|  
 La 
 quiebra de la soberanía navarra en Álava, Guipúzcoa 
 y el Duranguesado no puede atribuirse exclusivamente a la campaña 
 militar de Alfonso VIII de Castilla y su ejército en 1199-1200. 
 Estuvo precedida de acontecimientos que comenzaron mucho tiempo 
 antes y se acumularon durante casi un siglo, por lo menos desde 
 1113, si no antes. Su acumulación, al igual que el exceso 
 de aguas de lluvia en las laderas de los montes, provocó 
 la quiebra o ruptura del dominio navarro sobre estos territorios, 
 trabajosamente articulado a  lo 
 largo de dos siglos de vaivenes. 
 	La actuación 
 de Alfonso I el Batallador modificó substancialmente las 
 líneas maestras del régimen constituido a raíz 
 de 1076 y basado en la alianza de la monarquía castellana 
 con la nobleza riojana y vascongada. El deseo de reintegrar la 
 Rioja Alta a la esfera pamplonesa supuso un primer enfrentamiento 
 con parte de esta nobleza, que condujo a la hostilidad permanente 
 entre la casa de Haro, desplazada del gobierno de la Rioja Alta 
 y luego de Vizcaya, y la monarquía navarra. 
	En 1134 Castilla 
 recuperó el control de La Rioja y creó un sistema 
 de vasallajes en el que quedaron encuadrados por separado tanto 
 los reyes de Pamplona como el linaje alavés de los Vela, 
 principal soporte del poder de éstos en tierras vascongadas. 
 Esta situación debilitó a la monarquía pamplonesa 
 y menoscabó su autoridad incluso entre los linajes vascongados 
 que la apoyaban, que siempre consideraron a Castilla como una 
 opción más ventajosa para su encumbramiento social 
 y para el provecho de sus territorios. Castilla, que llegó 
 a controlar en algún momento Álava, prefirió 
 no forzar la situación, consciente de que era mejor para 
 ella la consolidación de un reino de Pamplona que fraccionaba 
 el poder político en el valle del Ebro y al que podía 
 controlar.  
	 La 
 ruptura del vasallaje que el rey de Pamplona prestaba a Castilla, 
 explicitada en 1162, fue un proceso complejo, que traía 
 causa en una nueva formulación de la monarquía, 
 basada más en la proyección territorial de la soberanía 
 que en su proyección personal. Sancho VI el Sabio asumió 
 conscientemente la nueva intitulación de rey de Navarra 
 como expresión de esta mutación de su realeza. Además 
 de fijar con nitidez un territorio concreto sobre el que se proyectaba 
 esa soberanía, implicaba un ejercicio más intenso 
 del poder real en todo su ámbito. Castilla no aceptó 
 la ruptura del vasallaje y menos aún el ataque navarro 
 que se produjo a continuación y que permitió a Navarra 
 recuperar parte de La Rioja y la práctica totalidad del 
 País Vasco.  
	Estos nuevos 
 planteamientos condujeron necesariamente a un largo enfrentamiento 
 entre Navarra y Castilla por la inclusión de estos territorios 
 en sus respectivos reinos, concebidos como espacios soberanos 
 nítidamente diferenciados, que no eran susceptibles de 
 encabalgamientos ni de vasallajes múltiples. El resultado 
 fue la fijación de la frontera entre ambos reinos, que 
 supuso el reconocimiento mutuo de ambas instancias soberanas, 
 lo cual implicaba la negación de cualquier otra. El territorio 
 vascongado no era, por tanto, sujeto de soberanía, sino 
 objeto de reparto entre dos soberanías, la de Navarra y 
 la de Castilla. El tratado de paz de 1179 implicó el trazado 
 de una frontera artificial en el territorio vasco: casi toda Vizcaya 
 quedó dentro de Castilla, mientras que Navarra retuvo Álava, 
 Guipúzcoa y el Duranguesado. 
	Al igual que 
 a principios del siglo XII, al final de la centuria los planteamientos 
 políticos de la monarquía navarra chocaron con la 
 aristocracia de los territorios vascongados, que no admitió 
 ni el proceso de urbanización que los reyes navarros impulsaron 
 en Álava y Guipúzcoa ni la reorganización 
 del territorio en distritos reducidos, encomendados tanto a nobles 
 autóctonos como a navarros. El conflicto, que ya se insinuaba 
 en 1179, fue tomando cuerpo conforme se producían estos 
 cambios en las dos décadas siguientes.  
El estudio sistemático 
 de las tenencias constituidas en Álava y Guipúzcoa 
 entre 1180 y 1200 y de las personas que las dirigieron demuestra 
 la progresiva introducción en ellas de nobles navarros 
 y el desplazamiento de la nobleza vasca, que vio mermado su poder 
  político 
 y social. En la periferia meridional de Álava se distinguen 
 tres tenencias: Buradón-Portilla, Laguardia-Marañón 
 y Punicastro-Antoñana. Estaban en manos de dos linajes 
 de la nobleza alavesa conocidos desde mediados del siglo XI, los 
 descendientes de Álvaro Díaz (el llamado "conde 
 Marcelo"), representados por Álvaro Muñoz, 
 y los Piérola, presentes a través de Pedro Ramírez 
 y Gómez Martínez. A partir de 1188 fueron sustituidos 
 por nobles navarros o riojanos al servicio de Navarra. En el corazón 
 de Álava y en Guipúzcoa se distinguen cinco tenencias: 
 Vitoria, Záitegui, Treviño, Arlucea y el resto de 
 Álava y Guipúzcoa (con sede en Aizorroz). Inicialmente 
 linajes de la nobleza alavesa (Vela, Piérola, Mendoza, 
 Álvaro Muñoz) controlaban cuatro de estas tenencias; 
 sólo Arlucea estaba en manos de nobles navarros. Los cambios 
 se iniciaron en 1184 y prosiguieron en 1187-1188, aunque no fueron 
 lineales y, en algunos momentos, los nobles alaveses recuperaron 
 cuotas de poder. A partir de 1194, coincidiendo con el inicio 
 del reinado de Sancho VII, se produjeron nuevas sustituciones 
 de nobles alaveses por navarros. En 1199 se desgajó la 
 tenencia de San Sebastián del resto de Álava-Guipúzcoa, 
 y se encomendó a un navarro. Entonces sólo una de 
 estas tenencias, la de Záitegui, estaba en manos de un 
 noble alavés, encuadrable en el clan de los Mendoza, pero 
 fiel a Navarra.  
  |  
| Arlucea. |  
 
	Mientras que 
 Navarra consideró el tratado de 1179 como una solución 
 definitiva, Castilla no lo aceptó como tal y se limitó 
 a esperar una coyuntura diplomática adecuada para intervenir 
 en los territorios vascongados. La reactivación del conflicto 
 estuvo condicionada por los avatares de la política peninsular 
 en su conjunto. La inclinación de Sancho VII hacia los 
 almohades provocó su aislamiento, cuando los demás 
 reinos cristianos españoles decidieron aliarse ante el 
 peligro almohade (1196). La posterior alianza entre Castilla y 
 Aragón (1198) abrió paso a la intervención 
 castellana de 1199-1220. 
	La campaña 
 militar de Alfonso VIII en 1199 tuvo como objetivo prioritario 
 Álava, donde la resistencia se limitó a la ciudad 
 más importante, Vitoria, y a dos castillos, Treviño 
 y Portilla, sedes de otras tantas tenencias navarras. El rey castellano 
 obtuvo las fortalezas del resto de Álava y Guipúzcoa 
 mediante negociaciones con los responsables nobiliarios de ambos 
 territorios y quizás con juntas nobiliarias, que pudieron 
 obtener del rey castellano la detención del proceso urbanizador 
 y la aceptación de un estatuto peculiar para Álava, 
 dentro de un contexto de aceptación plena de la soberanía 
 castellana. En estos acontecimientos jugó un importante 
 papel la inclinación hacia Castilla de los grupos dirigentes 
 de estos territorios. 
  |  
| Portilla. |  
 
	Navarra, ante 
 la evidencia del carácter irreversible del hecho, tuvo 
 que aceptarlo (treguas de 1201, 1202 y 1207) y aprovechó 
 coyunturas excepcionales, como la derivada de la batalla de las 
 Navas de Tolosa (1212), para recuperar algunas posiciones y hacer 
 algunos retoques fronterizos: cuatro castillos en el reborde montañoso 
 de la Rioja Alavesa (Buradón, Alcázar o Toloño, 
 Toro y Marañón). En 1204 Alfonso VIII, al borde 
 de la muerte, se planteó una restitución parcial 
 de algunos de los territorios conseguidos en 1200, en concreto 
 la franja del noreste de Guipúzcoa (entre Fuenterrabía 
 y Arano) y casi toda la Montaña Alavesa, a cambio de que 
 Navarra reconociera la pérdida del resto. En modo alguno 
 se planteó una restitución total y el plan quizás 
 no pasó nunca de proyecto, sin que fuera ni siquiera planteado 
 ante la corte navarra, puesto que la recuperación de Alfonso 
 VIII hizo innecesaria la restitución. 
  |  
| Sierra 
 de Toloño. |  
 
Más adelante, 
 aunque la administración navarra conservó los datos 
 del asunto, en muy pocas ocasiones pudo hacer uso de unas reivindicaciones 
 muy teóricas y, cuando lo hizo (1234, 1366), se limitó 
 a reclamar Álava y Guipúzcoa, que era tanto como 
 reconocer la legitimidad de la frontera de 1179, basada en el 
 reparto de los territorios vascongados entre dos soberanías, 
 la de Navarra y la de Castilla.  Luis Javier Fortún Pérez 
 de Ciriza, Doctor en Historia. 
 Archivero-bibliotecario del Parlamento de Navarra 
 Fotografías: Enciclopedia Auñamendi |