Para los años veinte y treinta la clase media bilbaína
estaba ya constituida plenamente. La mayor parte de los elementos
que configuraban la mentalidad y la cultura de clase media estaban
presentes en la sociedad bilbaína del primer tercio de siglo.
Desde el siglo XIX uno de esos elementos, fundamental e insoslayable
entre las señas de identidad de la clase media, estuvo relacionado
con la identidad de género; nos referimos al ideal de feminidad,
a la señorita. Este proyecto de género asoció
de forma indisoluble el espacio privado, el hogar y la familia con
la responsabilidad femenina y con el destino de las mujeres. De
esta manera, las mujeres de clase media tuvieron que responder a
las expectativas que su posición de clase les exigía
enclaustrándose en el mundo privado y renunciando a tener
alguna actividad en el espacio público, en el mundo de los
estudios medios y universitarios o en el terreno laboral.
 |
Profesoras y alumnas destacadas de la Escuela
de Artes y Oficios de Bilbao. Octubre de 1910.
Fotografía: Auñamendi |
Así, el ideal de mujer que encarnaba estas expectativas
de género y de clase de estos estratos sociales era la señorita.
Las señoritas eran la expresión más
genuina del poder económico y cultural de la clase media:
por un lado, ellas mostraban la capacidad económica de un
cabeza de familia, que podía prescindir del trabajo remunerado
de todas las personas de sexo femenino de su familia; por otro lado,
gracias a este modelo de mujer doméstica se constituía
el ideal burgués que separaba estrictamente el espacio público
del privado. Las señoritas reencarnaban todos los
valores del mundo doméstico y familiar, y desde el punto
de vista simbólico eran la pieza clave en la configuración
de la identidad de clase media.
El ideal de señorita estuvo siempre comprometido en situaciones
límite. Diferentes accidentes tales como la ruina económica
o la desaparición del cabeza de familia, o la ausencia de
pretendientes y la soltería de la mujer, provocaban la crisis
del modelo. En esas circunstancias, señoras y señoritas
sin recursos económicos lograban sacar a duras penas a la
familia adelante y sobrevivir manteniendo lo que constituía
su seña de identidad de clase, es decir, renunciando al trabajo
remunerado y a la presencia física en el mundo público.
Pero esta crisis se vio agudizada en el Bilbao de los años
veinte y treinta. Las fluctuaciones económicas, así
como los efectos de la que se dio en llamar "la crisis del
matrimonio" sacudieron a la clase media. Muchas señoritas
tuvieron que enfrentarse a la disyuntiva de mal vivir o lanzarse
a la realización de un trabajo remunerado. Se produjo entonces
un proceso de redefinición de ciertos empleos que, aunque
hasta entonces habían estado en la órbita de actividad
masculina de clase media, cambiaron de carácter y se hicieron
compatibles con el ideal de feminidad de clase media. Así,
el magisterio, el trabajo en oficinas, o los estudios de filosofía
y letras y de farmacia resultaron ser, cada vez más, actividades
apropiadas al carácter femenino.
El elemento que permitió la redefinición de esos empleos,
así como la adscripción en exclusiva de los trabajos
de enfermería a las mujeres, fue su asociación directa
con la maternidad y con los roles domésticos atribuidos de
forma exclusiva a la identidad femenina de clase media. De esta
manera, las mujeres, gracias a sus cualidades femeninas, pasaron
a estar mejor dotadas que los hombres para la realización
de labores de educación, de cuidado y de administración,
también en el ámbito público. La redefinición
cultural de estos empleos facilitó la incorporación
de muchas jóvenes de clase media a los mismos y disminuyó
las contradicciones insalvables que existían entre ser una
señorita y realizar un trabajo remunerado.
Durante los años veinte y sobre todo durante los años
de la II República, otros espacios de la esfera pública
también se vieron alterados por la presencia femenina en
Bilbao. La acción social de mujeres, comprometidas en asociaciones
como Acción Católica o Emakume Abertzale Batza, fue
muy importante y vino a confirmar en versión local los avances
que el feminismo de clase media había logrado tras la ruptura
de los moldes y las convenciones de género provocada por
el desorden cultural y simbólico desencadenado en Europa
tras la primera Guerra Mundial. Las colaboradoras de estas asociaciones
se propusieron tutelar la sociedad desde principios éticos
emanados de su cultura femenina. Así, estas mujeres católicas
y nacionalistas trataron de incorporar a la esfera pública
actitudes y valores representativos del mundo doméstico.
La beneficencia y la atención sanitaria hacia los colectivos
más necesitados y empobrecidos, fueron proyecciones sociales
del carácter maternal femenino, que debía, en opinión
de estas mujeres, tener una vertiente pública. Estas trabajadoras
sociales aunque no desafiaron el orden establecido, sí hicieron
una experiencia de acción colectiva útil y fortalecedora
de la conciencia femenina.
 |
Presidencia de Emakume Abertzale Batza en el
"Homenaje a la Mujer Vasca", en Bilbao. Año
1933. A la izda., Julene Urzelay
Fotografía: Auñamendi |
Otra faceta de la vida pública que las nuevas mujeres
de los años veinte y treinta tuvieron la oportunidad de experimentar
fue la acción patriótica en los núcleos organizativos
del nacionalismo vasco. Las mujeres propagandistas participaron
activamente en la expansión proselitista de Partido Nacionalista
Vasco. Pero, el Partido Nacionalista Vasco intentó redefinir
los límites de esa acción patriótica femenina
desde los parámetros de género tradicionales. Para
el PNV la auténtica acción política continuó
siendo una actividad exclusivamente masculina. De esta manera, el
trabajo patriótico de estas mujeres fue considerado una labor
que, guiada más por la emoción que por la razón,
constituía, en realidad, una proyección pública
del espíritu maternal de la mujer vasca. A pesar de ello,
la incorporación de estas mujeres a la lucha política
modernizó la imagen de la mujer vasca e incorporó
al ideal de feminidad de la época una nueva versión
de mujer activa y consciente que logró transgredir la imagen
dulce y pasiva de la señorita tradicional.
Planteamos,
entonces, que el Bilbao de los años veinte y treinta fue
testigo de cambios y transformaciones en el ideal femenino de clase
media. Las nuevas mujeres que transitaban por sus calles
representaban el síntoma de una renovación de las
costumbres de gran calado, dentro de la clase media. Sin embargo,
estas mujeres estaban lejos de constituir el modelo de mujer
moderna que se había extendido en Europa durante la década
de los años veinte. Aquella mujer moderna independiente y
libre, activa sexualmente y con un sentido individualizado de su
destino fue un fenómeno muy poco extendido en el Bilbao del
primer tercio del siglo XX. Este estereotipo de mujer sí
mantuvo su vitalidad desde el punto de vista discursivo, y constituyó
para la mentalidad de la clase media la gran amenaza al orden sexual
tradicional que había que combatir.
En definitiva, creemos que la modernidad durante esos años
en Bilbao estuvo determinada tanto por el rechazo al modelo de mujer
que representaba la garçonne, como por la implantación
de una nueva redefinición sobre lo que estaba permitido o
no a las mujeres de clase media. La conquista de esas nuevas formas
de ser mujer permitió la realización de nuevas experiencias
a toda una generación de jóvenes de clase media, que
saludó con entusiasmo los nuevos espacios de actuación
conquistados.
Miren Llona
Doctora en Geografía e Historia por la UPV/EHU |