La mujer y el hecho biológico de la reproducción
Junkal Peña Othaitz

La capacidad reproductora es en esencia uno de los ejes primordiales sobre los que se mueve la evolución de los seres vivos. La selección natural no actúa sobre el más apto, sino sobre el más apto de los que se reproducen (Carrobles, J. A., 1990), pues los genes del individuo más capacitado morirán con él y no podrán contribuir en nada a la evolución de la especie, a no ser que esos genes pasen a las siguientes generaciones por medio de la reproducción. Por lo tanto, los seres vivos cuando llegan a la edad adulta, entran en la vorágine de busca de pareja con la que tener descendencia, movidos bien por el instinto de conservación de la especie o bien por el de la perduración de los propios genes. Sea cual sea la razón por la cual se reproduzcan, lo cierto es que con ello consiguen que perduren o, mejor dicho, puedan perdurar las informaciones escritas en sus genes, así como la continuación de la especie a lo largo del tiempo, es decir evolucionar.

Para asegurar en mayor medida el éxito reproductivo, los animales presentan unas épocas de celo, en las cuales por medio de olores, marcas, etc. saben cuando ocurre la ovulación en la hembra y así asegurar que después de la realización de la cópula tendrá lugar la fecundación del óvulo y consiguientemente el nacimiento de nuevos seres, logrando su continuidad en el tiempo.

Sin embargo, la ovulación de las hembras humanas es oculta, es decir, ni la propia mujer sabe en que momento ocurre la ovulación, cuando es fértil, a no ser que realice una serie de cálculos.

La no existencia de épocas de celo o estro en la especie humana, conlleva el que el acto sexual humano tenga dos funciones: por una parte la consecución de la reproducción de la especie y por otra el disfrute sexual en sí, interpretado por algunos como un hecho claro de que se halla también al servicio de la vinculación de pareja (Eirl-Eibesfelt, I., 1993).

En muchos casos se analiza la existencia del placer sexual, presente en muchos animales, como una forma de "incentivar" a los individuos a realizar el acto sexual para conseguir su propósito reproductor. Bajo este prisma, la ovulación oculta de las mujeres en la especie humana, conllevaría un aumento en el grado de placer sexual para conseguir que el número de relaciones sexuales aseguren que alguna de ellas sea reproductora.

Lo que parece deducirse de lo anterior es que la sexualidad humana da un salto evolutivo con respecto a otras especies animales, próximas incluso a nosotros, debido a la característica femenina de la ocultación de la ovulación. Aunque en algunas especies de primates (orangután, gorila) es imposible relacionar la ovulación con la actividad sexual (López Sánchez, F.; 1997), la ovulación no es oculta.

La sexualidad humana, por lo tanto, tiene razón de ser en sí misma. La hembra humana al perder su capacidad de ser consciente de su ovulación, no puede saber cuando es fértil. En las sociedades occidentales al ir a la escuela comienza a ser consciente de lo que suponen las menstruaciones, de lo de los ciclos de 28 días, etc. ¿Pero desde cuando sabe la humanidad todo esto? Existen hoy en día ciertas culturas que todavía no relacionan el coito con el embarazo, pensando que este último es cuestión de la acción divina. Cabe pensar, que sin estos conceptos aprendidos recientemente, la mujer lo que debería de perseguir es la obtención del placer sexual a la cual biológicamente esta "enganchada", y a través de dicha búsqueda del placer la evolución ha conseguido que nos reproduzcamos.

Debido a la importancia de la reproducción en la evolución de las especies, los animales tienden a conservar su capacidad reproductora hasta el final de sus vidas, perdiéndola poco antes de morir o muriendo poco después de perderla. Esto parece cumplirse tanto en animales poco desarrollados como en animales superiores, como por ejemplo el hombre. En el caso de la mujer, nos encontramos de nuevo con otro salto evolutivo ya que conserva la vida durante varios años después de haber perdido su capacidad reproductora, siendo este período más prolongado en las mujeres de las sociedades occidentales

Debido a diversos factores, la especie humana ha conseguido prolongar su longevidad, pero mientras el hombre al hacerlo ha prolongado su época fértil, la mujer parece mantener su época de fertilidad con la misma duración y prolonga su duración de vida en estado infértil. Por lo tanto, la infertilidad femenina, deja de ser exclusivamente consecuencia de enfermedad para convertirse en una característica evolutiva, siendo la única hembra de todo el reino animal que presenta esta característica.

Si tenemos en cuenta que la vida media de la mujer por ejemplo en Euskadi es de 82 años, una mujer que vive hasta esa edad pasa un 63’41% de su vida en época no fértil, 14 años antes de su madurez reproductora y 38 años después de haber perdido dicha capacidad, mientras que sólo 29 años de su vida corresponden a la época reproductora. Esto por supuesto es válido para las sociedades occidentales, ya que en muchos países las mujeres tienen una longevidad menor.

Las razones por las que la biología de la mujer no haya evolucionado en el sentido de aumentar el número de años fértiles pueden ser numerosas y no es la finalidad de este escrito, sin embargo si quiero resaltar por una parte, el diferente camino evolutivo seguido por hombres y mujeres en este sentido y el hecho que la mujer pasa gran parte de su vida en estado de infertilidad, y solamente durante el 35-40% de su vida, aún estando en edad fértil, podrá o no reproducirse, es decir, ser madre (Peña, 1998).

Sin embargo, hasta hace bien poco, y todavía en ciertas culturas, se le ha considerado a la mujer incapaz de sentir placer sexual, considerándola exclusivamente como reproductora.

La evolución cultural, que en el ser humano tiene mayor fuerza que la biológica, ha tratado casi siempre de ignorar que la infertilidad es tan femenina como la fecundidad. Que la infertilidad es algo intrínseco al ser mujer y no un período negativo o una carencia. La sociedad apremia a aquellas parejas que no tienen hijos biológicos a que los tenga y constituya una familia (Warnock, 1984; en Stolcke, 1998). No entra en nuestras cabezas que alguien pueda no querer tener hijos biológicos y menos si es mujer.

Viendo que la superpoblación humana es uno de los problemas mayores a los que se enfrenta este siglo y sabiendo que la reproducción basada en el instinto de supervivencia no tiene ningún sentido en nuestra especie, parecería lo más lógico que la racionalidad del ser humano hubiera evolucionado en otro sentido.

Antes de reconocer que el ser madre no es igual a ser mujer sino un estado alcanzable exclusivamente en una época de la vida de ésta, se quiere hacernos creer que la infertilidad es una enfermedad, un fallo de la naturaleza humana, que impide el desarrollo integro de toda mujer, por lo que la clínica medica propone a las parejas infertiles que se sometan a las nuevas técnicas de reproducción asistida e intenten tener hijos biológicos cueste lo que cueste (Alda, C. y col. ; 1996). Se está tratando de que mujeres que ya no pueden tener hijos por medios naturales se sometan a las nuevas técnicas de reproducción y tengan descendencia a edades avanzadas. Las sociedades occidentales están presionando a la mujer, en aras a paliar, de alguna forma, el descenso de la natalidad habido en estos últimos años, para que tengan hijos a cualquier edad, ¡hoy en día todo tiene solución!. Parece que de algún modo quieren responsabilizar a la mujer del envejecimiento de las sociedades occidentales.

Con las técnicas de "Tecnorreproducción", la época de fertilidad, que por naturaleza constituye un período inferior a la mitad de nuestros días, se convierte en algo que puede perseguirnos hasta entrados los primeros años de la tercera edad. Toda mujer al acercarse a los últimos años de su época fértil e influenciada, en parte, por la errónea concepción social de mujer = madre, tiene que tomar la no siempre fácil decisión, de tener o no descendencia.

Sería mejor, en lugar de intentar que la mujer prolongue su período reproductor hasta edades más avanzadas, para que así cuadre con nuestra idea de mujer = mujer reproductora = madre, asumiésemos que la infertilidad femenina supone una aptitud más entre las muchas que tienen las mujeres, y orientásemos todos nuestros esfuerzos hacia una educación sexual para el desarrollo de la mujer en toda su plenitud.

BIBLIOGRAFÍA

ALDA, C.; R. BAYO-BORRÁS; N. CAMPS; G. CÁNOVAS SAU; M. SENTÍS Y E. SENTÍS, (1996): Maternidad y técnicas de reproducción asistida: una perspectiva psicoanalítica. Ediciones cátedra, Universitat de Valencia, Instituto de la Mujer.

CARROBLES, J. A. (1990): Biología y Psicofisiología de la Conducta Sexual. Ed. Fundación Universidad-Empresa, Madrid.

EIRL-EIBESFELT (1993): Biología del comportamiento humano. Manual de etología humana. Alianza Psicología, Madrid.

LOPEZ-SANCHEZ, F. (1997): Afecto y Sexualidad. Avances de Sexología, Ed. J. Gomez Zapirain; Servicio Editorial de la UPV/EHU, San Sebastián.

PEÑA, J. (1998):Educación Ambiental y tecnorreproducción. Pedagogía Social, nº2 Segunda época, 109-120.

STOLCKE, V. (1998): El sexo de la Biotecnología; Genes en el laboratorio y en la fabrica, coordinadores Duran, A. Y Riechmann, J; Ed. Trotta, Madrid.


    Junkal Peña Othaitz, UPV/EHU

Euskonews & Media 150.zbk (2002/1/11-18)


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