse una intervención de la
comunidad por medio de llamamientos al orden de las autoridades
civiles o religiosas o la actuación en defensa de la esposa
maltratada. En el caso aquí expuesto, los vecinos tuvieron
que intervenir en varias ocasiones para impedir que Echabarría
agrediera a Concepción.
Pero lo normal era que la violencia doméstica se prolongara
durante los años de matrimonio, con agresiones constantes
pero que en muy pocos casos provocaban heridas graves o la muerte
de la esposa. El maltrato, salvo los casos especialmente graves,
casi nunca se denunciaba ante la justicia y, por ello, se pueden
encontrar pocas referencias en la documentación judicial.
El miedo a las posteriores represalias de los maridos, o a que la
justicia no apoyara sus pretensiones, seguramente provocaría
que las mujeres fueran reticentes a presentar denuncias.
Los motivos que causaban los malos tratos variaban según
los casos dependiendo de la realidad de cada familia pero pueden
trazarse unas pautas comunes. En primer lugar, hay que tener en
cuenta que muchos matrimonios se convenían entre las familias
sin que los contrayentes pudieran elegir a su cónyuge. No
resultaría extraño que en muchos de estos enlaces
celebrados por intereses familiares el sentimiento dominante entre
el marido y la esposa fuera la aversión y no el afecto, lo
que podría provocar discusiones y violencia en el matrimonio,
como ocurría en este caso. El propio Tomás de Echabarría
declaró durante el proceso que se casó con María
Concepción "porque tenia tienda y por acompañarla
en ella, que si no no se hubiera casado".
Pero el principal motivo de la violencia doméstica era la
concepción patriarcal del poder. De esta manera, el uso de
la fuerza sobre las esposas o hijas sería una reafirmación
del dominio que los hombres tenían sobre las mujeres de su
familia. Esta violencia también serviría como demostración
de poder ante el resto de la comunidad. Este parece ser el caso
de Echabarría por la descripción que hizo de su matrimonio
durante el juicio. Según él, su esposa "le
quiere tener debajo de sus pies riñendo siempre, si cena
porque cena, si no lo hace porque no lo hace, si sale fuera porque
sale, sino lo hace lo mismo, de manera que el confesante vive atormentado".
Añadió que si no trabajaba en el taller era porque
su esposa no le dejaba. Por lo tanto, Echabarría se sentía
frustrado en su matrimonio porque no ejercía el rol de cabeza
de familia que, por su condición de hombre, en teoría
le correspondía. Afectado por el excesivo consumo de alcohol
y los más que probables rumores sobre el gobierno de su hogar,
no resulta extraño que Tomás considerara la violencia
contra su esposa como una forma normal de obtener el reconocimiento
de su autoridad y que ésta transcendiera a la comunidad. María Concepción presentó numerosos testigos
(familiares, vecinos, criadas, ...) que confirmaron las agresiones,
insultos y amenazas que sufrió en los dos años de
matrimonio. Pese a ello, el alcalde de Bilbao, que juzgó
este caso, no creyó necesario imponer un castigo severo a
su agresor. Como en la mayor parte de los procesos por violencia
doméstica, Echabarría recibió una simple amonestación
y una advertencia para que en el futuro cumpliera "con exactitud
las obligaciones de su estado, educando y dando buen exemplo á
su familia, y tratandola á su consorte con aquel amor y cariño
que corresponde, sin ofenderla ni de obra ni de palabra". Pero para la justicia del Antiguo Régimen las mujeres que
sufrían los malos tratos también eran responsables
de esta violencia porque, al no plegarse a las naturales exigencias
de sus maridos, provocaban sus reacciones violentas. Así
lo explicó en su sentencia el alcalde de Bilbao: "Se
aconseja igualmente a Maria Concepción de Echaguren cuide
del honor y estimación de su marido, prestandole aquella
sumision y obediencia que debe, y á su preceptos no siendo
apuestos á Nuestra Santa Religión, á las buenas
costumbres y utilidades y ventajas de la casa, acosejandole con
moderacion y prudencia lo mas conveniente". Según
la justicia, las mujeres maltratadas tenían que modificar
su conducta para no motivar los arrebatos violentos de sus maridos.
No es extraño: todos los jueces y legisladores eran varones;
la ley había sido hecha por y para los hombres en el marco
de una sociedad que les confería una amplia superioridad
sobre las mujeres. Frente al castigo físico y psicológico,
las hijas, madres y esposas del Antiguo Régimen sólo
debían ofrecer paciencia y sumisión.
(1) Archivo Foral de
Bizkaia, Sección de Corregimiento, 1751/009.
Luis M. Bernal, becario
de investigación del Gobierno vasco |