Aquellos
primeros cromañones ... |
Alvaro
Arrizabalaga |
Nuestra
especie, -la especie elegida, diría Arsuaga-, se ha empeñado
en las últimas décadas en ilustrar el camino por
el cual consiguió su supremacía sobre los restantes
homínidos y terminó aupándose a la cúspide
de la pirámide evolutiva. Al parecer, los modernos estudios
de antropología genética demuestran que todos los
seres humanos que hoy poblamos la Tierra descendemos de la misma
rama evolutiva de la especie humana, cuya aparición en
Europa Occidental hace unos 40.000 años desencadenó
una serie de cambios de gran trascendencia, en diversos campos.
La reciente publicación en la revista Munibe (de la Sociedad
de Ciencias Aranzadi) del libro "Labeko
Koba (País Vasco). Hienas y humanos en los albores del
Paleolítico superior" permite mostrar que Euskal Herria
no resulta un territorio ajeno a estos cambios.
Durante
décadas, el afán del investigador por caracterizar
a los últimos neandertales ha estado mediatizado por una
visión peyorativa de los mismos. Probablemente por la necesidad
de sustentar sobre bases objetivas la supremacía de nuestra
especie (todos somos cromañones), se destacaba de modo
artificioso la diferencia, el matiz que separaba la apariencia
física y el comportamiento de aquellos humanos, con respecto
a nosotros. En los años 70 y 80 del siglo XX se reitera
la incapacidad de los neandertales para ser considerados como
seres humanos que nos preceden directamente en la escala evolutiva.
Sus representaciones gráficas incluyen un aspecto más
simiesco del que hoy día parece verosímil. Pero
es que, además, estos humanos se ven afectados por una
larga serie de limitaciones físicas e intelectivas, que
les incapacitan para desarrollar una actividad "normal", tal y
como hoy día la entendemos. Entre las limitaciones que
se achacan a estos seres debemos incluir su pesado movimiento,
debido a su gran tamaño. Pero, muy especialmente, el hecho
de que no se le supone capacidad para emitir un lenguaje articulado,
para planificar estrategias de explotación económica
del territorio, para elaborar utensilios de acuerdo con técnicas
de cierta sofisticación, para efectuar representaciones
gráficas de significado simbólico (cuando menos,
que hayan llegado hasta nuestros días) o para establecer
una malla de vínculos sociales que trascienda la unidad
del clan. Pocas veces se incide en la fortaleza sensacional que
debieron tener estos humanos o en lo positivo de muchas de las
innovaciones que protagonizan respecto a anteriores períodos.
De modo obsesivo se incide en su incapacidad y sus limitaciones,
como nos muestran C. Stringer y C. Gamble en un libro relativamente
reciente ("En busca de los neandertales").
En la práctica
todos los tópicos que se vienen aplicando a la caracterización
anatómica, tecnológica, cultural, social, económica
y comportamental del neandertal encuentran su réplica en
el propio registro arqueológico que sirve como punto de
partida para su desprestigio como seres humanos. Cada una de las
opiniones emitidas acerca de las supuestas incapacidades del neandertal
ha sido contestada a partir de la constatación de que para
el período crítico en el que desaparecen unos (los
neandertales) y aparecen otros
(los cromañones o humanos modernos) tenemos un grave vacío
en el registro humano fósil. Argumentaciones como la tecnológica
("la industria lítica considerada poco desarrollada que
se reconoce durante el Paleolítico medio estaría
elaborada por los neandertales, en tanto que los complejos laminarizados
y diversificados que surgen en el Paleolítico superior
obedecerían a la superior capacidad intelectiva del humano
moderno") son perfectamente reversibles en ausencia de un hilo
conductor que no permita establecer semejantes atribuciones. A
la falta de restos fósiles humanos debemos añadir
que el número de yacimientos y niveles excavados según
metodologías modernas y comprendiendo situaciones de tránsito
(datadas entre aproximadamente el 38.000 y el 30.000 antes del
presente) entre ambos mundos es muy pequeño.
De este modo,
nos presentamos ante una paradoja difícil de resolver a
corto plazo: tratándose el Paleolítico superior
inicial de una época en la que el interés de la
comunidad científica y el nivel de planteamiento de hipótesis
de gran calado son crecientes, contamos con un conjunto de "evidencia"
bastante limitado, más aún si sometemos a las actuaciones
antiguas a los filtros metodológicos con que contamos en
la actualidad. Si recurrimos al estudio del País Vasco,
apenas contamos con una docena de yacimientos en los que, previsiblemente,
tenemos representada la horquilla cronológica que se presenta
más arriba. De ellos, poco más de la mitad han sido
excavados en extensión, permitiendo la contextualización
más o menos adecuada de sus restos. Debido a las circunstancias
historiográficas de la investigación, en un solo
caso ha sido aplicado un protocolo analítico completo al
yacimiento, en paralelo a su excavación (analíticas
paleoambientales, económicas, de aprovisionamiento de materias
primas, estudio integral de tecnocomplejos, etc.). En otros dos
casos, actualizaciones en curso de la excavación clásica
pueden proporcionar informaciones de este género para yacimientos
conocidos desde hace mucho tiempo. Para estas cronologías,
apenas contamos con una decena de dataciones C14, la mitad de
las cuales puede considerarse anómala, por los problemas
de conservación de la muestra. Si nos remitimos a los actuales
territorios administrativos, la información se fracciona
aún más, de modo que apenas podemos decir nada sobre
estos ocho mil (!¡) años en Bizkaia, Alava, Navarra o Lapurdi.
Los casos de Labeko
Koba (en Gipuzkoa), Isturitz (en Baja Navarra) o Gatzarria (en
Zuberoa) son los únicos que permiten ilustrar de modo gráfico
este proceso de transición en los respectivos territorios.
Debido a este motivo, aún cuando la información
detallada de una memoria de excavación es siempre muy útil,
cuando se refiere a períodos como los comprendidos en la
secuencia de Labeko Koba resultan doblemente prácticas.
El yacimiento
de Labeko Koba (Arrasate, Gipuzkoa) fue excavado en su integridad
entre 1987 y 1988, siendo a continuación destruida la cavidad
que lo albergaba por las obras de construcción de la variante
de Arrasate. Incluía una interesante secuencia estratigráfica,
abierta con una unidad castelperroniense (la primera cultura considerada
como propia del Paleolítico superior), otra protoauriñaciense
y tres niveles adscritos al Auriñaciense antiguo (VI, V
y IV). En un total de cuatro metros de potencia estratigráfica,
sobre una superficie media de veinte metros cuadrados, fueron
recuperadas (con la información contextual correspondiente)
más de cincuenta mil restos arqueológicos, divididos
casi a medias entre restos de fauna y de industria lítica
u ósea. Han sido necesarios doce años para procesar
la información y elaborar los correspondientes análisis
que permiten un estudio exhaustivo del yacimiento, procedimiento
tras el cual se ha editado una monografía con cuatrocientas
páginas de texto y cerca de trescientas ilustraciones (gráficos,
láminas y fotografías, tanto a blanco y negro, como
a color). De este esfuerzo tan dilatado en el tiempo se ha podido
extraer algunas conclusiones que resultan de gran interés
para caracterizar cuáles son los mecanismos de tránsito
entre el Paleolítico medio y superior, al menos en esta
parte del territorio vasco.
No todas las dataciones obtenidas
(ocho) tienen el mismo valor, dándose la circunstancia
de que sólo damos por correctas tres de las mismas, y aceptamos
con reservas una cuarta. Todas las dadas por válidas nos
sitúan en un período entre el 35.000 (Castelperroniense)
y el 30.000 (Auriñaciense antiguo) antes del presente.
De los análisis paleoambientales efectuados (Sedimentología,
Palinología y lectura ecológica de las asociaciones
faunísticas determinadas) se deduce que el ambiente reinante
fue severo o muy severo, excepto en la base de la secuencia, en
torno al Castelperroniense, que muestra un ambiente más
caldeado, con la presencia de especies arbóreas como el
castaño. También algunos niveles del Auriñaciense
antiguo muestran una cierta mejoría térmica, de
modo que el clima no sería tan extremo.
En Labeko Koba se puede registrar
una alternancia en la ocupación de la cavidad por parte
de los grupos humanos y de diversas especies de carnívoros
(hienas, osos, lobos, zorros, etc.). Durante el ciclo inferior
de la cueva (los hasta dos metros de potencia del nivel IX), la
presencia predominante corresponde a los carnívoros, que
arrastran a su guarida los restos de las presas cobradas o carroñeadas
(en el caso de las hienas). Es probable que la ocasional presencia
humana guarde relación con visitas esporádicas en
busca de materias primas (cuerno, piel, hueso, etc.) o carne,
cuya presencia en la cueva estaba garantizada. Esta situación
se invierte a partir del nivel protoauriñaciense, en el
que la presencia humana se hará casi estable, en tanto
que son los carnívoros (como los osos) los que acuden ocasionalmente
a la cueva. Las especies cazadas por el ser humano son sensiblemente
diferentes de las cobradas por otros carnívoros. Destacan
entre aquellas los grandes bóvidos (bisontes y uros), en
los que se observa una alta tasa de especialización (sorprendente
para las cronologías que estamos tratando). Ciervos y caballos,
básicamente, junto a pequeños porcentajes de otras
especies (entre las que llaman la atención el rinoceronte
lanudo o el mamut), completan las bases de subsistencia de origen
animal (las únicas a cuyo conocimiento tenemos acceso).
El registro lítico del
yacimiento constituye, junto a la fauna, el que presenta mayor
número de efectivos (más de 25.000 restos). En su
conjunto permite insertar todas las ocupaciones, desde el mismo
subnivel IX inferior, hasta el techo durante el Auriñaciense
antiguo, en un universo tecnológico de Paleolítico
superior, con una alta tasa de empleo de sílex como materia
prima, altísima leptolitización y laminaridad, restricción
de los elementos de sustrato, característicos de tecnologías
musterienses, etc. Conocemos también las fuentes de las
que obtenían el sílex aquellas gentes (sobre todo,
Urbasa y Treviño, con algunos aportes del Flysh costero),
lo que nos permite una nueva lectura acerca de la movilidad de
los grupos humanos durante el Paleolítico superior inicial,
o cuando menos, de las materias primas que empleaban.
La industria ósea de Labeko
Koba no resulta de gran riqueza, aunque si muestra cierta variabilidad
y una relativa abundancia para las cronologías en las que
se contextualiza. Algunas azagayas (dos de ellas de base hendida,
muy infrecuentes en el Cantábrico), punzones, huesos retocados
reproduciendo técnicas líticas y, fundamentalmente,
retocadores de útiles óseos, integran el lote, uno
de los más amplios disponibles para esta cronología
en toda la Península.
La memoria de Labeko Koba se
cierra con una aportación de valor excepcional. Se trata
de un pequeño canto de calcarenita encontrado en el nivel
VII (Protoauriñaciense), en el que han sido grabados dos
profundos trazos ortogonales. Esta pieza, bastante humilde, junto
a otras incisiones localizadas en alguna esquirla ósea
del mismo nivel, constituyen las piezas de arte mueble, las manifestaciones
de un comportamiento simbólico, con datación más
antigua a fecha de hoy para toda la Península Ibérica.
La aparición de pequeños restos de ámbar,
tanto en el nivel VII, como en el V (Auriñaciense antiguo)
y la de otros restos óseos claramente decorados en otros
niveles superiores, permite asegurar que este comportamiento se
encontraba presente entre nuestra población desde hace
más de 30.000 años.
Alvaro
Arrizabalaga, UPV-EHU/ S.C. Aranzadi
Fotografías: Las dos primeras están publicadas en
la revista electrócica "Ascenso del Hombre", la
tercera pertenece a la página web "Les grottes Isturitz
et Oxocelhaya" |