No
necesita ciertamente ilustraciones la narrativa de la batalla
de Pavía, en cuyo curso fué aprisionado Francisco
I de Francia. El hecho, como luego veremos, dió origen
a bibliografía abundante, siquiera las fuentes directas
no sean tantas, ni tan depuradas, como pudiera darlo a entender
la difusión que obtuvieron. No hemos de detenernos, pues,
a referir un suceso que es de todos conocido, y únicamente
habremos de fijarnos en la aclaración del momento central
del hecho, es decir, del episodio de la aprehensión de
Francisco I, determinando en la medida que sea posible dentro
de un respeto reverencial a la verdad, el grado de intervención
de quienes en aquel trance se hallaron presentes y alcanzaron
honra y provecho por la parte que tomaron en la prisión
del rey francés.
Vaya por adelantado que el heroísmo
de los aprehensores de Francisco I se nos antoja un heroísmo
ocasional, ya que la acción fué aleatoria y ajena
a la intención premeditada del agente. El aprehensor no
buscó deliberadamente al Rey, sino que el Rey se le vino
a las manos. La suerte, favoreció a un determinado personaje.
Fuese Diego de Avila, Mr. Pomperant, Alonso Pita, don Juan de
Aldana o Juan de Urbieta, su gloria fué gloria de lotería.
Con esto queremos dar a entender
que, pues el hecho no atrae mucho volumen de gloria sobre el aprehensor,
ni sobre su patria, los patriotismos no han de sentirse demasiado
estimulados para hacer granjería del suceso. Aparte, claro
está, de que en pura ciencia histórica, esos apetitos
patrióticos nada tienen que hacer, como no sea contenerse
y aun anularse.
***
La bibliografía internacional
en torno al suceso es abundantísima. Pero, si observamos
atentamente la naturaleza de esas fuentes, pronto alcanzaremos
el carácter tributario o dependiente de muchas, que nos
habrá de conducir a una prudente selección, mediante
la eliminación de las que sólo se contraigan a repetir
lo antes escrito en condiciones de mayor credibilidad por razón
de vecindad con la fecha del acontecimiento.
Así, eliminaremos, entre otras
y por lo que se refiere a partidarios de la tesis Urbieta, a Zaldibia,
Garibay, Isasti y Sandoval, aunque cuidemos de poner de resalto,
por lo que a este último se refiere, su condición
de historiador específico de Carlos I que le obliga a hacer
una escrupulosa selección de fuentes en torno a los hechos
de su protagonista. Todos los autores indicados, amén de
otros posteriores al siglo XVII, son en mayor o menor grado dependientes
de la crónica de Oznayo.
Y, para mayor garantía de
acierto, prescindiremos también de toda versión
no contemporánea del suceso, a menos que tengamos sospechas
fundadas de que en su elaboración fueran utilizadas noticias
originales coetáneas del hecho narrado. De suerte que,
hecha esta prudente eliminación y lamentando que no nos
sean conocidas algunas fuentes de escritores extraños,
la cuestión queda concretamente limitada a los textos que
vamos a reproducir, cuidando de no transcribir más que
lo directamente referido al momento de la aprehensión.
En la Relación, que pudiéramos
llamar oficiosa, extraída de las cartas de los Capitanes
del Emperador (1), se
dice: «... acudio mucha de nuestra gente y mataron el cavallo
al Rey de francia y caído en terra los alemanes lo querian
matar pero el temiendo la muerte dio boces deziendo que no lo
matasen que hera el rrey de francia, y en esto sobre vino el bisorrey
de napoles yle salbo la vida tomando lo en presyon...»
Juan de Oznayo (2)
narra el suceso en esta forma: «... Iba casi solo, cuando un arcabucero
le mató el caballo, y yéndo a caer con él,
llegó un hombre darmas de la compañía de
D. Diego de Mendoza, llamado Joanes de Urbieta, natural de la
provincia de Guipúzcoa, y como le vió tan señalado,
va sobre él al tiempo que el caballo caía; y poniéndole
el estoque al un costado por las escotaduras del arnés,
le dijo que se rindiese. El viéndose en peligro de muerte,
dijo: «La vida que soy el rey». El guipuzcoano lo entendió,
aunque era dicho en francés; y diciéndole que se
rindiese, él dijo: «Yo me rindo al Emperador». Y como esto
dijo, el guipuzcoano alzó los ojos y vió allí
cerca al alférez de su compañía que cercado
de franceses estaba en peligro; porque le querían quitar
el estandarte. El guipuzcoano, como buen soldado, por socorrer
su bandera, sin acuerdo de pedir gaje o señal de rendido
al rey, dijo: «Si vos sois el rey de Francia, hacedme una merced».
El le dijo, que él se lo prometía. Entonces el guipuzcoano,
alzando la visera del almete, le mostró ser mellado, que
le faltaban dos dientes delanteros de la parte de arriba, y le
dijo: «En esto me conoceréis»; y dejándole en tierra
la una pierna debajo del caballo, se fué a socorrer a su
alférez, y hízolo tan bien, que con su llegada dejó
el estandarte de ir a manos de franceses. Luego llegó adonde
el rey estaba otro hombre darmas de Granada, llamado Diego de
Avila, el cual como al rey viese en tierra con tales atavíos,
fué a él a que se le rindiese, el rey le dijo quien
era y que el estaba rendido al emperador; y preguntándole
si había dado gaje, él dijo que no. El Diego de
Avila se le pidió, y él le dió el estoque
que bien sangriento traía y una manopla; y apeado Diego
de Avila trabajaba sacarle debajo del caballo. Y en esto llegó
allí otro hombre darmas, gallego de nación, llamado
Pita, el cual le ayudó a levantar y tomó al rey
la insignia que de Sant Miguel al cuello traía en una cadenilla,
que es la orden de la caballería de Francia,
y tráenla como los del Emperador el Tusón.».
Alonso de Pita (3)
se expresa como sigue: «... yo le pregunte donde yva la personal
del Rey, y el me dixo que yva adelante cabe una enseña
blanca, e yo me fuy derecho a ella, y allegado, llegose Joanes
de Orbieta y el asio al Rey de el braço derecho, y luego
Diego de Avila, yo por el lado izquierdo le tome la manopla
y la banda de brocado con quatro cruzes de tela de plata y en
medio el crucifixo de la Vera Cruz que fue de Carlo Manno, y por
el lado derecho llego luego Joanes de Orbieta y le tomo del braco
derecho y Diego de Avila le tomo el estoque y la manopla derecha,
y le matamos el caballo y nos apeamos Joanes e yo...». Hay que
hacer notar que lo que subrayamos aparece tachado en el original,
como si el narrador hubiese querido ampliar o retocar su primera
y más espontánea redacción.
Finalmente, Antonio Suárez
de Alarcón, biógrafo y tal vez
allegado del Señor de Alarcón, combatiente distinguido
en la batalla de Pavía y guardador luego del Rey prisionero,
dice utilizando acaso noticias del propio biografiado, lo que
se lee a continuación (4):
«... Despues de Vrbieta llegaro otros al Rey, procurando cada
vno adquirir la gloria de auerle hecho prisionero. Diego de Avila,
hobre de Armas de la Compañía. del SEÑOR
ALARCON fue el primero que llegó y en señal le dió
el Rey una manopla; y a este tiempo llegó tambien otro
hombre de Armas Gallego, llamado Pita, y ayudando a lebantar al
Rey del suelo, le quitó del cuello el collar que traia
de la Orden de S. Miguel...».
Parece oportuno traer aquí
ahora las referencias del suceso contenidas en los Privilegios
otorgados por el Emperador Carlos I a diversos
personajes. En ellos se lee lo que sigue:
En el de Diego de Avila (5):
«... llego donde el dicho rey de Francia estaba peleando y lo
derrocó del caballo abajo e se le rindió
por prisionero...».
En el de Alonso Pita (6):
«... y en la misma batalla hicisteis tanto, que llegasteis a la
misma persona del dicho Rey, y fuisteis en prenderle
juntamente con las otras personas que le prendieron...».
En el de Juan de Urbieta (7):
«.. Fué uno de los que fueron a hacer
rendir y prender al dicho Rey de Francia...».
En el de don Juan de Aldana (8):
«... et rege dimicante ad manus tuas et aliorum militum ipse sucubuit...».
Coinciden textualmente en lo que
se nos alcanza las certificaciones de Francisco I, de las que
sólo conocemos las dadas a Alonso de Pita y a Juan de Urbieta
y referencia dé la entregada a Diego de Avila. Y, pues
que no señalan diferencia en favor de
alguno de los aprehensores, nos limitaremos a consignar, teniendo
a la vista la reproducción del original francés
que debemos a la interesante información del Marqués
de Rafa1 (9), que en ellas
aparece la fórmula vaga, «fué de los primeros que
fueron en nuestra prisión, cuando fuimos
presos delante de Pavía».
Remataremos ahora esta serie de testimonios
imperiales y regios con las palabras que constan en la renuncia
al trono formulada por Francisco I. Son éstas (10):
«... et aprés avoir esté en icelle bataille nostre
cheval tué sous nous, et avoir plusieurs de nos ennemis
converti leurs armes sur nostre personne, les uns pour nous tuer,
les autres pour nous faire proie et butin...» Sigue después
la relación en términos que no interesan a nuestro
objeto.
Con esto cerramos la presentación
de fuentes, no sin lamentar que no nos sean conocidas la narración
de Martín García de Cereceda y las Cartas de don
Fernando Marín, Abad de Nájera, concurrentes ambos
a la batalla. Descansaremos por el momento en el juicio del P.
García Villada, quien, refiriéndose a Cereceda,
dice que «por su extremada concisión omite muchas anécdotas
interesantísimas», y por lo que hace a las Cartas de don
Fernando Marín, afirma que «aparte de no añadir
nada de nuevo, carecen del interés dramático y de
la vida que en la descripción ha puesto el ilustre dominico,
Fray Juan de Oznayo, en el siglo Juan de Carvajal.
***
Vamos ahora a analizar con cierto
sentido crítico las fuentes transcritas, aunque cuidando
de sujetar la pasión cuyos apetitos no son incontenibles
para quien a ello esté atento.
La Relación oficiosa de los
Capitanes del Emperador atribuye directamente la prisión
de Francisco I a Lannoy, Virrey de Nápoles. Con esta atribución
coincide Robertson, no sin haber hecho mediar antes a Mr. Pomperant.
Sin embargo, es de todo punto inverosímil que, siendo el
aprehensor directo el Virrey, el Emperador prodigase mercedes
importantísimas por el mismo hecho a subalternos desposeídos
de valimiento. Sin violentar el raciocinio, habrá que pensar
en que los señores Capitanes se atribuyen alegremente la
parte del león, dando a la última instancia honores
de primera. A tal prisionero correspondía, claro está,
tal guardador; pero ello no quiere decir que Lannoy fuese el primero
en hacer rendir al caballeresco Rey de Francia.
La relación de Oznayo ha sido
la preferida por los historiadores que se han ocupado en reseñar
suceso tan transcendental. Reúne, en efecto, Oznayo, en
su persona y en sus circunstancias, las condiciones de un cronista
enterado y veraz, aunque algunas veces extreme el colorido. Testigo,
como paje de lanza del Marqués del Vasto, de aquella memorable
jornada, y desinteresado del concierto de aspirantes a la gloria
de haber aprehendido a Francisco I, es además narrador
lozano y bien dispuesto. No parece que tuviera conocimiento cercano
con Juan de Urbieta, a quien, en la relación contenida
en el vol. IX de la citada Colección de Documentos Inéditos,
califica de vizcaíno, designación que puede ser
genérica, y en la exhumada por el P. García Villada,
de guipuzcoano con más exactitud. No resulta, pues, extraño
que este último historiador, después de examinar
múltiples fuentes de la batalla de Pavía, se haya
decidido por la del cronista dominico.
El relato de Alonso Pita tiene un
grave achaque inicial: el de manifiesta parcialidad. Resulta panegirista
de sí mismo y, al llegar al momento culminante de la narración,
vuelve sobre su primitiva redacción con mengua de la espontaneídad
de la reseña. Separándose de otras fuentes, afirma
que el prisionero fué llevado inmediatamente al monasterio
de Santo Domingo, donde supone ocurridas algunas escenas que narra
con detalles, entre ellas, un desbordamiento de gratitud del augusto
prisionero hacia su persona con el remate de un abrazo, poco protocolario,
desde luego, y tal vez grotesco, dada la distancia jerárquica
que mediaba entre abrazante y abrazado. El Marqués de Laurencín
que exhumó esta relación, no prestó crédito
al narrador quien a su juicio rindió tributo a la humana
flaqueza de la vanidad.
Antonio Suárez de Alarcón
no fué testigo presencial del hecho; pero acaso se documentó
en memorias originales de su biografiado. Sin embargo, no se puede
eliminar la posibilidad de que se sirviera, para ilustrar el momento
que nos interesa, del texto de Oznayo, bien que añada algún
detalle personal, como el poner de relíeve que Diego de
Avila era hombre de armas de la Compañía del Señor
de Alarcón, detalle interesante para poner a prueba la
imparcialidad del relato, ya que esa circunstancia parece que
había de prevenir al cronista en favor de Diego de Avila,
a quien, no obstante, señala el segundo lugar.
Las afirmaciones consignadas en los
diversos Privilegios otorgados por el Emperador Carlos I son tan
dispersas, que por fuerza han de perder mucho de su valor. Unas
a otras se neutralizan y, lejos de aclarar el suceso, lo embrollan
hasta el punto de que se llega a la conclusión de que Francisco
I blandía dos espadas y una daga que luego pasaron a ser
ejecutoria de Diego de Avila y de don Juan de Aldana.
Otro tanto cabe decir de las certificaciones
de Francisco I, quien se mostró meditadamente cauto en
sus asertos e hizo uso de fórmulas vagas y genéricas.
***
Después de lo expuesto, nos
encontramos con que los cuatro aspirantes al honor de haber hecho
prisionero a Francisco I, están provistos de sendos Privilegios
imperiales y certificaciones reales que acreditan su participación
en el hecho. Atenuado el valor demostrativo de estas fuentes por
su vaguedad y por algunas contradicciones que se advierten en
su cotejo, la conclusión que se deriva de su estudio es,
que tanto Diego de Avila, como Alonso Pita, Juan de Urbieta y
don Juan de Aldana, participaron en algún grado en la aprehensión’
del Rey de Francia.
Nos restan las fuentes directas del
hecho contenidas en la relación de los Capitanes, en la
narración de Pita y en la crónica de Oznayo, que
establecen ya diferencias en el grado de participación
de los aprehensores. La relación de los Capitanes y la
narración de Pita son evidentemente parciales, pues que
se concentran en unas mismas personas las funciones de juez y
parte, en tanto que la crónica de Oznayo —prescindiendo
del texto coincidente de Alarcón— no aparece recusable
ni sospechosa.
Si, pues, aceptamos el texto de Oznayo,
seguido por tantos historiadores sujetos a la cadena de transmisión
de dicho original, habremos de establecer que, dentro del estado
actual de nuestros conocimientos sobre el hecho, hay que atribuir
provisionalmente cierta prioridad a Juan de Urbieta en el honor
de la prisión de Francisco I de Francia en la batalla de
Pavía. No chocó en el ambiente de la época,
instruído en la importancia del suceso, que el gizon
de Abillats se transformase en Caballero santiaguista, Capitán
y Continuo de S. M., y blasonase los lienzos de su casa solar
con un escudo en el que figuraba «una campo verde, y junto al
campo, el río Tesino pintado con las ondas de la mar, y
por encima del río, un campo blanco, y en el campo verde,
debajo, un medio caballo blanco, en el pecho una flor de lis con
su corona y el freno y riendas coloradas y la rienda caída
al suelo, y más un brazo armado con su estoque alzado arriba».
Fausto AROCENA
(1) «Relación
de las nuevas de Ytalia sacadas delas cartas que los Capitanes e
comisario del emperador y rrey nuestro señor han escrito
a su magestad...» Archivo de la Catedral de Burgos, Volumen 47,
folios 213 al 221. (VOLVER)
(2) La Batalla de Pavía y sus resultados,
por Z. García Villada. Razón y Fe, Tomo 71, pág.
310. (VOLVER)
(3) Dos Relaciones históricas del siglo XVI.
Sácalas a luz el Marqués de Laurencín... Madrid.
1926. Pág. 9. (VOLVER)
(4) Referencia contenida en la página 6 de
la o. cit. del Marqués de Laurencín. (VOLVER)
(5) Colección de documentos inéditos
para la historia de España... Madrid. 1842-1895, vol. XXXVIII,
pág. 551. (VOLVER)
(6) Un Privilegio de Carlos V, por el Marqués
de Rafal. Boletín de la Academia de la Historia. Tomo CIV,
pág. gr. (VOLVER)
(7) Compendio historial de la M. N. y M. L. Provincia
de Guipúzcoa, por el Dr. D. Lope de Isasti... San Sebastián.
1850. Pág. 527. (VOLVER)
(8) C. Cantú. Historia Universal. Barcelona.
Nota del traductor, Nemesio Fernández Cuesta, consignada
en la pág. 86 del Tomo VI. (VOLVER)
(9) Loc. cit., en lámina encartada. Es lamentable
que la transcripción que acompaña al facsímil
sea tan defectuosa, por errónea composición de imprenta,
no corregida, sin duda, por ausencia estival del informador. (VOLVER)
(10) Histoire de France... par A. J. C. Saint Prosper,
Ainé... Tome deuxième. Paris 1839. Pág. 250.
(VOLVER) |