La movilidad urbana sostenible: el papel del automóvil como nudo gordiano.
Alfonso Sanz Alduán.

La empresa automovilística BMW saludaba a los delegados de la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo, en agosto de 2002, con una serie de vallas publicitarias que apostaban por la "movilidad sostenible". Organizaciones e instituciones de todo tipo utilizan también dicho concepto como bandera; desde los grupos ecologistas o los sindicatos hasta el Banco Mundial o la industria del automóvil, pasando por las administraciones locales, regionales, nacionales o continentales, todos parecen abrazar unánimemente el propósito de alcanzar una "movilidad sostenible".

El propio Gobierno Vasco emplea el término sistemáticamente en su discurso institucional y en sus planes y proyectos. Así, en noviembre de 2002, aprobó el denominado "Plan Director del Transporte Sostenible. La política común de transportes en Euskadi 2002-2012". Y también la "movilidad sostenible" forma parte de los compromisos de la "Estrategia Ambiental Vasca de Desarrollo Sostenible (2002-2020)".

Pero, ¿qué es exactamente eso de la movilidad sostenible?, ¿están todos los agentes sociales y económicos hablando de lo mismo cuando se apuntan a la "movilidad sostenible"? A la vista de las propuestas concretas de unos y otros, se puede deducir que la "movilidad sostenible", al igual que el concepto del "desarrollo sostenible" del que deriva, se ha convertido en un decorado del discurso social y político que dice muy poco sobre las actuaciones, intenciones y propuestas que luego arropa.

Para unos la "movilidad sostenible" consiste en que el ajetreo de personas y mercancías siga incrementándose indefinidamente aunque, eso sí, aprovechando lo mejor posible los recursos energéticos y materiales requeridos y reduciendo sus impactos. Para otros, sin embargo, la "movilidad sostenible" no puede más que representar precisamente una reflexión sobre los límites de nuestra movilidad, sobre los límites de las demandas de desplazarse y desplazar bienes de aquí para allá, de una punta a otra del planeta o de un extremo a otro de la ciudad.

Por ello, en la actualidad, el término "movilidad sostenible" ha dejado de tener capacidad explicativa de los propósitos de quien lo utiliza y se ha convertido en "ruido" mediático, el cual puede llegar a perturbar u ocultar las propuestas reales que justifica.

Este fenómeno se puede apreciar nítidamente cuando el debate se concentra en la movilidad urbana, es decir, la parte de los desplazamientos de ámbito urbano, aquellos que precisamente son los que más quebraderos de cabeza producen a la mayoría social por repercutir directamente en su calidad de vida. En efecto, en los debates sobre el transporte en las ciudades se pueden encontrar posiciones que dicen beber de la misma "movilidad urbana sostenible" a pesar de proponer medidas completamente opuestas.

El punto de fricción más importante suele ser el papel reservado al automóvil en dicha movilidad urbana. Para unos se trata simplemente de mantener, mejorar o extender el uso del coche, modificando únicamente algunas de sus consecuencias ambientales a través de mejoras tecnológicas o apelando a la educación y cultura cívica de los ciudadanos para evitar el mal uso del vehículo. Pero para otros, entre los que se incluye el autor de este artículo, lo importante es rescribir de principio a fin el papel asignado al automóvil en la ciudad.

Para apoyar dicha opinión conviene repasar los elementos que forman parte de cualquier definición de la movilidad sostenible y que se resumen en el cuadro adjunto:

Problemas ambientales y sociales que afronta la movilidad sostenible.


Sostenibilidad global:

  • Limitación de las fuentes energéticas y agotamiento de los combustibles fósiles.
  • Escasez de diversos recursos necesarios para la fabricación y funcionamiento de los vehículos o para la construcción, gestión y mantenimiento de sus infraestructuras.
  • Destrucción de la capa de ozono.
  • Cambio climático.
  • Disminución de la biodiversidad.
  • Lluvias ácidas.

    Sostenibilidad local:

  • Contaminación atmosférica.
  • Ruido.
  • Ocupación de suelos fértiles.
  • Intrusión visual.
  • Contaminación de suelos y aguas.

    Aspectos sociales:

  • Deterioro de la salud derivada de la contaminación y el ruido.
  • Accidentes.
  • Miedo, preocupación y estrés en el uso de las calles y carreteras.
  • Deterioro de la salud como consecuencia de la sedentarización.
  • Reducción y perturbación de la comunicación vecinal en el espacio público.
  • Disminución de la autonomía de ciertos grupos sociales como niños y ancianos.
  • Reducción de la autonomía de las personas con discapacidad.

El planeta pone límites evidentes a la generalización del uso de este vehículo: por ejemplo, no existe petróleo suficiente para extender el parque y el uso del automóvil según el estilo europeo (y no digamos norteamericano) de motorización, pues se requeriría multiplicar por 6 el número de coches que hay en la actualidad en el mundo, construyendo además cientos de miles de kilómetros de nuevas infraestructuras. Ni tampoco parece muy sensato contribuir de manera explosiva al cambio climático y otras perturbaciones atmosférica con la emisión de los gases de combustión de dicho parque automovilístico.

Pero es que, además, los elementos incluidos en el cuadro anterior, agrupados en relación a la sostenibilidad local o a los aspectos sociales, cuestionan también el uso urbano masivo del automóvil, pues por su concepción, diseño y manera de uso se trata de un vehículo demasiado grande, demasiado potente, demasiado pesado y demasiado veloz para la ciudad.

En efecto, el automóvil o "turismo", como todavía se le denomina con evidente sentido funcional, está concebido para transportar cuatro o cinco personas y sus equipajes a media y larga distancia, con velocidades de máxima eficiencia energética entorno a los 70 km/h. Pero se emplea masivamente para desplazamientos muy cortos, de una o dos personas sin casi equipaje, a velocidades muy poco eficientes desde el punto de vista energético; si se añade a la velocidad su tamaño y peso, el resultado es una enorme capacidad de poner en peligro y perturbar al resto de las funciones y maneras de usar las calles.

No es así de extrañar que allí donde ha monopolizado el sistema de transporte urbano ha hecho desaparecer la ciudad. La "ciudad" dependiente del automóvil, cuyo emblema puede ser Los Ángeles en Estados Unidos, pierde buena parte de los rasgos de comunicación, integración social y convivencia que designan el hecho urbano. La masificación del automóvil no sólo deteriora los bienes colectivos, sino que acaba incluso destruyendo las ventajas individuales que promete el vehículo.

El debate sobre movilidad urbana sostenible deriva así en un debate sobre el automóvil; sobre su utilización privada y, por lo tanto, masiva; y sobre las alternativas existentes a su generalización. A este último respecto conviene recordar que entre las personas que trabajan en el campo del transporte urbano y entre las instituciones se está consolidando la idea de que para evitar la dependencia del automóvil no basta con mejorar el transporte público o facilitar el tránsito peatonal y de bicicletas. La oferta adecuada de medios de transporte alternativos al automóvil es una condición necesaria pero no suficiente para garantizar el éxito de las políticas de movilidad sostenible. Hace falta además establecer mecanismos de disuasión y restricción activa del uso del vehículo privado; instrumentos sin los que los demás medios alternativos no pueden desarrollar su potencial.

Por eso se considera aquí que el papel asignado al automóvil en la ciudad es el nudo gordiano de la movilidad sostenible. O lo cortamos drásticamente, reconociendo que debe dejar de ser protagonista de la movilidad urbana, o estaremos tratando de desatar las puntas de unos cabos mientras enredamos el núcleo central del problema.

Hay que advertir, para finalizar, que el papel del automóvil no se escribe únicamente en los renglones de las infraestructuras o en las indicaciones de los directores de escena (por ejemplo, las reglas que rigen el uso del espacio público, la circulación y el aparcamiento), sino que se fundamenta en un conjunto de políticas de fondo (urbanísticas, educativas, sanitarias, industriales, comerciales, etc) que determinan el contexto de uso de cada medio de transporte.

Las políticas urbanísticas o de localización de las diferentes actividades son, en efecto, las que de un modo más directo determinan las necesidades de desplazamiento. Un urbanismo que aleja los equipamientos, los empleos y los comercios de las viviendas mina las posibilidades de que el transporte colectivo funcione correctamente y de que puedan emplearse la marcha a pie y la bicicleta de un modo cómodo y atractivo.

Pero es que, además, si la escuela pública (caracterizada por la proximidad) se degrada, si la sanidad pública (también de proximidad) pierde calidad, si el comercio de barrio pierde la batalla frente a las grandes superficies comerciales (pensadas para el coche), si la percepción de la seguridad en el espacio público se diluye, etc, el automóvil se convierte en el necesario protagonista de la ciudad y la "movilidad sostenible" hará, como se dice en el teatro, mutis por el foro.


Alfonso Sanz Alduán,Geógrafo urbanista, especializado en tráfico y transporte
Fotografías: http://www.dgt.es/imagen/coches.gif
http://emergencias.iespana.es/emergencias/Trafico%20Madrid%20SAMUR.jpg


Euskonews & Media 197. zbk (2003 / 01-31 / 02-7)

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