Sabemos
gracias a excelentes trabajos como los de María Teresa
Ferrer Mallol, Michel Iriart, Edouard Ducere, Pierre Rectoran,
Enrique Otero Lana o, más recientemente, los de José
Ramón Guevara o José Ignacio Tellechea Idigoras,
por no citar algunas alusiones en determinados clásicos
-llamémoslos así- como "Noticia de las cosas memorables
de Guipúzcoa" de Gorosabel que el corsarismo -nunca demasiado
bien separado de la piratería-, esto es, el asalto contra
mercantes enemigos del estado que extiende la patente durante
un periodo de guerra abierta, no era en absoluto desconocido para
los vascos de Gipuzkoa, Bizkaia y Laburdi.
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Ataque
de un Corsario Vasco a un barco inglés. (Ref. J. Nogaret:
"Petit histoire du pays Basque Français").
Enciclopedia Auñamendi. |
La piratería,
de la que muchas veces no distaban siquiera un paso el barco,
capitán y tripulación que disfrutaba de una de esas
patentes de corso, según parece, tampoco les fue desconocida.
No al menos en mares difíciles de controlar como era el
caso del Caribe, donde se desarrolló con extraordinaria
fuerza ese fenómeno desde, poco más o menos, la
llegada de Colón a América hasta comienzos del siglo
XVIII, tal y como nos los contaron en su día Alexander
Exquemelin o Daniel Defoe y últimamente Rafael Abella,
Carlos Cidoncha o Cruz Apestegui.
Sin embargo, ¿llegó
a desarrollarse este fenómeno en aguas cercanas al litoral
vasco e involucró a los vascos como responsables o como
víctimas?. Algunos episodios muy bien documentados gracias
a los fondos del Archivo Histórico de la Diputación
de Bizkaia apuntan hacía un "sí" bastante rotundo.
Don Vicente de Uribarri,
vízcaino destacado a Flandes en misión diplomática
del rey de España ante el Archiduque que regía esa
dependencia de su imperio, por ejemplo, contaba en el año
1648 en carta escrita desde "Bruxas" a Pedro de Arteche el agitado
incidente que habían sufrido a comienzos de ese año
él, sus criados y el capitán Eston y toda la tripulación
del Mercader de Madrid pocos días después
de salir a mar abierto dejando atrás la barra de Portugalete.
Dos veces al menos combatieron contra corsarios irlandeses de
la Confederación de Kilkenny alzada en armas contra el
Parlamento inglés. Durante el segundo encuentro, que se
prolongó en un combate de tres horas, los ojos del caballero
vieron algunos hechos bastante equívocos que hubieran merecido
entrar en las páginas de libros como los escritos por el
doctor Exquemelin o Defoe.
Ése podría
ser también el caso de varios armadores de Hondarribia
y San Sebastián en el año 1658, cuando una de sus
fragatas asaltó al mercante holandés Esperanza,
aprovechando la patente de corso que se les había extendido
para combatir a la dictadura militar de Oliver Cromwell con la
que en esos momentos estaba en guerra abierta su rey y señor
natural.
Durante la llamada
Guerra de Holanda, iniciada en el año de 1672, las aguas
del Golfo se convirtieron en uno de los principales frentes de
la guerra de corso como no podía ser menos teniendo en
cuenta que envolvía a una alianza de España y Holanda
contra Francia. En medio de aquella confusión de asaltos
y apresamientos perpetrados por numerosos corsarios con patente
de los Estados Generales de la República holandesa o de
su majestad católica aparece inevitablemente destacada
la figura de Adrian Adriansen, capitán de la fragata Fuente
Dorada, que por razones que muy bien podrían haber
inspirado desde la musa Walter Scott -por no hablar de la de Stevenson-
hasta la de Emilio Salgari, pasando, naturalmente, por la de Espronceda,
decidió incumplir con su patente de corso y entrar de modo
bastante decidido en lo que sólo merece el nombre de piratería.
Carlos Rilova Jericó,
historiador |