Vivencia de Remigio Mendiburu
Juan Pablo Huércanos

Remigio MendiburuEl cumplimiento, el pasado 15 de abril del año 2000, del décimo aniversario de la muerte del escultor y activo agente de la cultura vasca Remigio Mendiburu (Hondarribia, 1931; Barcelona, 1990), introdujo una cuestión que resultó inquietante. ¿Qué contenido permanece en la memoria de los hombres que, un día, formaron parte de la vanguardia intelectual de un país? ¿Qué perdura del legado intelectual de Mendiburu, voz insustituible de la renovación artística emprendida en el País Vasco durante los años sesenta? Qué ha permanecido, en definitiva, de este autor algo escurridizo, de convicciones profundas, inabarcable a veces, responsable de unas resoluciones formales tan intensamente arraigadas en la cultura de su entorno y, a la vez, asombrosamente singulares.

Dentro de este propósito revisionista la celebración de un curso de Verano, situado en el del marco de la Universidad del País Vasco, resultaba una herramienta absolutamente necesaria para, además, recuperar el vínculo de este autor con la cultura vasca. Así lo entendieron el escritor Félix Maraña y quien esto suscribe, que plantearon esta acción determinante para esclarecer estas respuestas y plantear otros interrogantes que prolongasen la discusión, hasta crear una mirada horizontal en el desarrollo de la cultura vasca de la época y las expresiones formales de la escultura de la segunda mitad del siglo XX. El monográfico Remigio Mendiburu. Devenir y origen. Naturaleza, etnografía y renovación formal en la escultura contemporánea transcurrió a través de la conciencia individual de este creador, miembro del Grupo Gaur de la vanguardia vasca de los años sesenta y que desarrolló una intensa labor creativa a lo largo de más de tres décadas, en las que demostró una fascinante capacidad para cambiar de registro, medio y formato.

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Los directores del curso jugaban con cierta ventaja; conocían algunas de las respuestas o, por lo menos, las intuían. Pero no así el conjunto cultural vasco, que había retenido de Mendiburu la idea del escultor de la madera, y quizás pedido otros contenidos. Ese es, precisamente, el primer estereotipo que resulta absolutamente necesario franquear a la hora de entender la trayectoria de un hombre que entendió la creación, no como un laboratorio de formas, sino como un modo de acción directa sobre su entorno. Y que, para ello, asumió su condición de escultor, convencido del papel determinante que juega del artista para poder forjar en libertad la identidad de un pueblo.

Remigio Mendiburu es un autor marcado, de manera dramática, por el tiempo que le tocó vivir. Hijo de una familia de vascos republicanos que se vio obligada a exiliarse para poder salvar su vida, desde muy joven sufrió las consecuencias de la huida forzada, la penuria económica y la identificación de la subsistencia con un esfuerzo sobrehumano, que se traspasaría después a su escultura musculosa. La identificación con la naturaleza y la cultura popular sentarán las bases de una obra que es el resultado del trabajo con los materiales y las formas de su entorno. Mendiburu es un escultor que rápidamente asume que las formas pertenecen a la colectividad y que su labor es sacarlas a relucir. Una suerte de misión con su cultura, que asumió a lo largo de toda su vida, pese a sentir, en algunos momentos, que esa sociedad para la que trabajaba no le reservaba ningún lugar.

Pero esa voluntad no se traduce en Mendiburu en un continuismo formal con lo existente, sino en un trabajo de investigación de vanguardia, que no por ello, declina su origen. Mientras el espacio es la fascinación temática de sus contemporáneos Oteiza y Chillida, Mendiburu contempla la materia de los cuerpos y esculpe sus procesos de composición. Desde su taller decide no hacer vivencia de las teorías, sino teoría sobre sus propias vivencias ("el arte es más libre que la propia libertad", señala el autor), al tiempo que asume que el arte y la cultura, como el ser humano, encierran una gran incógnita en su identidad. Así desarrolló su viaje iniciático a través de la creación, paralelo a la evolución de la cultura que renacía de las cenizas en los años sesenta, setenta y ochenta.

"A mí no me interesaba sino ahondar en unas problemáticas que desconocía, poderlas vivir y constatar", aseguró el propio autor respecto a su creación. "No me interesaban las teorías sobre el arte, sino la propia vivencia y el descubrir las cosas. Lo que quiero definir son los fenómenos que se dan en una aventura, en un acontecer, desde el propio ser". Siempre lo dejó claro: "Detesto la forma que tiene que tener algo de antemano".

MunduaLa constante del autor-aventura enfrentado a las incógnitas que le asaltaron es uno de los rasgos característicos de su obra, que se debate constantemente en la búsqueda de nuevas respuestas a preguntas planteadas desde el interior de su trabajo. Hay dos aspectos esenciales ligados al trabajo de este artista y que permanecen muy relacionados entre sí. Uno, que las obras se construyen desde su propio interior, del nudo gordiano de la materia, y que se desarrollan en función de su proceso de elaboración, de su tiempo interno y esencial. No son, por tanto, intentos de dominación a golpe de hacha y fuego, ni tampoco experimentos estilizantes del laboratorio de las formas. Eso explica que se revelen como figuras de dimensión ancestral y a la vez depurada, sorprendentes por insólitas y con gran fuerza interior. Como en el espíritu de zen, es el interior lo que determina el exterior y no a la inversa. Una segunda cualidad, muy ligada a ésta, es el constante cambio de registro de sus trabajos. No hay idea coherente de estilo que define y represente el trabajo de Mendiburu. El autor rechazó siempre esa idea de uniformidad, por considerar que vulneraba la esencia íntima de una obra que partía de la singularidad diferenciada de materiales, encuentros y circunstancias vitales.

La propia evolución del autor se refleja en la evolución de obras que pasan de su factura en hierro a grandes bloques de madera, al pionero y experimental trabajo de fusión del cemento con la madera, hasta seguir los caminos del alabastro, la pintura, las tintas, el poliéster o la fibra de vidrio. Sus realizaciones cinematográficas y Piedrasus proyectos que plantearon soluciones de continuidad entre la escultura y arquitectura (Dado para 13, Tenerife) añaden la fascinación innata a la obra de este escultor, que más allá de su trabajo de taller, se reveló como un intelectual con una continua necesidad de manifestarse sobre lo que sucedía a su alrededor. La reciente aparición (tal y como quedó patente en el Curso de Verano) de un gran número de textos y escritos diversos revela esa gran capacidad de reflexión acerca de la práctica artística y la situación cultural y política de su país. Una reflexión que parte de la convicción de la necesidad de contribuir, desde la mirada crítica, a la construcción identitaria de un pueblo que emergía culturalmente tras la dictadura.

Su labor colectiva más evidente se tradujo en la participación activa en la constitución y las acciones derivas del Grupo Gaur, dedicadas a difundir entre la colectividad las nuevas realidades del arte contemporáneo. Su permanencia en ese grupo y el trabajo en común con estos autores precedió una trayectoria individual que le llevó a tomar parte en todas las muestras de escultura realizadas en el Estado en la década de los setenta, a resultar seleccionado para la Bienal de Venecia (1966), La Trienal de Escultura en París (1977), a participar de la feria de escultura Mille 3 en Chicago (1984), su proyecto, finalmente frustrado por injerencias externas, de la construcción del Monumento al Pastor Vasco en Reno, junto con Larrea y Basterretxea; y en el proyecto Hostoa (1986) que facilitó la presentación de sus obras por Alemania y las Baleares. Sus obras públicas como Viento y Ruido del Abismo, la escultura que flanquea la entrada de la sede de la Kutxa en Donostia; Herri Txistu Otza, en el número 1 de Avenida de la Libertad de esta ciudad, su Monumento a la Unión de los Pueblos (Pasaia-Hondarribia), o Txoria (Hondarribia), forman parte de la memoria colectiva de este país (Mendiburu es también autor de la escultura del Premio Manuel Lekuona que entrega Eusko Ikaskuntza).

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Estas son algunas vertientes públicas de un autor que buscó siempre canales de comercialización para el arte, aunque mostró una postura muy crítica con los ya existentes. El sistema de galerías y la mercadotecnia asociada a la socialización del arte fue algo que Mendiburu vivió como incompatible con la creación libre y que siempre criticó. Eso explica también que su memoria haya quedado algo difuminada, por encontrarse algo alejada de los parámetros de aceptación social, ligados al funcionamiento del mercado. Y no tanto por su riqueza y su capacidad para plantear preguntas y poner en cuestión algunos dogmas.

Estos son, también, algunos de los contenidos, quizá esenciales, que se encuentran detrás de la trayectoria personal y artística de un hombre singular, fallecido prematuramente en Barcelona tras una prolongada dolencia hepática, dotado de una gran capacidad para sortear las dificultades y concentrar sus necesidades expresivas. Los proyectos actuales de revisión de su legado, completado con la próxima publicación de los contenidos expuestos por los profesores, poetas, escritores, arquitectos y cineastas que participaron en el reciente curso de la Universidad, ayudarán a que el futuro de Mendiburu resulte más despejado y compartido.


Juan Pablo Huércanos, periodista
Fotografías: Foto Remigio Mendiburu, Enciclopedia Auñamendi, Ref. "Euzkadi" 1982-nº17 y fotos de su obra de la página web
www.geocities.com/Paris/LeftBank/9432/ 

Euskonews & Media 149.zbk (2002 / 1 / 4-11)


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