Vasco
universalista, Manuel Leguineche (Arratzu, Bizkaia, 1941) es uno
de los grandes periodistas de nuestro tiempo. Ha sabido conjugar
como pocos periodismo y literatura, creando un estilo tan personal
como seductor que encandila a la crítica y convierte a
sus lectores en seguidores incondicionales. Como casi nadie, Leguineche
no tiene la receta de la felicidad ; sin embargo, sabe disfrutar
de la vida repartiendo su tiempo entre extraordinarios viajes
que le permiten ser testigo del devenir del mundo y volviendo
a sus orígenes, al silencio de su casona en Brihuega (Guadalajara),
su reposo de guerrero, en donde vive desde hace quince años.
Porque como él dice, sigue siendo un aldeano de Belendiz,
hincha del Athletic de Bilbao y muslari de pro, no en vano ha
prolongado la partida en la taberna del pueblo hasta las cinco
de la mañana. En la conversación telefónica
inicial, no se resiente del exceso estratega nocturno, demostrando
además que su euskara de Arratzu, aunque roñoso,
sigue vivo y castizo.
-¿Llegó
a Brihuega huyendo de algo? Si, huyendo de una
vida abrasadora. Vine buscando un poco de paz después de
años de ruido y de furia en Madrid. Las grandes ciudades
no me van y ya estaba con ganas de buscar otros espacios más
anchurosos. También sentí la necesidad de relatar
mi viaje interior. Y pienso que lo tenía que haber hecho
antes, lo que pasa que el frenesí de la vida moderna a
veces te anula el pensamiento.
-¿Es usted
un hombre de extremos? No, para nada. A mi
no me gusta llevar las cosas a los extremos absolutos. Conozco
mucha gente que es feliz en las grandes ciudades. Y tampoco opino
que la gente de campo sea en el fondo más interesante que
la de la gran ciudad. De hecho, los griegos atribuían todas
las virtudes de la vida a la ciudad, y todas las miserias a la
vida en el campo. El problema es que en la sociedad de hoy se
pide estar más que ser, y a mí eso me perturba un
poco.
-¿Qué
ha aprendido de los lugareños? Cuando mis amigos de
por aquí me dicen : "¡Usted sí que sabe!"
Yo les contesto : "Daría parte de lo que sé
de Vietnam a cambio de tener vuestra sabiduría para adivinar
qué tiempo va a hacer mañana, conocer los secretos
de la tierra, y para vivir con las estaciones, los árboles
y los animalitos".
-¿Y con qué
animalito de la zona se siente más identificado? No sé, quizá
con el cuco, porque me acuerdo de él cuando cantaba al
lado de la ermita de San Lorenzo, allí en Arratzu. Cuando
llegué por estas tierras vi dos cosas : primero una
encina enorme, preciosa, y a continuación el cuco cantando
en una de sus ramas. Aquello fue una predestinación, y
me dije : "Aquí me tengo que quedar a vivir".
-¿A qué
sabe su infancia en Arratzu? A sidra y txakoli.
También me acuerdo de los gritos afilados de la txarriboda
(matanza del cerdo) mientras jugábamos a pelota a mano
en el frontón del pueblo. Ah, y a los sones del acordeón
que tocaba un acordeonista ciego en las campas de Belendiz.
-¿Esta mañana
con qué ha estrenado el mundo?
Sin
ruido. Y eso es impagable. Soy capaz de ir al fin del mundo con
tal de descubrir el silencio. Como decía Schopenhauer :
la actitud de aguante ante el ruido es inversamente proporcional
a la inteligencia. Lo que pasa es que por mucho que queramos idealizar
la vida en el campo, las motos "pedorretas" forman ya
parte del paisaje rural. Es inevitable. A nadie le preocupa eso.
-Porque vivimos
bajo la apología del ruido. Eso es. Rehabilitan
los pueblos y los entregan a los decibelios. Pero nadie se encarga
de restaurar el silencio. La gente necesita el ruido para sentirse
importante. Se cree que se ha conseguido la democracia en su aspecto
formal, pasando por alto que la democracia también consiste
en el respeto por los demás. Hay que redescubrir la democracia,
no sólo en que haya partidos políticos y un juego
democrático, sino en todos esos aspectos en los que los
políticos hacen muy poco hincapié.
-Es un modus
vivendi impulsado por el ruido y contra el cronómetro. Totalmente. Estamos
creando la sociedad del enfrentamiento, del exceso de competencia,
al más puro estilo japonés. Luego no me extraña
que los niños de hoy estén estresados. Tampoco voy
a buscar la arcadia feliz y un mundo ideal, porque creo que la
felicidad "per se" no existe. Yo lo que promulgo no
es la felicidad del hombre, que pasa por ella sin darse cuenta,
sino la de la tierra consigo misma.
-Orson Welles
afirmaba que, desde que la máquina rige nuestras vidas,
progreso y desarrollo no son la misma cosa. No le faltaba razón.
Ahí hay un matiz determinante. La verdad es que el progreso
pocas veces concuerda con mi punto de vista. Está claro
que uno no se puede oponer al progreso, eso sería estúpido.
Por un lado, en nombre de la comodidad ahora hay más coches,
más carreteras, más autopistas, trenes de alta velocidad,
pabellones de uralita y la gente viste mejor ; pero por otro,
hay cada vez más insatisfacción y aburrimiento.
Importa más el tener que el ser, ganar dinero, cuanto antes
mejor y ya ni siquiera importa cómo. Entre tanto, claro,
persisten las bolsas de pobreza y las minorías marginadas.
No soy un misionero ni un intelectual, pero lo que observo con
mi sentido común es que la pobreza es un asunto primordial
que va a más, y mientras, aquí estamos nosotros
haciendo literatura de las miserias humanas.
-Hay quien
dice que sin envidia la vida sería más aburrida. La envidia es un vicio,
que hace más daño al que la sufre que al que la
tiene. En castellano cuando algo es bueno se dice: "es envidiable".
Yo sería partidario de una menor tensión y de un
mayor acercamiento, ya que la vida se ha hecho más hosca
y sospechosa de todo, más hermética. Saliéndome
un poco del tema, yo lo acabo de vivir en mi propia piel en Israel,
en el aeropuerto de Jerusalén. Casi me detienen sólo
por haberme dejado barba y tener el rostro acejado. Si a mi me
tuvieron tres horas y media de un lado para otro e interrogándome,
lo cual es un tercer grado, ¡qué no harán con los
palestinos..... !
-Las ideas
ya no venden. No, vamos hacia un
barrido de las propuestas innovadoras en favor de la domesticación
del individuo, al que no hay que ponerle más que un sinfín
de cadenas de televisión para que no levante la voz.
-Su soledad
es voluntaria. ¿Se trata de aprender a estar solo, o eso es puro
narcisismo? De narcisismo nada,
aunque sí creo que todos debemos tener algo de vanidad.
Sin una parte mínima, muy poca gente haría algo.
Pero bueno, yo he tratado de huir de eso siempre, en el sentido
de que la mía es una soledad voluntaria pero no "full
time", puesto que hago una inmersión en la vida social.
Ningún hombre es una isla.
-Pero
usted se sale de la norma. Todo lo que se salga
de las normas establecidas (nacer, bautizarse, casarse, tener
hijos) es una rareza. Aquí al principio yo llamaba la atención
porque era una rara avis: ah, ese señor soltero. Desde
siempre he sido un solitario, interno ya a los seis años,
para mí la soledad es una forma de vida.
-Cuando dio
la vuelta al mundo en 81 días, acabó pareciéndose
más a Picaporte que a Phileas Fogg: no se trajo ninguna
princesa india.
No
tuve esa suerte. Quizá no puse el debido entusiasmo, porque,
a decir verdad, no soy un aventurero. Cuando viajo sobre todo
lo hago para escribir. Además fue un viaje muy complicado
en todos los sentidos. Lo que en tiempos de Julio Verne era factible,
hoy en día no lo es tanto ; conseguir dar la vuelta
al mundo en 80 días sin hacer uso del avión resulta
bastante complicado.
-¿Y tan complicado
es el amor? Hombre, he tenido parejas.
Pero como sostiene García Márquez : ¡Qué
grande es el amor si no fuera por la convivencia ! Soy partidario
del vive tu vida y deja vivir. (silencio).
-La globalización
ideológica se ha colado en el periodismo por la puerta
de atrás. Es el adiós definitivo a la perseguida
objetividad. El periodismo está
medio muerto. Recuerdo lo que me dijo el fundador del diario francés
Le Monde : "La objetividad es imposible, pero hay una cosa
sagrada, jugar limpio con el lector". En ese sentido, yo no puedo
ser objetivo. No puedo serlo con la irrupción de Sharon
a sangre y fuego en los territorios bajo autoridad palestina,
porque lejos de resolver el problema, aún lo ha "jodido"
más. Lógicamente, en casos flagrantes de violaciones
de derechos humanos o torturas, lo tienes que denunciar, aunque
pueda pasar como en Irán, país en el que los torturados
se convirtieron en torturadores. En una guerra, ya lo dijo un
senador norteamericano en 1917, la primera víctima es la
verdad. Por tanto, yo creo que en periodismo no se puede ser objetivo,
pero sí jugar limpio.
-Como decía
Lutero: "La justicia es temporal. La conciencia, eterna". A eso voy. Cuando finalizan
las guerras y los conflictos, hay tiempo para investigar y contrastar
los datos. Además, los protagonistas acaban contando lo
que ocurrió, bien porque tienen remordimientos o porque
ya ha pasado todo y pueden hablar con claridad. Se publican libros,
documentales y reportajes, que ayudan a que la opinión
pública sepa, más o menos, lo que sucedió,
aunque claro, siempre acaba quedando oculta una parte importante
de la verdad.
-El avance
tecnológico ha traído consigo.... Un enfriamiento del
oficio. Antes teníamos menos medios para comunicarnos,
y eso mismo te hacía buscar a ti mismo la noticia. El de
ahora es un periodismo más aséptico. Añoro
aquellos años en los que establecías comunicación
telefónica a 12.000 kilómetros, juntando palabras
para poder pagar la transmisión del télex y sin
que nadie supiera donde estabas. Ahora, las reglas del juego han
cambiado. ¿Qué vas a hacer ? ¿Contar lo que ya se
ha visto por la CNN en sus retransmisiones virtuales? En
los frentes, ahora está todo masificado, desde que las
cadenas norteamericanas empezaron a montar el circo mediático,
ocupando hoteles enteros. Durante la guerra de Afganistán
había miles de periodistas. Eso ya casi no me interesa
ni me divierte. No puedo oponerme a la inercia de la sociedad,
pero sí tengo derecho a decir que era feliz con menos medios.
-Las noticias
caducan al momento. Eso es. Estando como
estamos invadidos y dominados por la velocidad, se ha perdido
la espontaneidad y la frescura del gran reportaje. Antes, los
conflictos como el de Vietnam, al menos duraban. Ahora en cambio,
se pasa de Israel a Francia y de allí a Cuba en un santiamén,
impidiendo profundizar en los temas.
-Asimismo,
el reportero francotirador es una raza en vías de extinción. Por no decir que ya
está extinguida. Antes, nosotros éramos los bomberos-toreros,
que lo mismo íbamos a cubrir un golpe de Estado en África
que a contar lo que pasaba en Venezuela. Ahora, por el contrario,
en Israel, además de no dejarte acercarte a Belén
por ser un testigo incómodo, te conviertes en sospechoso
por tu aspecto. Ya me había ocurrido en el pasado, pero
con mucha menor intensidad. De todos modos, creo que hay que desmitificar
al reportero de guerra. Porque yo, como reportero, puedo tener
un sufrimiento parcial y provisional, pero sé que voy a
volver al mundo sobrealimentado de Europa.
-¿Hasta cuándo
la demonización del mundo musulmán?
No
lo sé. Pero la demonización del Islam es profundamente
injusta, como casi todas las demonizaciones. En el mundo en el
que estamos, el ideal político sería no dejarse
guiar por la visceralidad, no verlo todo blanco o negro y buscar
caminos nuevos. Lo que sí está claro es que la dicotomía
entre Estados Unidos y Europa es cada vez más profunda,
y no digamos desde el 11-S ; desde entonces Europa tiene
otra visión de la jugada más humanista.
-¿Qué
le sugiere la foto de Javier Bauluz, con una pareja en la playa
tomando el sol tranquilamente, mientras en la orilla yace el cadáver
de un inmigrante ahogado? Es una visión
muy oportuna y acertada de la situación. Más que
nunca, el fotógrafo y el periodista tienen que estar al
lado de las víctimas y de los que padecen el problema.
Los protagonistas anónimos son los verdaderos héroes ;
y ese es el resquicio que nos queda. Los protagonistas oficiales
son mucho menos interesantes. Quitando a Nelson Mandela, ninguno
de los líderes que he conocido me han impresionado. Son
de cartón piedra y dan siempre las mismas respuestas.
-¿Qué
consejos suele dar a los jóvenes periodistas que empiezan? Muchos se me acercan
y me preguntan intrigados : ¿qué tengo que hacer para
ser como usted ? Y yo les contesto : "leer mucho,
pero no sólo periódicos, sino también libros".
Si los periodistas no leen los periódicos, que es el caso,
mal vamos.
-Veo que el
periodismo no le colma. No del todo. Me deja
un poco insatisfecho ; vas a un sitio, vives un drama tremendo,
y al final reducen tu crónica por razones de espacio. Es
lo que decía Clark Gable en "Sucedió una noche",
en periodismo el que se pase de las 300 palabras es un novelista.
Lo que voy a hacer en el futuro es escribir menos y cuidar más.
Si bien, al final, esos libros míos de no ficción
no son sino una prolongación del periodismo.
-¿Máquina
de escribir u ordenador? Estuve escribiendo
durante mucho tiempo con una máquina a pilas que compré
en Canadá, pero a raíz de que un verano se me quemó
el papel térmico, al final me decidí a cambiar al
ordenador. Y no me arrepiento, aunque todo el mundo dice que con
la velocidad del ordenador la prosa se resiente. Pero como yo
no pienso ganar el Premio Nobel, tampoco me importa.
-A usted no
le pasa como a Flaubert, a quien el simple hecho de dudar en donde
poner una coma le sumía en una profunda depresión. En eso no soy nada
perfeccionista. Estoy curtido en la escuela de la urgencia y las
transmisiones, prácticamente sin notas. Eso ha influido
en mi manera de escribir, y más ahora con Internet. Por
otro lado, si escribo de una manera más pausada, como en
"La felicidad de la tierra", creo que se nota.
-Respecto al
hecho de viajar, el "overbooking", los "charter"
y el "todo incluido" forman ya parte del vocablo popular. Viajar se ha popularizado,
sí. Lo que pasa es que muchas veces, lo que se vende es
un enmascaramiento de la realidad, la playa azul turquesa con
sus cocoteros. Y cuando llegas allí, acabas topándote
con la frustrante realidad y llega el desencanto. La industria
del turismo juega con ese mito del paraíso perdido que
todos buscamos pero que nunca aparece. No se trata del lugar,
sino de tí mismo. En la filosofía taoísta
el verdadero viaje es el viaje hacia la luz.
-Hay un dicho
Masai que reza así: "El ojo que viaja es inteligente".
Es
que viajar es un ejercicio de higiene. Cuando llegas a un país
hay que hacerlo de una forma humilde y sin comparar. Mucha gente
llega a cualquier país, y más aún al tercer
mundo, de forma arrogante ; acto seguido empieza a quejarse
por los mosquitos, por la comida, y que echa de menos la tortilla
de patatas. Eso me parece patético.
-Sólo
acaban conociendo los monumentos. Y refunfuñando.
Para viajar hay que ir con calma, y sobre todo no tratar de ver
sólo las piedras sino estar con las personas, tratando
de comprender su cultura. En ese aspecto, el sentido del humor
ayuda mucho al conocimiento de los demás.
-Viajar le
ha hecho aflorar los sentidos. Algunos más
que otros (risas). Hombre, es verdad que haber viajado mucho te
hace desarrollar un sexto sentido para saber si estás en
peligro o no. Pero cuántas veces me he sentido a salvo
y ha sonado una ráfaga de metralleta que me ha pasado rozando
el pellejo. Muchas.
-¿Qué
lugares aparecen destacados en su mapa del mundo? Birmania, sin duda.
Es un país que quiero mucho, sonriente, incontaminado y
xenófilo, al que, si no fuera por la dictadura militar,
volvería más a menudo. Tengo muy presente un viaje
que hice en un pequeño carguero por el río Irauadi
hasta un templo budista. Ahora, tras año y medio de arresto,
han liberado a la líder de la oposición y Premio
Nobel de la Paz en 1991, Anng San Suu Kyi. La última vez
que fui intenté llevarle un ramo de flores al caserón
medio derribado donde estaba recluida. Al llegar fui poco menos
que aculatado y no me dejaron entrar.
-Pero viajar
a esos países no ayuda precisamente al restablecimiento
de las libertades. Ese es el dilema y
el remordimiento que tengo cada vez que voy a un país así.
Los militares tuvieron cerrado Birmania hasta que necesitaron
divisas y lo acabaron abriendo al turismo.
-¿Desde su
visión de vasco viviendo en perspectiva física y
mental, la situación de Euskal Herria le suena a música
o a ruido? Me gustaría
que sonara más a música. El arte es una de las parcelas
donde hemos hecho mucho y más que tenemos que hacer. Encauzar
la energía en la música, el cine y la literatura,
que va claramente a más.
-¿Cómo
convertiría las estridencias en música? No lo sé. Tal
y como está ahora produce dolor, pesimismo y una sensación
de que no se va a arreglar nunca. Cuando recibí la noticia
de la tregua de ETA me encontraba solo, y lo celebré con
champán. Luego, me sentí una vez más desilusionado.
Fue un falso momento de esperanza, pero como te adscribas a la
escuela de pensamiento del pesimista, estamos acabados. Jorge
Luís Borges, que era un poco "cabroncete" y al
mismo tiempo un cachondo, cuando estuve con él en su apartamento
de Buenos Aires durante la guerra de las Malvinas, me decía :
"ustedes los vascos no valen más que para levantar
piedras y servir la leche en Buenos Aires" (tradicionalmente
los vascos han sido los lecheros allí). Esa visión,
que es una perversión muy de Borges, nos tiene que hacer
recapacitar. Yo creo que para intentar arreglar la situación
sociopolítica de Euskadi habría que echarle más
imaginación y arte, porque, espíritu de creación,
a los vascos nos sobra.
-Su siguiente
viaje físico-literario. Después de la
humillaciones que padecí en Israel, me he hecho a mi mismo
la promesa de que no voy a volver allí. A partir de ahí,
el mundo lo tengo abierto, eso sí, teniendo claro que no
puedo viajar todos los fines de semana a los puntos calientes,
a Beirut, Chechenia, etc. Ahora me está tirando Asia otra
vez, y la verdad es que quisiera volver a Sri Lanka, pero como
son guerras que no venden, a lo mejor lo aprovecho para escribir
un libro sobre la zona. No es que tenga un sentido utilitario
y empírico de los viajes, pero sí que necesito ir
a hacer algo. Latinoamérica también me tira, por
ejemplo, Antigua (Guatemala), donde viví durante un tiempo.
En definitiva, cambiar de menú y moverme por lugares que
me estimulan y me ayudan a renovarme por dentro.
Manu
Leguineche
Escritor
y periodista, Manu Leguineche es fundador de
las agencias de noticias Colpisa y Fax Press,
actualmente es director de esta última.
Entre otras, sus obras de mayor éxito
son : "Adiós Hong Kong, El
viaje prodigioso", escrito en colaboración
de María Antonia Velasco (Alfaguara,
1995), "Yo te diré..." y "Yo
pondré la guerra" (El País-Aguilar,
1998), "Los topos" y "Hotel Nirvana"
(El País-Aguilar, 1999), "La tierra
de Oz" (2000). Asimismo, algunos de los
galardones que ha merecido su obra han sido
el Premio Nacional de Periodismo, el Pluma de
Oro, el Cirilo Rodríguez, el Julio Camba,
el Godó o el Ortega y Gasset.
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Fotografías: Están publicadas en
las revistas Fusión (foto 2 y 3) y Consum (foto 4)
Euskonews & Media 170.zbk
(2002 / 6 / 7-14)
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