Las
mujeres, iguales de derecho desde hace bastantes años,
siguen siendo desiguales de hecho. Así ocurre en particular
en la esfera profesional. Sin duda alguna, el reparto desigual
del trabajo familiar y doméstico pesa sobre las desigualdades
entre hombres y mujeres en el mercado laboral y limita la autonomía
de las mujeres. En las últimas décadas, las mujeres
entendieron que su liberación pasaba por trabajar fuera
de casa y cobrar por su trabajo y protagonizaron una enorme "revolución
silenciosa". La irrupción casi simultánea de
la crisis del empleo, la consolidación de un paro masivo,
duradero y estructural no han interrumpido la progresión
de la actividad femenina. La feminización del colectivo
asalariado, iniciada a principios de los sesenta, prosigue de
manera inexorable, pero esta progresiva feminización no
ha supuesto la desaparición de las desigualdades.
Evidentemente, si
se compara la evolución de los diferentes indicadores de
la desigualdad, la situación ha evolucionado: las diferencias
salariales se han reducido un poco, algunas profesiones masculinas
se han feminizado sin desvalorizarse, algunas mujeres promocionan
más fácilmente en sus carreras, etc. Pero en relación
con los progresos realizados en materia de formación y
de cualificación, y a la vista de la continuidad de las
trayectorias profesionales, su situación en el mercado
de trabajo parece más injusta, más injustificable
hoy que ayer. Las mujeres están tanto o mejor preparadas
que los hombres pero siguen estando considerablemente peor pagadas,
concentradas en un pequeño número de profesiones
feminizadas y continúan siendo más numerosas en
las filas del paro y del subempleo.
El reforzamiento
de la posición de la mujer en el mercado laboral y la todavía
pendiente implicación de los varones en el trabajo doméstico
podría verse beneficiado por las propuestas de reducción
del tiempo de trabajo y de reparto del empleo. Sobre todo, porque
unos empleos menos absorbentes pueden crear las condiciones necesarias
para que mujeres y hombres dispongan de más tiempo para
el trabajo familiar. Estas propuestas podrían, de hecho,
contribuir a generalizar también para los hombres el modelo
de la "doble presencia" familiar-laboral reservado hasta
ahora casi exclusivamente para las mujeres. Sin embargo, un repaso
a la historia basta para cerciorarnos de que una reducción
del tiempo de trabajo asalariado no garantiza, por sí misma,
un reparto más igualitario ni del trabajo doméstico
ni de los empleos; porque el problema no es sólo la duración
sino también la distribución de ese tiempo de trabajo
asalariado. De todas maneras, es justo reconocer que las reducciones
históricas de jornada laboral se han producido en un contexto
distinto al actual, un contexto en el que el hombre era el que
trabajaba a tiempo completo en el mercado mientras que la mujer
ejercía de ama de casa a tiempo completo. En el momento
actual, una reducción del tiempo de trabajo en el mercado,
aunque no garantiza el reparto de "todo" el trabajo
entre mujeres y hombres, sí que puede ser considerado como
un requisito para lograrlo.
En todo este debate
se echa de menos la presencia de la perspectiva femenina. En primer
lugar, se habla constantemente de "reducción del tiempo
de trabajo" con lo que se identifica empleo y trabajo y se
sugiere, tal vez de manera inconsciente, que el trabajo doméstico
no merece esa consideración. En segundo lugar, parece que
prima, sobre todo, el criterio de creación de empleo y
no cómo queda a partir de ahí el complejo mundo
del trabajo. En tercer lugar y desde un punto de vista más
idealista, se habla también, de la reducción del
tiempo de trabajo como una puerta hacia la sociedad del "tiempo
liberado". Rara vez se menciona que para las mujeres una
parte importante del tiempo liberado del trabajo asalariado es
una puerta no hacia el ocio sino hacia el hogar, hacia el trabajo
doméstico. Y el tiempo de trabajo doméstico, evidentemente,
no tiene por qué disminuir por el hecho de que lo haga
el tiempo de trabajo asalariado. En realidad, no es descartable
que suceda lo contrario sobre todo si la reducción del
tiempo de trabajo asalariado va acompañado de una reducción
salarial que obligaría a las familias a aumentar el esfuerzo
en la esfera privada para intentar mantener el poder adquisitivo
y el nivel de bienestar.
Habría que
aprovechar este debate sobre reducción del tiempo de trabajo
para intentar reorganizar todos los tiempos de trabajo de manera
que el resultado sea que todos los trabajos, tanto los de mercado
como los que no son de mercado, sean realizados entre todos, es
decir, reparto del trabajo asalariado entre todos los ciudadanos
y reparto del trabajo no asalariado entre los hombres y las mujeres.
En un informe de la UE se menciona que para lograr este objetivo
lo más adecuado sería implementar una combinación
de políticas sobre jornada laboral, distintas pero coordinadas
y se habla explícitamente de tres posibilidades:
La primera posibilidad es una
combinación de reducción de jornada y de medidas
que favorezcan la flexibilidad durante el ciclo vital.
La segunda posibilidad consiste
en el uso de incentivos financieros para fomentar una semana
más corta y más uniformemente repartida.
La tercera posibilidad es promover
la flexibilidad a escala local mejorando la coordinación
del horario de trabajo con el horario de la ciudad.
La reivindicación
del derecho al trabajo por parte de los defensores de la reducción
del tiempo de trabajo aparece, en la mayoría de los casos,
asociada a la vieja utopía del pleno empleo a tiempo completo
para todos, lo que exige la búsqueda de nuevos empleos
que sustituyan o compensen los que se van perdiendo. Se trata
de crear nuevos puestos de trabajo para realizar productos socialmente
útiles pero que el mercado no da ni puede dar. Entre estos
nuevos empleos se encuentran las relacionadas con la vida diaria.
Se trata, entre otros, de servicios de cuidado de las personas
dependientes tan importantes y, hasta ahora, tan poco valorados:
servicios a domicilio a las personas mayores y con minusvalías;
cuidado y educación de niños por debajo de la edad
escolar, actividades extraescolares para niños en edad
escolar; asistencia a jóvenes en dificultades, etc. Con
ello se apuesta por avanzar en el proceso de externalización
de los trabajos domésticos. El desarrollo de estos servicios
de la vida diaria aparece como un factor importantísimo
para las mujeres por múltiples razones. El crecimiento,
sobre todo, de los servicios a domicilio y del cuidado de los
niños haría más fácil compaginar el
empleo con el trabajo familiar, es decir, se trata de servicios
clave para facilitar la conciliación de la vida privada
y de la vida pública. Podría, asimismo, promoverse
el empleo de las mujeres en el mercado laboral por tratarse, en
general, de profesiones altamente feminizadas y porque muchas
mujeres, al verse liberadas de una parte del trabajo que históricamente
les ha sido asignado, tendrían la posibilidad de participar
de manera más activa en la esfera pública. Y, finalmente,
tampoco hay que descartar que una mayor valoración social
de las tareas de cuidado fomentaría la asunción
de las mismas en la esfera privada por parte de los varones.
Pero trátese
de "verdaderos empleos" o de "nuevas servidumbres",
estos empleos caracterizados por condiciones de empleo dispares
pero a menudo precarias y a tiempo parcial o, a la inversa, por
jornadas muy largas en el caso empleadas domésticas; están
poco valorados y mal remunerados. Su desarrollo podría
contribuir a reforzar, por consiguiente, la división sexual
del trabajo y el reparto desigual de las tareas y de los empleos
entre las mujeres y los hombres y entre las propias mujeres. Y
es que el desarrollo de los servicios personales no es posible,
en opinión de algunos autores, más que en un contexto
de creciente desigualdad social, en el que una parte de la población
acapara las actividades bien remuneradas y obliga a la otra a
desempeñar el papel de servidor. Es probable que la segmentación
del mercado de trabajo se agudice y que se intensifique también
en el mercado de trabajo femenino: mujeres con un elevado nivel
profesional que descargan el trabajo doméstico en otras
mujeres, que se convierten en servidoras suyas y de sus familias.
Mertxe Larrañaga
Sarriegi, UPV/EHU |