Desde
que J. Caro Baroja publicara en 1970 su inestimable ensayo "El
mito del carácter nacional y su formación
con respecto a España", dentro de un amplio programa de
crítica a la caracterización del campesinado y en
relación con el campesinado vasco-navarro, debió
entenderse que las perspectivas tradicionales que pretendían
definir el carácter de las gentes de Navarra, en nuestro
caso, o la manera de designarlas a propósito de sus costumbres
sobre todo, estaba harto señalado, y de manera consistente.
Sin embargo, sea por la asistematización del pensamiento
carobarojiano, sea por la incomodidad que suscitaba, lo cierto
es que los estudios posteriores que, de una u otra manera y con
uno u otro pretexto, designan a las gentes de Navarra, nos parecen
renuentes a abandonar lugares comunes. ¿Puede explicarse esto,
acaso, por el arreciamiento del combate ideológico en torno
a la explicación histórica y al futuro de Navarra?
Pero, de ser así, ¿excusa la pereza intelectual en la designación,
siempre contrapuesta, de las gentes de Navarra? Nos parece que
no, máxime cuando, además, los derroteros de las
ciencias sociales contemporáneas llevan a lugares que Caro
Baroja ya vislumbrara.
Que
Navarra está en disputa es una evidencia, pero no sólo
política. Navarra ha experimentado una historia que precisa
interpretaciones distintas e inacabadas (más allá
del medievalismo académico navarro); Navarra ha sido definida
didácticamente mediante una división geográfica
que buscaba criterios de "unidad en la diversidad" paisajística
y cultural; como se buscaba "unidad religiosa en la diversidad
(tenida ésta última por folclórica)"; o,
finalmente, como se han buscado criterios parecidos en la definición
caracterial de los navarros, etc. Sin embargo, y precisamente
por la parcialidad e intencionalidad de la ciencia, estos problemas
de definición sobre lo que sea Navarra, acaban por ser,
ineludiblemente, políticos.
La diferenciación
cultural de Navarra ha requerido, evidentemente, y sobre todo,
una distinción caracterial, cuya mejor expresión
la hallamos en el pensamiento de A. Campión: "El montañés
y el ribereño, o ribero, como por aquí le
llamamos, parecen dos razas, dos pueblos. En vano el atavismo
trabaja, la adaptación triunfa". Y esta diferenciación
sólo es posible -desde una larga y antiquísima tradición
explicativa (la del determinismo geográfico y racial y
cultural) que ha sobrepasado incluso la crítica carobarojiana,
como dijimos- estando argumentada en divisiones anteriores: como
es conocido, mientras el montañés es afín
al vasco, el ribereño es señalado, desde la pretensión
panvasquista, como de origen neto vascón, aunque contaminado
por su afinidad aragonesa y castellana (a lo largo, p. ej., de
la obra de A. Campión). Históricamente, se habla
de una africanización (en relación al elemento
judío y árabe) o aragonización (con
un sentido más moderno) de la Ribera. Así, leemos
desde diferentes perspectivas:
"En la ribera participan sus habitantes
del carácter de los aragoneses, y aunque menos intransigentes
y más cultos, son alegres, expansivos, generosos y más
aficionados a divertirse que a trabajar";
"El carácter de los montañeses
se parece mucho al de los habitantes de las provincias cercanas…
[los riberos, contrariamente, a] los aragoneses y riojanos";
"[Antaño, montañeses
y ribereños eran similares; pero hoy, en los del sur,
una] aridez semítica [en relación al pasado judeomusulmán]
proclama la vecindad de Aragón y Castilla";
"[El] acercamiento de nuestra Ribera
a Zaragoza no supone su aragonesización (valga
la palabra), como creen muchos de Pamplona y no pocos de Zaragoza;
pero indudablemente es un peligro para su desnavarrización,
peligro que debe evitarse".
Desde
una perspectiva regionalista, por el contrario, el montañés
es tenido estrictamente por navarro, pese a que las afinidades
vascas puedan mantenerse; por otra parte, y de manera similar,
la brujería (como elemento de la mentalidad popular), es
más un asunto documentado en el norte, y su límite
puede trazarse, como en divisiones diversas (mapas biológicos,
geográficos y paisajísticos, lingüísticos
y culturales, económicos, históricos, religiosos,
sociales y jurídicos), mediante una línea imaginaria
que pasase por encima de Sangüesa y Lumbier, hasta las Améscoas,
al norte de Estella, con focos aislados en Viana y Bargota. Los
casos relativos a la Ribera son considerados excepcionales y ligados
a los cuentos populares; del mismo modo, las procesiones ribereñas,
bien sea por su pintoresquismo o poso medieval-barroco, por expresar
la fuerza popular, o lo que se quiera, vienen a manifestar asimismo
una diferencia geográfica, folclóricamente atribuida
y explotada con interés político en una rivalidad
entre interpretaciones diferentes de la identidad navarra y ribereña:
bien regionalista; o bien queriendo recuperar a la Ribera dentro
del entorno vasco en conformidad con el común poso mágico-religioso
(en la intención de autores como Arellano y Jimeno Jurío).
Navarra ha sido descrita,
por tanto, y desde diferentes perspectivas, mediante una tensión
cultural que la divide en ámbitos de afinidad vasca
y castellano-aragonesa. Las tramas ideológicas que promueven
una u otra vinculación se expresan en la búsqueda
de criterios de unión regional o supra-regional, imponiendo
en uno u otro sentido símbolos que definan el modelo original
de Navarra. En esta competición, puede suceder que:

A. La diferenciación
cultural de la Ribera se alce con una representatividad de la
identidad general: autores como J. I. Homobono, contraponiendo
la escasa atención general que reciben las romerías
del norte respecto de las meridionales, entiende que la dedicada
a éstas últimas es explotada (por grupos sociales
y políticos que ostentan una definición hegemónica)
como expresión canónica o tópica de la cultura
navarra. Este autor, además, señala el intento político
de imponer los rasgos de identidad ribereña como generales
para todo el territorio, ignorando los rasgos vascos de la montaña
(calificados como alógenos); esta identidad generalizada
por contraste con una alteridad foránea se legitima -añade
Homobono- merced a la asimetría de poder, favorable al
colectivo que sustenta esta generalización. Es decir, algunos
aspectos culturales, como p. ej. las procesiones de la Ribera
o algunas romerías (Ujué o Javier), serían
tomadas como símbolos típicos y representativos
de toda Navarra, con un sentido de unidad regional (por ejemplo,
de unidad por la fe);
O puede suceder, por el contrario:
B. Que en otro sentido
-como escribe J. Mª. Jimeno Jurío- "[el mayor conocimiento
de la vida tradicional de la montaña y el desconocimiento
de la ribereña] tiene una consecuencia lógica, palpable
en el momento actual: La valoración de lo noroccidental
como quintaesencia de lo vasco", para continuar: "En Navarra está
sucediendo que, mientras se habla de respeto a los valores étnicos
y culturales de cada región hispana, se avasalla la personalidad
regional dentro de nuestro propio territorio, implantando en todo
él unas formas unitarias, importadas de la Navarra Húmeda
e incluso de Guipúzcoa o de Vizcaya". Lo cierto es que,
en numerosas ocasiones, lo típicamente navarro se representa
como lo montañés (p. ej., en el modelo de sucesión
familiar que criticó Mikelarena Peña), incluso desde
perspectivas divergentes: así, p. ej., M. Iribarren cree
que hacia el sur de Navarra "lo típico desaparece poco
a poco, desplazado por lo universal"; y M. Aranburu, desde la
primera perspectiva, insiste en que la Ribera posee una personalidad
fuerte y diferenciada (de la aragonesa), pero por lo que comparte
con regiones limítrofes (el medio natural) y ser comarca
fronteriza, "pierde algo de tipismo y de la individualidad [nativa,
es decir, montañesa o vasca]…[para] mantenerse netamente
navarra, esencialmente navarra, en sus tendencias, en sus manifestaciones
de todo género, en el fondo de su carácter";
O, simplemente, formar
parte de una unidad plural, de necesario contrapunto social, económico
e historicopolítico, bien de una unidad cultural general,
o de una unidad restringida al estatuto regional actual.
Lo cierto es que, como vemos:
1. existe una división
cultural de Navarra (entre norte y sur o, en resumen, entre Montaña
y Ribera), que se explica como contrapunto y contraste;
2. tanto los criterios
de unidad regional (donde se explican las diferencias como contraste
cultural y variación folclórica) como los de agregación
extra-provincial (donde las diferencias son explicadas como desnaturalización
o contaminación foránea de la cultura original vasca)
son difusos y sólo se diferencian en su perspectiva y propósitos
políticos;
3. por estas causas,
existe en Navarra una disputa o competición por establecer
qué símbolos de identidad representan a Navarra:
qué paisaje, qué costumbres, qué personalidad…;
y con qué criterios de unidad (religiosos, forales) sobre
qué proyecto político y entidad territorial (panvasquista,
regionalista). Y es que las diferentes tradiciones literarias
y científicas que definen qué símbolos identifican
a Navarra están trenzadas y explotadas ideológicamente,
enfrentándose y compitiendo por la definición de
una identidad colectiva, y en cuya disensión suele predominar
una de ellas, cambiar, retornar, etc.; en efecto, "cuando en el
seno de la propia sociedad existen diferentes definiciones identitarias,
su legitimidad o grado de aceptación e imposición
depende de la distribución desigual de poder entre los
colectivos que las sustentan".
La diferenciación
cultural interna de Navarra, por lo tanto, o la insistencia en
su unidad según la vertebración que se quiera (excusando
la diversidad como folclore o detalle enriquecedor), permite y
persigue en ocasiones -sin menoscabo de esta existencia diferencial-
la contraposición cultural, el contraste, o la hegemonía.
Así, las corrientes de pensamiento y acción políticas
pueden imponer o aprovechar distintas interpretaciones históricas
de una realidad problemática. Será ésta,
precisamente, la cuestión esencial que haya de guiar nuestra
travesía intelectual: Navarra como problema . Y
así, entre otras teorías de explicación de
la diversidad navarra, el determinismo geográfico, racial,
histórico o cultural que nutre estas ideas sobre Navarra
y sus gentes va a configurar perspectivas encontradas para definir
qué es Navarra: unas perspectivas que no son de otra índole
que políticas, en cuanto éste ámbito permite
recrear fronterizamente la identidad colectiva y el modelo futuro
de territorialidad, avenidos ambos a la voluntad de adscripción
comunitaria contemporánea que, como es sabido, se amplía
y complica hasta horizontes multiculturales y plurilíngües,
plurales de espacios y tiempos fragmentarios y siempre cambiantes,
admitiendo contradicción, complejidad, participación
individual, grupal o colectiva, mediante prueba y cambio, trauma,
experimentación, etc.
Santiago Martínez Magdalena:
E-mail: cn020844@can.es
Fotografías: Página web de la Comunidad Foral de Navarra |