El
pasado mes de febrero, la Cámara de Gipuzkoa me invitó
a tomar la palabra en el acto que, con carácter anual,
se dedica al reconocimiento y homenaje a los artesanos guipuzcoanos.
Con tal motivo presenté una breve charla con algunas reflexiones
sobre el lugar que le cabe a la artesanía en un sistema
globalizado, y trazar algunas propuestas de actuación de
cara al futuro. El contenido de aquella intervención es
lo que a continuación se publica.
Probablemente muchos
de ustedes —personas implicadas directa o indirectamente con el
mundo de la artesanía—, hayan leído u oído
hablar de la última novela de José Saramago, recientemente
publicada en castellano, dado que constituye uno de los más
hermosos y conmovedores homenajes nunca escritos al artesanado.
En La caverna, que así se titula, la figura del
artesano, personificado en un viejo alfarero y su familia, se
nos aparece no sólo como el último eslabón
de una concepción natural del trabajo, sino sobre todo
como un modelo de existencia libre, crítico y creativo.
El libro de Saramago nos alerta sobre el riesgo de que, por la
presión de los grandes emporios o centros comerciales que
surgen por doquier en nuestros paisajes, esta forma de vida crepuscule
y con ella una de las partes más dignas de la naturaleza
humana. Veamos lo que hay de cierto en el augurio del premio Nobel
portugués.
Al inicio del tercer
milenio, la economía industrial a escala regional que ha
sido dominante en el capitalismo desde hace doscientos años,
está alumbrando un nuevo modelo de tipo financiero transnacional.
Se trata de un salto formidable, similar al que supuso el paso
de una economía rural a otra de signo industrial allá
por el siglo XVIII, pero sin precedentes tanto por la velocidad
a la que se está produciendo, como por la extensión
del conocimiento y la democratización de la información.
En lo económico,
la globalización fuerza la liberalización y mundialización
de los mercados, mientras que desde la perspectiva cultural impone
un único estilo de vida que es difundido por los medios
de comunicación hasta los más remotos rincones del
planeta. No entramos aquí a valorar lo primero, ni a discutir
si el nuevo orden favorece la prosperidad general de las gentes.
Lo que nos importa constatar es que estamos embarcados en un proceso
de pauperización cultural de preocupantes consecuencias.
Vayamos por donde vayamos nos encontramos con un mercado clónico
e impersonal donde todo el mundo viste igual, come lo mismo, asimila
la misma información, soporta la misma publicidad, tiene
los mismos ideales, cree o descree con un mismo patrón
y venera los mismos ídolos. Es la "macdonalización"
de las sociedades un fenómeno que ahoga y silencia lo singular,
lo auténtico, lo local, lo personal…
La
nueva religión ecuménica del capital que gobierna
el mundo desdeña y lamina el patrimonio cultural y social
de las distintas comunidades del planeta con tal eficacia que,
a menos que le pongamos freno, aquéllas irán desapareciendo
bajo el magma de un modelo único que acabará sustituyendo
al ciudadano por el consumidor, a la sociedad por el mercado,
a la cultura por el hábito. Tenemos que
sacudirnos del letargo si no queremos que llegue el día
en que sobre las ruinas de la antigua polis de ciudadanos libres
y solidarios que imaginaron los contemporáneos de Pericles,
se eleve un gran centro comercial lleno de mercancías pero
desierto de valores.
Sin más tardanza,
desde hoy mismo, hemos de apostar por la revalorización
de aquellos principios comunitarios que supongan un enriquecimiento
cultural de la existencia humana. Y es aquí donde entra
en juego la defensa del artesanado como nudo y verdad de la producción,
frente a los simulacros y adulteramientos que amenazan no sólo
nuestra vida cultural sino incluso la supervivencia física
de la especie (como se está viendo en la última
crisis alimenticia o en los ya palpables efectos del desequilibrio
ecológico).
A la oferta de bienes
uniformes y seriados, que tientan a lo más gregario que
hay en nosotros exigiéndonos una aceptación bovina
de lo dado, lo artesanal opone la elección libre y el diálogo
directo entre personas, amén de constituir una fuente de
conocimiento exterior y de exploración interior.
Esto hace que el
artesano esté más cerca del artista que del fabricante
industrial. Saramago lo explica hermosamente en su libro cuando,
hablando del trabajo del alfarero, dice: "no es verdad que
sólo las grandes obras de arte sean paridas con sufrimiento
y duda, también un simple cuerpo y unos simples miembros
de arcilla son capaces de resistir a entregarse a los dedos que
los modelan, a los ojos que los interrogan, a la voluntad que
los requiere".
Abrigo la esperanza
que en años venideros los paradigmas que hoy rigen nuestra
civilización serán objeto de una profunda revisión,
y que entonces lo artesanal —comprendido desde la doble perspectiva
de generación de bienes que tienen su acento en la creatividad,
y como modalidad de intercambio que refuerza lo humano frente
a lo mecánico e impersonal—, dejará de verse como
un estado infantil y arqueológico del progreso humano y
recobrará el prestigio debido a su bagaje milenario.
Pero
en tanto llega ese día, al artesano no le cabe otro remedio
que remangarse y saltar a la plaza donde se está librando
la feroz batalla del mercado. La complejidad de la época
que nos ha tocado vivir apela a la imaginación y a la audacia.
El artesanado debe evolucionar, pues evolucionar
ha sido una constante a lo largo de su historia. En respuesta
a los que creen que la artesanía permanece estancada en
el tiempo, el prestigioso sociólogo Peter Drucker
ha explicado como en la segunda mitad del siglo XVIII los menestrales,
cuyo trabajo hasta entonces estuvo envuelto en un halo de misterio
y de secreto, iniciaron una lenta pero imparable adaptación
que afectó tanto a la técnica, mediante la incorporación
de auxiliares, como a la gestión de sus talleres. De hecho,
si la artesanía sobrevivió a la Revolución
industrial fue por dos razones: bien porque muchas de sus creaciones
son objetos acabados de imposible perfeccionamiento, o bien porque
supo adaptarse a los tiempos y evolucionar mediante el rediseño
o la aplicación de nuevas tecnologías, sin desvirtuar
por eso la pureza de su trabajo. Con este mismo esquema, nuestro
artesanado debe cruzar el umbral del siglo XXI afrontando sin
complejos el momento histórico que vivimos.
* * *
Hecho este preámbulo
teórico, remataré mi intervención con un
catálogo de propuestas concretas dirigidas al sector artesanal
vasco, a las instituciones y a los propios ciudadanos. Porque
entre todos debemos respaldar una acción concertada para
situar a la artesanía en el lugar que le corresponde, que
es el de dar testimonio de la sensibilidad y de la calidad de
vida de nuestro pueblo. Una acción positiva que se despliega
en seis frentes.
1.– La formación
Es imprescindible
poner en marcha un sistema de enseñanza dotado de escuelas
o centros de formación reglados o no, que garanticen la
continuidad del sector y aseguren la renovación y actualización
de los oficios. Pero la formación debe también alcanzar
a los profesionales en activo, entre quienes hay que promover
la adquisición de unos rudimentos empresariales. Este último
aspecto conecta directamente con el segundo punto.
2.– Aplicación
de criterios empresariales
El
artesano del siglo XXI encarará el oficio con mentalidad
de empresario. Pasaron, y ya nunca volverán, los tiempos
en que el menestral no tenía más visión del
mundo que la que se abría desde los vanos de su taller.
Hoy debe conocer el mercado, pulsar el sentir de los clientes
reales o potenciales, optimizar recursos, y asesorarse en cuantos
aspectos laborales, económicos o legales puedan redundar
en provecho de su empresa. Si todavía alguien piensa que
el artesano ha de vivir en una especie de burbuja para conservar
todas las esencias del oficio, se equivoca de plano.
3.– Superación
profesional y adecuación
Particularidad que
distingue al artesanado es que no puede cambiar de oficio o de
especialidad sin serio perjuicio; a menudo, ni siquiera puede
trasladar físicamente su taller puesto que está
inmerso en un contexto cultural concreto. Pero la limitada movilidad
no está reñida con la evolución técnica
y la formación que, como dijimos, son condiciones imprescindibles
para evitar el anquilosamiento.
También el
artesano ha de ser competitivo en el mercado, lo que exige una
ambición profesional y una tensión de superación
que traducirá su interés por el quehacer de la competencia,
la investigación y estudio, la innovación y el riesgo.
Yendo aún más lejos diré que toda empresa
artesanal debería destinar una parte de sus energías
al I+D (en escala a sus expectativas, claro está). La búsqueda
de una nueva funcionalidad a objetos obsolescentes, el rediseño
o adecuación para satisfacer a una clientela más
amplia, o la aplicación de maquinarias o técnicas
que aporten una sustancial mejora a su producción, serán
objetivos del I+D artesanal.
4.– La calidad
Aceptemos que el
artesano nunca podrá competir en precios con los productos
industriales, pero sí plantar batalla en el terreno del
diseño y la calidad. Lo que hace competitivo el trabajo
del artesano es que sólo él puede ofrecer mercancías
singularizadas, únicas y específicas, ejecutadas
con habilidad e imaginación, y a las que ha sometido a
un estricto control de calidad. En la artesanía, a diferencia
de lo que ocurre en la producción seriada, no hay espacio
para la adulteración sin que ello suponga para su creador
una negación de sí mismo.
5.– Extensión
de los canales comerciales
Mucho se ha hablado
de la necesidad de crear una estructura comercial para dar salida
a las manufacturas de nuestros artesanos, pero poco se ha hecho.
Las ferias de artesanía han sido y siguen siendo plataformas
importantes, pero del todo punto insuficientes. El porvenir del
sector depende en buena medida de la extensión de canales
comerciales especializados donde los productores den a conocer
sus géneros y hagan valer su rentabilidad.
En cuanto a su inserción
en la cibereconomía, en el negocio por Internet que se
pronostica como el hegemónico para las décadas venideras,
me permitirán que muestre mi escepticismo. Lo que es virtud
en la artesanía —o sea, el contacto directo, la tridimensionalidad
palpable, la unicidad de cada creación, su raíz
cultural— actúa como rémora en el mercado bidimensional
y anónimo de la pantalla. Lo que no excluye que los artesanos
deben estar presentes en la red sin más tardanza.
6.– Apoyo social
e institucional
El esfuerzo que exigimos
al artesano para que se adapte a los tiempos, debe ser complementado
por una apuesta inequívoca de las administraciones públicas
como mediadoras entre el mercado y el productor. Algo se ha hecho,
pero no lo bastante. Tenemos que concienciar a los responsables
sobre la trascendencia que tiene la artesanía como hecho
cultural del país, hecho que además puede resultar
económicamente sustancioso. No hablo de suplicar protección
ni amparo, sino de hacer una apuesta real y en positivo para que
en la sociedad impregne la sensibilidad hacia los géneros
artesanales.
Recapitulando, estos
son los seis objetivos que a mi modo de ver han de encaminar los
pasos del sector:
-formación
de jóvenes y de profesionales en activo; -aplicación de criterios
empresariales en la gestión; -superación profesional
y adecuación; -apuesta por la calidad; -extensión de los
canales comerciales; -apoyo institucional y
sensibilización social.
Despunta con claridad
que la disyuntiva entre consumo de verdad o consumo de simulacros
será uno de los grandes debates del mañana. Se han
encendido las alarmas ante tanta mercancía adulterada,
sucedáneos, remedos, transgénicos y reciclajes.
Se impone un retorno a las fuentes naturales. Y allí es
donde beben nuestros artesanos. Hombres y mujeres que con sus
manos y con su inteligencia forjan bienes bellos y verdaderos
para provecho de sus semejantes. Eskerrik asko.
Estadista griego.
Su nombre está unido a la edad de oro de la democracia en
Atenas (siglo V a.C.). (VOLVER)
Peter Drucker es autor de un libro de referencia
titulado La sociedad postcapitalista. (VOLVER)
Fotografías: Del libro editado
por la Diputación Foral de Álava "Artesanía
Vasca. Euskal Eskulangintza" |