El
Bilbao de finales del siglo XIX estaba inmerso en un profundo
proceso de cambios socioeconómicos que tuvieron un buen
reflejo en las actividades gastronómicas que se estaban
dando en la villa. Esta ciudad se había beneficiado durante
siglos del comercio entre el interior de la península con
el norte atlántico y, también, con el ámbito
americano. Estos contactos mercantiles propiciaron la introducción
de nuevos alimentos y gustos culinarios en la dieta de los bilbaínos.
Con el despegue industrial que tuvo lugar a finales del siglo
XIX, la estructura social de la villa se renovó con una
burguesía emergente y una nueva clase acomodada que hicieron
de la cuestión gastronómica uno de sus baluartes
más preciados.
El desarrollo económico
finisecular se proyectó en un mejor abastecimiento de los
mercados de Bilbao, ya de por sí bien surtidos por las
huertas y corrales próximos a la villa, al igual que de
pescado y ganado proveniente tanto de Vizcaya como de los territorios
vecinos. A la par, este estallido de prosperidad se vio reflejado
en el alto grado de refinamiento que alcanzaron los grupos más
influyentes de la sociedad bilbaína del momento. Sus contactos
con los países europeos no se ciñeron meramente
a cuestiones económicas, es más, se imbuyeron en
el gusto por otros aspectos más bien lúdicos y que
no dudaron en aclimatar a la idiosincrasia bilbaína. Teatros,
cafés y centros sociales comenzaron a florecer en la villa
y con ellos, también, otros lugares de socialización
no menos importantes, nos referimos a los restaurantes. A esto
hay que añadir que la burguesía bilbaína
adaptó a su gusto la antiquísima costumbre culinaria
de los grandes banquetes, símbolo y escaparate de su estatus
económico. Estos son los temas que abordaremos en el presente
artículo, los extraordinarios ágapes organizados
por las clases acomodadas de la villa y su gusto por acudir a
restaurantes en los que la tradición culinaria bilbaína
se impregnaba de esencias foráneas.
Celebraciones y banquetes En Bilbao, siempre se había
dado la inclinación por las grandes comidas y esta costumbre
aún se mantenía a finales del siglo XIX (1).
Cualquier pretexto era válido para amenizarlo con un excelente
banquete. Tal vez el caso más significativo de estos eventos
gastronómico-festivos fue el que se organizó dentro
de las celebraciones que acompañaron a la botadura del
Crucero Infanta Mª Teresa. Todo lo que rodeó la
botadura de este buque, construido en los Astilleros del Nervión
(propiedad de José Mª Martínez Rivas), fue un claro
ejemplo del alto desarrollo industrial y refinamiento social que
había alcanzado la villa bilbaína. Se invitó
a la Reina Mª Cristina a que hiciese las veces de madrina, todo
lo más granado de la política y de la sociedad de
Bilbao y de la provincia estaría presente. Además,
la expectación popular que causó este acontecimiento
fue tan desmedida que no quedaban plazas de alojamiento en toda
la capital vizcaína. Se calcula que cerca de 50.000 personas
se acercaron hasta los astilleros para ver la botadura del crucero
el 30 de agosto de 1890.
La reina, que se
encontraba veraneando en San Sebastián, llegó acompañada
entre otros de Cánovas y del ministro de Fomento. Una vez
en los astilleros, la soberana cortó la cinta de lanzamiento
y el casco del crucero se deslizó hacia la ría.
Acto seguido, después de la recepción real, se dio
paso al banquete que puso el broche de oro a tan magno acontecimiento.
El banquete, preparado para 500 comensales, tuvo lugar en la nave
central de la fábrica de cañones de los astilleros.
Servido por la famosa casa Lhardy, el menú constó
de los siguientes platos: entremeses variados, bacalao fresco
con mayonesa, roastbeef a la inglesa, galantinas de capón
trufadas, jamón de York a la española, helados variados,
mantecados y fresas, savarín con frutas y postres variados.
Se acompañó con los siguientes
vinos y licores: Marqués de Riscal, Jeréz, Moettet
Chandon, Veube Cliequot, G. Goulet Martell y Benneasp (2).
Por supuesto, en el mayor rasgo de refinamiento, el menú
además de incluir en su mayoría platos de la cocina
francesa, estaba redactado en lengua gala, tal y como lo publicaron
los periódicos de la época. Entre los vinos cabe
destacar, además del marcado protagonismo de los caldos
franceses, la presencia del vino proveniente de las bodegas del
Marques de Riscal de La Rioja, precedente de la industria vitivinícola
riojana que fue impulsada por capitales bilbaínos (3).
La comida se celebró con el mayor agrado por parte de todos
los asistentes y no fue más que la muestra del refinadísimo
nivel gastronómico al que se había llegado en la
villa, acorde con los gustos de la época y el encumbramiento
de una burguesía que no escatimaba esfuerzos a la hora
de exhibir su poderío económico.
Otro ejemplo de esta
megalomanía culinaria fue el homenaje que se realizó
en julio de 1894 a Víctor Chávarri, donde ya los
gustos locales se mezclaban con platos de otros ámbitos
geográficos. A los entremeses, le siguieron paella valenciana,
bacalao a la vizcaína, lengua escarlata, jamón en
dulce, capones asados, tarta de hojaldre y postres variados, acompañado
todo ellos, como no, por vino Marqués de Riscal. De no
menor calidad y cantidad fue la cena con la que le obsequiaron
a Sabino Arana sus correligionarios en la Nochebuena de 1895 durante
su estancia en la Cárcel de Larrínaga. Este ágape,
elaborado en casa de los Arana y llevada por el servicio de ésta
hasta el penal, estaba compuesto por: aceitunas y anchoas de entremeses,
ostras, sopa de chirlas, ensalada de alubias, bacalao en salsa
roja, angulas, besugo, bermejuelas, merluza frita,
caracoles en salsa roja, y de postre, compota de manzana, pastel,
mazapán y turrón (Jijona y yema). Fue regado con
vino de Aramburuzabala, chacolí blanco, jerez, oporto y
cartreuse (4). En este
caso, primó la vertiente autóctona de la gastronomía
bilbaína tanto en los platos como en la bebida.
Los restaurantes Los restaurantes fueron
en el Bilbao de finales del siglo XIX otro lugar de encuentro
gastronómico para las clases acomodadas de la villa. Tradición,
modernidad y buen hacer fueron las pautas que marcaron esta faceta
gastronómica bilbaína. Eran tres los restaurantes
más emblemáticos por aquellos momentos, El Amparo,
La Prusiana y Torróntegui. Además,
se decía: "Para comer bien a El Amparo y para comer en
cantidad a Torrontegui". En efecto, El Amparo era el restaurante
que gozaba de mayor prestigio culinario en todo Bilbao. Situado
en el barrio de Mena, abrió sus puertas en 1886 como taberna
y con el tiempo se convirtió en el restaurante más
emblemático de la villa, clausurándose en 1918.
Su fama se debe a la labor de las tres hijas de sus propietarios,
las hermanas Vicenta, Ursula y Sira Azcaray, quienes aplicaron
los conocimientos que adquirieron durante sus estudios en Francia
a la rica tradición gastronómica bilbaína.
Su legado nos ha llegado gracias a la meticulosa recopilación
que estas mujeres realizaron de aquellas recetas
que elaboraban en su restaurante y que en 1930 fueron donadas
por su sobrino a la Casa de Misericordia de Bilbao para que fuesen
publicadas (5).
La influencia de
la cocina francesa está presente en todo el repertorio
culinario de las hermanas Azcaray que, al mismo tiempo, armonizaban
con la más genuina tradición gastronómica
bilbaína. A través de sus recetas, las propietarias
de El Amparo nos han dejado el testimonio de una cocina
llena de matices, en la que el hacer culinario de toda la vida
se compaginaba con la modernidad, sin desentonar dentro de un
Bilbao cosmopolita que también se sentía apegado
a sus costumbres. La exuberancia de tonalidades culinarias del
hacer de las hermanas Azcaray queda reflejada en el índice
general de la obra que se publicó con sus apuntes tomados
a pie de fogón. Pero es al adentrarnos en cada apartado,
cuando la riqueza, calidad, versatilidad y cantidad de las recetas
nos envuelven en un mundo en el que pasamos de los platos más
sofisticados de marcada raigambre francesa, hasta aquellos que
podían formar parte de la comida diaria de cualquier hogar
bilbaíno de la época. El mestizaje de ambas tradiciones
culinarias ha quedado como muestra de los profundos cambios en
los que se vio inmersa la sociedad bilbaína de finales
del siglo XIX. A pesar de la tendencia extranjerizante en cuanto
a los gustos culinarios de la burguesía bilbaína,
ésta tampoco se olvidaba de la vertiente gastronómica
autóctona, rica en tradición, calidad y variedad.
Nos encontramos ante una simbiosis culinaria de la que no quedan
exentos los condicionamientos sociales de unos sectores acomodados
emergentes que, sin olvidar sus orígenes, aspiraban a un
cosmopolitismo que era el signo de los nuevos tiempos.
(1)
Montero, Manuel. Crónicas de Bilbao y de Vizcaya.
Tomo III. Vida cotidiana en los siglos XIX y XX. Trabajo, amor,
diversión, modas, delitos, corrupción política...
San Sebastián, 1997, pp. 19-21. (VOLVER)
(2)
El Noticiero
Bilbaíno, días 27, 30 y 31 de agosto de 1890.
(VOLVER)
(3) Mees, Ludger; El "Medoc Alavés" en
el origen de vino de calidad de Rioja. Vitoria-Gasteiz, 1995.
(VOLVER)
(4) Montero, Manuel. Op. Cit., p. 21. (VOLVER)
(5) Azcaray y Eguileor, Ursula, Sira y Vicenta;
El Amparo, sus platos clásicos. San Sebastián,
1989, pp. 1-2. (Se ha realizado recientemente una nueva edición
de este libro a manos de Jesús Llona Larrauri, Premio Nacional
de Gastronomía, publicada por La Gran Enciclopedia Vasca,
Bilbao, 2001.) (VOLVER)
Olga Macías, Universidad del
País Vasco |