Si
damos un vistazo a la historia de la elaboración de productos
alimentarios, vemos que el futuro artesanal de dicho sector es
ciertamente preocupante.
En un principio,
a la persona que con un sencillo útil se dedicaba a producir
productos de su oficio manualmente, se le llamaba artesano; no
habiendo hasta hace un par de siglos más técnica
que la artesanal.
Han sido dos
los motivos de la iniciación de la decadencia de la artesanía
tradicional: el maquinismo, con la electricidad y los medios de
transporte, que han posibilitado el traslado de mercancías
por todo el estado.
Hasta hace un
par de siglos, no existían las diligencias, y el transporte
era marítimo o por medio de caballos. Por costes, era impensable
el transporte de productos en el interior del estado, por lo que
había artesanos en todos los pueblos, para la producción
de productos para su entorno.
Entre los artesanos
de la alimentación, pienso que el más importante
ha sido el confitero, que ha evolucionado al mismo ritmo que la
sociedad.
El inicio del
oficio de cerero
confitero lo sitúo
en el siglo XIV, época de ausencia del azúcar en
sus obradores –presente en las apotecas como terapia- siendo sustituido
por la miel, que también aportaba cera.
Hasta el siglo
XVII, la labor más importante del confitero era la elaboración
de velas y ezkobildus para las argizaiolak, por
las creencias y necesidades litúrgicas, además de
la iluminación doméstica. Por razones económicas,
la producción dulcera era solamente testimonial. El oficio
de cerero confitero ha venido unido a la abeja, al suministrar
miel y cera para su trabajo. En nuestro obrador, de joven, junto
al chocolate, pasteles, turrones, membrillos, caramelos, etc.
hacíamos velas y ezkobildus, con gran incidencia
en fiestas de la Candelaria, Ánimas, Semana Santa, Corpus,
etc.
En su evolución,
el confitero ha ido añadiendo nuevos productos elaborados
con útiles sencillos, por supuesto manuales. El chocolate
dio gran impulso a la confitería, al ser utilizado en todas
las capas sociales, como alimento nutritivo, sustituyendo a otros
alimentos. A lo largo de su historia, han sido labores propias
del confitero hacer caramelos, mermeladas, confitar frutas, hacer
ratafías y rosolis, tostar café, helados, etc.
El aprendizaje del
oficio se pagaba en onzas de oro o aportando gratuitamente el
trabajo durante 5 años, depositando una fianza por si se
marchaba antes del plazo fijado. Por la variedad de productos
elaborados, considero la confitería como la artesanía
más destacada de la alimentación.
Había más
artesanos de productos alimenticios como los panaderos, que amasaban
en Tolosa con los pies, aliviando el duro amasado con las manos.
Las múltiples sidrerías con sus tolares y
kupelas. La elaboración artesanal de quesos, barquillos,
chorizos y chistorras y los conventos dedicados a elaborar hostias
para la consagración...

Expondré brevemente
mi pesimismo por el futuro de la artesanía alimentaria.
Con la llegada del
maquinismo, electricidad y transportes competitivos, muchos oficios
artesanales van camino de su desaparición, sobre todo los
productos de larga duración como el chocolate, caramelos,
mermeladas, etc...
Cuando era joven,
por los años 1950, éramos cientos los chocolateros
en el pueblo vasco que hacíamos chocolate, tostando el
cacao y moliéndolo con el azúcar. Hoy se pueden
contar con los dedos de una mano. Se han cerrado pequeños,
medianos y grandes. Muchos recordarán las marcas Loyola,
Garaicoechea, Ezquerra, Chocolates Bilbaínos, Louit, Suchard,
Elgorriaga, etc.. Todos se han cerrado por razones económicas.
Por la moderna tecnología
estamos comiendo el mejor chocolate de la historia, por supuesto
mucho mejor que el artesanal pasado, aunque las formulaciones
no han cambiado desde el añadido del azúcar en el
siglo XVI y la muy posterior leche polvo por los suizos.
He visitado una
planta de Bélgica en la que fabrican 450.000 kilos de chocolate
al día. Se exporta por el mundo en bloques de 1250 kilos
y a los fabricantes de centroeuropa –que han dejado de fabricarlo-
en cisternas a pie de fábrica, para posterior manipulación
de su marca. Estos monstruos, con producciones de gran calidad
y bajo coste laboral dada su tecnología, han hecho desaparecer
al chocolatero tradicional.
Y con el caramelo
igual. En todas las confiterías se hacían caramelos
de Malvavisco, anís, limón, etc. Hoy, salvo alguna
testimonial, son los grandes fabricantes los que fabrican, lo
mismo que el confitado de frutas y mermeladas con algunas de las
marcas, de excepcional calidad. En todo el País Vasco sólo
queda, que yo sepa, Hueto de Vitoria-Gasteiz, con total
calidad artesanal, cuando no hace mucho era labor de todo confitero.
Al artesano confitero
sólo le quedan los productos del día, con un futuro
cada vez más incierto, sólo hay que ver las pastelerías
que se van cerrando.

El sidrero tradicional
ha dado paso a modernas instalaciones, sólo rentables con
la venta de sus productos al exterior, tal y como ha ocurrido
con los antiguos barquilleros y monjas que hacían hostias,
que son sustituidos por grandes productores.
Hay alguna excepción
como Ujué, pueblo medieval que admiro desde joven y del
que me entusiasman sus almendras garrapiñadas. Son únicas,
con un aporte justo de azúcar y un crujir suave en la boca,
pleno de sabor de almendra tostada y crocante. Subsisten por la
gran calidad de su producto, no superada por la gran producción
y apoyadas por un turismo hacia su pueblo. Sería una pena
que desapareciera esta joya gastronómica.
Para mí,
que tengo una visión pesimista del futuro artesanal alimentario,
habrá que definir en el futuro qué es artesano,
porque no puede ser como en el pasado. Necesita una legislación
artesanal moderna.
Para bajar costos,
para producir a precios competitivos, el artesano tiene que poner
maquinaria moderna, solamente rentable si aumenta la producción,
que tendrá que vender en parte a través de otros
comercios más o menos cercanos, estando solamente autorizado
por su registro de sanidad a la venta en su establecimiento propio.
Las normas de
sanidad de la Unión Europea para adquirir registro sanitario
para venta al exterior, fuera de su comercio, son tan rígidas
que escapan económicamente a las inversiones de un artesano.
Los avances sociales
en cuanto a horas de trabajo semanales también encarecen
los productos hechos a mano, que no resultan competitivos. Por
todo ello, el futuro artesanal alimentario es incierto para mi,
aunque no dudo que quede alguno por su excepcional calidad.
¿Qué nos queda
de los cientos de artesanos de nuestros pueblos vascos? Por pequeños
que fueran Regil, Aizarna, Amezketa, Zegama, Segura, etc... tenían
su confitero que hacían velas, chocolate, caramelos, turrones,
etc... Los pueblos evolucionan, lo mismo que los oficios, y el
que no se adapta a las nuevas formas de vida, desaparece.
Hay un oficio que
no se ha considerado artesanal y que para mi es actualmente pura
artesanía con salud para rato. Me refiero a nuestros restaurantes.
Su labor es manual en la preparación de sus platos, en
productos de mercado del día. Estos sí que son artesanos
de verdad. No me refiero a las cadenas de comida prefabricada.
Este escrito lo he
hecho desde mi gran pasión por la artesanía que
he vivido y practicado y desde la triste realidad que intuyo para
su futuro.
Fotografías:
Del libro editado por la Diputación Foral de Álava
"Artesanía Vasca. Euskal Eskulangintza"
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