1949: Brazos vascos para tambos uruguayos
Renée Fernández y Danilo Maytía
Danilo Maytía 

Después de la guerra, la situación en las provincias vascas resultó difícil para numerosos jóvenes. La acuciante falta de trabajo y la dificultad para conseguir alimento propiciaron la búsqueda de nuevos horizontes. Mientras, en Uruguay la industria lechera reclamaba mano de obra, a fin de cumplir con las expectativas de un mercado en crecimiento y en adaptación a nuevas normativas que exigían el traslado de los tambos capitalinos hacia zonas rurales. Ambas situaciones favorecieron diversas iniciativas para atraer mano de obra calificada.

Miembros de la Asociación Nacional de Productores de Leche, en búsqueda de artesanos en el oficio que cumplieran con las aptitudes físicas requeridas, con conocimientos de agricultura y lechería y que significasen, además, un aporte a la industria lechera nacional, se concentraron en la contratación de vascos por considerarlos los artesanos más aventajados en dichos menesteres. Para ello contaban con el apoyo de Rafael Zabaleta, industrial en lechería él mismo, vasco con treinta y cinco años de residencia en nuestro país. Zabaleta permaneció cierto tiempo recorriendo Navarra seleccionando las personas adecuadas (1).

De acuerdo con el Acta N° 1230, correspondiente a la sesión del 13 de diciembre de 1949 del Consejo Directivo de la Institución Euskal Erría, se autorizó a la mencionada Asociación Nacional de Productores de Leche, a ofrecer un almuerzo de camaradería y bienvenida, en la sede de la Institución, al grupo de vascos que arribaría al puerto de Montevideo el 21 de ese mes. Se especificaba que en representación del Consejo, el presidente les hablaría sobre las garantías con que llegaban y que velarían por ellos en caso de necesidad, ya fuesen consultas o ayuda en dificultades mayores (2).

Aparentemente todo estaba bien coordinado: dentro del grupo inmigrante, formado por hombres solteros, matrimonios y niños, se habían contemplado las condiciones físicas y las aptitudes laborales; el grupo que los recibía había distribuido sus destinos, con contratos de trabajo por dos años, con salario, casa y comida asegurados. Al término de ese tiempo, los inmigrantes podían optar por permanecer en nuestro país o volver a su tierra (3).

Parte del grupo a su arribo al puerto de Montevideo, 21 de diciembre de 1949. (4)

El grupo estaba compuesto por sesenta y dos vascos: quince niños y cuarenta y siete mayores. Hemos recabado las experiencias de dos de aquellos inmigrantes, Ignacio Arguiñarena y Dolores Amadoz de García, así como la de Miguel Goñi en el recuerdo trasmitido a su hijo José Miguel. Resulta evidente que las diferencias personales marcan distintas experiencias; así a algunos les resultó difícil adaptarse al ambiente del tambo, buscando nuevos caminos, mientras que otros, con grandes sacrificios, lograron superarse obteniendo logros satisfactorios.

Si bien venían conocidos y parientes dentro del grupo, para muchos, el viaje en el carguero Tacoma significó el primer encuentro, pero los meses a bordo permitieron seguramente largas horas de intercambio y conocimiento mutuo. El carguero uruguayo no hacía escala en España, por lo cual debieron subir a bordo en el puerto francés de El Havre el 27 de octubre de 1949, adaptándose a su ruta hacia Canadá donde se debía cargar semillas de papa y recién entonces emprender el viaje al sur hasta llegar a Montevideo el 21 de diciembre. Fueron recibidos por el Ministro del Interior Dr. Alberto Zubiría en la Casa de Gobierno, almorzaron de acuerdo con lo previsto en la sede de Euskal Erria y luego fueron trasladados a la Estación Central de trenes, de donde partió cada uno a su nuevo destino (5).

En la foto de la izquierda, junto al Ministro del Interior, Alberto Zubiría

En la foto inferior, en el almuerzo de la Asociación de Productores de Leche, en Euskal Erría. (6)

Miguel Goñi Tellechea, de diecinueve años, viajó con su hermano Ignacio. Oriundo de Oiz, los seis años que concurrió a la escuela permaneció en primer grado porque no le gustaba estudiar. Ya desde los doce años trabajaba en un caserío cuidando y ordeñando ovejas lachas de su familia, tendrían aproximadamente unas treinta y cinco en ordeñe en la primavera. Las pastoreaba en el monte Ameztía junto a su amigo Juan Andiarena, natural de Donamaría. Algunos años más tarde, fabricaba carbón en el monte donde permanecía toda la semana, bajando los sábados de noche porque era obligatorio asistir a misa los domingos. También criaban vacas, al principio de las pirenaicas y luego cruzadas, holandesas y suizas. Eran vacas que soportaban ser uncidas al yugo durante sus períodos secas, porque el poco número de animales que podía tenerse exigía fuesen usadas como bueyes. Con la leche se fabricaban quesos, pero ya por aquel entonces se vendía a un transportista que la trasladaba en tarros hacia San Sebastián. La faena era un trabajo encarado en equipo y todos los vecinos lo compartían. Los caseríos contaban con su propia huerta, donde se plantaban, entre otras, papas, tomates, alubias, maíz; los granos eran molidos en el molino del pueblo.

Con respecto a su venida, comentaba que algunos uruguayos habían ido a buscar trabajadores para faenas de tambo, considerando que la zona vasca era la que mejor encontraron con gente dispuesta para este trabajo. Nunca comentó si fue seleccionado o si él eligió venir, pero dado que se demoraban en llamarlo aceptó salir a cazar palomas con unos guipuzcoanos en el mes de octubre. Fue mientras se ocupaba en ello que le avisaron que debía venirse a Uruguay y aunque no conocía nada sobre dónde iría, ni siquiera el idioma porque era euskera parlante, bajó entusiasta y contento de la montaña. Volvió a su casa y en maletas de cartón acomodó la poca ropa que traería, tomó prestado unos ahorros de su madre que devolvió en cuanto juntó la suma y con los bultos sobre un burro partió para Santesteban desde donde emprendió el camino hacia Pamplona, ahí en tren, primero a Irún, luego a París y de ahí al puerto de El Havre. De París conservaba el triste recuerdo de albergarse en un cuartel donde paraban mendigos y borrachos, mientras que del viaje en el Tacoma, además de los mareos, le quedaron el buen trato, cuatro kilos de más y el empacho con dulce de leche.

El 21 de diciembre de 1949, luego del almuerzo en la institución vasca de Euskal Erria, lo separaron de su hermano Ignacio, embarcándolo en el tren que lo llevaría a Soca al tambo de Rivera Rodríguez, en el departamento de Canelones. Algunos meses después solicita estar junto a su hermano, y se instalan ambos en el tambo de Raúl Cuello, primer destino de Ignacio en Estación Independencia, en el departamento de Florida, entre las localidades de 25 de Agosto y Cardal.

Miguel pasó luego a trabajar a lo de Macheroni en San José, en un criadero de cerdos; ahorrando mucho logró comprar un reparto de leche en San José y arrendar un campo a tres kilómetros de la ciudad para instalar su tambo. Años más tarde, cuando lo encuentra su amigo de la infancia Miguel Mariñelarena, dice que aquél jovencito que en Oiz gastaba todo su dinero se había convertido en un verdadero machete. Fue este empeño en el ahorro y su tesón en el trabajo lo que le permitió, con el tiempo y con la garantía de Raúl Cabaña Núñez, comprar un tambo donde tenía hasta noventa vacas en ordeñe. Ya en 1966 se instala en campos, con casa propia, cerca de Villa Rodríguez, en el departamento de San José.

Para este vasco, acostumbrado desde la infancia a las tareas rurales, no le resultó difícil su inserción en el ambiente tambero (7).

Vascos tamberos reunidos en Rodríguez.
Parados: a la derecha Miguel Goñi, a la izquierda, Juan Mariñelarena, el niño es JoséMiguel Goñi). Sentados (de izq. a der): 1° Juan Andiarena, 7° Ignacio Arguiñarena. También se encuentran Miguel Mutuverría, venido en 1949 y Miguel Mariñelarena llegado en 1956.

Tampoco lo fue para Ignacio Arguiñarena Ochotorena que viajó con su señora y sus cinco hijos. También formó parte de este contingente de vascos, su hermano Miguel con su esposa y sus dos hijos. Ignacio era nacido en Erraskin en 1909. Luego de las vicisitudes de la guerra, con cuarenta años, casado y con cinco hijos, la miseria que ganaba en su trabajo en ese año de 1949, lo decide a acercarse al "vasco que llegado de Uruguay, busca gente para ordeñar vacas". Él consideraba que Zabaleta "metió gato por liebre", al formar el grupo ya que algunos venían con experiencia, pero otros muchos no.

Su experiencia había sido adquirida en el caserío junto a sus padres, donde vivió hasta los veintiún años; allí criaban lechones, contaban con una majada y unas cinco vacas; además de cultivar maíz y trigo, plantaban nabos para los animales. Luego diversificó su trabajo en obras de carreteras, soldado durante la guerra, apuntador en el ferrocarril.

Tras los cincuenta y dos días de viaje en el Tacoma, con todas las complicaciones que ello implicó, vino el recibimiento por parte del Ministro Zubiría. Recordaba muy bien su frase incitándolos a "plantar un Gernika cada uno", y aunque creía que muchos de esos navarros no lo habrían entendido, para él, que desde su posición de requeté obligado había presenciado a Gernika destruida, a sólo tres días del bombardeo, tenía mucho significado.

El viaje en tren desde la Estación Central de Montevideo hasta su nuevo destino, lo fue entristeciendo tanto a él como a su esposa, al ver los ranchos de nuestra campaña, de barro y techos de paja, y esa noche, instalados en galpones que debieron limpiar para alojarse, la pareja lloró abrazada. Sin embargo le tocó un buen patrón: Alejandro Bonilla. Hombre de palabra al igual que él, hicieron negocios sin contrato ni papeles. Resultó un trabajo duro, seis años de trabajo duro, primero de peón en un tambo de Isla Mala en el departamento de Florida, luego como encargado del tambo a orillas del arroyo de la Virgen en la frontera con el departamento de San José; tambo que luego compraría. Sin regatear pagó cuanto el patrón le pidió por la transferencia de su tambo, la primer entrega con el dinero que habían ahorrado en los seis años y que Bonilla le guardaba agregándole el interés correspondiente; el resto en cuotas durante tres años de lo que ganaba con su tambo. Luego adquirió dos tambos más. Le fue bien, tal vez sea al que mejor le haya ido de aquel grupo del 49, pero luchó mucho, luchó trabajando fuerte y siempre lejos de su tierra y si bien continuaba bailando jotas y zortzikos, no tenía con quién hablar el euskera y sólo lograba mantenerlo hablándole a las vacas que nunca le contestaban (6).

Para Dolores Amadoz de García y para su esposo Pedro García Martínez, la experiencia en el medio rural no fue tan buena. Aparentemente no tuvieron muy claro cuáles eran en concreto las tareas por las que se buscaban vascos para trabajar en tambos uruguayos. De acuerdo con la imagen que se formaron, su expectativa estaba concentrada en tareas vinculadas con la industria tambera, la fabricación de manteca, quesos y también la preparación de conservas, usuales en los caseríos vascos. Residentes de siempre en la ciudad de Pamplona, aunque García era carpintero de oficio, resolvieron casarse y adherirse a este emprendimiento.

Durante la parada que realizara el Tacoma en Québec, Canadá:
Pedro García Martínez, Dolores Amadoz de García, junto a María Carmen García de Puy, José Puy Abarzuza y Teresa de Jesús Puy.

Luego del almuerzo en Euskal Erría partieron en tren hacia el departamento de Canelones a trabajar con José Meriggio, un italiano del cual no recibieron buen trato: alojados en un cuartucho que ni las gallinas del País Vasco dormían en lugar igual, sobre colchón de chalas (hojas de choclo) y muy sucio. Sin desayuno, el almuerzo consistió en un plato de polenta sobre una tabla sucia con excremento de gallinas. Soportaron un par de días y volvieron a Montevideo, donde considerada la situación se les buscó nuevo destino trasladándolos a un tambo en San José, administrado por hijos de vascos.

Acá estuvieron entre cuatro a cinco años, como caseros, ocupándose entre ambos, de las tareas del campo y de la casa. Posteriormente se trasladaron a Montevideo, donde Pedro García volvió a dedicarse a su oficio de carpintero (8).

Fueron muy pocos realmente los que quedaron trabajando en los tambos próximos a Montevideo, otros, permanecieron en Uruguay pero se radicaron en la capital con otros oficios y muchos, frustrados con la experiencia, volvieron a su tierra. Algunos de aquellos que quedaron instalados con tambos propios han regresado a Navarra en los últimos años, aunque han quedado descendientes radicados acá.

Dado que el éxito logrado fue inferior al esperado, un segundo viaje programado no llegó a concretarse. No obstante, la buena experiencia de cierta parte del grupo ayudó a traer nuevos vascos. Esta vez de forma individual y reclamados por aquellos a quienes les había ido bien, aparece un nuevo contingente. Para ello contaron con el apoyo de nuevos empresarios que tuvieron confianza en este emprendimiento.

Reclamados por los hermanos Goñi, con el apoyo de su patrón Raúl Cabaña Núñez, vinieron en diciembre de 1954, cinco navarros, Juan Andiarena, Miguel y Antonio Aristegui, Javier Gazcue y Juan Mariñelarena. Este último, nacido en Oiz en 1934, viajó a Uruguay con diecinueve años, con el único fin de zafar del servicio militar, trabajar en el tambo y volver con el tiempo a su tierra, cuando los veintiocho o treinta años cumplidos le evitaran ser reclamado por el servicio militar evadido.

De las horas compartidas durante la entrevista, mientras comenta sobre su inagotable dedicación al trabajo, los logros y las grandes vicisitudes, nos queda grabado el amor a su tierra y la nostalgia que siente por ella; mientras tiene pendiente su regreso, demorado hoy exclusivamente por asuntos familiares de salud. Siempre mantuvo el euskera, el que hablaba con su primo Juan Andiarena con quien supo trabajar en sociedad, así como las danzas tradicionales y las competencias de aizkolaris.

Competencia de aizkolaris en la Intendencia de Montevideo.
De izquierda a derecha: Juan Mariñelarena, Miguel Mariñelarena y Juan Andiarena

Juan Mariñelarena contó con el apoyo de su patrón Raúl Cabaña, quien fue además soporte en sus negocios, pero dejó mucho en este suelo. Volcó en éste todo su esfuerzo, insistiendo ante las adversidades, para obtener lo necesario para volver a su pueblo. Tuvo momentos muy buenos, pero también sufrió cruentos impactos: negocios a punto de concretarse se perdieron por la mala voluntad de terceros; cosechas perdidas por lluvias y granizos; créditos que sólo podían pagarse vendiendo parte de las tierras compradas con tanto sacrificio. Sin embargo, este vasco de ley, hombre de palabra, valorado por su dedicación al trabajo, por su voluntad indomable ante las inclemencias del tiempo, supo ser reconocido por sus pares y contó con su apoyo en los peores momentos. Cuando parecía que todo estaba perdido, sus conocidos le entregaron, más que las pequeñas cosas a su alcance, la confianza en su tesón, en su trabajo, en su honradez y su palabra, dándole ruedas para su agotado tractor, maíz y paja con que alimentar y cobijar los chanchos de su incipiente negocio. Mariñelarena supo responder y salir adelante (9)

Su viaje de regreso está organizado y es inminente, a él le quedará el recuerdo de los buenos y malos momentos en nuestra tierra, a nosotros, la nostalgia en su voz vibrando mientras nos cantaba, en euskera, canciones sobre todo aquello que dejó en Euskal Erría.


(1) "Llegaron a nuestra capital 62 inmigrantes vascos", EUSKAL ERRIA. Revista mensual baskongada del Uruguay, Año XXXVIII, N° 963 y 964, Montevideo, enero y febrero, 1950, pág. 40.
(2) "Acta N° 1230", en ibídem, pág. 47.
(3) EUSKAL ERRIA. Revista mensual baskongada del Uruguay, Año XXXVIII, N° 963 y 964, Montevideo, enero y febrero, 1950, pág. 40.
(4) ibídem, pág. 26
(5) Entrevistas grabadas a Ignacio Arguiñarena, Dolores Amadoz de García y José Miguel Goñi junto a Juan Andiarena y Martín Mariñelarena.
(6) EUSKAL ERRIA. Revista mensual baskongada del Uruguay, Año XXXVIII, N° 963 y 964, Montevideo, enero y febrero, 1950, pág. 39 y 19.
(7) Entrevista realizada por José Miguel Goñi a Juan Andiarena y Martín Mariñelarena evocando la vida de Miguel Goñi en el año 2002.
(6) Entrevista realizada por Danilo Maytía a Ignacio Arguiñarena en el año 1994.
(8) Entrevista realizada por Danilo Maytía a Dolores Amadoz de García en el año 2002.
(9) Entrevista realizada por Danilo Maytía a Juan Mariñelarena en el año 2002.


Renée Fernández y Danilo Maytía


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