Falleció
después de una larga y fecunda vida y hace veinte años
que no está con nosotros, pero fue un hombre tan avanzado
para su tiempo, que hoy sigue siendo avanzado para el tiempo que
nos ocupa. Aunque definía los preceptos de su vida con
el lema "Soy cristiano, vasco y demócrata", él
mismo no dejó de asombrarse de que la reforma de la Iglesia
Católica ala que tan ardorosamente estaba adscrito, con
el Concilio Vaticano II, respondiera, al fin, a las exigencias
íntimas de su fe. Cuarenta años le tocó esperar
en el exilio de París, en su activo y enérgico y
protestante exilio, hasta que finalmente la vida institucional
interrumpida por el golpe militar de Franco, se renovaba en Euskal
Herria y él pudo tomarle el pulso e incluso, marcar la
dirección.
Sobre todas las
actividades de Irujo y que abarcan abanico de facetas pues desde
el ardiente mitinero al conferenciante académico, del escritor
del artículos polémicos al autor de libros históricos,
cubre toda la gama, añadiendo a esto el atractivo de su
personalidad y el marcado liderazgo de la misma. Pero cuando en
la vida política en la que ha de ensayar casi todos los
cargos posibles, le toca en circunstancias bien adversas el de
ser ministro de Justicia de la II República Española
en 1937 y el gabinete de Negrín, y a cambio como recordaba
siempre el Estatuto Vasco, Irujo va involucrarse en una acción
que tienen fundamento en la definición que
de si mismo da a lo largo de su vida. No sólo pretenderá
humanizar la guerra, sino que se lanza arrojadamente por el camino
de la negociación y el canje. Pretenderá detener
los crímenes y matanzas, las venganzas seculares que en
el caos de la guerra encuentran camino, y haciendo gala de un
valor personal poco corriente, se expone en las trincheras, en
los cementerios, en osadas visitas a las denominadas "cárceles
del pueblo", y reglamentado en el espacio de tiempo que dura
su ministerio, la vida jurídica de una nación en
guerra.
El canje se convertirá
para Irujo en un instrumento de salvación, y será
llamado el Ministro de los Canjes por unos y otros. Accede en
primer lugar, como ministro sin cartera, a dar el salvoconducto
del Gobierno de Euskadi a cuantos se lo solicitan, salvando con
ello vidas amenazadas en Madrid y más tarde en Barcelona,
sobre todo religiosos de uno y otro sexo. Obtiene la ayuda de
los cónsules británicos que serán amigos
y admiradores suyos a lo largo de su vida, y también de
Mr. Junod, presidente de la Cruz Roja. Por primera vez se abren
las cárceles a la inspección de la Cruz Roja Internacional,
en un gesto de trasparencia, que puede ofrecer la República
pero no así la llamada zona nacional que, para sorpresa
de Irujo, no quiere ni acceder al canje de muchos de sus propios
hombres, entre ellos, el tan destacado y luego tan falsamente
llorado, José Antonio Primo de Rivera.

Manuel Irujo
en la inauguración del monumento a los héroes de
la Batalla de Matxitxako.
A Manuel Irujo,
cuyo concepto de la democracia está inserto en la foralidad
vasca, como el mismo explica en su libro Instituciones Jurídicas
Vascas (Buenos Aires, Ekin, 1945) se le debe que en tiempos
de horror, donde privaba la venganza y la desolación, su
limpia voz reclamara por la justicia y la libertad. Hizo suyo
y nos legó con su ejemplar gestión, el lema de los
Infanzones de Obanos que tanto gustaba repetir, esculpido en el
bronce de las campanas de Nájera: "Hombres libres
en patria libre".
Arantzazu Amezaga
Iribarren, escritora
Fotografías: Del libro"
Manuel Irujo: Un hombre vasco" de Arantzazu Amezaga Iribarren |