Como
el vuelo de Ícaro, como la pretensión agustiniana
de comprender el mar en una pequeña concha, "Tiempo
muerto" –una pieza de música de cámara
compuesta por quien estas líneas suscribe, recientemente
repuesta en Musikaste, la semana musical de Rentería, y
publicada bajo el formato de disco compacto– es también
una aventura imposible. ¿Cómo matar el tiempo en
un arte que, como la música, es temporal por definición?
¿O es que pudiera concebirse acaso manifestación sonora
alguna al margen del tiempo? ¿Qué sentido tiene entonces
hablar de la muerte del tiempo en una disciplina artística
que consiste precisamente en todo lo contrario, en su exaltación?
Nada que esté vivo puede sustraerse al dominio del dios
Cronos, nos recuerda esa verdad tan antigua como el mundo. Y la
música, siendo como es la expresión más elevada
del movimiento, del devenir, del pánta rhêi de
Heráclito, aún menos. No pretende acariciar esta
obra, sin embargo, conceptos que trasciendan el ámbito
de la mera música. Un simple juego, un trompe l’oreille
que juega a crear en el oyente sensaciones de percepción
de espacios a partir de la experiencia temporal, de la experiencia
de un tiempo específicamente musical, es lo que humildemente
propone.
Esa espacialidad
se intenta poner en práctica a partir de la aplicación
de unos cuantos principios, que pueden resumirse en tres: primeramente,
en la elección de un tempo reposado, implacable
y único para toda la obra; después, en la repetición
continua de esquemas métricos y rítmicos; y, finalmente,
en la renuncia a cualquier voluntad de desarrollo del material
en un sentido estricto, acogiéndose antes al concepto de
simple evolución en el tiempo. La puesta en funcionamiento
simultánea de estos principios va delimitando un espacio
sonoro que, para quien se deje seducir por él con un mínimo
de esfuerzo de concentración –el mismo que se requiere
para escuchar cualquier música que no sea de simple consumo–,
va a ir diluyendo toda sensación temporal en favor de otra
sensación nueva, decididamente espacial. Algo así
como lo que todos hemos experimentado en alguna ocasión
cobijados bajo ciertos techos naturales o arquitectónicos
–una gruta o una cripta románica podrían ser buenos
ejemplos–, en cuyo seno parece haberse detenido el paso de las
horas. Aquí, paradójicamente, esa misma sensación
es obtenida, no a partir del propio espacio, sino única
y exclusivamente del tiempo: del tiempo musical. Como en el infinito
del célebre poema de Leopardi, donde "s’annega
il pensier" –es decir, toda noción temporal–,
también "il naufragar in questo mare m’è
dolce".

La partitura de "Tiempo
muerto" fue escrita en el otoño de 1998 a partir
de otra obra, de menor extensión, fechada diez años
antes. Aquella primera versión nació como respuesta
a un encargo de Manuel Enríquez, el excelso compositor
y violinista mejicano que por aquel entonces ocupaba el cargo
de director de música del Instituto Nacional de Bellas
Artes de su país. Allí, en las lejanas tierras centroamericanas,
conoció su primera audición, dentro del marco del
Foro Internacional de Música Nueva. Le siguieron varias
interpretaciones más, tanto en Méjico como en otros
países. Una década después acometí
la labor de revisar la partitura e introducir en ella algunos
cambios sustanciales. El más llamativo de todos fue la
adición a la plantilla instrumental, integrada por un clarinete,
un violín, una viola y un violonchelo, de una voz femenina.
Sin embargo, esta novedad no pretendía en absoluto modificar
el sentido de la pieza, que no deja de ser música pura.
Cada uno de los tres breves movimientos en que se divide, no debe
entenderse, pues, como una canción, más o menos
en el sentido tradicional del género. Nada de la estructura
ni de la concepción misma de la partitura puede hacernos
pensar en los arquetipos de la canción acompañada.
La voz canta, sí –más bien, casi declama–, textos
provenientes de leyendas de relojes de sol antiguos, pero hace
en el conjunto más la función de un obbligato
que de verdadera solista.
I. Vulnerant omnes,
ultima necat
II. O nigra umbra, regina temporis
III. Hora fugit, stat tempus
Estos
son los tres breves textos que, de manera asaz lacónica,
y correspondiéndose con cada uno de los movimientos, nos
hablan de esa espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas
desde que los ojos ven la luz primera. Tiene su equivalencia musical
esta austeridad lapidaria en una exigua paleta de elementos, que
es la que vertebra estos pentagramas, y que, en última
instancia y para los oídos más atentos, remite a
una bien conocida canción de Franz Schubert. En efecto,
"Tiempo muerto" no se aleja ni en una sola nota
de los materiales del lied "La muerte y la doncella"
del maestro vienés, hasta el punto de poder considerarse
la obra toda, más que una glosa, una verdadera recomposición
–si pudiésemos aceptar tal término– de la página
schubertiana; o mejor, de tres recomposiciones, una por
cada uno de los movimientos. Algo, pues, muy similar a lo que
en el cine se conoce como remake; es decir, la refilmación
desde otro punto de vista de una película ya existente.
La fugacidad del
momento, la caducidad de lo vivo, la irremediabilidad del paso
del tiempo, la presencia simbólica de la muerte –a través
del lied de Schubert–... nos ponen en la clave para entender
el sentido estético de "Tiempo muerto".
¿Estaría desencaminado considerarlo una versión
musical moderna de aquellas pinturas del siglo XVII que trataron
esta hermosa retórica con tal profusión, que lograron
convertirla en todo un género de las artes plásticas?
"Tiempo muerto" sería también a
su manera una vanitas –que ése es el nombre con
que quedó aquel género para la historia–, pero una
vanitas, naturalmente, musical.
Si la pieza, en su
primera redacción de 1988, iba dedicada a Manuel Enríquez,
en la segunda y definitiva lo va a su memoria, puesto que en el
intervalo que media entre una y otra, el maestro que con su cordialidad
sirvió de estímulo para su creación, nos
había abandonado. Unas palabras del poeta portugués
Eugénio de Andrade insertas en el frontispicio de la partitura
cumplen también, en cierto modo, la función de segunda
dedicatoria:
...a noite, e as águas
do silêncio, e o indelével tempo sem tempo. |