La primera guerra carlista en Navarra (1833-1839)
Francisco Santos Escribano

Navarra es uno de los teatros de la primera guerra carlista. Además, sus habitantes participan activamente en el conflicto bélico combatiendo en el frente, o indirectamente, soportando las cargas impositivas en forma de suministros decretados por las autoridades, tanto de la Junta Gubernativa Carlista, como del gobierno isabelino. No obstante, el tema de la financiación de los ejércitos, las extorsiones, requisas y saqueos etc. no ha merecido ninguna atención por parte de la historiografía navarra.

Por un lado, analizando las bases sociales de los carlistas y liberales, y buscando las motivaciones que justifican su participación activa, es de destacar la extracción campesina de los combatientes del pretendiente, y más en concreto la clase jornalera. La importancia de la misma plantea que la cuestión ideológica no es fundamental para abandonar el hogar y marchar la frente. De ahí se deduce que una razón importante es la consecución de un jornal, que mitigue el estado de miseria al que han sido abocados por la crisis económica, caracterizada, entre otras cosas, por la falta de labores. Por todo ello, la lucha contra la sociedad liberal, que se pretende implantar, juega escaso papel motivador en este colectivo campesino. Los dirigentes carlistas conocen la realidad socioeconómica, y saben cómo encauzar a estos jornaleros hacia su causa. La decisión de alistarse es circunstancial, y su presencia no significa que compartan un discurso contrarrevolucionario y absolutista.

 
Incendio en Lecaroz 

Aparte de los campesinos, el bando carlista se nutre de un importarte grupo de artesanos. Sus planteamientos ideológicos están relacionados con los problemas económicos ocasionados con las medidas liberalizadoras de la economía que se están aplicando en Navarra. Así pues, el pequeño artesano sufre un empobrecimiento, puesto que no puede seguir viviendo a merced de un mercado rígido como el navarro, que ahora comienza a ampliarse. El artesanado gremial está en crisis con la abolición de las corporaciones en 1817, no pudiendo modernizar sus instalaciones para adecuar su medio de vida a las nuevas circunstancias. Estos artesanos apuestan decididamente por el bando contrarrevolucionario, considerando al liberalismo el culpable de su situación.

Con respecto a la iglesia, el alto clero defiende la causa de Isabel II, y dentro del bajo clero las posturas no son homogéneas. Es cierto que muchos clérigos defienden la causa carlista, y participan activamente en la guerra, pero esta actitud no es mayoritaria.

Por otro lado, las bases sociales del liberalismo se estudian a través de las listas de la milicia nacional de cada localidad. No obstante, debo señalar que la pertenencia a la milicia es voluntaria. El gobierno recomienda participar en esta estructura militar, sobre todo, a las clases pudientes, aunque estos mostrasen cierta apatía. Con el tiempo, la situación de escasez de efectivos la convierte en un medio de subsistencia para jornaleros, que se alistan movidos por el incentivo económico, como ocurre en el pueblo de Fustiñana. Obviamente, también en el ejército gubernamental hay algunos navarros reclutados en las quintas correspondientes.

En otro orden de cosas, la crisis económica Navarra en el primer tercio del siglo XIX hace que, antes de la guerra, se cometan una serie de delitos como los robos de leña, productos agrícolas etc. por individuos, que buscan una solución inmediata a sus problemas de subsistencias. Las autoridades recurren al fomento del empleo público para mitigar el paro, incentivando obras para la comunidad.

Asimismo, esta misma situación económica llevó al campesino a realizar acciones de protesta que se plasman en rupturas del orden establecido, como la relajación de las costumbres morales, los desórdenes públicos, o incluso la utilización de los carnavales para hacer aflorar descontentos sociales y reivindicaciones.

 
 Carlos V

En momentos puntuales, y lugares concretos como Corella, los conatos de rebeldía aparecen de forma violenta, y las clases pudientes son atacadas al grito !Viva Carlos V!. Curiosamente, se reproducen los mismo enfrentamientos que en el Trienio Liberal (1820-1823). Por un lado, los liberales represaliados durante la Ominosa Década, y por otro, los campesinos sumidos en la miseria y desesperados, cuyo malestar es galvanizado por los carlistas. En definitiva, sus razones tienen que ver con enfrentamientos que se arrastran desde hace tiempo, y donde la guerra viene a ser la caja de resonancia.

En otro orden de cosas, la guerra provocó gravísimas consecuencias económicas. Los gastos acarreados para financiar a los combatientes, a través de los continuos pedidos, supone la ruina de los pueblos navarros. Las localidades tienen problemas para sufragar los gastos, y esto les lleva al endeudamiento. Ante esta situación los campesinos adoptan, en ciertas ocasiones, medidas de fuerza y roturan parcelas de los comunales de los pueblos sin ningún permiso por parte de la Diputación. Otros, agrupados en cuadrillas, deciden dedicarse al pillaje asaltando caminos. Por último, tenemos acciones como la protagonizada por Balmaseda, que intenta levantar unas partidas armadas haciendo caso omiso a lo negociado en el Convenio de Vergara, siendo derrotado. Evidentemente, el hartazgo de la población lo hace desistir y huye a Francia.

Firma del Convenio de Bergara

Así pues, los ayuntamientos se encuentran con sus haciendas al borde del colapso por todo lo entregado a uno y otro bando. En muchas ocasiones durante la contienda, suscriben prestamos de suministros con los hacendados locales o foráneos. Esta situación les llevó a poner en venta parte de los bienes comunales (corralizas) y de propios para pagar esas deudas contraídas, y que a menudo son comprados por los mismos prestamistas. Con la medida adoptada, las clases favorecidas evitan que los ayuntamientos lleven a cabo una contribución especial de guerra. De este modo, se priva a los jornaleros de unas tierras que hasta entonces han servido para amortiguar las crisis económicas en el mundo rural, pues todos tienen acceso libre a ellas.

Todo esto genera un problema jurídico que con el tiempo se transforma en una cuestión social, puesto que en la mayoría de la enajenaciones sólo se vende el derecho al usufructo de las hierbas para los ganados, y no la propiedad, ni el derecho a roturar. Pero los compradores, con el paso del tiempo, cultivarán esas corralizas, haciéndose con la propiedad plena, arrebatando a los municipios parte de su patrimonio. Estas ventas de corralizas traerán consecuencias importantes en la Navarra del siglo XIX y primera mitad del XX, produciéndose un enfrentamiento radical entre los "corraliceros" (hacendados compradores de tierra comunal) y comuneros (jornaleros que luchaba por la recuperación del patrimonio comunal enajenado).

Por último, el problema es tan importante y transcendental para la Historia Contemporánea de Navarra que Felipe Arín Dorronsoro, el magistrado que estudió en 1930 los procesos planteados a lo largo del siglo XIX y XX, lo comparó con la cuestión de los foros gallegos y los rabassa morta catalanes.


Francisco Santos Escribano


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