Después
de la guerra, la situación en las provincias vascas resultó
difícil para numerosos jóvenes. La acuciante falta
de trabajo y la dificultad para conseguir alimento propiciaron la
búsqueda de nuevos horizontes. Mientras, en Uruguay la industria
lechera reclamaba mano de obra, a fin de cumplir con las expectativas
de un mercado en crecimiento y en adaptación a nuevas normativas
que exigían el traslado de los tambos capitalinos hacia zonas
rurales. Ambas situaciones favorecieron diversas iniciativas para
atraer mano de obra calificada.
Miembros de la Asociación Nacional de Productores de Leche,
en búsqueda de artesanos en el oficio que cumplieran con
las aptitudes físicas requeridas, con conocimientos de agricultura
y lechería y que significasen, además, un aporte a
la industria lechera nacional, se concentraron en la contratación
de vascos por considerarlos los artesanos más aventajados
en dichos menesteres. Para ello contaban con el apoyo de Rafael
Zabaleta, industrial en lechería él mismo, vasco con
treinta y cinco años de residencia en nuestro país.
Zabaleta permaneció cierto tiempo recorriendo Navarra seleccionando
las personas adecuadas (1).
De acuerdo con el Acta N° 1230, correspondiente a la sesión
del 13 de diciembre de 1949 del Consejo Directivo de la Institución
Euskal Erría, se autorizó a la mencionada Asociación
Nacional de Productores de Leche, a ofrecer un almuerzo de camaradería
y bienvenida, en la sede de la Institución, al grupo de vascos
que arribaría al puerto de Montevideo el 21 de ese mes. Se
especificaba que en representación del Consejo, el presidente
les hablaría sobre las garantías con que llegaban
y que velarían por ellos en caso de necesidad, ya fuesen
consultas o ayuda en dificultades mayores (2). Aparentemente todo estaba bien coordinado: dentro del grupo inmigrante,
formado por hombres solteros, matrimonios y niños, se habían
contemplado las condiciones físicas y las aptitudes laborales;
el grupo que los recibía había distribuido sus destinos,
con contratos de trabajo por dos años, con salario, casa
y comida asegurados. Al término de ese tiempo, los inmigrantes
podían optar por permanecer en nuestro país o volver
a su tierra (3).
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Parte del grupo a su arribo al puerto de Montevideo,
21 de diciembre de 1949. (4) |
El grupo estaba compuesto por sesenta y dos vascos: quince niños
y cuarenta y siete mayores. Hemos recabado las experiencias de dos
de aquellos inmigrantes, Ignacio Arguiñarena y Dolores Amadoz
de García, así como la de Miguel Goñi en el
recuerdo trasmitido a su hijo José Miguel. Resulta evidente
que las diferencias personales marcan distintas experiencias; así
a algunos les resultó difícil adaptarse al ambiente
del tambo, buscando nuevos caminos, mientras que otros, con grandes
sacrificios, lograron superarse obteniendo logros satisfactorios.
Si bien venían conocidos y parientes dentro del grupo, para
muchos, el viaje en el carguero Tacoma significó el primer
encuentro, pero los meses a bordo permitieron seguramente largas
horas de intercambio y conocimiento mutuo. El carguero uruguayo
no hacía escala en España, por lo cual debieron subir
a bordo en el puerto francés de El Havre el 27 de octubre
de 1949, adaptándose a su ruta hacia Canadá donde
se debía cargar semillas de papa y recién entonces
emprender el viaje al sur hasta llegar a Montevideo el 21 de diciembre.
Fueron recibidos por el Ministro del Interior Dr. Alberto Zubiría
en la Casa de Gobierno, almorzaron de acuerdo con lo previsto en
la sede de Euskal Erria y luego fueron trasladados a la Estación
Central de trenes, de donde partió cada uno a su nuevo destino
(5).
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En la foto de la izquierda, junto al Ministro
del Interior, Alberto Zubiría |
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En la foto inferior, en el almuerzo de la Asociación
de Productores de Leche, en Euskal Erría. (6) |
Miguel Goñi Tellechea, de diecinueve años, viajó
con su hermano Ignacio. Oriundo de Oiz, los seis años que
concurrió a la escuela permaneció en primer grado
porque no le gustaba estudiar. Ya desde los doce años trabajaba
en un caserío cuidando y ordeñando ovejas lachas de
su familia, tendrían aproximadamente unas treinta y cinco
en ordeñe en la primavera. Las pastoreaba en el monte Ameztía
junto a su amigo Juan Andiarena, natural de Donamaría. Algunos
años más tarde, fabricaba carbón en el monte
donde permanecía toda la semana, bajando los sábados
de noche porque era obligatorio asistir a misa los domingos. También
criaban vacas, al principio de las pirenaicas y luego cruzadas,
holandesas y suizas. Eran vacas que soportaban ser uncidas al yugo
durante sus períodos secas, porque el poco número
de animales que podía tenerse exigía fuesen usadas
como bueyes. Con la leche se fabricaban quesos, pero ya por aquel
entonces se vendía a un transportista que la trasladaba en
tarros hacia San Sebastián. La faena era un trabajo encarado
en equipo y todos los vecinos lo compartían. Los caseríos
contaban con su propia huerta, donde se plantaban, entre otras,
papas, tomates, alubias, maíz; los granos eran molidos en
el molino del pueblo.
Con respecto a su venida, comentaba que algunos uruguayos habían
ido a buscar trabajadores para faenas de tambo, considerando que
la zona vasca era la que mejor encontraron con gente dispuesta para
este trabajo. Nunca comentó si fue seleccionado o si él
eligió venir, pero dado que se demoraban en llamarlo aceptó
salir a cazar palomas con unos guipuzcoanos en el mes de octubre.
Fue mientras se ocupaba en ello que le avisaron que debía
venirse a Uruguay y aunque no conocía nada sobre dónde
iría, ni siquiera el idioma porque era euskera parlante,
bajó entusiasta y contento de la montaña. Volvió
a su casa y en maletas de cartón acomodó la poca ropa
que traería, tomó prestado unos ahorros de su madre
que devolvió en cuanto juntó la suma y con los bultos
sobre un burro partió para Santesteban desde donde emprendió
el camino hacia Pamplona, ahí en tren, primero a Irún,
luego a París y de ahí al puerto de El Havre. De París
conservaba el triste recuerdo de albergarse en un cuartel donde
paraban mendigos y borrachos, mientras que del viaje en el Tacoma,
además de los mareos, le quedaron el buen trato, cuatro kilos
de más y el empacho con dulce de leche.
El 21 de diciembre de 1949, luego del almuerzo en la institución
vasca de Euskal Erria, lo separaron de su hermano Ignacio, embarcándolo
en el tren que lo llevaría a Soca al tambo de Rivera Rodríguez,
en el departamento de Canelones. Algunos meses después solicita
estar junto a su hermano, y se instalan ambos en el tambo de Raúl
Cuello, primer destino de Ignacio en Estación Independencia,
en el departamento de Florida, entre las localidades de 25 de Agosto
y Cardal.
Miguel pasó luego a trabajar a lo de Macheroni en San José,
en un criadero de cerdos; ahorrando mucho logró comprar un
reparto de leche en San José y arrendar un campo a tres kilómetros
de la ciudad para instalar su tambo. Años más tarde,
cuando lo encuentra su amigo de la infancia Miguel Mariñelarena,
dice que aquél jovencito que en Oiz gastaba todo su dinero
se había convertido en un verdadero machete. Fue este empeño
en el ahorro y su tesón en el trabajo lo que le permitió,
con el tiempo y con la garantía de Raúl Cabaña
Núñez, comprar un tambo donde tenía hasta noventa
vacas en ordeñe. Ya en 1966 se instala en campos, con casa
propia, cerca de Villa Rodríguez, en el departamento de San
José.
Para este vasco, acostumbrado desde la infancia a las tareas rurales,
no le resultó difícil su inserción en el ambiente
tambero (7).
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Vascos tamberos reunidos en Rodríguez.
Parados: a la derecha Miguel Goñi, a la izquierda,
Juan Mariñelarena, el niño es JoséMiguel
Goñi). Sentados (de izq. a der): 1° Juan Andiarena,
7° Ignacio Arguiñarena. También se encuentran
Miguel Mutuverría, venido en 1949 y Miguel Mariñelarena
llegado en 1956.
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Tampoco lo fue para Ignacio Arguiñarena Ochotorena que viajó
con su señora y sus cinco hijos. También formó
parte de este contingente de vascos, su hermano Miguel con su esposa
y sus dos hijos. Ignacio era nacido en Erraskin en 1909. Luego de
las vicisitudes de la guerra, con cuarenta años, casado y
con cinco hijos, la miseria que ganaba en su trabajo en ese año
de 1949, lo decide a acercarse al "vasco que llegado de Uruguay,
busca gente para ordeñar vacas". Él consideraba
que Zabaleta "metió gato por liebre", al formar
el grupo ya que algunos venían con experiencia, pero otros
muchos no.
Su experiencia había sido adquirida en el caserío
junto a sus padres, donde vivió hasta los veintiún
años; allí criaban lechones, contaban con una majada
y unas cinco vacas; además de cultivar maíz y trigo,
plantaban nabos para los animales. Luego diversificó su trabajo
en obras de carreteras, soldado durante la guerra, apuntador en
el ferrocarril.
Tras los cincuenta y dos días de viaje en el Tacoma, con
todas las complicaciones que ello implicó, vino el recibimiento
por parte del Ministro Zubiría. Recordaba muy bien su frase
incitándolos a "plantar un Gernika cada uno", y
aunque creía que muchos de esos navarros no lo habrían
entendido, para él, que desde su posición de requeté
obligado había presenciado a Gernika destruida, a sólo
tres días del bombardeo, tenía mucho significado.
El viaje en tren desde la Estación Central de Montevideo
hasta su nuevo destino, lo fue entristeciendo tanto a él
como a su esposa, al ver los ranchos de nuestra campaña,
de barro y techos de paja, y esa noche, instalados en galpones que
debieron limpiar para alojarse, la pareja lloró abrazada.
Sin embargo le tocó un buen patrón: Alejandro Bonilla.
Hombre de palabra al igual que él, hicieron negocios sin
contrato ni papeles. Resultó un trabajo duro, seis años
de trabajo duro, primero de peón en un tambo de Isla Mala
en el departamento de Florida, luego como encargado del tambo a
orillas del arroyo de la Virgen en la frontera con el departamento
de San José; tambo que luego compraría. Sin regatear
pagó cuanto el patrón le pidió por la transferencia
de su tambo, la primer entrega con el dinero que habían ahorrado
en los seis años y que Bonilla le guardaba agregándole
el interés correspondiente; el resto en cuotas durante tres
años de lo que ganaba con su tambo. Luego adquirió
dos tambos más. Le fue bien, tal vez sea al que mejor le
haya ido de aquel grupo del 49, pero luchó mucho, luchó
trabajando fuerte y siempre lejos de su tierra y si bien continuaba
bailando jotas y zortzikos, no tenía con quién hablar
el euskera y sólo lograba mantenerlo hablándole a
las vacas que nunca le contestaban (6).
Para Dolores Amadoz de García y para su esposo Pedro García
Martínez, la experiencia en el medio rural no fue tan buena.
Aparentemente no tuvieron muy claro cuáles eran en concreto
las tareas por las que se buscaban vascos para trabajar en tambos
uruguayos. De acuerdo con la imagen que se formaron, su expectativa
estaba concentrada en tareas vinculadas con la industria tambera,
la fabricación de manteca, quesos y también la preparación
de conservas, usuales en los caseríos vascos. Residentes
de siempre en la ciudad de Pamplona, aunque García era carpintero
de oficio, resolvieron casarse y adherirse a este emprendimiento.
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Durante la parada que realizara el Tacoma
en Québec, Canadá: Pedro García Martínez,
Dolores Amadoz de García, junto a María Carmen
García de Puy, José Puy Abarzuza y Teresa de
Jesús Puy.
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Luego del almuerzo en Euskal Erría partieron en tren hacia
el departamento de Canelones a trabajar con José Meriggio,
un italiano del cual no recibieron buen trato: alojados en un cuartucho
que ni las gallinas del País Vasco dormían en lugar
igual, sobre colchón de chalas (hojas de choclo) y muy sucio.
Sin desayuno, el almuerzo consistió en un plato de polenta
sobre una tabla sucia con excremento de gallinas. Soportaron un
par de días y volvieron a Montevideo, donde considerada la
situación se les buscó nuevo destino trasladándolos
a un tambo en San José, administrado por hijos de vascos. Acá estuvieron entre cuatro a cinco años, como caseros,
ocupándose entre ambos, de las tareas del campo y de la casa.
Posteriormente se trasladaron a Montevideo, donde Pedro García
volvió a dedicarse a su oficio de carpintero (8).
Fueron muy pocos realmente los que quedaron trabajando en los tambos
próximos a Montevideo, otros, permanecieron en Uruguay pero
se radicaron en la capital con otros oficios y muchos, frustrados
con la experiencia, volvieron a su tierra. Algunos de aquellos que
quedaron instalados con tambos propios han regresado a Navarra en
los últimos años, aunque han quedado descendientes
radicados acá.
Dado que el éxito logrado fue inferior al esperado, un segundo
viaje programado no llegó a concretarse. No obstante, la
buena experiencia de cierta parte del grupo ayudó a traer
nuevos vascos. Esta vez de forma individual y reclamados por aquellos
a quienes les había ido bien, aparece un nuevo contingente.
Para ello contaron con el apoyo de nuevos empresarios que tuvieron
confianza en este emprendimiento.
Reclamados por los hermanos Goñi, con el apoyo de su patrón
Raúl Cabaña Núñez, vinieron en diciembre
de 1954, cinco navarros, Juan Andiarena, Miguel y Antonio Aristegui,
Javier Gazcue y Juan Mariñelarena. Este último, nacido
en Oiz en 1934, viajó a Uruguay con diecinueve años,
con el único fin de zafar del servicio militar, trabajar
en el tambo y volver con el tiempo a su tierra, cuando los veintiocho
o treinta años cumplidos le evitaran ser reclamado por el
servicio militar evadido.
De las horas compartidas durante la entrevista, mientras comenta
sobre su inagotable dedicación al trabajo, los logros y las
grandes vicisitudes, nos queda grabado el amor a su tierra y la
nostalgia que siente por ella; mientras tiene pendiente su regreso,
demorado hoy exclusivamente por asuntos familiares de salud. Siempre
mantuvo el euskera, el que hablaba con su primo Juan Andiarena con
quien supo trabajar en sociedad, así como las danzas tradicionales
y las competencias de aizkolaris.
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Competencia de aizkolaris en la Intendencia
de Montevideo.
De izquierda a derecha: Juan Mariñelarena,
Miguel Mariñelarena y Juan Andiarena
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Juan Mariñelarena contó con el apoyo de su patrón
Raúl Cabaña, quien fue además soporte en sus
negocios, pero dejó mucho en este suelo. Volcó en
éste todo su esfuerzo, insistiendo ante las adversidades,
para obtener lo necesario para volver a su pueblo. Tuvo momentos
muy buenos, pero también sufrió cruentos impactos:
negocios a punto de concretarse se perdieron por la mala voluntad
de terceros; cosechas perdidas por lluvias y granizos; créditos
que sólo podían pagarse vendiendo parte de las tierras
compradas con tanto sacrificio. Sin embargo, este vasco de ley,
hombre de palabra, valorado por su dedicación al trabajo,
por su voluntad indomable ante las inclemencias del tiempo, supo
ser reconocido por sus pares y contó con su apoyo en los
peores momentos. Cuando parecía que todo estaba perdido,
sus conocidos le entregaron, más que las pequeñas
cosas a su alcance, la confianza en su tesón, en su trabajo,
en su honradez y su palabra, dándole ruedas para su agotado
tractor, maíz y paja con que alimentar y cobijar los chanchos
de su incipiente negocio. Mariñelarena supo responder y salir
adelante (9)
Su viaje de regreso está organizado y es inminente, a él
le quedará el recuerdo de los buenos y malos momentos en
nuestra tierra, a nosotros, la nostalgia en su voz vibrando mientras
nos cantaba, en euskera, canciones sobre todo aquello que dejó
en Euskal Erría.
(1)
"Llegaron a nuestra capital 62 inmigrantes
vascos", EUSKAL ERRIA. Revista mensual baskongada del Uruguay,
Año XXXVIII, N° 963 y 964, Montevideo, enero y febrero,
1950, pág. 40.
(2) "Acta N°
1230", en ibídem, pág. 47.
(3) EUSKAL ERRIA. Revista
mensual baskongada del Uruguay, Año XXXVIII, N° 963 y
964, Montevideo, enero y febrero, 1950, pág. 40.
(4) ibídem, pág.
26
(5) Entrevistas grabadas
a Ignacio Arguiñarena, Dolores Amadoz de García y
José Miguel Goñi junto a Juan Andiarena y Martín
Mariñelarena.
(6) EUSKAL ERRIA. Revista
mensual baskongada del Uruguay, Año XXXVIII, N° 963 y
964, Montevideo, enero y febrero, 1950, pág. 39 y 19.
(7) Entrevista realizada
por José Miguel Goñi a Juan Andiarena y Martín
Mariñelarena evocando la vida de Miguel Goñi en el
año 2002.
(6) Entrevista realizada
por Danilo Maytía a Ignacio Arguiñarena en el año
1994.
(8) Entrevista realizada
por Danilo Maytía a Dolores Amadoz de García en el
año 2002.
(9) Entrevista realizada
por Danilo Maytía a Juan Mariñelarena en el año
2002.
Renée Fernández
y Danilo Maytía
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