Un
caso de estudio de la emotividad comunitaria: el juego de la pelota |
Olatz
González Abrisketa |
"Una
pitada en el frontón es lo más feo que hay".
Con esta frase, uno de los pelotaris profesionales de mano más
jóvenes del momento respondía a una pregunta formulada
por un periodista después de un partido de semifinales
del manomanista. En él, parte de sus seguidores habían
silbado al pelotari contrario, en el momento en que éste
se disponía a sacar. "No han sido más que
un grupo de chavales" continuaba.
El Juego Vasco de
Pelota ha sido tradicionalmente un deporte en el que el apoyo
incondicional a uno de los participantes o a un equipo en detrimento
de otro, no se ha exteriorizado en la plaza o en el frontón.
Durante los partidos se aplaude y estimula con frenéticas
ovaciones el "buen juego"; los extensos pelotazos, los
enérgicos latigazos a medio frontis que atropellan al contrario,
la buena defensa de éste, las dejadas letales, la lucha
agónica, la estrategia, el sufrimiento. Se aclama indistintamente
a los jugadores, dependiendo claro está de su juego o de
su comportamiento, que se censura en caso de considerarse inapropiado.
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Foto:
DIARIO VASCO.COM |
Sin embargo, en los
últimos tiempos estamos asistiendo a un cambio de comportamiento
en la grada. Se anima a un pelotari concreto, en ocasiones acompañados
por una pancarta y con canciones uniformadas por un grupo extenso.
Esto provoca cierta incomodidad en algunos sectores
del público que se mantienen fieles a la actitud tradicional
pero que en la mayoría de casos son enormemente permisivos
con los nuevos comportamientos (1).
Nos preguntamos entonces porqué se ha producido este cambio
en el proceder del público en el frontón y qué
implicaciones tiene en el modo de entender el espectáculo
y la afectividad que éste produce y que puede, quizás,
reflejar los valores culturales que estimulan esa corriente de
emotividad que recorre la grada.
Si tuviéramos
que comparar el público tradicional de la pelota con el
de otro deporte, lo asemejaríamos sin duda al del tenis,
por su ornamental imparcialidad, y sin embargo difiere sustancialmente
de la mayoría de públicos –incluido el del tenis-
en su hábito. Con una sonoridad desordenada, similar a
la de un mercado, la grada nunca calla. Los comentarios jocosos
ajenos al juego se suceden, se expanden los rumores, afloran las
cuestiones personales. Añadiendo a esto el transcurrir
de la apuesta, a la que se adscriben entre un
20 y un 80 por ciento de los espectadores, dependiendo de la modalidad
y de la localidad en que se dispute el partido, y entre 2 y 12
corredores (2), nos encontramos
con un millar de voces que componen una sonoridad enormemente
caótica.
El tumulto acústico
sólo se ordena en los fugaces momentos en los que el juego,
la cancha, absorta en sí misma, consigue atraer la atención
de toda la grada. Hay un breve instante de silencios entrecortados,
exclamaciones y voces de ánimo que terminan con la emoción
contenida y comentarios de disgusto, si el tanto acaba en fallo,
y de euforia, aplausos y alegría desmedida, si la jugada
es terminada magistralmente.
Este talante, más
allá de estériles juicios de valor, refleja sin
duda las disposiciones que un grupo adopta para producir ciertas
identificaciones que lo consoliden como tal y que lo relacionen
con un carácter propio. En definitiva, es posible dilucidar
tras estos comportamientos los valores de los que el grupo se
dota en un momento determinado y que lo identifican como tal.
Estos valores clave, al menos desde nuestra hipótesis,
cambian y lo nuevo se incorpora como si fuera algo intrínseco
a la propia idiosincrasia del grupo. O sea, más que un
carácter propio podemos hablar de la apropiación
de un carácter, un carácter que a pesar de sus modificaciones
–en ocasiones contradictorias- permite dar la sensación
de homogeneidad que el grupo necesita para que la identificación
sea eficaz y por tanto el estar-juntos posible.
Michel Maffesoli
sostiene que hay momentos en que lo "divino"
social toma cuerpo a través de una emoción colectiva
que se reconoce en tal o cual tipificación (3).No
vamos a entrar ahora a definir, por manido, el significado del
término durkheiniano "lo divino social" y sólo
diremos que lo tomamos para este artículo en su simple
acepción religadora, que refiere inevitablemente a los
lazos afectivos que un grupo social construye para fundar comunidad.
Estos dispositivos intangibles son periódicamente accionados
y alimentados a través de ciertos rituales que, precisamente
por esa disposición emotiva privilegiada, instituyen los
valores y el orden comunitario de una cultura concreta, fortaleciendo
así el vínculo identitario. Es en esos momentos
de afectividad comunitaria, por tanto, cuando el corazón
individual bombea los significados culturales transmitidos por
ciertas sensaciones contenidas en el ritual y hace posible la
acción de un palpitar común.
Maffesoli cree que
esta fuerza agregativa que supone lo divino social,
lo que nos une a la comunidad; se trata menos de un contenido,
que es del orden de la fe, que de un continente, es decir, de
algo que es matriz común o que sirve de soporte al "estar
juntos" (4).
Sin despegarse de la ya tradicional dicotomía entre
comunidad –predominio de lo empático- y sociedad – predominio
de lo utilitario-, reivindica la afectividad como argamasa que,
gracias a la proximidad y a la conexión táctil de
las que procede, ensambla a los miembros de una colectividad más
allá de fines sociales u objetivos prácticos. El
estar-juntos, una vez conscientes de la precariedad individual
y de la consumación de los grandes valores, se convierte
en finalidad última de la contemporaneidad. Por ello, el
desplazamiento del contenido para ubicarse en el continente, en
la potencia del nosotros.
Sin embargo, y sin
alejarnos demasiado de Maffesoli a este respecto, creemos que
es fundamental un contenido, un corpus de valores para que ese
continente-matriz sea efectivo, active realmente la pulsión
del estar-juntos. Sin un acuerdo –incorporado, no racionalizado-
sobre lo que es deseable para la imagen del grupo, para la identificación,
la emotividad no es posible. Ante ciertos estímulos debemos
compartir los mismos sentimientos de alegría, gozo, desgana,
aburrimiento, repugnancia etc. para que el ritual consiga fundar
comunidad.
Teniendo en cuenta
esta premisa es más fácil dar cuenta de los altibajos
que sufren ciertos acontecimientos. Los rituales fluctúan
históricamente, su efectividad varía de un periodo
a otro. Hay momentos en los que el ritual no apasiona, queda desligado
porque su contenido no se adecua a los nuevos valores que parte
del grupo ha incorporado y con los que se identifica. Como consecuencia
el continente se pierde, esa fuerza agregativa se debilita y no
consigue generar cauces de afectividad entre los miembros, que
ya no se identifican unos con otros.
Al principio del
artículo apuntaba al cambio que se ha producido en la modalidad
de mano del Juego de Pelota. Decía que una gran parte de
los espectadores que acuden a presenciar un partido de pelota
han encontrado en él valores que no estaban presentes anteriormente
en ese espacio y que sin embargo han acabado imponiéndose.
De esta manera, se ha conseguido que sectores más amplios
de población se identifiquen con lo que allí acontece.
Varias veces a lo
largo de la Historia de la Pelota se ha producido este fenómeno.
Ha habido periodos de florecimiento, de adecuación del
juego a los valores que el grupo sentía como propios, y
periodos de decadencia, de imposibilidad de identificación
con aquello que el juego representaba. Momentos calientes, de
gran flujo de emotividad y cohesión comunitaria,
y momentos fríos, de desmembramiento y
de incomunicación entre los actores. Así ocurrió,
por ejemplo, con el cambio de estructura en el juego –el paso
del juego a largo (5)
al blé (6) -, que
nació en la primera mitad del siglo XIX pero que no se
impuso hasta finales de ese siglo; con la incorporación
de un elemento nuevo en el espacio de juego –la pared izquierda-
ocurrido en la segunda mitad del XIX; y otro tanto con la invención
de la cesta punta a finales del XIX.
En la actualidad,
con constantes retransmisiones televisivas y un gran seguimiento
por parte de los medios, la mano está adquiriendo un protagonismo
impensable veinte años atrás. Gente que nunca ha
seguido este deporte se está revelando ahora como auténtico
pelotazale, comentando en los bares las incidencias de
los partidos, el momento de forma de los pelotaris, alguna que
otra información extradeportiva sobre el fenómeno
etc.
El tratamiento que
se le está dando a la información sobre la Pelota
es similar a la de otros deportes. Se habla de las empresas, de
los contratos, de las lesiones de los pelotaris, de las incidencias
del juego, y se ofrecen estadísticas detalladas sobre las
jugadas y los tiempos del partido. Además, se comenta y
escribe también sobre el comportamiento del público;
si anima a tal o cual jugador, a favor de quién está
la apuesta, cómo varia etc.
Esto es reflejo también
de lo que ocurre en el frontón. Hemos hablado al principio
del tipo de espectador que acoge la Pelota y no vamos a repetirlo
pero sí queremos recuperar la frase con la que hemos empezado."Una pitada en el frontón es lo más
feo que hay, no han sido más que un grupo de chavales".
Ésta enuncia sin duda el momento en el que se encuentra
el público de la Pelota. Se conoce lo que es tradicionalmente
propio del espectador pelotazale y como tal lo expresa
el pelotari en esta frase. Sin embargo, lo que está ocurriendo
es que se están importando los comportamientos de otros
deportes, porque ellos también reflejan los valores que
están primando en la comunidad que acude al frontón,
que nos es más que parte de la sociedad vasca en general,
que concurre también en otros recintos deportivos.
Hoy en día,
en la Pelota se está primando con el omnipresente aplauso
el deporte competitivo de ejecución racional. Atrás
quedo la sacrificada construcción del tanto. Tradicionalmente
en Pelota el aplauso era reservado para la buena ejecución
del tanto, y se censuraba con gestos o comentarios de reproche
el aplaudir un fallo. En la actualidad, en mano, se aplaude la
consecución de todos los tantos, sean buena o fallo, puesto
que el valor primordial, aquel que mejor refleja la sociedad actual
es la búsqueda del triunfo, el ganar por encima de cualquier
otra consideración.
Por tanto, concluimos
que toda acción ritual, para que sea efectiva identitariamente
hablando, debe compartir un corpus de valores con la comunidad
a la que representa y que esta adecuación entre los valores
expresados por el ritual y los participantes en él depende
del momento histórico que la comunidad atraviese. La mayor
parte de las culturas no son islas, están afectadas por
ese "espíritu de la época" que lo inunda
todo y que está a su vez cargado de valores. Muchos de
ellos traspasan varias culturas, especialmente hoy en día.
Es innegable que hay valores propios de la cultura, pero aparecen
imbricados también con los propios de la época,
que en ciertos momentos son más influyentes que los anteriores.
Por tanto, para que sea efectivo, para que provoque emotividad,
los valores que el ritual expresa deben adecuarse al momento que
atraviesa la cultura concreta.
En definitiva, para
que la emotividad se produzca creemos fundamental que el ritual
exprese una serie de valores con los que la comunidad
se identifique. Del mismo modo, consideramos que es esa corriente
de afectividad la que posibilita la propia comunidad, puesto que,
como explica Eugenio Trías (7),
sólo un suceso pasional, algo que padecemos, nos permite
conocer y actuar y es gracias a esa constante acción performativa
como la comunidad se funda. Una comunidad que se concentra y celebra
a sí misma en aquellos lugares donde aflora la emoción
por lo percibido. En el caso estudiado, la Pelota Vasca, el frontón
es uno de esos lugares y por tanto es posible, tal y como se ha
procurado mostrar con este artículo, identificar en él
esos valores e intentar comprender cómo y porqué
mutan.
(1)
Este cambio reseñable de comportamiento se localiza principalmente
en la modalidad de mano en Hegoalde, que ha sufrido un avance espectacular
en aficionados en parte gracias a las retrasmisiones televisivas.
(VOLVER)
(2) El corredor o artekari es el encargado
de casar las apuestas de los espectadores y estipular cuál
es el momio apropiado en cada momento. (VOLVER)
(3) Maffesoli, El Tiempo de las Tribus. ICARIA
ed.; Barcelona, 1990: p. 36. (VOLVER)
(4) Idem, p.82. (VOLVER)
(5) Se llama "juego a largo" a aquellas
modalidades de juego directo, en las que los pelotaris se colocan
unos enfrente de otros y se lanzan la pelota alternativamente (como
en el tenis). (VOLVER)
(6) La voz "blé" se refiere al
juego de pelota contra pared. Aquel en que dos pelotaris, parejas
o tríos juegan alternativamente con la mediación de
un muro. (VOLVER)
(7) Trías,
E. Tratado de la Pasión. Ed. Taurus; Madrid, 1984
(VOLVER)
Olatz González
Abrisketa, becaria FPI del Gobierno Vasco |