El estado de salud de la literatura vasca
* Traducción al español del original en euskera
Joxemari Iturralde

Es cierto que en estos últimos años la literatura vasca ha cambiado mucho. Muchísimo diría yo. Y, en general, a mejor. Han transcurrido aproximadamente veinticinco años desde que nuestra generación se pusiera a escribir y editar en euskera, y el progreso que ha tenido lugar en la literatura a lo largo de este periodo es muy evidente. El propio euskera se ha visto extendido y fortalecido considerablemente. El número de autores actual es ya cuantioso, y se editan muchas obras al año. Tenemos Euskal Idazleen Elkartea-Sociedad de Autores Vascos, y basta echar una mirada a su lista de socios para ver el gran número de autores que forman parte de ella.

Una persona no tan positiva podría argumentar que estos años brindaban una formidable ocasión, que los veinticinco-treinta años posteriores a la dictadura han sido excelentes para potenciar el euskera y animar y difundir la literatura vasca.

Sin embargo -diría el pesimista-, parece que hemos tocado techo, y que en adelante bastante trabajo tendremos con mantener el nivel de la situación actual. Y eso, si es que no empezamos a decaer, como bastante gente empieza a temer.

Al parecer, últimamente el número de personas que están aprendiendo euskera permanece invariable, si es que no ha empezado a disminuir. Sabemos que la mayor parte de los lectores que tiene la literatura vasca son euskaldunberris -al menos así ha venido siendo hasta ahora-, y que los euskaldunzarras mayores de determinada edad dejan de hacerlo. A pesar de que quienes más leen en euskera son los jóvenes, hay que tener en cuenta que lo hacen en tanto que son jóvenes, y que lo hacen por obligación (en la escuela, por orden del profesor...).

Y es que la educación resulta ser un factor decisivo -el hecho de que la literatura de un país tenga una escasa masa de lectores es, cuanto menos, problemático-. La educación, especialmente la escolar, no sólo debería proceder a perfeccionar la lengua del estudiante, sino que además debería alentar su afición por la lectura, para que a continuación hiciera lo propio con la literatura. Lo cierto es que este aspecto apenas ha recibido ninguna atención. El empeño realizado ha sido insuficiente, y en muchas ocasiones incluso incorrecto.

Ni siquiera el Gobierno Vasco ha cumplido con su misión, como tampoco lo ha hecho el Departamento de Educación o el de Cultura. Quienes conocemos los entresijos del mundo de la enseñanza sabemos perfectamente que de no introducir modificaciones en los planes y en los currículos, poco se va a avanzar dejando las cosas como están. Ahora que hemos hecho alusión a la afición por la lectura y la literatura, conviene matizar que en estos últimos años apenas hemos observado diferencias entre la literatura vasca y la española. Habría que flexibilizar ligeramente los rígidos programas actuales y, sin necesidad de prolongar el horario lectivo, dedicar unas cuantas horas a desarrollar la afición por la lectura, para posterior o simultáneamente fomentar la afición por la literatura, dejando que cada estudiante trace su camino según sus propios gustos, sin ningún tipo de imposición. Para ello es necesario que el profesor cuente con una buena preparación y esté al corriente de la literatura contemporánea, para que sea capaz de transmitir las mencionadas aficiones a los estudiantes de un modo atractivo y agradable.

Las bibliotecas de los centros escolares -tan importantes en este aspecto- no están lo suficientemente provistas ni preparadas. Por lo general no suele haber ninguna persona que se haga cargo de enseñar, informar, orientar y alentar al estudiante. Otro tanto sucede en las bibliotecas de los pueblos y las ciudades. Aún no ha llegado hasta nosotros la cultura europea de acudir a los centros bibliotecarios. Pero, ¿cómo va a poder llegar si, por ejemplo, las bibliotecas cierran los fines de semana -precisamente cuando de más tiempo libre se dispone, y tratándose de los únicos días en que los padres pueden acompañar a sus hijos-?

Soy consciente de que no resulta nada fácil cambiar esta realidad, y, atendiendo a nuestras costumbres y al empeño que estamos poniendo, diría que incluso se podría calificar de revolucionario. Un proyecto de esta envergadura necesita una importante inversión; sin embargo, lo que realmente brilla por su ausencia es la voluntad. Se trata de un aspecto ligado a la política lingüística que, al depender de la implicación de gran cantidad de personas, cuesta mucho poner en funcionamiento.

Últimamente venimos escuchando que, siendo el nuestro un país tan pequeño, quizás se estén publicando demasiados libros. La verdad es que yo no lo considero un problema. Cuando hace unos años empezamos a escribir, nos quejábamos precisamente de lo contrario: de lo poco que se editaba en euskera. El problema, en mi opinión, radica en el escaso número de lectores, que es precisamente el mayor desafío que tenemos ante nosotros. Los que andamos metidos en el mundo de la literatura recibimos información de fuentes muy diversas, pero hay una prueba que yo siempre realizo, y que también ustedes, si lo desean, pueden realizar en cualquier momento. Casi todos los periódicos y revistas publican semanal o mensualmente algún test o encuesta a personajes conocidos, donde, escuetamente, deben responder a una serie de breves preguntas sobre temas muy variopintos. Cojan una de ellas y fíjense en lo que responden a preguntas como "¿qué libro está leyendo?" o "¿un libro?". Las respuestas suelen variar muy poco: la mayoría de las veces facilitan el título de una obra en castellano que, por lo general, se trata de un best-seller. Nunca mencionan un libro en euskera (hay quienes citan alguna obra que tuvieron que leer años atrás en el colegio, por mandato del profesor; y eso, en el caso de que se acuerden del título). Sin embargo, mucho me temo que últimamente leo cada vez con más frecuencia una preocupante y desoladora respuesta: "Yo no suelo leer" (la semana pasada, un chico de unos treinta años -realizador, para más señas- confesaba abiertamente al periodista: "Yo no leo nunca").

Entre algunos círculos de intelectuales se está poniendo de moda la idea de que se puede vivir igualmente (y "perfectamente", según un intelectual) sin leer nada, sin tan siquiera tocar un libro. Vamos, como que no pasa nada...

En vista de que este tema da para largo, tendremos que dejar las reflexiones para otra ocasión. Sin embargo, quisiera terminar diciendo que, viendo el actual ritmo de vida, prefiero estar y conversar con una persona que lee -y más aún si se trata de una persona joven-, que con otra que apenas mantiene contacto alguno con la literatura.


Joxemi Iturralde, escritor y Catedrático de Bachiller
Fotografías: Koldo Mitxelena Kulturunea

Euskonews & Media 133.zbk (2001 / 7-27 / 9-7)


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