El
esparto en Sesma |
Mª
José Sagasti Lacalle |
Sesma
se ha caracterizado por ser el único pueblo espartero de
la merindad estellesa, e incluso se podría generalizar que
de toda Navarra. El auge de esta actividad agraria-industrial tuvo
lugar entre 1914, fecha de la fundación del Sindicato Católico
de Esparteros, y la década de los 60, en que la entidad deja
de existir debido a los cambios profundos que se producen en la
economía agraria: mecanización, nuevos cultivos más
productivos, como el espárrago, éxodo del obrero agrícola
a centros industriales y urbanos, transformación de la economía
nacional, dirigida hacia el crecimiento del sector secundario y
terciario, y a la rápida disminución del sector primario.
En esta etapa reciente de su historia, la gran mayoría de
la población sesmera era campesina y pobre. Es la nota típica
de una España agraria de pueblos superpoblados, donde sobraba
mano de obra, debido a la desigual distribución de la propiedad
de la tierra. Las condiciones de vida eran pésimas e hicieron
emigrar a parte de la población definitiva o temporalmente,
pero la localidad se mantuvo con un número constante de unos
2000 habitantes.
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Sesma
(1984). Fot: A. Villaverde. Enciclopedia Auñamendi |
En este ambiente de
penurias, surge la idea cooperativa en el mundo rural por iniciativa
de la Acción Social de la Iglesia Católica, que es
puesta en marcha por los párrocos rurales. A comienzos del
siglo XX sólo unas cuantas familias de Sesma eran esparteras,
herederas de una tradición artesanal ancestral, que se basaba
en la transformación de la fibra vegetal, que crecía
silvestre en el término municipal de suelo seco y salobre,
y por medio del trabajo manual, fabricar aperos para caballerías,
que eran vendidas en la localidad y pueblos vecinos. El oficio consistía
en recolectar el albardín, majar su fibra, torcer los hilos
en sogas y coserlas en urdideras instaladas en la entrada de las
casas o en los establos, con las que elaborar esteras, serones,
alforjas, costaleras, así como toda clase de ramales de uso
agrícola. Los gastos en materia prima o herramienta eran
ínfimos, y ello favoreció que los sesmeros más
pobres, los braceros del campo, se dedicaran a esta labor para conseguir
un complemento al jornal.
En el verano de 1914,
el párroco de Sesma, don Segundo Arriaga, activo entusiasta
de la Acción Social Católica, tuvo la iniciativa de
crear un Sindicato de Esparteros que distribuyera el trabajo entre
las más de 200 familias que se asociaron, las proveyera de
materia prima, y se encargara de la venta de las manufacturas a
mayoristas y minoristas. Esta organización de la producción
y comercialización del género fue la causa del crecimiento
de la actividad artesanal, hasta convertirse en una actividad industrial
especializada de Sesma.

El esparto del término
municipal y de los pueblos limítrofes no bastó para
abastecer a los trabajadores del Sindicato, y fue necesario buscar
nuevos espartales en la Ribera navarra, y regiones aragonesas. Las
ventas pronto se extendieron a numerosas provincias, aprovechando
la estructuración de las entidades nacidas del obrerismo
católico en federaciones, que proliferaron abundantemente
en toda la geografía rural española. Sus principales
clientes fueron las federaciones de Sindicatos, Cajas Rurales con
sus cooperativas de consumo y Círculos Católicos de
Navarra, La Rioja, País Vasco, Castilla y Aragón,
nacidos de esa misma acción social que la Iglesia puso en
marcha en estos momentos con gran éxito. Mayoristas y minoristas
particulares también se hicieron asiduos clientes del Sindicato.
Incluso empresas de pirotecnia de Vitoria y Zaragoza hicieron importantes
pedidos de cuerdas para la fabricación de tracas.
Sin embargo, la industria
espartera no logró elevar el nivel de vida de la población
jornalera de Sesma y ello debido a varias razones. A pesar de ser
un proyecto cooperativo, y a que la administración y gestión
eran llevadas por los socios, el Sindicato fue una entidad que no
se emancipó nunca de la autoridad del cura rural, que actuaba
como consiliario, y cuyas decisiones pesaban mucho en la elección
de personas idóneas, y en las iniciativas que se debían
tomar. Durante la etapa franquista, las cuentas del Sindicato fueron
oscuras, agravada la situación por la penuria que provocó
la guerra civil, el racionamiento, la recesión en las ventas,
los bajos salarios que se pagaban, etc... Muchos socios vendieron
fuera del Sindicato acuciados por la necesidad, y fueron expulsados.
Hubo momentos de stocks, de tasación del trabajo, de dificultades
en la comercialización y de verse obligados a trabajar con
la escasa calidad de la materia prima que proporcionaba el Sindicato
en alguna ocasión.
La
actividad fue languideciendo poco a poco. Disminuyó el número
de asociados y de clientes, y en los años 60, aunque el Sindicato
se mecanizó, instalando en los almacenes máquinas
agramadoras que majaban el esparto, los cambios profundos en el
campo ya mencionados anteriormente provocaron su desaparición.
Locales y patrimonio se donaron para obras asistenciales de la localidad.
Pero no obstante, durante
su etapa de mayor actividad, el trabajo del esparto supuso para
las familias pobres un complemento al magro jornal, sobretodo en
los meses de invierno, cuando escaseaban las faenas agrícolas
en las que ocuparse. Todos los miembros de la familia se dedicaban
a esta tarea. Los hombres cosían lo que las mujeres hilaban,
y los niños aprendían a majar e hilar desde muy pequeños.
La jornada de trabajo del hombre de la casa era continua durante
todo el día, pues al regresar del campo había que
dedicar tiempo a la elaboración de género para el
Sindicato. Por su parte las mujeres criaban a la prole, se encargaban
de las tareas del hogar e hilaban, y si la necesidad era grande,
trabajaban en el servicio doméstico.
Una mujer comenzaba
a trabajar desde temprana edad colocándose como niñera
en las casas pudientes. De moza se ponía a servir en el pueblo
o en Pamplona, actividad que abandonaba cuando se casaba. Si quedaba
viuda o la familia era numerosa, era común que lavara ropa
para otros, vareara colchones o hiciera cualquier labor a cambio
de alimento o unas pocas pesetas. Las mujeres mayores, desamparadas
y mendicantes, vivían en una fundación pía,
la Vicaría, y se mantenían de limosnas.
Los hombres trabajaban
en el campo desde su más tierna infancia, ayudando a la familia
o contratándose como zagales o criados de labradores. De
mozos ya eran peones continuos o braceros. Cuando contraían
matrimonio, los cabezas de familia tenían derecho a solicitar
del Ayuntamiento un lote de parcelas comunales, parcelas que aprovisionaron
de trigo a estas familias sesmeras año tras año. Las
labores se hacían ajustando las condiciones de siembra, labra,
siega y trilla con medieros – labradores que tenían caballerías-,
a cambio de parte de la cosecha de grano o de trabajo en sus tierras
cuando llegara la siega veraniega.
El
pan era el alimento básico, y se consumía por kilos.
La dieta diaria consistía en alubias con tocino y patatas.
En todas las casas criaban aves, que sacrificaban en las fiestas
locales. Los domingos era costumbre comer garbanzos de vigilia.
Poco más variaba el menú: habas, sopas de ajo, huevos,
berza, carne de cerdo -quien podía permitirse criarlo en
casa-, café de achicoria, postre de uvas y frutas del tiempo,
pescado barato (bacalao salado, chicharro, angulas de entonces,
besugo...) traído a la localidad por vendedores ambulantes
desde los puertos secos (pueblos con estación de ferrocarril).
Las panaderías, carnicerías y tiendas de utramarinos
de la localidad abastecían a la población, y cada
uno compraba según sus posibilidades. En la época
del racionamiento proliferó el estraperlo, la ocultación
de trigo, la molienda en casa y a escondidas, y el mercado negro.
En la tienda cooperativa los socios del Sindiato compraban víveres
con un descuento y bonificación porcentual que se hacía
extensiva a final de año.
Las necesidades básicas
para la vida consistían en disponer de alimentos y de vivienda.
La más habitual por su reducido coste era la cueva, construida
en los liecos urbanos, aprovechando las pendientes del terreno yesoso
de Sesma, y excavando nuevas habitaciones conforme aumentaba la
prole, trabajo que hacían ellos mismos después de
faenar en el campo. Se formaron dos barrios populosos de cuevas
en la localidad, pues la gran mayoría de las familias que
allí habitaban eran numerosas.
También era
imprescindible al acopio de leña de matorral para cocinar
en fogales o cocinas económicas, y calentar la vivienda con
braseros, calentadores y ruejos (piedras de río). El agua
se recogía en balsas locales o se compraba a aguadores del
Ebro, que subían a vender cántaros en borricos desde
Lodosa. La red de abastecimiento de aguas comenzó a construirse
en 1934.

Otro gasto necesario
era el dedicado a la vestimenta, siempre sencilla y humilde, con
un traje de diario y otro de fiesta. Los Jueves de mercado de Estella
eran momento propicio para adquirir telas con las que las modistas
de la ciudad o las locales hacían vestidos, abrigos, pantalones,
chaquetas, etc.. Las mujeres aprendían paño de labor
desde la escuela, cosían y remendaban, lavaban en el lavadero
municipal, y hacían la colada cada cierto tiempo. Estos lugares
de trabajo diario, lavaderos, calles y establos donde hilar, eran
puntos de reunión y conversación, lo que generaba
una vida intensa de vecindad y relaciones sociales, y una identidad
localista que en la actualidad va desapareciendo. Los hombres disponían
para su asueto de tabernas y del café del Círculo
Católico, donde entraban como socios desde que cumplían
los catorce años. Allá acostumbraban a jugar a las
cartas o a leer el que tenía afición. En los días
señalados tocaba un pianista y de vez en cuando se celebraban
veladas teatrales protagonizadas por las jóvenes de la localidad.
Los actos
religiosos, misas, rosarios y procesiones, eran celebraciones
a las que no faltaba ningún parroquiano. Esta mentalidad
de costumbres tradicionales y religiosas impregnaba la vida en
el mundo rural. Sin embargo, la conciencia social del jornalero
emerge de su experiencia de vida, una vida dedicada de lleno al
trabajo, que le libraba a duras penas de pasar necesidades. Su
testimonio es el mejor relato de lo que fue el trabajo del esparto
en Sesma: "El esparto fue pan para los pobres".
Mª José Sagasti Lacalle,
historiadora
Fotos: http://club.telepolis.com/desesma |