Hoy
en día, y sobre todo durante estos últimos años,
se vincula el ciclismo al asunto del dopaje. Parece ser que para
poder ser ciclista es necesario estar metido en el mundo del dopaje.
Sin embargo, desde mi punto de vista médico, ni la sociedad
ni los que formamos parte del mundo del ciclismo hemos abordado
este problema como es debido.
En
los últimos 10-15 años, el deporte en general -no
sólo el ciclismo- y el dopaje aparecen estrechamente ligados.
Para desgracia de los deportistas, la sociedad comparte la opinión
de que es imposible practicar un deporte sin doparse; en otras
palabras, "que algo hay que tomar para andar bien",
aunque no se detalle qué puede ser ese "algo".
Lamentablemente,
los sucesos que tuvieron lugar en el Tour de 1998 y en el último
Giro no han beneficiado en absoluto. Da la impresión de
que el dopaje sólo existe en el ciclismo, que en otros
deportes ni se dopan, o al menos no tanto. Pero deberíamos
tener en cuenta cuántos controles se realizan en cada deporte
y cuántos positivos se detectan, porque seguramente no
tardaríamos en descubrir lo enrevesadas que están
las cosas y en advertir que la situación no es tan grave
como parece. Sin embargo, muchas veces nos escudamos en estas
situaciones para no tratar el asunto como se merece y ocultar
los verdaderos problemas que afectan al ciclismo.
En primer lugar,
habría que dejar bien claro que todo deportista profesional
sometido a un entrenamiento de alto nivel cuenta con ayudas para
conservar su salud, mantener sus capacidades y recuperarse; es
decir, que como más de una vez hemos tenido ocasión
de escuchar, "un Tour no se corre sólo a base de espaguetis".
Teniendo en cuenta el esfuerzo físico, el gasto energético
y las obligaciones diarias que tiene un deportista, la exigencia
de su capacidad de recuperación y del estado de salud aumenta
considerablemente. De lo contrario, de no cubrir sus necesidades
como es debido, la salud del deportista puede correr el mismo
peligro o incluso mayor que la de una persona normal.
Para recuperarse
de situaciones de fatiga y superar carencias, volver el estado
anterior, o incluso para aumentar el rendimiento de cara al trabajo
o a las fiestas, la sociedad suele recurrir a medicamentos y complementos.
Pero eso es algo que no se acepta en el caso de los deportistas.
En cambio, sí se acepta que tengan que enfrentarse a retos
físicos cada vez mayores: nuevos récords, etapas
más duras, clásicas peleas, etc. Cuando hay deportistas
por medio, la sociedad actúa con otra hipocresía
y utiliza distintos raseros.
¿Por qué se
ha extendido tanto este concepto? Queremos que los deportistas
sean cada vez más rápidos, fuertes y hábiles,
pero sin que tomen nada, y sin embargo se acepta, o al menos no
está mal visto, el que una persona normal recurra a medicamentos
de cara a preparar una reunión, trabajar durante más
horas, recuperarse de la noche anterior, etc. ¿Qué pasa?
¿Es una trampa? ¿Es nocivo para la salud? ¿Acaso no es perjudicial
correr tantas etapas seguidas, tan duras y montañosas,
protagonizar esas luchas tan peleadas y someterse a esos entrenamientos?
¿Y además sin tomar nada?
Llegados a este punto,
quisiera detenerme en el concepto "tomar". Como más arriba
apuntaba, un deportista tiene necesidades mucho mayores que una
persona normal, por lo cual debe recurrir a los ergogénicos,
sustancias que se encuentran en el cuerpo y/o que se deben tomar
para cubrir los gastos de cada persona. No dan más de lo
que uno tiene de sí, pero, en su ausencia, el cuerpo se
ve imposibilitado de cumplir sus funciones con normalidad. La
presencia de mayores cantidades de sustancia no significa que
se trate de un dopaje, y, por otra parte, el hecho de que su ingestión
sea peculiar no significa que deba catalogarse como inadecuada
o prohibida.
Junto
a ellas se encuentran las sustancias o medicamentos que aumentan
el rendimiento de la persona. También en este aspecto resultará
problemático decidir dónde se ha de fijar el "límite".
Como cualquier otra persona, un deportista se verá obligado
a consumirla si la cantidad de la que dispone en el cuerpo es
inferior a la normal, o si le hace menos efecto del que debiera.
Lo más fácil sería que el deportista abandonara
la competición, pero no hay que olvidarse de la profesionalidad
y de otros factores como el sueldo o contratos a los que esté
sujeto, las ataduras comerciales del grupo, la situación
de los miembros del equipo, etc. Al hacer alusión a los
límites me refiero a que convendría especificar
hasta qué punto se considera "ergogénico" con respecto
a determinadas sustancias. De todos modos, no siempre cabe esta
posibilidad, por lo que deberíamos aceptar que determinadas
sustancias, debido a la alta peligrosidad que presentan, han de
estar total y absolutamente vetadas.
Los acontecimientos
de estos últimos años han puesto en tela de juicio
los derechos laborales de los que somos médicos deportivos
con respecto a la utilización de sustancias autorizadas.
La mayoría de las veces, debido a la intensidad del deporte
y a la necesidad de recuperación del deportista, las sustancias
se suministran en dosis y formas concretas, pero la gran prioridad
en todo momento es la salud del deportista. Me gustaría
que eso quedara bien claro. Para los médicos deportivos,
tener salud significa, en primer lugar, no tener ninguna enfermedad,
y en segundo lugar estar exento de riesgos al practicar deporte.
Por eso resultan tan necesarios los controles previos, los seguimientos,
los diagnósticos del rendimiento, los consejos para los
entrenamientos, las ayudas ergogénicas y la medicación.
No concebimos un Tour, un Giro o un campeonato de fútbol
o de cualquier otro deporte que carezca de controles médicos,
de sistemas de regeneración y de una alimentación
adecuada. Y todo esto, porque, como médicos que somos,
nuestra misión es velar por la salud de los deportistas.
De este modo quisiera
manifestar que la actual campaña contra el dopaje se ha
centrado única y exclusivamente en el ámbito de
los profesionales, pero no en lo que es la prevención.
No podemos hacer oídos sordos a los comentarios que se
escuchan en los pelotones de aficionados. Todos los ciclistas
tienen las sustancias prohibidas al alcance de su mano. Y, dejando
la generalizada hipocresía de lado, no somos los médicos
los que controlan u ordenan los tratamientos. Además, con
frecuencia escuchamos cosas como que es imposible pasar a profesionales
sin "tomar" nada, y que, por tal motivo, actuamos equivocadamente
al no facilitar "ciertas" sustancias a los ciclistas.
A este respecto,
quisiera hacer una mención a la aparición de tratamientos
de automedicación o de "sabelotodos". Parece ser que la
ausencia de controles efectivos lleva a los aficionados a pensar
que toda sustancia está permitida, que sólo sirven
para aumentar su rendimiento y que no tienen efectos secundarios.
En serio, es como si los médicos deportivos fuéramos
tontos, como si cualquiera supiera más que nosotros sobre
farmacología. Esos "sabelotodos" pocas veces
se dan cuenta del daño que sus planteamientos hacen a los
ciclistas, porque la mayoría de las veces los perjudicados
ni siquiera protestan. Basta con ver el éxito que algunos
alcanzan. ¿Cuántos no consiguen los resultados esperados
tomando sustancias que están prohibidas? ¿Quién
valora las consecuencias que eso pueda tener en el futuro?
Siendo como es la
principal finalidad la salud, la ley contra el dopaje tiene que
ser clara y precisa. Debe especificar detalladamente cuáles
son las sustancias que perjudican la salud, tanto en cantidad
como en calidad. Como hemos venido repitiendo, convendría
escuchar lo que los médicos deportivos tenemos que declarar
al respecto. Un deportista no puede estar siempre temeroso ante
la ingestión de un medicamento normal. Y tampoco se puede
difundir en la sociedad el rumor de que un producto cualquiera
resulta perjudicial.
Pero, por otra parte,
debe quedar claro que la lucha contra el dopaje es una lucha legal,
y que en ese sentido los legisladores y responsables de su cumplimiento
deben tener su parte de responsabilidad. Se diría que el
problema del dopaje sólo nos afecta a los "médicos";
nadie se acuerda de la responsabilidad de los directores de los
equipos, al exigirles resultado;, ni de los ciclistas, que ya
saben preguntar qué eso que les está ofreciendo
el médico o cualquier miembro del grupo, o cuando ellos
mismo deciden, unilateralmente, tomar sustancias prohibidas; ni
de los responsables de la federación, por no lanzar campañas
informativas adecuadas, por realizar pocos controles; ni de los
políticos cuando se pronuncian sobre el dopaje, por no
establecer las condiciones adecuadas para realizar los controles
necesarios; ni de toda la sociedad, y dentro de ella de los padres
de los jóvenes ciclistas, que muchas veces ya saben dónde
andan metidos.
Es
innegable que en el deporte el dopaje existe, de igual modo que
en la sociedad existen otras trampas, delitos y problemas, y hay
luchar contra todos ellos. Pero eso no significa ni que todos
los deportistas se dopen, ni que ninguno se dope. Si proporcionamos
una buena educación a nuestros jóvenes, el deporte
será cada vez más limpio. Entre todos, debemos enseñar
a los jóvenes a ver dónde están los límites
tanto legales como, especialmente, los que afectan a la salud.
La vida de los deportistas no suele ser muy larga, conque, por
mucho dinero que ganen, de qué les va a servir, si no pueden
conservar la salud.
Iñaki
Arratibel, SHEE-IVEF Instituto Vasco de Educación Física |